
Le he dicho a Carlo, mi director de fotografía, que deje el jardín a oscuras para que resalte más el olmo en la noche, con sus ramas cenicientas, nevadas a la luz de la luna, mientras paseamos nosotros, es decir, nuestros personajes, Catalina, Elvira, Enrique y yo mismo, paseando nuestra niñez y nuestra adolescencia por este jardín que sostengo en mis manos como dentro de un cuenco, a la manera de Tarkovski cuando reduce los espacios y los delimita en sus películas. La memoria se puede condensar dentro de las palmas de unas manos, la memoria se recoge del tiempo y, poniendo las palmas ahuecadas, como si se recogiera agua, ya que la memoria es casi agua, se desliza entre los dedos este jardín, la piscina, los pasos, el olmo, la mirada bondadosa de Doña María cuando me dijo aquella vez: “O sea que tu ¿ tienes amores con Elvira?”. Eran otros tiempos, otro lenguaje.El olmo no tiene tiempo y su lenguaje es enigmático y misterioso. Deja venir e ir los pensamientos y las emociones, asiste entre sus ramas a reencuentros y separaciones. Carlo, que es un admirador de Swen Nykvist, el director de fotografía de Bergman y Tarkovski, me dice que va a jugar con la luz y la sombra del olmo, según lo que hablen o piensen los personajes, a veces dejando como día las ramas y como noche las conversaciones. Confío mucho en él.

Esta película sobre la familia es también la película de los exteriores, los espacios que todos vivimos y cómo íbamos con nuestras edades distintas en un tiempo que el olmo contemplaba, nos veía pasar y veía cómo se alargaba la familia, cómo unos morían y otros nacían, el juego de la existencia. Yo ruedo ahora, encaramado en la alta escalera que me ha proporcionado el productor y veo a todos abajo, casi insignificantes, me veo a mí sentado en una silla al lado del olmo, entre Elvira y Vicente, Elvira que ya es mi mujer desde hace pocos años, y Vicente, su hermano, que pronto se va a casar. Estos son los exteriores.¿Pero y los interiores? Lo que yo pensaba entonces al lado del olmo, lo que pensaban los otros, Carlo me dice que llegará un momento en que en el cine él fotografiará los pensamientos. Lo dudo. Los pensamientos viven en cuevas, yo no he podido entrar nunca en la cueva del pensamiento de Elvira porque hay una serie de antesalas invisibles, las lágrimas, la forma de una sonrisa, un movimiento de pestañas, un rictus de boca, de ahí se va a las emociones y de las emociones uno se pierde ya en el movimiento de los engaños y los pudores. Es muy difícil filmar el pensamiento. Pero yo pensaba entonces, no me acuerdo lo que yo pensaba bajo el olmo porque ha pasado tiempo y sólo recuerdo lo que queda de la vida, las acciones y los gestos. ¿Quién puede guardar los pensamientos? Sería interesante llegar a los pensamientos de un director pero sin usar actores ni voz “en off”. Sólo ver en la pantalla cómo pasan junto a un olmo los pensamientos.
José Julio Perlado
(del libro “Carnet de un director de cine”)
( relato inédito)
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