«Al sol de las 17, 20 se le ve venir muy despacio. Viene de las montañas lejanas de la ciudad, toca los barrios de las afueras, luego las casas más cercanas, tuerce siempre por los tejados y enfila luego la recta que conduce al salón. Es un sol pálido en invierno y en primavera, sus cristales entran hasta el comedor. Estamos allí, en el andén, desde hace años, el jarrón con flores, mi retrato cuando cumplí los cincuenta, otra fotografía de A. y yo sentados y contemplando la vida, el mueble de laca que sostiene a la estación, una imagen, y a sus pies, una flor. El sol de las 17, 20 se detiene siempre en este lado del cuarto de estar, hay un baño de resplandor en las ventanillas del sol, los cristales se quedan quietos ante las puertas, no baja nadie, no sube nadie, no hay ruido alguno, es una sucesión de vagones transparentes que dejan en el suelo sombra y luz. Siempre nos admiramos. Excepto los días de lluvia en que el salón queda apagado y moribundo, las demás tardes aguardamos inmóviles esta llegada liviana del sol que permanecerá con nosotros unos diez o quince minutos, el tiempo que él dedica a brillar con mayor agudeza sobre los marcos metálicos de las fotografías, el tiempo que pasa sobre las flores y el jarrón. Sabemos que el sol está lanzándonos su señal. A. yo, mudos en el retrato, nos dejamos bañar por este singular momento. Poco a poco las sombras se endurecen, los rayos se evaporan. Todo el andén va quedando suavemente gris, recién visitado, ya solitario. Casi no nos damos cuenta cuando el sol se va, se está yendo del cuarto de estar, se ha ido, la luz se disuelve, el sol volverá mañana a las 17,20 y aquí seguiremos, sin movernos, esperándole en silencio».
José Julio Perlado.- (del libro inédito «Relámpagos»)
(Imágenes.- 1.- Max Ernst- sol amarillo- 1964- galería Lufoff/ 2.- Emil Nolde)