La gente ( con ayuda de convenciones) lo ha disuelto todo hacia lo fácil, y hacia el lado más fácil de lo fácil — dice Rilke—; pero está claro que nosotros debemos mantenernos en lo difícil; todo lo que vive se mantiene aquí, todo lo de la naturaleza crece y se defiende a su manera, y es algo propio partiendo de sí mismo, intenta serlo a toda costa y contra toda resistencia. Sabemos poco, pero el que hayamos de mantenernos en lo difícil es una seguridad que no nos abandona; es bueno estar solo, pues la soledad es difícil; que algo sea difícil debe ser una razón más para que lo hagamos.
Estoy con mi madre en un concierto. Ella tiene 54 años, no sabe que dentro de 4 morirá del corazón. Yo tengo 28 años, no oigo el corazón de mi madre, oigo la avalancha de flautas de Debusy que vienen hasta esta fila segunda del Auditorio donde estamos sentados. Las flautas del “Preludio a la siesta de un fauno” llegan en cascada, como columnas brillantes, como una selva de sonidos, el oído intenta apartar las columnas de flautas pero todas le llevan a la música. Mi madre también cruza esa selva de flautas pero, como luego me dirá, ella aprovecha Debussy para pasear con su mente, para pensar qué tiendas visitará este otoño, qué trajes se va a comprar. Pero eso lo hace con Mahler, con Brahms, con Chopin. Ama la música, pero hay un momento en que las ondas la empujan a escaparse de los auditorios y perseguir los problemas, buscar soluciones, distraerse con multitud de planes. Cuatro veces la flauta de Debussy conquista una armonía a la que acompaña el oboe. La brillantez cegadora de los instrumentos se funde con las arañas luminosas del recinto. Todo es diáfano. Mi madre es joven, rubia, mueve de vez en cuando la cabeza para seguir algún compás, se distrae. Me ha llevado a este concierto, como a tantos otros, para que yo ame la música. El misterioso lirismo de la siesta de un fauno va variando su figuración rítmica. Las flautas, los oboes, los clarinetes, los fagotes,el arpa y la cuerda dan las sonoridades y los timbres, las combinaciones jaspeadas que van quedando en mi memoria mientras giro mi cabeza y miro a mi madre rubia.
En el estudio — escribía el crítico norteamericano Robert Hughes en “The New York Review” en 1978–,Rothko era un hombre decidido: uno de los últimos artistas de América que creía con todo su ser, que la pintura podía llevar la carga de los grandes significados, y que poseía la misma seriedad y comprensión que el arte del fresco en el siglo XVI, o la novela del XlX en Rusia. En cuanto salía, los nervios lo dominaban. El menor tropiezo al final del día, una llamada telefónica equivocada, o no encontrar un estado de cuentas, podía hundirlo en el Agujero Negro. Debido a su incapacidad para enfrentarse a nada que no fuera su arte, los últimos años de Rothko fueron una tragedia de infantilismo. Aparte de la carga principal de su pintura, no había responsabilidad que no estuviera dispuesto a delegar en algún otro, y una de las cosas que más temía y con la cual no sabía cómo apañárselas era el dinero.
¿Qué cosas me diferencian de Borges? — decía Bioy Casares—.A veces lo he pensado.
Creo que la opinión de Borges sobre Bioy es diferente de la mía. Y su pecado es de exceso. En general, en el resto coincidimos. Aunque no totalmente. A mí me interesa todo lo que tiene que ver con la intimidad del hombre, él está casi centrado en la épica. Rechaza las historias de amor, tema que para mí es muy importante. Borges es menos ecléctico. ¿Eso implica un coraje mayor? Creo que en algún sentido sí. Sin embargo, cuando los años pasan se aprende que la verdad nunca está de un solo lado. Otra diferencia es que, aunque imaginamos a velocidades parecidas, él escribe muy rápidamente y tiene mucho menos pereza que yo. A veces siento que soy una especie de animal antediluviano, lleno de peleas que debo poner en movimiento antes de enfrentar el problema. Me siento esclavo de mi verdad y Borges acepta la verdad que le parezca mejor para el texto.
Es este pueblo montañés muy marinero — cuenta Gutiérrez Solana – – y como el Astillero, Castro Urdiales y Laredo, de los más importantes de la provincia, pues el mar les da mucha alegría. Tiene Castro una hermosa plaza, donde está enclavada la Catedral; en los muros traseros de la colegiata, los marineros recuestan sus espaldas los días de huracán para resguardarse del viento; en clavos metidos en sus junturas, que son grandes bolas de piedra, cuelgan los encerados y las redes puestas a secar.
Ya cerca de ,Santoña, y llegando a Treto, vemos una porción de vagones : estos vagones , abiertos a los cuatro vientos en su marco negro, el cielo encuadrado y encerrado, resalta más brillante y limpio que el resto del ancho celaje.
