“Cuando hay flores en una habitación – escribe Siri Hustvedt– mi mirada se fija en ellas. Siento su presencia como no me sucede con las sillas, los sofás, las mesitas de café o las cortinas. Creo que la fascinación que ejercen sobre mí se debe al hecho de que están vivas y no muertas. La atracción es prerreflexiva (crece en mi cuerpo antes de que pueda articular un pensamiento). Antes de nombrar la flor (si es que puedo), antes de que me diga a mí misma que me atraen sus capullos, la sensación placentera ya me ha envuelto. El color rojo es particularmente excitante. Es difícil dar la espalda a unas flores rojas; dejar de mirar una amarilis en todo su esplendor, con sus gruesos tallos verdes erguidos o combándose ligeramente contra las paredes del florero de cristal que los contiene. Cuando cae la nieve mi felicidad se acrecienta: el rojo sobre el blanco visto a través de una ventana. Y en verano no puedo resistirme a observar durante dos, tres o cuatro minutos las peonias que se han abierto en un grueso cuajo de pétalos, con sus estambres de color amarillo ocre.”
(Imágenes-1 – Georgia O ‘ Keeffe- 1927/ 2- Georgia O ‘ Keeffe 1927)