«Pequeño tema inspirado en una conversación mantenida anoche con Lady Shrewshury, durante una cena en casa de Lady Lindsay – escribe Henry James en sus Notas el 18 de mayo de 1892 -: la mujer que de joven ha sido muy fea, por esa fealdad ha sido desairada y humillada, y – como muy a menudo, o al menos a veces, suele ocurrir con las muchachas corrientes – en sus años maduros, y aun después, se vuelve mucho más agraciada, guapa incluso – y a consecuencia de ello encantadora, en todo caso, y atractiva -, de modo que los últimos años de vida le deparan el triunfo, la recompensa, la revanche. Idea de una mujer así que, en una situación semejante, encuentra a un hombre que cuando joven la despreció y humilló, que acaso rechazó el casamiento – un casamiento proyectado por ambas familias -, y que por torpeza, aun por fatuidad e insensatez, le dio a entender que era demasiado poco para él ….».
Y así sigue Henry James, minucioso y en perfecta elaboración mental, el proyecto de su cuento titulado «La rueda del tiempo» que publicaría meses después. Estos son los «talleres» del novelista – talleres, pruebas, esbozos, planes, y también dudas e indecisiones – que ahora acaba felizmente de reeditar Destino bajo el título «Cuadernos de Notas (1878-1911)». Los había leído hace años en la primera versión de Ediciones Península y siempre me sirvieron para entrar en esa cámara secreta de un creador, seguir su trayecto desde el momento en que coge al vuelo una idea (en una cena, por ejemplo) y va uniendo después los hilos de modo personal hasta que lo ajusta por completo en su mente y lo lleva al papel. James había señalado en el prólogo a su novela corta «Las ruinas de Poynton» que sus historias nacían a menudo de una semilla «lanzada distraídamente» por algún compañero de cena, pero hacía hincapié en el hecho de que, si una fugaz sugerencia basta a veces para atizar la imaginación, cualquier exceso puede «echar a perder» la operación entera.
«Puesto que la vida – había dicho en ese prólogo – es toda inclusión y confusión, y el arte todo discriminación y selección, éste último, en busca del recio valor oculto que es el único que le concierne, olfatea la masa tan instintiva y certeramente como un perro que barrunta un hueso enterrado». Además de «barruntar» ideas y situaciones que están ahí, flotando en el aire (como las «mariposas nocturnas» de Virginia Woolf), James buscaba igualmente, como tantos otros novelistas, las precisiones adecuadas a sus personajes. De ahí la lista de nombres y apellidos tomados de tantos sitios para bautizar a sus criaturas de ficcción. «Nombres – escribe James en sus «Cuadernos» -: Gisborne -Dessin- Carden- Gent -Peregrine King (visto en The Times)». Los toma de todas partes. Simenon se rodeaba de listas telefónicas de todos los países del mundo para ser certero en apellidos y en nombres. Hoy, tanto el creador de «Maigret» como el del «Retrato de una dama» lo resolverían en Internet.
«La única razón de existir de una novela – escribió Henry James en «El arte de la ficción» – es que ciertamente intenta representar la vida». La diferencia entre una buena y mala novela es que «la mala es arrojada con todas las telas embadurnadas y todo el mármol inutilizado hacia algún limbo no frecuentado, o algún basurero infinito debajo de las ventanas traseras del mundo, y la buena subsiste y emite su luz y estimula nuestro deseo de perfección».
(Imágenes:- 1.- Henry James, por John Singer Sargent.-1913.-The Henry James Resource Center/ 2.- Henry James.-guardian.co.uk)
Gracias de nuevo José Julio por estos pequeños entrantes que nos ofreces, siempre delicados y sabrosos, tan estimulantes…. Buscaré la reedición de Destino.
A mí también me fascina este tema: la mirada, el oído, siempre alertas en el escritor, para tejer luego literaturas con esos hilos y retazos de vida, y hacer al mismo tiempo de la literatura su propia vida.
Henry James, ¡qué maestro! No sé cuántas veces, tratando de aprender cómo se hace, habré releído sus «Papeles de Aspern».