TENIS – OLIMPIADAS (11)

«Fueron los juegos estimados en mucho, no sólo por la persona que vencía sino para todo su linaje y patria, de tal manera que le componían himnos, levantaban estatuas y escribían su nombre para eterna memoria de su virtud».

Rodrigo Caro: «Días Geniales o Lúdricos» (1884)

(Imagen: «The New York Times»)

LUCHA – OLIMPIADAS ( 10 )

«Abrazáronse, pues, los dos y luego

-humo anhelando el que no suda fuego-

de recíprocos nudos impedidos

cual duros olmos de implicantes vides,

hiedra el uno es tenaz del otro muro.

Mañosos – al fin hijos de la tierra –

cuando fuertes no Alcides,

procuran derribarse, y, derribados,

cual pinos se levantan arraigados

 en los profundos seños de la sierra.

Premio les honra igual; y de otros cuatro

ciñe las sienes la gloriosa rama,

con que se puso término a la lucha».

Luis de Góngora: » Soledad Segunda» en «Las Soledades» (1613)

(Imágenes:  lucha entre Manuchar Kvirkelia y Yongxiang Chang; foto: Chang W. Lee.-The New York Times/ foto: Oleg Popov.-Reuters.-The New York Times)

SEMBLANZA DE UN ATLETA – OLIMPIADAS ( 9 )

«Era este noble mozo de alto hecho,

………………………………………………..

de cuerpo grande y relevado pecho,

hábil, diestro, fortísimo y ligero,

sobrio, astuto, sagaz, determinado,

y en cosas de repente reportado»

Alonso de Ercilla: «La Araucana» (1589 )

(Imágenes: Usain Bolt.-foto: Odd Andersen.-Associated Press.-The New York Times/ Usain Bolt.-foto: Matt Dunham-Associated Press.-The New York Times)

CARRERAS – OLIMPIADAS ( 8 )

«Cuatro corredores mancebos, ágiles y sueltos, tenían los pies izquierdos delante y los derechos alzados, que no les impedía otra cosa el soltarse a correr sino soltar una cuerda que les servía de raya y de señal, que en soltándola habían de volar a un término señalado, donde habían de dar fin a su carrera…

Dobló la rodilla el hermoso mancebo e inclinó la cabeza en señal de crianza y agradecimiento, y en dos brincos se puso ante la cuerda que detenía a los cuatro ligeros corredores…

Sonó una trompeta, soltaron la cuerda y arrojáronse al suelo los cinco; pero aún no habrían dado veinte pasos, cuando, con más de seis, se les aventajó el recien venido, y a los treinta, ya los llevaba de ventaja más de quince; finalmente, se los dejó a poco más de la mitad del camino, como si fueran estatuas inmóviles, con admiración de todos los circunstantes».

Miguel de Cervantes: «Los trabajos de Persiles y Sigismunda» (1617) 

(Imágenes: Usain Bolt.-foto Jewel Samad.-agence France-Presse.-Getty Images.-The New York Times/ Tyson Gay.-foto Doug Mills.-The New York Times)

GANAR O PERDER – OLIMPIADAS ( 7 )

«Si pierdes no sufres injuria alguna, y así el perder lo llevamos con paciencia, sin ceño, sin mostrar tristeza, sin maldecir de ti, ni de los compañeros, ni de los mirones; y si ganas no mostrarás soberbia, ni enojarás a nadie con chistes; serás, pues, alegre, gracioso, cortés, sin truhanería ni desenfado…

Recuerda que los que miran son como los jueces del juego, y cede a su dictamen sin dar señales de que no te parece bien».

Luis Vives: «Diálogos» (1723)

(Imagen: Solenny Villasmil.-foto:David Guttenfelder.-Associated-Press.-The New York Times)

VELA – OLIMPIADAS ( 6 )

«Regatas, blancas regatas

de mi niñez novelera.

Abordajes de piratas

sobre la mar marinera.

Diminuto espectador

que con los ojos abiertos

vuelas en tu mirador

a otras playas y otros puertos,

persiguiendo desde el muro

las paralelas estelas,

sagitario del maduro

arco tenso de las velas.

A la marina ruleta

apuestas tu corazón

por el del aspa violeta

en el blanco grimpolón,

aquel que pilota un hombre

con un ancla en el jersey,

el que lleva sobre el nombre

una corona de rey.

