«Charlie Chaplin – anota Somerset Maugham en sus «Cuadernos de un escritor» (Península) – es un hombre de aspecto agradable. Sus facciones son agradables, la nariz más bien grande, la boca expresiva y los ojos bonitos. Es tímido. Su acento conserva todavía una reminiscencia del cockney de su primera juventud. Tiene un espíritu bullicioso. Acompañado de personas entre las cuales se encuentra a sus anchas, es capaz de hacer las mil bufonadas. Tiene una inventiva fértil, una vivacidad incansable y el agradable don de la imitación; sin conocer ni el francés ni el español imitará a personas que hablan una u otra de estas lenguas con una minuciosidad humorística que hace el deleite de todo el mundo. Como todo humorismo, depende de una minuciosa observación, y su realismo, con todas sus implicaciones, es trágico, porque sugiere un contacto demasiado estrecho con la pobreza y la sordidez.
(…) Charlie Chaplin lo tiene a uno riendo durante horas enteras y sin el menor esfuerzo; tiene el genio de lo cómico. Su gracia es sencilla, dulce y espontánea. Y, sin embargo, da constantemente la sensación de que en el fondo de todo aquello hay una profunda melancolía. Es un hombre triste que no necesita hacer la siguiente declaración: «Anoche tuve tal crisis de tristeza que no sabía qué hacer conmigo mismo», para advertirnos que su humorismo está impregnado de tristeza. No da nunca la impresión de ser un hombre feliz. Tengo la idea de que siente la nostalgia de los antros londinenses. La celebridad de que goza su fortuna lo aprisiona en una forma de vida en la que sólo halla restricciones. Yo creo que piensa en la libertad de su turbulenta juventud, en su pobreza y sus amargas privaciones, con un ansia que no podrá jamás ser satisfecha.
Para él las calles del sur de Londres son escenas de jolgorio, alegría y extravagantes aventuras. Tienen para él una realidad que las aseadas avenidas flanqueadas de lujosas casas en que viven los ricos jamás poseerán. Me lo imagino entrando en su casa y preguntándose qué diablos hace él en aquella extraña morada. Sospecho que el único hogar que para él tiene valor es un segundo piso trasero de Kennington Road. Una noche anduve rondando con él por Los Ángeles y nuestros pasos nos llevaron hacia los barrios paupérrimos de la ciudad. Había varias casas de huéspedes y pensiones y las sórdidas y tétricas tiendas en las que se venden los diferentes artículos que los pobres compran de día en día. Su rostro se iluminó al verlas y con un tono de intensa emoción en la voz exclamó: «Oiga, esto es la verdadera vida, ¿verdad? Todo lo demás es pura filfa».
(Imágenes.- 1. Charlie Chaplin/ 2.-Chaplin en 1918/ 3.-Charlie Chaplin- biopgraphy com/ 4.- Chaplin, en Roma- 1947- carlo cisverti)