Al irnos acercándonos a Santoña contemplamos más de cerca el pueblo de Laredo; la mar está muy baja y en seco hay muchos pataches y barcas tumbados en la arena con las velas colgando de los palos y otras recogidas; los marineros andan muy deprisa, descalzos, a pesar de lo inclinado que están los barcos, sin caerse; alguno sale de una casa camarote con un plato o una fuente a lavarlo en la cubierta, luego desaparece por la escotilla, cómo si se lo hubiera tragado el barco. Cuando nos vamos acercando a Santoña, un velero, en la mar gruesa, lucha con las olas y nos da la ilusión, a esta gran distancia, que casi no se mueve. : lleva todas las velas desplegadas al viento y de pronto hace un rápido viraje y empieza a ganar tierra.
Estos son los mismos veleros que iban a México y que anclaban en Santander antes de la reformas.
Ya vemos de cerca Santoña, relumbrando al sol todos los cristales de las ventanas de sus casas y las blancas arenas de la playa, y sus calles nos ciegan la vista y se vé más la capa de polvo del pueblo.
En la amistad de que yo hablo, se mezclan y confunden entre sí como una mixtura tan completa, que borran y no vuelven a encontrar ya la costura que las ha unido — escribe Montaigne sobre su amigo Étienne de La Bóetie—. Si me instan a decir por qué le quería siento que no puede expresarse más que respondiendo: porque era él, porque era yo. Hay, más allá de todo mi discurso, y de cuanto pueda decir de modo particular, no sé qué fuerza inexplicable y fatal mediadora de esta unión. Nos buscábamos antes de habernos visto y por noticias que oíamos el uno del otro, las cuales causaba en nuestro afecto más impresión de la que las noticias mismas comportaban, creo que por algún mandato del cielo. Nos abrazábamos a través de nuestros nombres. Y en el primer encuentro, que se produjo por azar en una gran fiesta y reunión ciudadana, nos encontramos tan unidos, tan conocidos, tan ligados entre nosotros, que desde entonces, nada nos fue tan próximo como el uno al otro.
He considerado seriamente, he pensado muy seriamente — le decía Marlon Brando a Truman Capote. en una memorable entrevista de 1956 — el abandonarlo todo. ¿De qué sirve ser un actor de éxito, si uno no evoluciona hacia algo más? Está bien, he conseguido el éxito. Por fin soy ‘aceptado’, soy bienvenido en todas partes. Pero eso es todo, no hay nada más, ahí termina, no lleva a ninguna parte. Uno está sentado en un gran montón de pasteles, recibiendo capas y capas de la ‘crema’ con que los recubren. El éxito excesivo puede arruinar, igual que el fracaso excesivo. Uno no puede ser un fracaso ‘siempre’ Y sobrevivir.¡Van Gogh! Ése es un ejemplo de lo que puede suceder cuando una persona nunca recibe reconocimiento. Dejas de relacionarte con el mundo; la falta de reconocimiento te deja el margen. Pero supongo que el éxito hace lo mismo. Me costó mucho tiempo darme cuenta de que eso era yo: un gran éxito. Estaba tan absorto en mí mismo, en mis propios problemas, que nunca miraba a mi alrededor, ni me daba cuenta de nada. Solía caminar por Nueva York kilómetros y kilómetros, caminaba por la calle de noche y nunca veía nada. Nunca estaba seguro acerca de ser actor, no sabía si era lo que quería hacer; aún aún no lo sé. Luego, mientras trabajaba en “Un tranvía llamado deseo”, y ya hacía dos meses que estaba en cartel, una noche, muy oscuramente, empecé a escuchar un rugido. Era como si hubiera estado dormido y me despertara sentado sobre un montón de pasteles.
Uno ha de tener amor. No hay ninguna otra razón para vivir. ¿Qué otra razón hay para vivir, excepto el amor? Ése ha sido mi problema principal. No he podido amar a nadie.
Para llegar a ser una buena diseñadora en Hollywood — decía la famosa diseñadora Edith Head —debes ser una mezcla de psiquiatra, artista, diseñadora de moda, modista, alfiletero, historiadora, enfermera y agente de compras, todo a la vez. Yo tengo mis gustos personales: nunca utilizo color en la habitación donde trabajo, ni en mi oficina, ni en los probadores. Tampoco me visto con colores.
Me visto con tonos beis ( mi tono favorito es el gris con un punto de beis), o blancos o negros. Cuando estoy detrás de una glamurosa estrella de cine que se está probando un glamuroso vestido, no quiero llamar la atención Quiero que todos los actores se concentren en sí mismos. Cualquier distracción, como por ejemplo un cuadro en la pared o el reflejo de mi figura con un llamativo y elegante vestido de colores, solo haría que dejaran de concentrarse en su propia imagen. Le quito importancia a la elegante apariencia que yo podría tener. Un actor o actriz debe quedar totalmente absorto por su apariencia. Cuando estoy en el estudio, siempre soy la pequeña Edith con sus gafas oscuras y su trajecito beis. Así es como he conseguido sobrevivir.
