LAS CAMPANADAS DEL SACRISTÁN

 

Hay despertares singulares.

Contaba Elizabeth Carter, la poeta y traductora inglesa del siglo XVlll: “En la cabecera de mi cama tengo una campana atada a un grueso cordel que a su vez está atado a un plomo… que cuelga a través  de una grieta de mi ventana hasta el jardín de abajo, que pertenece al sacristán. Cuando èl se levanta entre las cuatro y las cinco de la mañana, tira del mencionado cordel con la misma fuerza y vehemencia que si estuviera tocando a difuntos. Gracias a este curioso invento me levanto temprano cada mañana, cosa que estúpidamente sería incapaz de lograr si alguien no me llamase. Conozco a algunas personas endiabladas que me han amenazado vilmente con cortar el cordel, lo que supondría mi completa ruina: me quedaría indefectiblemente dormida el verano entero.

 

 

Después de desayunar, mi mayor preocupación es regar los claveles y las rosas que tengo metidas en por lo menos veinte rincones de mi habitación. Una vez terminada esta tarea, me siento ante un clavecín pequeño. Tras dejarme sorda durante media hora con toda clase de ruidos, me dedico a otros pasatiempos que me ocupan aproximadamente el mismo periodo de tiempo, ya que de hecho hay bien pocas actividades a las que dedique más de treinta minutos. Así que entre leer, trabajar, escribir, dar vueltas a los globos terráqueos, subir y bajar las escaleras un millón de veces para saber dónde está todo el mundo y asegurarme de que están bien — lo que me garantiza pequeños intervalos de conversación  —, pocas veces me quedan ganas para hacer negocios o entretenerme.”

 


(Imagenes—1- Constable-1826-Tate gallery/2- Gerard Chowne -1904/ 3-Alexei Antonov)