
“ Y aquí tienen ustedes— dijo el guía — la correspondencia de las artes, si así podíamos llamarla, puesto que la fotografía también es un arte. Aquí tienen perfectamente unidas la fotografía y la música: el famoso fotógrafo francés Nadar y el compositor húngaro Franz Liszt en una fotografía de 1886, cuando el músico tenía setenta y cuatro años.
Estábamos allí escuchando nosotros a aquel guía que nos hablaba en una pequeña sala y éramos un reducido grupo de personas, quizá siete u ocho, entre ellas mi ya desde hace tiempo amigo mío, el alemán Bruno Chill , y también una de las restauradoras de cuadros del museo de la mirada. ( y de otras cosas, tal como ella me explicaría después), que había trabajado durante años en el Prado también como restauradora, Myrata Savater, y que ahora asistía igualmente ,curiosa e intrigada, incluso sin despojarse de su bata blanca de trabajo, muy interesada al parecer por todo lo que escuchábamos sobre el tema.
Quizá ustedes —- continuó el guía — se preguntarán viendo aquí esta imagen por qué aparece en este museo una fotografía y no una pintura, pero enseguida les explicaré el motivo. Como siempre, todo reside en la mirada, también en el gesto y también en el poderío de la luz.
Gaspard-Félix Tournachon — prosiguió el guía —quien empezó a llamarse a sí mismo “Nadar” en 1838 fue, como digo, un destacado fotógrafo que inició su carrera siendo periodista y escritor, además de caricaturista, una cualidad que le ayudaría en su posterior oficio, ya que le incitaba a reconocer los rasgos esenciales que revelaban el carácter de una persona al fotografiarla. Abrió un modesto estudio en la calle de Saint-Lazare, en París, que posteriormente cambiaría al número 35 del Bulevar des Capucines, donde comenzó a cultivar la fotografía en un ámbito profesional. Pronto, el estudio de Nadar comenzó a adquirir importancia gracias a sus dimensiones y a los métodos con los que lo publicitaba, que eran novedosos en la época. Pintó el interior de rojo y colocó un gran letrero en la fachada que anunciaba su nombre. Una vez adentrado en la fotografía, Nadar se interesó por un nuevo sistema que era incluso más sensible a la luz: el colodión húmedo, que rápidamente dominó. A lo largo de su trayectoria surgieron nuevas técnicas como las placas de gelatino-bromuro. A pesar de ello, Nadar permaneció fiel al colodión.
Por aquel estudio parisino pasarían figuras célebres de la época, como Baudelaire, Sarah Bernhard , Víctor Hugo, Courbet, Julio Verne, Giuseppe Verdi ,Alejandro Dumas, Rodin, Monet, Delacroix y muchos otros, que más que clientes, eran amigos unidos por intereses comunes, pues realmente ellos no iban a ser retratados, sino que accedían a posar en casa de un amigo. El mejor retrato — repetía siempre Nadar — es a quien mejor conozco. Un famoso fotógrafo del siglo XX comentaría años después que con frecuencia tenía la sensación de que venían a fotografiarse las personas tal como si acudieran a un médico o un adivino: para descubrir cómo eran. Eso era lo que ocurría con Nadar.Ser retratado por Nadar era considerado un honor.
En todo momento el gran fotógtafo se negó a colorear sus retratos, así como a practicar cualquier tipo de retoques. También renunció a la utilización de elementos de atrezzo. Nadar únicamente se servía de la luz –modo de iluminar al modelo– y del gesto –mirada y actitud de los modelos favorecida por la relajación de los amigos fotografiados–, como elementos principales de la fotografía.