José Julio Perlado
imágenes- 1- Edith Head con Ann Miller- 1950/ 2 – Grace Kelly en “La ventana indiscreta”
Se denominan Cigarrales cuando menos desde el siglo XVI — recordaba el historiador Sánchez Cantón —los que el toledano Sebastián de Covarrubias en su libro “Tesoro de la lengua castellana”, de 1611, define con precisión:
“En Toledo —dice—llaman cigarrales a ciertas heredades, no lejos de la ciudad en aquellas cuestas, que, ordinariamente, son unos cercados pequeños. Las más tienen fuentes, con que riegan alguna cosa; tienen árboles frutales: de secano, un pedazo de viña, olivas, higueras y una casita donde recogerse el señor cuando va allá. Pero, algunos cigarrales de estos son famosos, de gran valor y recreación, aunque de tanto gasto como provecho”.
Los Cigarrales están asentados sobre la margen izquierda del Tajo, que se empina al mediodía y al poniente de la ciudad, alcanzando a dominarla donde comienzan las dehesas. Se goza desde innumerables puntos de vista la ciudad cargada de historia y de arte. El “peñón fervoroso de Toledo”, que dijo un poeta, ceñido por el foso del río, se domina sucesiva y escalonadamente de Puente a Puente, rebasados ambos desde las alturas. Por la parte menos abrupta están en ella las tierras más adecuadas para el cultivo y los miradores con mejores vistas. La tradición literaria, desde el libro de novelas, con su nombre titulado, que escribió Tirso de Molina y las numerosas referencias, incluso el manejo del concepto como tópico: Mateo Alemán decía de alguien “ que tenía más injertos que los Cigarrales de Toledo”, alusión, sin duda, a los de albaricoquero sobre almendros de que habla Marañón.
Le he dicho a Carlo, mi director de fotografía, que deje el jardín a oscuras para que resalte más el olmo en la noche, con sus ramas cenicientas, nevadas a la luz de la luna, mientras paseamos nosotros, es decir, nuestros personajes, Catalina, Elvira, Enrique y yo mismo, paseando nuestra niñez y nuestra adolescencia por este jardín que sostengo en mis manos como dentro de un cuenco, a la manera de Tarkovski cuando reduce los espacios y los delimita en sus películas. La memoria se puede condensar dentro de las palmas de unas manos, la memoria se recoge del tiempo y, poniendo las palmas ahuecadas, como si se recogiera agua, ya que la memoria es casi agua, se desliza entre los dedos este jardín, la piscina, los pasos, el olmo, la mirada bondadosa de Doña María cuando me dijo aquella vez: “O sea que tu ¿ tienes amores con Elvira?”. Eran otros tiempos, otro lenguaje.El olmo no tiene tiempo y su lenguaje es enigmático y misterioso. Deja venir e ir los pensamientos y las emociones, asiste entre sus ramas a reencuentros y separaciones. Carlo, que es un admirador de Swen Nykvist, el director de fotografía de Bergman y Tarkovski, me dice que va a jugar con la luz y la sombra del olmo, según lo que hablen o piensen los personajes, a veces dejando como día las ramas y como noche las conversaciones. Confío mucho en él.
Esta película sobre la familia es también la película de los exteriores, los espacios que todos vivimos y cómo íbamos con nuestras edades distintas en un tiempo que el olmo contemplaba, nos veía pasar y veía cómo se alargaba la familia, cómo unos morían y otros nacían, el juego de la existencia. Yo ruedo ahora, encaramado en la alta escalera que me ha proporcionado el productor y veo a todos abajo, casi insignificantes, me veo a mí sentado en una silla al lado del olmo, entre Elvira y Vicente, Elvira que ya es mi mujer desde hace pocos años, y Vicente, su hermano, que pronto se va a casar. Estos son los exteriores.¿Pero y los interiores? Lo que yo pensaba entonces al lado del olmo, lo que pensaban los otros, Carlo me dice que llegará un momento en que en el cine él fotografiará los pensamientos. Lo dudo. Los pensamientos viven en cuevas, yo no he podido entrar nunca en la cueva del pensamiento de Elvira porque hay una serie de antesalas invisibles, las lágrimas, la forma de una sonrisa, un movimiento de pestañas, un rictus de boca, de ahí se va a las emociones y de las emociones uno se pierde ya en el movimiento de los engaños y los pudores. Es muy difícil filmar el pensamiento. Pero yo pensaba entonces, no me acuerdo lo que yo pensaba bajo el olmo porque ha pasado tiempo y sólo recuerdo lo que queda de la vida, las acciones y los gestos. ¿Quién puede guardar los pensamientos? Sería interesante llegar a los pensamientos de un director pero sin usar actores ni voz “en off”. Sólo ver en la pantalla cómo pasan junto a un olmo los pensamientos.