“Iban caminando y charlando los cinco amigos del Greco por la casa del pintor en Toledo y hablaban de las sombras y del alma. Eran las sombras de don Francisco de Pisa, historiador de la ciudad y capellán de la capilla mozárabe; a su lado iba la sombra de don Antonio de Covarrubias, jurista y maestrescuela de la catedral, hombre de espaciosa frente, afilada nariz y barba blanca ; unos pasos detrás marchaba la sombra de don Gregorio de Ångulo, y junto a él la de don Julián de Almendariz y la de don José de Valdivielso. Caminaban aquellas cinco sombras charlando amigablemente por la casa, sorteando los escasos muebles que allí había y me acerqué por curiosidad para enterarme mejor de qué hablaban. Me puse cerca de la sombra de don Francisco de Pisa, el gran amigo del Greco, y le escuché que iba diciendo: “la sombra es precisamente el alma”. Se lo comentaba así, en voz más bien alta, a don Antonio de Covarrubias, que era bastante sordo y que iba a su lado. Le decía que había leído en Homero que después de la muerte, el alma se convertía en una sombra, en un sueño, y don Antonio de Covarrubias, con gracia, le contestaba que eso de la sombra era una cosa muy común, y que también en Castilla, por donde él había viajado tanto, se solía hablar en los pueblos de “dar buena o mala sombra”, “reírse de su sombra”o “vivir a la sombra’ de Mengano o Zutano” y muchas cosas más. Así los dos iban hablando con gran soltura, agilidad y humor de ese tema de las sombras siendo ellos mismos sombras por el pasillo. Y entre unas cosas y otras empezaron a recordar las muchas sombras que habían conocido en vida, algunas de ellas pintadas por El Greco, por ejemplo las pertenecientes al Entierro del Conde de Orgaz , el entierro de don Gonzalo Ruyz de Toledo, señor de la villa de Orgaz , muerto en 1323, y al que, gracias a la pintura, ellos habían podido asistir a su entierro.
—No sé si éramos 25 o 30 las sombras que estábamos allí aquel día—quiso recordar don Antonio de Covarrubias.
—Yo creo que éramos 30, si cuenta usted las sombras de la gloria — dijo don Francisco de Pisa.