¿ Y Liszt.? ¿De qué pudieron hablar Nadar y Liszt en aquella sesiones? Naturalmente no lo sabemos — continuó el guía — Pero sí tenemos palabras de Liszt que bien pudieron pronunciarse entonces. La música —- decía Liszt -es el corazón de la vida. El cerebro es el comercio; el músculo, la vida ordinaria. Las avecillas, las olorosas flores, las nubes fugaces, todo esto forma parte de la música. La música, es el portavoz del amor; sin ella no habría nada bueno y con ella todo se vuelve hermoso. Jamás olvidaré que en ocasión de uno de mis primeros recitales, Beethoven, que estaba entre los oyentes, saltó al escenario y me estrechó en sus brazos, besándome con entusiasmo. Aquel beso no lo he olvidado nunca, y me ha inspirado al tocar y al componer.
Y quizá también, añadió el guía, en una de esas sesiones en las que Nadar mantenía de pie al modelo y le despojaba de todo decorado, le confesaría a Liszt:
La teoría fotográfica se aprende en una hora, las primeras nociones de práctica en un día. Lo que no se aprende es la inteligencia moral de lo que se va a fotografiar, pero yo voy a decir lo que no se aprende: el sentimiento de la luz, la apreciación artística de los efectos producidos por los días diversos y cambiantes, la aplicación de tal o cual efecto según la naturaleza que el artista debe reproducir. Y lo que es más difícil de captar aún: la inteligencia moral del tema, ese tacto rápido que nos pone de inmediato en común con el modelo; hacerle moverse y dirigirse según sus hábitos, sus ideas, sus caracteres, hasta otorgarle — y no superficialmente —- una sencilla reproducción plástica, visible incluso para el último sirviente de laboratorio, con el parecido más familiar, más favorable y más íntimo. Y este es el lado psicológico de la fotografía, y no me parece demasiado atrevida la palabra.

Cuando contemplan ustedes aquí — siguió diciendo el guía — esa pupila derecha de Liszt a los setenta y cuatro años retrataba por Nadar perciben ahí una mirada interior, una mirada que recoge toda una vida. Puede decirse que esa pupila se interna dentro de sí misma, se interna en todos los recuerdos, en ese virtuosismo de las manos y las teclas por los pianos del mundo, por los viajes incesantes por el mundo, por el semblante de las muchas mujeres amadas, por el poderío de los aplausos. En esa pupila está, para los amantes de la música que indudablemente habrá alguno entre ustedes, el día de 1834 en que Mendelssohn salió de la sala de exposiciones de pianos en París sacudiendo la cabeza y proclamando que había presenciado un milagro: Liszt acababa de interpretar un nuevo concierto para piano endiabladamente difícil pero con enorme brillantez. En esa pupila está guardada también su salida de Berlín en 1842 a bordo de un carruaje de seis caballos blancos, acompañado por una procesión de treinta coches de caballos y una guardia de honor de estudiantes, mientras el rey Federico Guillermo lV y la reina lo despedían desde el palacio real. En esa pupila se conserva la evocación de los más de dos mil recitales en público celebrados por toda Europa entre 1838 y 1846, también los guantes, los pañuelos de las mujeres que le adoraban y que convertían las patas rotas de su piano en brazaletes. En esa pupila, pues, está todo. Yo creo que Nadar se dio cuenta enseguida al fijarse en ella. Es una pupila entre bondadosa y cansada, fatigada de tan innumerables viajes, estampas, ciudades, mujeres, teclas y música. Fatigada aún por su caída por las escaleras en 1881 ,en Weimar, con la que se inició el dolor y la decadencia. En esa pupila está igualmente su intento de retiro en la intimidad espiritual al final de su vida.
Todo eso sin duda lo descubrió Nadar acercándose al rostro de Liszt y fotografiándole. Era una pupila de recuerdos y los recuerdos no se pueden escapar.
José Julio Perlado
(del libro “La mirada”) (relato inédito)
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

(Imágenes— 1– Nadar – retrato del Liszt / 2- edificio parisino donde estaba el estudio de Nadar/ 3- Nadar – wikipedia/ 4- Liszt en su juventud- wikipedia)