CONCURSOS, JURADOS, ESCRIBIR, PUBLICAR

 

 

“Ser miembro de un jurado exige cierto talento y ser un buen estratega. Escuchar a los demás —recordaba un veterano miembro de jurados españoles —. Aceptar sus argumentos, es decir, evitar enfrentamientos. Algo muy difícil, si no imposible, porque es fácil perder la paciencia. Desde luego, el que más ha leído es el que más ventaja tiene.

Y viene el tema de la corrupción de los jurados. La gente se equivoca al escandalizarse con premios que están dados de antemano. No hay trampa. Y es una política común en las grandes editoriales y en los premios donde además de prestigio hay dinero. En las aparatosas cenas de algunos de estos premios, presididos por políticos, que es la gente que menos lee, sabemos de antemano quién es el ganador. Pero no se premia por amistad, como suele creerse, sino porque el premiado es el que mejor responde a la línea de la editorial. Difícilmente el que gana el Premio Herralde de Novela podría ganar el Planeta, o viceversa. Aunque también es cierto que están los pluripremiados, como está el pluriempleo.

 

 

Desde luego, para convencer y vencer hay que haber leído las propuestas de los otros miembros del jurado.  Algunas discusiones han provocado serias desavenencias. Yo trato de defender mi criterio con argumentos críticos. Ocurre con frecuencia que algún miembro del jurado no ha leído los libros, sobre todo cuando se trata de premios a libros ya publicados. Es a estas personas a las que hay que tratar de convencer, pues ellos van con las manos vacías, sin defender a ningún candidato. Y sólo se les puede convencer con razones sólidas. Luego, concedido ya el premio, yo me olvido de mi irritación y de la irritación ajena. Con frecuencia pienso: ¿quién soy yo para decidir si alguien merece o no un premio? ¿ No son arbitrarias  todas las lecturas? ¿No lo son nuestros gustos?  Juzgamos siempre: altos o bajos, guapos o feos, inteligentes o tontos. Establecemos jerarquías, y las jerarquías suelen nacer de prejuicios. Darle un premio a alguien es quitárselo a otro. Cada premio es un acto de injusticia. Lo es el premio por excelencia : el Nobel. ¿Quiénes son estos señores que viven en un rincón de Europa para juzgar sobre el universo?

 

 

Pienso a menudo en las razones por las que desde muy pequeño me sentí escritor y adónde me ha llevado esta inexplicable vocación. Vuelvo a mi obsesión. ¿Por qué escribimos? ¿Para qué?  ¿Para quién? Es absurdo hacerse estas preguntas. Escribimos porque nos da la gana.  O porque a alguien le da la gana. Es el amor a las letras, a las palabras, a las ideas, al misterio que encierra la escritura y que es al mismo tiempo revelación. Y escribimos porque hemos leído ¿O es al revés?  ¿ Aprendemos para escribir o para leer? En el fondo, son una misma cosa. En ambos casos vivimos la revelación. ¿Para quién?  Si estuviéramos  en una isla desierta pero con plumas, lápices o los más improbables ordenadores, seguiríamos escribiendo. Ni siquiera para nosotros. Para la misma escritura. A medida que escribimos surge la escritura. De pequeños leíamos para emular a nuestros padres. Porque les oíamos hablar de libros. Y también leíamos a escondidas, para aumentar la emoción de la lectura. Sí, en una isla desierta seguiríamos escribiendo. Pero entonces, ¿por qué la necesidad de publicar?  Pues porque de la misma forma que las letras son dibujos, los libros son objetos, cajas en las que se encierra el misterio de las palabras. Y de la misma forma que para un cuadro es importante el tipo de marco, también lo es la forma de un libro.”

 

 

( Imágenes —1-Wolfang Suschitzky – 1939/ 2-Alexa Meade -2010/3-Foto Eamon Mccabe/4-Alfred Stieglitz)