«La forma de una ciudad cambia más rápidamente que el corazón de un mortal», dijo Baudelaire. Lo repitió Julien Gracq en «La forma de una ciudad» (Anábasis): «El París que viví de estudiante, que habité en mi madurez – escribió -, cabe en un cuadrilátero que se apoya al norte en el Sena, y que casi bordea en toda su longitud el bulevar Montparnasse».
«Completamente alrededor de ese corazón que mis deambuleos reactivan día tras día, anillos concéntricos de una animación que sólo decrece para mí, pero que cuando me alejo hacia la periferia son poco a poco ganados por la atonía, por una indiferencia casi total».
«Son las cámaras centrales del laberinto las que ejercen su magnetismo sobre el hombre de la ciudad, son las que revisita de manera indefinida, pues el contorno tiende a representar sólo una pantalla protectora, una capa aislante cuya función es cercar el capullo de seda habitado, prohibir toda ósmosis entre las campiñas próximas y la vida puramente urbana que se cierra con cerrojo en el reducto central».
«No es necesario, incluso es relativamente poco importante, que en esa ciudad se haya vivido realmente. Actuará sobre nosotros con mayor fuerza, incluso quizá de manera más duradera, si en parte se ha mantenido secreta, si se ha habitado en ella, por alguna extraña condición, sin tener verdadero acceso a su intimidad cotidiana, sin que nuestros paseos por sus calles hayan participado nunca de la libertad y de la flexible facilidad que da el callejeo».
«Habitar una ciudad es tejer en ella a través de sus idas y venidas diarias una redecilla de recorridos articulados generalmente alrededor de algunos ejes conductores».
«No existe ninguna coincidencia entre el plano de una ciudad que consultamos y la imagen mental que surge en nosotros, al evocar su nombre, creada por el sedimento que los vagabundeos cotidianos depositaron en nuestra memoria».
Esto dejó dicho el gran escritor francés Julien Gracq, del que he hablado más de una vez en Mi Siglo.
(Vayan estos apuntes como recuerdo al París que yo viví y que aún vivo ahora, cuando se anuncia el gran París de Nicolas Sarkozy, muy bien explicado en Una temporada en el infierno.
Indudablemente– como dijo Baudelaire, como luego diría Gracq – la forma de una ciudad cambia más rápidamente que el corazón de un mortal)
(Imágenes: 1.-París, Carrefour Sevres Babylone, 1948 .-foto Willy Ronis.- Image Gallery / 2.-Avenida del Bois de Boulogne, 1912-1914.-Pierre Bonnard.-Olga Gallery.-artnet/3.-París,1911.-foto por Alfred Stieglitz.-artnet/ 4.-París, 1972.-por Richard Estes.-artnet/ 5.-Los Bulevares bajo la lluvia, 1912.-por Rik Wouters.-artnet/ 6.-escaleras en París. Willy Ronis, 159.-Image Gallery-/7.-Campos Elíseos, 1912. por Rik Wouters.-artnet)