«Hester Y. –cuenta Oliver Sacks en «Despertar» – sufría los últimos efectos de la enfermedad del sueño. En los momentos normales era encantadora e inteligente; pero, sin aviso previo, se detenía como una imagen de televisión «helada». Permanecía así, clavada en el sitio, durante un segundo o una hora, sin que sus esfuerzos lograran romper la inmovilidad. Contó a su médico que el mundo adquiría para ella, en tales accesos, una calidad fantasmagórica. «Todo se me antoja definido, plano y geométrico, como si fuera un mosaico o un vitral; el tiempo y el espacio no existen entonces. A veces, esas «imágenes fijas» se presentan a la manera de visión parpadeante, como una película rodada demasiado lentamente».
«He salido del espacio -le dijo otra paciente al neurólogo – porque mi espacio no se parece en absoluto al de usted». Pero de lo que estas desventuradas se habían escapado – añade Sacks – era del tiempo».
Ahora Oliver Sacks confiesa que se encuentra en el último tramo de su vida. Hay varias frases que destacan en su reciente declaración: «De pronto me siento centrado y clarividente. No tengo tiemo para nada que sea superfluo (…) No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio (…) Y sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura».
Es el sueño de una vida – la vida es sueño en el teatro clásico -y tras ese sueño, el acercamiento al despertar.
Antonio Machado lo quiso expresar en varias ocasiones:
«Si vivir es bueno,
es mejor soñar,
y mejor que todo,
madre, despertar».
«Tras el vivir y el soñar
está lo que más importa:
despertar».
(Imágenes.-1.-Robert Doisneau/ 2.-Nina Ai- artyan/ 3.-Pietro Antonio Rotari/ 4.-Stanislaw Wyspianski.-1902)




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