Espectador, no ha lugar

a que goces tus novelas.

Ya no es tiempo y en la mar

agonizan las estelas.

Deja que juegue y que ría

la frivolidad naval.

Tu vida será algún día

una regata mortal».

Gerardo Diego: «Versos cantábricos»  (1922),  en «Versos humanos». 

BOXEO – OLIMPIADAS ( 5 )

«Jugaba con los puñetazos, los propinaba tiernamente, los ponía con tanta delicadeza como se pone un sello en un sobre, y después propinaba un puñetazo que restallaba como un latigazo en la cara, y lanzaba un jab cruel que golpeaba como un trancazo en la boca, y luego, como en un vals, obligaba al contrincante a entrar en cuerpo a cuerpo, y ponía tiernamente el brazo alrededor del cuello del otro, para apartarse como en un vuelo, aladas las piernas, y, al hacerlo, clavar un gancho, con balanceo del cuerpo, en las costillas, y machacar el rostro con jabs, y lanzar una suave y burlona lluvia de golpes, un reiterado golpeteo de almohadones y guantes, y un perverso antebrazo impedía al otro avanzar, y, en el momento en que permitía el clinch oprimía cruelmente el pescuezo, y volvía a alejarse, inaprehensible, mientras los guantes, como látigos, golpeteaban el rostro».

Norman Mailer: «Rey del ring» (1971)

(Imagen: Shawn Estrada, en los Juegos olímpicos de Pekín)

ESGRIMA – OLIMPIADAS (4)

«En la antigua y vulgar esgrima, usan los profesores de treinta tretas aunque como queda dicho no puede haber más que cinco: Tajo, Revés, Estocada, Medio tajo y Media estocada; y los nombres que tienen y por los que son conocidos son estos: estocada de puño, la cornada, el botonazo, la zambullida, la manotada, la estocada a la mano, la encadenada, la engavilanada, la torneada, el arrebatar y tajo, el remesón, la de golpe a la espada, el llamar, el quiebro, la garatufa, la ganacia, la tentada, el codazo, el brazol, el canillazo, la treta doble, el tajo horizontal, la defendida, la irremediable, el tajo ascendiente, el revés ascendiente, y la escampavita. Avirtiendo que en estas tres últimas y en otras a quienes llaman, la pasada, hacen la nación italiana y la francesa tan grande aprecio, que afianzan en ello cuanto pudieren en lo sumo de la ciencia».

Luis Pacheco: «Advertencias para la enseñanza de la filosofía y destreza de las armas» (1639)

(Imágenes:Azza Besbes.-foto: Clive Brunskill/Getty Images.-The New York Times/ Mariel Zagunis.-foto: Doug Mills/The New York Times)

NATACIÓN – OLIMPIADAS (3)

«Nadadora de noche, nadadora

entre olas y tinieblas.

Brazos blancos hundiéndose, naciendo,

con un ritmo

regido por designios ignorados,

avanzas

contra la doble resistencia sorda

de oscuridad y mar, de mundo oscuro.

Al naufragar el día,

tú, pasajera

de travesías por abril y mayo,

te quisiste salvar, te estás salvando,

de la resignación, no de la muerte.

Se te rompen las olas, desvabradas,

hecho su asombro espuma,

arrepentidas ya de su milicia,

cuando tú les ofreces, como un pacto,

 tu fuerte pecho virgen».

Pedro Salinas: «Razón de amor»  (1936)

(Imágenes: Mireia Belmonte.-elpais.com/  Michael Phelps- foto Jamie Squire/Agencia France-Press -Getty Images.-The New York Times)

EQUITACIÓN – OLIMPIADAS (2)

«En sangre claro y en persona augusto,

si en miembros no robusto,

príncipe les sucede, abreviada

en modestia civil real grandeza.

La espumosa del Betis ligereza

bebió no solo, mas la desatada

majestad en sus ondas, el luciente

caballo, que colérico mordía

 el oro que suave lo enfrenaba,

arrogante, y no ya por las que daba

estrellas su cerúlea piel al día,

sino por lo que siente

de esclarecido y aun de soberano

en la rienda que besa la alta mano,

 de cetro digna».

