
«La tarea de la literatura es encarnar el misterio en las maneras, y el misterio resulta enormemente embarazoso para la mentalidad contemporánea –dice la gran escritora norteamericana Flannery O´Connor en «Misterio y maneras» (Encuentro) -. En torno al cambio de siglo, Henry James escribió que la joven del futuro, aunque la llevasen a tomar el aire en una máquina voladora, no sabría nada ni del misterio ni de las maneras. James no tenía derecho a limitar la predicción a uno de los sexos, aunque por otro lado es difícil no coincidir con él. El misterio del que hablaba es el misterio de nuestra posición en la tierra, y las maneras son esas convenciones que, en manos del artista, revelan ese misterio central.
No hace mucho una profesora me dijo que sus mejores alumnos consideran que ya no hace falta escribir nada, que ahora puede hacerse todo con números, y que lo que no se puede hacer con números no merece la pena. Me parece natural que ésta sea la opinión de una generación a la que le han hecho creer que la finalidad del aprendizaje es eliminar el misterio. Para tales personas, la literatura puede ser sumamente perturbadora, puesto que el escritor se ocupa del misterio vivido. Se ocupa del misterio último, según lo encontramos encarnado en el mundo concreto de la experiencia sensible».
Este libro de Flannery O´Connor, como igualmente su volumen «El negro artificial» (Encuentro), y sus admirables «Cuentos completos» (Lumen), además de sus destacadas novelas, retratan el poderoso y a la vez delicado perfil de esta mujer que murió en 1964, a los treinta y nueve años de edad, tras haber convivido con una grave enfermedad en la sangre que le afectó a los huesos de las piernas y la obligó a andar con muletas. Considerada como una de las narradoras norteamericanas más prestigiosas de su generación, disertó muy lúcidamente sobre el aprendizaje de escribir con páginas memorables que han supuesto siempre un luminos
o aliento para muchos creadores.
El próximo mes tendrá lugar en Roma -del 20 al 22 de abril – un Simposio Internacional sobre su figura, tal como se anuncia en Scriptor Org .»Hoy no hay palabra que me parezca conveniente para calificar sus cuentos – dijo de ella Katherine Anne Porter -, su estilo particular, su vivisón del mundo, yo sé de su grandeza. Flannery es uno de los mayores talentos de nuestra época». El novelista norteamericano John Hawkes señalaba que «si era aparentemente invulnerable e incluso indiferente a la muerte, Flannery O ´Connor no dejaba de producir la impresión de vivir cada instante de su vida con una intensidad particular. Hoy parece importante subrayar la calurosa jovialidad, la humanidad abierta, acogedora, franca de esa mujer».
Thomas Merton contó cómo Flannery O ´Connor fabricaba una historia: «reunía todos esos elementos disparatados, después los dejaba que emprendieran el vuelo, lentos e inexorables, unos contra otros. Entonces sucedía que la locura urbana, menos fuerte, se venía abajo, débil presa para la locura rural, inexorablemente devorada por un absurdo superior y más primitivo». Pero lo que Merton resalta más de la novelista es que «la clave de los libros de Flannery es probablemente la palabra «respeto». Nunca dejó ella de observar sus ambigüedades y su degradación. Y a través de esa amarga dialéctica de seudoverdades que se han hecho endémicas en nuestro sistema, ha sondeado nuestra propia vida, sus conflictos, sus errores y sus vanidades. ¿No somos acaso otra cosa que una enorme estructura colmada de falsos respetos? Se habla continuamente de respeto, y todavía estamos convencidos de que respetamos algo, pero sabemos demasiado bien que hemos perdido el respeto elemental a nosotros mismos. Y Flannery lo advertía y veía mejor que otros sus consecuencias».
(Imágenes: Flannery O ´Connor.-New Georgia Encyclopedia)



El último fin de semana llegué con mi mujer al Hotel B., en la sierra de Madrid. Teníamos reservada habitación desde hacía bastante tiempo y el día, que contra todo pronóstico se había ido estropeando pocas horas antes, me hizo decir nada más dejar las pequeñas maletas en la habitación:
«¿Sabe usted? – le dijo la periodista Alice Bellony a Alberto Giacometti -, la primera escultura suya que yo he visto fue en Nueva York: Le Chariot. Me quedé muy impresionada. Aún lo estoy.







«Yo mismo, cuando era niño – escribe Tanizaki en «El elogio de la sombra» (Siruela) -, si aventuraba una mirada al fondo del toko no ma de un salón o de una «biblioteca» adonde nunca llega la luz del sol, no podía evitar una indefinible aprensión, un estremecimiento. Entonces, ¿dónde reside la clave del misterio? Pues bien, voy a traicionar el secreto: mirándolo bien no es sino la magia de la sombra; expulsad esa sombra producida por todos esos recovecos y el toko no ma enseguida recuperará su realidad trivial de espacio vacío y desnudo. Porque ahí es donde nuestros antepasados han demostrado ser geniales: a ese universo de sombras, que ha sido deliberadamente creado delimitando un nuevo espacio rigurosamente vacío, han sabido conferirle una cualidad estética superior a la de cualquier fresco o decorado. En apariencia ahí no hay más que puro artificio, pero en realidad las cosas son mucho menos simples».
«Me gustaría resucitar – termina Tanizaki -, al menos en el ámbito de la literatura, ese universo de sombras que estamos disipando…Me gustaría ampliar el alero de ese edificio llamado «literatura», oscurecer sus paredes, hundir en la sombra lo que resulta demasiado visible y despojar su interior de cualquier adorno superfluo».
«Entre 1866 y 189o – cuenta John Berger -, Degas realizó una serie de pequeños caballos en bronce. Todos ellos revelan una observación intensa y lúcida. Nadie antes que él – ni siquiera Géricault – había representado los caballos con un naturalismo y una expresividad tan magistrales. Pero hacia 1888 tiene lugar un cambio cualitativo. El estilo sigue siendo exactamente el mismo, pero la energía es distinta. Y la diferencia es flagrante (…) Los primeros bronces son de caballos vistos, maravillosamente vistos, ahí fuera, en el mundo que pasa a nuestro lado, el mundo observable. En los últimos, los caballos no son sólo observados, sino
también temblorosamente percibidos desde dentro. El artista no sólo ha percibido su energía, sino que se ha sometido a ella, la ha sufrido, soportado, como si las manos del escultor hubieran sentido la terrible energía nerviosa del caballo en la arcilla que estaba manipulando».


no de la pintura, distraídos en fin de los hombres y que no pintan más que para ellos mismos. Los pintores conocen la vejez, pero su pintura no la conoce…» El poderío de 

Cuenta J. M. Coetzee en una conferencia pronunciada en 1991 que, cuando él tenía quince años, mientras paseaba por el jardín de su casa en los suburbios de Ciudad del Cabo, oyó música en la casa de al lado. «Mientras duró la música – confiesa Coetzee -, me quedé helado, sin atreverme ni a respirar. La música me hablaba como nunca antes me había hablado. Lo que estaba escuchando era una grabación de «El clave bien temperado» de Bach para clavicémbalo.(…) Llegó aquella tarde en el jardín, y la música de Bach, después de la cual todo cambió. Fue un momento de revelación que tuvo una gran transcendencia en mi vida porque, por primera vez, recibía el impacto de lo clásico«.








