VIEJO MADRID (27) : BARRIO DE MARAVILLAS

Cuando recorro esta madrileña calle de San Vicente Ferrer y me detengo en la esquina con San Andrés ante la que fuera casa de la escritora Rosa Chacel, precisamente en este cruce de la farmacia y entre pintadas y garabatos del tiempo, el pasillo de la luz de la mañana se une a la otra luz que me llega del libro «Barrio de Maravillas», esa » luz que mira al barrio con mirada hipnotizante; le impone la tregua en el esfuerzo, en el trabajo que significa mirar – así lo va diciendo la autora – (…) Persianas verdes, sensibles al aire, temblonas como alamedas. Visillos blancos, leves, nupciales como mosquiteros; muselinas opalinas. Transparentes de tela encerada; colores brillantes, sombríamente brillantes, guirnaldas de rosas en corona oval, enmarcando bosques de otoño donde huyen los ciervos, robles o praderas o lagos con cisnes...»

Hay una «epifanía» en esta luz, o en esta mezcla de luces del tiempo, – el tiempo mío mirando ahora esta calle de San Vicente Ferrer y la misma luz y el mismo barrio mirados por Chacel en su tiempo- . «Las epifanías de Rosa Chacel» escribió Claudio Guillén en «De leyendas y lecciones«. Más aún que literatura comparada se comparan las luces que quedaron refugiadas en los libros, que iluminaron luego pasillos, casas, barrios: conjunciones de «esa súbita manifestación espiritual» de la que hablaba Joyce y al que Rosa Chacel, según  Guillén, admiraba y que hoy, en esta mañana detenida, «al hombre de letras le toca registrar con cuidado extremo, en vista – decía Joyce de que ellas mismas son los momentos más delicados y evanescentes«.

«La calle, en su silencio crepuscular – breve compás de espera – se lee en «Barrio de Maravillas» – la miraba entre dos luces. Desde la farmacia la miraban don Luis y Luisito, desde la pollería, la mujer ruda que repelaba pollos a diario se asomaba a verla (…) La luz agota o recoge sus últimos velos de ocaso, se levanta sobre los tejados vestida de lentejuelas y deja en la calle a sus acólitos o vicarios – van, a lo largo de las aceras, encendiéndose los reverberos de gas -, por los balcones sale la luz de los quinqués, bajo sus haldas se empollan las cenas familiares y luego, más tarde, quedan sólo iluminados los balcones de los insomnes y los trabajadores».

Así se va la luz de entonces, entre pintadas y garabatos del tiempo, tras las fachadas ennegrecidas y los envejecidos balcones, a refugiarse como siempre en los libros.

(Imágenes:- casa de Rosa Chacel en la que vivió de 1908 a 1911.-calle de San Vicente Ferrer.- 2011.–fotos JJP)