Luis de Góngora, «Soledad Segunda», de «Las Soledades» (1613)

 

OLIMPIADAS (1)

«Los reyes, por parecerles que la melancolía en los vasallos suele despertar malos pensamientos, procuran tener alegre el pueblo y entretenido con fiestas públicas y a veces con ordinarias comedias; principalmente solemnizaban el día que fueron asuntos al reino con hacer que se renovasen los juegos que los gentiles llaman Olímpicos, en el mejor modo que podían. Señalaban premio a los corredores, honraban a los diestros, coronaban a los tiradores y subían al cielo de la alabanza a los que derribaban a otros en la tierra.

Hacíase este espectáculo junto a la marina, en una espaciosa playa, a quien quitaban el sol infinita cantidad de ramos entretejidos que la dejaban a la sombra; ponían en la mitad un suntuoso teatro, en el cual, sentado el rey y la real familia, miraban los apacibles juegos».

Miguel de Cervantes, «Los trabajos de Persiles y Sigismunda».

(Imagen: pekin08.es)

LA PROCESIÓN

Cerrando estas jornadas de la Rusia literaria incluyo aquí esta imagen que ayer me envía desde Moscú mi buen amigo el periodista Daniel Utrilla, corresponsal de «El Mundo» , y del que ya cité antesdeayer en Mi Siglo un estupendo texto.  Pertenece al cuadro «La procesión», de Repin.  Yo añado hoy,  como pie y homenaje a la Rusia eterna,  este poema de Pasternak:

Yo deseo llegar

hasta la verdadera esencia de todo:

con trabajo, buscando mi camino,

entre las confusiones del corazón.

Derecho hacia el alma de los días pasados,

hacia lo que los hicieron,

hacia los comienzos, las raíces,

hacia el fondo de las cosas.

Siempre aferrando el hilo

de vidas y sucesos;

viviendo, pensando, sintiendo, amando,

logrando descubrir…

(Imagen: «La procesión de Pascua en la región de Kursk», de Repin -foto D. Utrilla)

OJO, OÍDO Y LITERATURA

A veces la mano, antes de dedicarse a la creación literaria, se distrae y entretiene en la creación pictórica, allí donde los dedos van conduciendo como descuidadamente cada trazo,  abandonándose al ir y venir de  perfiles y  redondeces, imaginando las imágenes, dándole cuerpo a lo que la mente sueña.  Es así como sin querer se inicia en ocasiones la escritura no pensando mucho en escribir.  El español  Sánchez Ferlosio  le explicaba esto muy  bien al francés Maurice Edgar Coindreau en 1957, en una carta en la que le iba confiando la génesis de su «Alfanhuí».

«Por lo que se refire a mis relaciones con el dibujo y la pintura – le  decía -, le diré que no sólo los resultados, sino también mi actitud son de naturaleza completamente infantil. En efecto, mis dibujos se parecen a los de un niño de catorce años del que los padres dicen que dibuja muy bien. Mi forma de trabajar es también la de un niño, pues nunca dibujo con un propósito deliberado, salvo cuando no tengo nada de particular que hacer; si me cae un papel en las manos, empiezo a dibujar lo que me va saliendo. A veces – pero no muy a menudo – ese comienzo es afortunado y me da ganas de continuar, al ver que lo que he comenzado por casualidad «podría quedar bonito». Entonces me pongo a dibujar cuidadosamente y con atención. Pero nunca me he dicho: «Voy a dibujar», ni delante de una hoja en blanco: «Voy a dibujar tal cosa»· Hubo un período durante el cual, cada vez que tenía ocasión de dibujar, representaba un animal imaginario. Después, le ponía un nombre que escribía al pie de la hoja junto a las características que me parecía conveniente atribuirle. Así constituí, en unos meses, todo un pequeño jardín zoológico compuesto de veinte a veinticinco especímenes diferentes. Ese pequeño mundo, bastante semejante al mundo de Alfanhuí, decora actualmente la habitación de mi hija (…) Recuerdo que el origen de Alfanhuí fue idéntico al de esos cuadritos. Inventé la historia del gallo y la desarrollé por juego. Hasta después de haber escrito dos o tres páginas no se me ocurrió la idea de proseguir mi relato e imaginé ese tipo de aventuras. Inventaba los hechos concretos a medida que escribía, y sólo excepcionalmente sabía lo que iba a ocurrir en el capítulo siguiente».

