BESAR Y ABRAZAR

 

Ahora con la pandemia se han limitado en todo el mundo los saludos tradicionales de abrazos y besos que se habían extendido durante siglos en cada sociedad. La preocupación por el contacto físico y la obligatoriedad de usar la mascarilla  alejan aquellos movimientos cordiales y afectuosos a los que estábamos acostumbrados. Los besos y abrazos, sin embargo,  se han multiplicado  en el tiempo.  Como recuerda Jean Chevalier en su “Diccionario de los símbolos”, en la antigüedad se abrazaban los pies y las rodillas de los reyes, de los jueces y de los hombres poderosos: con eso intentaban darles  una reputación de santidad. Y se abrazaba también a las estatuas a fin de implorar su protección. En la Edad Media y en el derecho feudal, el vasallo tenía que besar la mano de su Señor:  y de ahí nace  la expresión “besamanos”. El beso ha sido siempre signo de concordia, de respeto y de amor. Ya en el Génesis era costumbre darse un beso al saludarse y despedirse padres e hijos, así como entre parientes próximos y entre buenos amigos. Naturalmente el beso expresaba el amor conyugal, como así lo recuerda el Cantar de los Cantares.  En el libro de los Reyes, en el de Job y en el  profeta Oseas, el beso pertenecía también al ceremonial cortesano en presencia de huéspedes ilustres y de personas reales;  en este último caso, como refieren los Salmos, se besaba a la persona misma o a su cetro. Se cree que el acto de besar a los huéspedes procede de Grecia. El beso como signo de honor era muy usado entre los rábinos y los cristianos se saludaban, como así lo atestigua  varias veces San Pablo, con el ósculo santo.

 

(Imágenes—1- Joan Miró: constelaciones en el amor de una mujer/ 2-Stanco Abadzic)