Este armiño que reposa en los brazos de Cecilia Gallerani, la dama de Leonardo, y que en invierno tiene la piel blanca con una mancha negra en la cola, se deja acariciar por unos dedos diferentes y nerviosos – tal como apunta Marangoni en «Como se mira un cuadro» (Optima) – revelando de modo especial estos dedos una sensibilidad distinta a la que transmite el retrato completo de esta mujer, «milagro de coherencia estilística por esa rítmica continuidad de planos curvilíneos en los que reside todo el sentido de elegancia, de gracia y de agudeza psíquica que emana de la seductora imagen«.
Armiño, que simboliza la inocencia y la pureza en la conducta, en la enseñanza, en la Justicia. Capas luego de armiño que desfilarán solemnes por los largos pasillos y los amplios salones pero que ahora se quedan en esa tímida piel que la mano sostiene para que la suavidad de este armiño – tal como reza la sentencia – no caiga en bache alguno y quede en él paralizado y extenuado. Se ha dicho que de todos los animales el caballo es el que más ha preocupado a Leonardo. Pero aquí está este armiño llevado en brazos, indefenso y protegido, atributo del Tacto personificado en el universo de los cinco sentidos y que el tacto femenino acaricia. Además de la heráldica y la simbología estos ojos del armiño se alumbran a una mirada despierta, exponen el desamparo de la ternura.
(Pequeño apunte sobre «La dama del armiño» de Leonardo da Vinci que a partir del 3 de junio podrá verse en Madrid)
(Imagen: «La dama del armiño» – Museo Czartoryski de Cracovia)