Ferlosio, cuarenta años después, en un artículo publicado en la revista  «Archipiélago» en 1997, dividía su obra escrita en tres «fases»: la de la prosa o de «las bellas páginas» (como él califica «Alfanhuí» ) («lo peor que puede pasarle a un escritor – decía– es convertirse en autor de «bellas páginas»); la del «habla» («quise divertirme con el habla: «El Jarama«), y finalmente, tras muchos años de gramática, con la «lengua». (Entre la «prosa» y el «habla» quizá estén las magníficas páginas que relatan el episodio de los babuinos mendicantes en «El testimonio de Yarfoz»).

Pero si en los primeros tiempos el ojo de este escritor seguía los rastros de su mano que esbozaban dibujos para encarnarse luego en  personajes de «Alfanhuí», en el caso de «El Jarama» el oído de Ferlosio tocaría  el eco de las palabras, reteniendo formas muy precisas como él mismo ha confesado. Teniendo que hacer el servicio militar en Marruecos, » todos mis conmilitones – dijo Ferlosio – eran, naturalmente, de las clases más modestas, y yo empecé a aficionarme con el habla popular. Ya conocía el habla rural extremeña, pero no las del resto de la antigua Corona de Castilla; una vez licenciado, empecé a hacer una lista de todo lo que recordaba del servicio, que se fue extendiendo muchísimo con toda clase de palabras, giros, «modismos«, construcciones o retorsiones sintácticas que yo apuntaba sistemáticamente. Estas larguísimas listas fueron la urdimbre sobre la que se tejió, incluso argumentalmente, «El Jarama«. Si hoy volviese sobre él, creo que podría señalar qué conversaciones fueron orientadas y a menudo inventadas de raíz sin más motivo que el de abrirle sitio a tal o cual ítem de mis listas. Todo estaba, así pues, al servicio del habla, aunque algunos han querido ver una «novela social», incluso llena de dobles intenciones antifranquistas, como no se qué loco que en la palabra «tableteo» usada por el ruido del tren (entonces todavía los trenes tableteaban, a causa de las juntas de dilatación de los carriles o de los vagones hechos de madera) descubrió una «metáfora» ¡de las ametralladoras en la Batalla del Jarama!».

Ojo, pues, al principio, oído atento, mano siempre cuidadosa para que la lengua brille y pueda encantar al lector.

(Imágenes: caricatura de Rafael Sánchez Ferlosio.-elpaís.com/ rincón del río Jarama)

LA NOVELA DE UNA NOVELA EN SOLZHENITSIN

A veces en Mi Siglo no hay más que reproducir un texto que vive por sí solo, sin necesidad de comentarios. La novela de una novela en la vida de Solzhenitsin y sus asombrosos vericuetos los ha contado minuciosa y excelentemente ayer en el «El Mundo» mi buen amigo desde hace años Daniel Utrilla, corresponsal de ese periódico en Moscú, y aquí está su apasionante relato:

AP)

» Pelotones de letras, millones de caracteres aprisionados sobre fondo blanco. Su monumental historia de los campos de reclusión en la Siberia estalinista permaneció durante casi una década comprimida en una estrecha cárcel de papel antes de ser publicada en Francia en 1973 por la editorial Ymca-Press, en dos volúmenes de más de 1.000 páginas.

En cada folio mecanografiado de forma clandestina por Alexander Solzhenitsin entre 1958 y 1968, las letras se fueron apelotonando sin espacios entre sí, uncidas en un renglón infinito como hilera de reos encadenados sobre el horizonte blanco de la cuartilla.

En 1968 había sido expulsado de la Unión de Escritores de la URSS, y en febrero de 1974 Solzhenitsin fue expulsado de la URSS tras la publicación en Francia de su ‘Archipiélago Gulag’. Sus 8 años de reclusión en Sharashka, su destierro de 3 años en Kazajistán y sus 6 años de escritor clandestino confluían en aquella obra terapéutica sobre las cloacas del estalinismo. Para completar su macabro retablo de mártires, Solzhenitsin recabó el testimonio de 227 represaliados que dieron voz a los millones de víctimas del comunismo que entre 1919 y 1956 fueron barridas bajo la alfombra de la taiga siberiana.

