LA MUERTE DE IVÁN ILITCH

 

 

 

“Cuando se lee “La muerte de Iván Ilitch” sorprende siempre el poderío narrativo de Tolstoi, su agudeza de observación ante los vaivenes de la vida, la constancia de narrador para no concentrarse en un solo aspecto de la existencia sino mantener con pulso extraordinario los contraluces matrimoniales, los contraluces  laborales, las envidias, sufrimientos, obsesiones, discusiones, ambiciones, reveses, fatigas, cambios de humor y de domicilio, sospechas, miedos, dudas, reconciliaciones, ilusiones amorosas y desgastes de convivencia, sueños y decepciones, desprecios, miedos, la cercanía de los conocidos y la lejanía de los amigos, el cálculo, los intereses, el temor a los pliegues de la muerte y  a los latidos de la enfermedad, las escenas familiares y las escenas sociales, las intrigas, los pellizcos de humor y de ironía, las alegrías y preocupaciones, el rostro vuelto  hacia la pared buscando la inmersión en la soledad.

Toda una vida está aquí, cuando Tolstoi tiene 56 años y las peleas con Sonia, su mujer, marchan, como en tantas otras ocasiones,  sobre senderos tortuosos. Es normal que a esta novela corta se la considere una obra maestra. Lo certifica  Francois Porché cuando traza el retrato psicológico del gran escritor. Lo anota Henri Troyat en su “Tolstoi”.  Lo analiza minuciosamente Nabokov en su “Curso de Literatura Rusa”. También Steiner en su “Tolstoi o Dostoievski” hablará de la epopeya de  visión  que posee el novelista, y aquí está la epopeya de la vida corriente y familiar.

Cuando se lee “La muerte de Iván Ilitch” se lee simplemente su vida. Asombra que un escritor pueda sintetizar en pocas páginas toda una existencia. Y sin embargo,  Tolstoi lo hace normal.”

José Julio Perlado

 

 

 

( Imágenes —1- Tolstoi en el campo -por Repin – Wikipedia/ 2- Tolstoi y su mujer)

VISIÓN DE ESPAÑA (7) : BILBAO

 

 

“Mi Plaza Nueva, fría y uniforme,

cuadrado patio de que el arte escapa,

mi Plaza Nueva puritana y hosca.

tan geométrica.

Tus soportales fueron el abrigo

de mis vagas visiones juveniles,

mientras el cuadro de tu pardo cielo

llovía lúgubre.

(…)

En torno a aquel estanque de las ranas

de metal, vomitando el agua a chorros,

se alzaban desterradas las magnolias

soñando a América.

Llegaba primavera con sus flores

y el perfume, recuerdo de la selva,

a embalsamar el patio despedían

las blancas ánforas.

Tiritando las pobres bajo el terco

orvallo, con los trinos se adormían

que entre el verdor de su follaje alzaban

cientos de pąjaros.

Así, bajo el tedioso sirimiri

que hizo en mi alma caer la parda Lógica,

florecieron magnolias que soñaban

la patria mística.

Y me dieron perfumes de la selva

nunca hollada, y los pájaros celestes

bajaron a cantarme en su verdura

de amores trémulos.

Mi Plaza Nueva, fría y uniforme,

cuadrado patio  de que el arte escapa,

mi Plaza Nueva, puritana y hosca,

¡mi metafísica!”

Miguel de Unamuno —“Las magnolias de la Plaza Nueva de Bilbao” —“Poesías”, 1907)

 

 

(Imagen —Bilbao- La Vanguardia)