La mosca encima de la rodilla del Zanfonista de Georges de La Tour,
la arruga, casi como una cicatriz, en la mejilla izquierda de Santiago el Menor,
el reflejo de la luz sobre las uñas de una mujer, la llama y las mechas de una antorcha en San Sebastián atendido por Santa Irene,
la verruga en la sien de uno de los personajes de la Riña entre músicos,
La llama, símbolo del tiempo que se consume – así lo comenta Jacques Thuillier -; el espejo, símbolo de la fragilidad y de la ilusión, atraen la mirada de la Magdalena en el momento de abandonar sus galas o ya tranquila en la pobreza.
El esplendor de un rostro juvenil puesto de relieve por un collar de perlas – añade también Thuillier al analizar el Tahur -, o los reflejos de un raso, de un vino color grana en un vaso de cristal, de un brazalete de perlas.
Todos estos símbolos, y sobre todo, todos estos puntos concretos han sido estudiados por Daniel Arasse en «El detalle» (Abada), que recuerda entre otras cosas, al observar por ejemplo la mosca en la pintura, cómo Vasari «no andaba errado –dice – cuando convirtió el detalle de la «mosca pintada» en el emblema de la nueva práctica de la pintura que se inauguró en Toscana a comienzos del siglo XlV».
Moscas, arrugas, cicatrices en las mejillas, verrugas, llamas, collares, vinos, espejos son los que nos presenta De la Tour cuando nos acercamos a la exposición de sus cuadros en El Prado y nos detenemos ante sus lienzos.
(Imágenes.- Georges de La Tour: -1- el Zanfonista/ 2.- Santiago el Menor / 3.- San Sebastián atendido por Santa Inés/ 4.-Riña entre músicos/ 5.- Magdalena penitente/ 6.- El Tahúr/ 7.- El recién nacido)