«Sólo en el tercer día de la trinidad supe del éxito. ¡Libertad!, ¡ligereza!, ¡todo el mundo fundido en abrazos! ¿Tengo las esposas puestas?, ¿soy un escritor amordazado? ¡En todas partes son libres mis caminos! ¡Yo soy el más libre de todos los escritores estimulados del realismo socialista!«. Así relata Solzhenitsin en su ensayo El roble y el ternero la sensación liberadora que sintió cuando supo que su obra magna -que había escrito con Rena, como llamaba cariñosamente a su máquina de escribir- había sido publicada en Francia.

Desde las mismas entrañas del monstruo, encorvado como un monje amanuense que multiplicara en secreto terribles herejías, Solzhenitsin se había consagrado a la redacción minuciosa de una obra que abrió una mirilla en el Telón de Acero para que Occidente entreviera la tramoya sangrienta del monoteísmo soviético.

Una elaboración de infarto

La escritura del libro fue una peripecia casi tan sobrecogedora como su lectura. Como un archipiélago de legajos, los capítulos del libro se diseminaron en casas de amigos que encubrieron su redacción y corrección. El carácter soterrado de la obra se materializó cuando Solzhenitsin tuvo que ocultar algunos capítulos bajo tierra, en el huerto de su dacha, una casucha de madera sin calefacción en Rodzhdetsvona-Istie. Allí, con ayuda de su segunda esposa, Natalia Svetlova, y de su ayudante Elena Chukovska (ambas prepararon la copia mecanografiada definitiva) el autor completó su tercera y última redacción, la obra definitiva tal y como llegó a Francia.

A continuación ordenó a todos sus amigos cómplices que quemasen las copias que tenían en su poder. Inesperadamente, el lanzamiento editorial de este sputnik literario hubo de ser adelantado después de que Elizabeta Denisovna, ayudante del autor, fuera interrogada por el KGB, que le sonsacó dónde escondía una de las redacciones del texto que, contraviniendo la orden del autor, no había destruido. Tras el interrogatorio, Denisovna se ahorcó. Pero para cuando el KGB halló el texto, una grabación magnetofónica del libro hecha por su esposa Natalia ya estaba en Francia.

Sobre la cubierta de aquel libro, que afloraba en Occidente como el mensaje de un náufrago, emergía una palabra extraña y críptica a la vez: gulag, un acrónimo que restalló en Occidente como una exclamación gutural susurrada por miles de bocas sin voz desde el vientre de Siberia. Oculta bajo este acrónimo (Glavnoe Upravlenie Laguerei), se escondía la dirección general de campos de reclusión y de trabajo forzado de la URSS, y la palabra se incorporó al vocabulario político de Occidente.

Torturas sobrecogedoras

Con un estilo apasionado (abundan las frases exclamativas de estupor), Solzhenitsin presenta un cuadro de El Bosco de lectura torturadora donde los reos son enterrados hasta el cuello en cubículos excavados en la tierra, son pasto de los piojos en nichos de piedra, o sometidos a torturas para lograr confesiones, como la aplicación de un rallador por la espalda o de agujas bajo las uñas.

El purgatorio de este camino hacia el infierno blanco lo representaba la Lubianka, la mítica sede de los servicios secretos en Moscú (un edifico de fachada amarilla que hoy acoge a los herederos del KGB, el FSB), dónde él mismo fue recluido tras ser arrestado en 1945 cerca de Konigsberg (hoy Kaliningrado).

Fue trasladado a Moscú. Mientras era conducido por dos agentes a la Lubianka, en la estación de metro Belaruskaya, el autor se contuvo de gritar para pedir ayuda porque «presentía vagamente que un día podría gritar a 200 milones» y no sólo a los que en ese momento subían por las escaleras mecánicas.

Condenado a trabajos forzados, en 1950 Solzhenitsin fue a parar a Sharashka -un campo especial de investigación científica para prisioneros políticos-, donde pasó ocho años, experiencia que le inspiró su obra ‘El Primer Círculo’ (1968). En 1953 fue desterrado a Ekibastuz, en Kazajistán, donde pasó tres años como minero, albañil y fundidor en un campo de trabajos forzados.

Superación milagrosa de un cáncer

No lejos de allí, en aquellas mismas estepas semidesérticas de Kazajistán donde la URSS levantaba en ese mismo momento el cosmódromo de Baikonur (la plataforma R-7 de donde despegó el sputnik en 1957 que encendió la carrera espacial), Solzhenitsin superó una experiencia traumática que contribuyó a su ignición religiosa: se sobrepuso milagrosamente de un tumor e inspiró ‘Pabellón de Cáncer’ (1969).

