«¡Cómo ha cambiado el barrio de Arguelles de cuando yo era chico a hoy! En nuestra calle había hoteles burgueses como nosotros y de aristócratas. Pared por medio con el nuestro -recuerda Julio Caro Baroja– estaba el de la duquesa de Frías, enfrente (aún queda), el del Conde de Torrepalma; más abajo, cerca de la calle de Ventura Rodríguez, el de la marquesa de Villavieja. A la puerta de las mansiones más o menos señoriales de la calle de Mendizábal se veían porteros patilludos, que recordaban en su aspecto a don Tomás Luceño el sainetero, mayordomos asturianos y gallegos metidos en un frac, fastuosos y sonrientes; por las noches, desde el comedor de casa, o de los dormitorios del piso de arriba, se oían los coches de caballos, que volvían de los teatros y de las reuniones. Al lado de estas imágenes e impresiones de la vida cortesana, recuerdo otras populares, aún decimonónicas también, como la llegada de los carros de bueyes, cargados de jara, a la puerta de la panadería de enfrente: a los dependientes de las tiendas de ultramarinos tostando café, en las pálidas mañanas de invierno. Veo al zapatero remendón de al lado de casa, a Manini, en su taller adorado de fotos taurinas, con la perdiz enjaulada tomando el sol, mientras el loro del Conde de Torreplana repetía una y otra vez: «¡Ana, dame cafë!» Una ciega cantaba todos los jueves bajo nuestros balcones con mucho gusto y expresión, acompsñándose de la guitarra. Mi tío Ricardo Baroja, admirador del tango del Espartero y de otros cantos parecidos, solía escuchar atentamente y hablaba con ella. Aquella mezcla de cochambre y distinción era deliciosa. Y dentro de mi casa puede decirse que subsistía. Porque, de un lado, la casa era un hotelito construido en la segunda mitad del siglo XlX por un título, para vivir en él, con la holgura con que la gente acomodada vivía en el Madrid de entonces. Pero, por otra parte, aquel hotelito, con sus salones decorados, con sus techos un poco aparatosos, con sus lobos de escayola en el zaguán, con otros detalles más o menos propios de la época en que se hizo, medio elegantes, medio cursis, estaba habitado por una especie de clan compuesto de un escritor, un pintor y un impresor a cuál más despreocupados de sus hábitos, y, además, en la parte interior estaba la imprenta y la editorial: la «Editorial Caro Raggio». Es decir, la editorial de mi padre».
Julio Caro Baroja . -» Del paìs: familia y maestros»
(Imágenes.- 1.-Museo Cerralbo- flickr/ 2.- barrio de Arguelles- tripardvisor)