LIBROS DE MUJERES, LIBROS DE HOMBRES

 

 

“A mí de pequeña — dice la escritora norteamericana Lorrie Moore en “A ver qué se puede hacer” —, me gustaba más escuchar hablar de fiestas que asistir a ellas. Me gustaba llamar a una amiga el día siguiente y escuchar lo que me contaba. Quería chismes, narraciones de tercera mano. Mis lecturas eran dispersas, aleatorias, asistemática.s. No era una de esas lindas adolescentes que pasaban sus veranos leyendo todo Jane Austen.  Mis libros preferidos eran “El gran Gatsby” de Scott Fizgerald y “Tan buenos amigos” de Lois Gould. Más adelante, como tantas (de las “atribuladas”) descubrí a las Bronté. Se entra en estos libros realmente grandes, realmente incómodos, como en un sueño febril; de hecho, los sueños afiebrados figuran prominentemente en ellos. Son libros situados en la enfermedad, a la que no le tienen miedo. Y eso es lo que los hacía tan maravillosos para mi. Estaban en el medio de algo desorganizado. Pero no parecían ajenos en lo más mínimo. De hecho, pocas cosas escritas por mujeres  me parecían ajenas. Los libros de mujeres eran como grandes amigas, un alivio.  Aparecían en el jardín de adelante y saludaban con la mano. Para llegar a los libros de hombres, había que caminar una cierta distancia, recorrer un trayecto, aunque como lectoras, las chicas, estábamos bien entrenadas para la caminata y no aprendimos a estar molestas y sentir recelo hasta más tarde. Un libro escrito por una mujer, un libro que empezó cerca, en el pórtico del corazón , era un regalo, una alegría, y finalmente, pienso que esa es la razón por la que las mujeres que se transformaron en escritoras lo hicieron: para crear más libros en el mundo escritos por mujeres,  para darse a sí mismas más cosas para leer.”

(Imagen —-Anne Siems)