Después vinieron los seis años de escritor clandestino, periodo en el que criticó la persecución censora del Estado soviético y halló refugio durante algún tiempo en la dacha de su amigo, el compositor Mstislav Rostropovich. En 1970 le fue concedido el Premio Nobel, pero no lo recogió hasta 1974, ‘año cero’ del exilio desencadenado por la publicación de Archipiélago Gulag y que se prolongó dos décadas.

Su anticomunismo nunca cedió. Solzhenitsin pensaba que el marxismo engendraba violencia en sí mismo allí donde fuera aplicado, y rechazaba que las características del alma rusa tuvieran que ver con la deriva sangrienta del comunismo soviético.

En junio de 2007 recibió de manos de Putin el Premio Estatal. ¿No suponía una contradicción que el sumo disidente aceptase un premio de un ex agente del KGB? «Nadie le reprochó a Bush padre que su pasado en la CIA fue negativo», esgrimió entonces Solzhenitsin, no sin antes puntualizar: «Si bien Putin fue el oficial de los servicios especiales, no fue el juez de investigación del KGB ni jefe de un campo de trabajos en el gulag».

Aquí termina el relato de Daniel Utrilla y pienso que no hay nada más que añadir.

(Imágenes: «Solzhenitsin.-solche.pravaya.ru/Solzhenitsin, en una imagen de archivo de 2007, cuando recibió de manos de Putin el Premio Estatal (Foto: Ap) .-elmundo.es)

SOLJENITSIN O DECIR LA VERDAD

«Lo que más me sorprende en este escritor – dijo de  Soljenitsin  Heinrich Böll en 197o   – es la calma que emana de él, de él, que ha sido discutido y amenazado más que ningún otro sobre la tierra. Se diría que nada puede arrebatarle esa sereniidad: ni los terribles insultos a los que está expuesto en su propio país, ni el «marcharse simplemente» que se le propone sin rebozo alguno, ese destierro que él rechaza. La calma de Soljenitsin no es la de un olímpico, sino la de un contemporáneo alcanzado por el curso de los acontecimientos, no la de un monumento viviente marcado ya por la pátina de la gloria». 

«Si pudiéramos acercarnos más a él  – escribí yo en un libro hace algunos años al comentar una fotografía suya de 1963 en Solotcha, cerca de Riazán, en lo profundo de Rusia – veríamos que este hombre que escribe bajo los árboles es el Premio Nobel ruso Alexandre Soljenitsin, autor de Un día en la vida de Iván Denísovich, de El pabellón del cáncer y de Agosto 1914. Ha escrito hace años entre ratones y cucarachas en la provincia de Vladimir, en lo que él llamó ‑y así tituló otro de sus libros‑ La casa de Matriona; ha redactado sus obras en los más diversos lugares, ha sobrevivido a las guerras, al cáncer y a los campos de concentración, pero cuando muchos años después el periodista francés Bernard Pivot logre entrevistarle para su célebre espacio televisivo, Apostrophes, el autor de Archipiélago Gulag (en su exilio del Estado de Vermont ‑Estados Unidos‑) habrá levantado no sólo una habitación sino una casa propia al servicio de su literatura:

     Recuerdo ‑evocará Pivot el techo de su casa de trabajo construida según las directrices del escritor para que él pueda ir sin perder tiempo hasta el principio de la gigantesca Rueda Roja (el gran plan de sus novelas) ¿Existe en el mundo alguna otra casa construida alrededor de un proyecto de escritura? En el piso bajo, la inmensa sala ‑biblioteca que contiene los manuscritos y las obras de referencia, así como una minúscula y encantadora capilla soleada y con iconos. En el primer piso, sobre enormes mesas, numerosas fichas y notas que corresponden a hechos históricos y a personajes: es ahí donde el escritor pone en escena todo el fresco novelístico. Y es en el piso superior, bajo la luz que entra abundantemente, donde él escribe.

Recuerdo la letra muy fina del antiguo prisionero del gulag, apurando con sus palabras los centímetros cuadrados del papel.

