Releo a Emilio Orozco Díaz en su gran libro «Manierismo y barroco«: «Si consideramos la escultura barroca sorprenderemos esos rasgos de desbordamiento formal y expresivo. La imaginería se hace exenta, surge la imagen procesional invadiendo y confundiéndose en el mismo espacio en el que se mueve el contemplador. Porque no sólo las figuras se agitan desbordantes e impetuosas en el retablo, rebasando y saliendo de sus nichos y encuadramientos, esto es, renunciando a su ámbito espacial para penetrar en el nuestro. No es sólo que la imagen del Crucificado descienda desde lo alto del retablo para acercarse al fiel y entablar con él su íntimo coloquio, como en el famoso Cristo de Montañés– que según se estipuló en el contrato había de representarse como si estuviese mirando y hablando con la persona que se hallase orando a sus pies -, es, además, el surgir del paso de procesión, del grupo escultórico con figuras en acción, que desfila y se mueve entre las masas de fieles. Y es, como expresión suma, la aparición de esos ángeles que ascienden, se reclinan o revolotean por los retablos y, más aún, que vuelan hacia el altar o hacia el centro de la nave, lanzados por el más violento ímpetu que revuelve telas y cabelleras, portando lámparas o faroles cual si realmente fueran bellos seres que pueblan ese mismo aire que respiramos nosotros».
Emilio Orozco y el Barroco, con sus prodigiosas lecciones.
(Imágenes: -detalles del Cristo de la Clemencia, de Martínez Montañés- 1604- sacristía de la catedral de Sevilla- Wikipedia)

