Celebro con alegría que «El hombre que camina» de Giacometti – del cual he hablado varias veces en Mi Siglo – sea hoy noticia en todos los periódicos del mundo.
Hombre que avanza, hombre que zozobra.
«La escultura ‘El hombre que camina’ (‘L’Homme qui marche’) de Alberto Giacometti fue subastada el miércoles en Londres por 65 millones de libras (74,2 millones de euros, 104,3 millones de dólares), superando así el récord mundial de una obra de arte vendida en una subasta, dijo un portavoz de la casa de subastas Sotheby’s.
«Se trata de la obra de arte vendida en una venta pública por el precio más elevado», ha dicho un portavoz de la casa de subastas.
El récord anterior lo ostentaba un lienzo de Picasso, ‘Chico con pipa’, vendido por 104,2 millones de dólares (58 millones de libras) en mayo de 2004 en la sucursal de Sotheby’s en Nueva York».
(Imagen: EFE.-elmundo.es)
No sé a ciencia cierta qué pensaría Alberto Giacometti de todo esto, de este circo crematístico en torno a una obra suya y esta exhibición impúdica del dinero enseñoreándose más y más en las lonjas del arte; pero después de haber leído hace unos meses un libro recopilatorio de sus escritos y entrevistas (Editorial Síntesis. 2007) supongo que, de estar vivo, asistiría distantemente al espectáculo, con indolencia y desapego, considerándolo algo irrelevante, ajeno a su único y verdadero interés y obsesión: la creación artística.
En 1957 Giacometi dice a su modelo y amigo, el japonés Isaku Yanaihara:
«Envidio a los pintores que eran mantenidos por los reyes o por la corte, en la época del renacimiento o al comienzo de los tiempos modernos. Si usted fuera un rey, con mucho gusto entraría a su servicio para pintar su retrato durante toda mi vida.»
El amigo, que está posando para él, le advierte que el sueldo no sería gran cosa y le pregunta si eso sería un problema.
El artista responde: «No lo necesitaría, mientras me dieran de comer con los criados en la cocina. Poder seguir pintando un rostro durante toda la vida sin ser molestado por nada… No cabe esperar una condición mejor que esa.»
Se sabe de que durante mucho tiempo, especialmente al final de su vida, Giacomettí gustó de visitar el Louvre, para copiar las obra de otros pintores, especialmente a la Gioconda. Y se sabe también que, finalmente, acabó fijandose más en los rostros de la gente que miraba los cuadros, concluyendo que era absurdo intentar copiar el rostro humano; que era un intento trájico por parte del pintor.
Yo creo que él no entendería jamás lo que ha ocurrido con su obra «El hombre que camina».
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