Y cuando el periodista se despida y se aleje mantendrá viva una precisa imagen:

     Saliendo, Natalia [Svetlova] (la segunda mujer del escritor) ‑dirá Pivot‑ nos ha mostrado allá en lo alto, entre los árboles, una luz. Es allí donde trabaja Alexandre. (…) Si hoy tuviera que retener un momento de esta visita a aquel que ha sido expulsado de su país, creo que escogería este movimiento de la cabeza y de mis ojos para mirar esa ventana violentamente encendida que disimulaba a Alexandre Soljenitsin, al que, sin embargo, yo veo.

Lo esencial, sin embargo, no es esa luz alta entre los árboles ‑esa ventana en Vermont‑ ni tampoco trabajar con el ruido de los ratones en la casa de Matriona. Lo esencial es todo a la vez, es decir, aprender a escribir en cualquier parte, con incomodidades o comodidad, con mucho o con poco tiempo, a horas distintas, en lugares diversos, en lugares creados por uno mismo, aprovechando retazos del día o de la noche». («El ojo y la palabra», Eiunsa, 2003, págs 92-93)

Este es el escritor que acaba de morir. (De él recordé en Mi Siglo el 23 de diciembre pasado la célebre entrevista que le hiceron para el canal estatal «Rossia» ) Fue un escritor que siempre quiso decir la verdad. Él escribió sobre la muerte de Tvardovski:

«Hay muchas maneras de matar a un poeta. En el caso de Tvardovski escogieron la de quitarle a su criatura, su pasión: su revista. Eran poco para este robusto caballero dieciséis años de humillaciones, humildemente soportadas: con tal de que viviese la revista, con tal de que continuase la literatura, con tal de que los autores pudiesen publicar, y los lectores, leer. ¡Era demasiado poco! Había que someterlo, además, al fuego de la injusticia: dispersar, aplastar la revista. Y este fuego lo quemó en seis meses; al cabo de este tiempo estaba mortalmente enfermo, y sólo su habitual resistencia le permitió vivir tanto tiempo y conservar, hasta el último momento, su plena conciencia. Sufriendo».

(Imágenes: Soljenitsin, Lefigaro.fr/AFP.-Lemonde.fr)

EL MUNDO «UKIYO-E»

La exposición Ukiyo.e. Imágenes de un mundo efímero, que puede verse en la Fundación Caixa Catalunya. La Pedrera, en Barcelona, hasta el 30 de septiembre, nos lleva hasta el rostro de esos interpretes japoneses, las máscaras, por ejemplo, del actor Otani Oniji en la estampa trazada por Sharaku Toshusai hacia 1794,  los dedos de sus manos abiertos, las cejas levantadas, las pupilas profundas e hirientes. «Yo envidio – había dicho Van Gogh – , la extrema nitidez que hay en todas sus cosas. Los artistas japoneses consiguen una figura con algunos trazos seguros con la misma habilidad como si fuera algo muy simple». Es el mundo de las alegrías sencillas, pero también el de la fiesta y de los viajes, el mundo frágil y efímero de las danzas, los juegos, los paseos y la música, el mundo en que se ve a lo lejos el monte Fuji, el universo cruzado por los pasos de los peregrinos, las grandes barcas transportando las vidas, los pintores, las cascadas y los bosques. «Parezco un  monje y estoy cubierto del polvo de los siglos», había dicho el poeta Bashô en el XVll.

El mundo efímero de Ukiyo-e  nos lleva hasta Hokusai e Hiroshige, las visiones del monte, los animales, los insectos, el viento y la lluvia, los pétalos blancos y los árboles rojos, los movimientos de la breve vida de los hombres enmarcados en la naturaleza. Lo efímero de ese mundo japonés nos introduce en los teatros y  en el ficticio realismo de las pelucas y los maquillajes, el rumor de las sedas rozando los escenarios, las metamorfosis de los finos labios repintados, los ojos agrandados o diminutos, aquellas muecas que atraían los aplausos de la concurrencia, los gigantescos ademanes de los brazos amparando las sombras y el drama o la comicidad exasperados hasta la caricatura.

Ese es el mundo íntimo y maravilloso, el mundo de las calles estrechas y de la multitud asombrada ante el cortejo que pasa, el mundo de la realidad y los fantasmas, el mundo observado por los artistas y llevado con gran cuidado hasta dejarlo para siempre sobre la piel de las estampas.

(Imágenes: Sharaku Toshusai, retrato de actor,  hacia 1794.-du9.org/mujer peinándose.-sigantueillustration.org/ estampa de Shunsho Katsubara/