La Filmoteca Española ha programado un ciclo sobre la melancolía en el cine y ello me lleva a cuanto hace poco escribí sobre esa aflicción en una Revista : «La melancolía – recordaba – no es hermana exclusiva de los tristes y la “acedia” – la llamada “tristeza o melancolía del mundo”, (expresión también de una vacilación o rechazo a devenir lo que la persona realmente es, por su propia naturaleza) -, aquello que Kierkegaard llamaba “la desesperación de la debilidad”, tiene unas hijas propias que el filósofo alemán Josef Pieper ha analizado muy agudamente. “Ningún hombre puede mantenerse en la tristeza”, se lee en la Biblia, y una de las hijas de esa “acedia” o tristeza es la vagabunda inquietud de espíritu, que a su vez se revela (y esto, en principio, nos parecería sorprendente) en la abundancia de palabras en la conversación, es decir, en la verbosidad o charlatanería incesante, en la ininterrumpida búsqueda de novedades – por tanto, en la curiosidad permanente -, como también en la dispersión, en la ausencia de sosiego y de reposo, en realidad en el no parar y en la inestabilidad de lugar y de decisión.
Estudiada la melancolía por grandes autores – son célebres los volúmenes “Saturno y la melancolía” de Klibansky y Panofsky (Alianza) y el exhaustivo tratado de Robert Burton, “Anatomía de la melancolía” (Austral) -, se han analizado las múltiples causas que la provocan, se han enumerado sus síntomas, se han aportado posibles remedios y curaciones, se ha contemplado la relación que ella puede tener con el amor, los celos, la belleza del rostro o de los ojos, se ha considerado – y así lo hace Burton -cómo nos puede afectar la melancolía amorosa al traspasar las fronteras de los sentidos, de qué forma los encuentros, las conversaciones, los cantos, los engaños, las promesas, las quejas y las lágrimas trenzan muchas de esas melancolías que existen en el mundo, y cómo el miedo, la pena, la desconfianza, ciertas conductas extrañas, juramentos, juicios, ultrajes y gestos influyen en ella, cercando a la melancolía con las pasiones y turbaciones de la mente – con la envidia, la malicia, las preocupaciones, miserias, vanaglorias y tristezas de la existencia -, mezclándola con pavores, burlas, calumnias, necesidades y ausencias. El universo de la melancolía es amplísimo y por citar un aspecto entre mil he ahí a la música como uno de los remedios – según Burton – para apartar esa melancolía. “La música –señala él – es la mayor medicina de la mente, un poderoso golpe para elevar y reavivar un alma lánguida, “afectando no sólo a los oídos, sino a las propias arterias, los espíritus vitales y animales, eleva la mente y la agudiza” como así dice Lemnio. Juan de Salisbury, por su parte, indica que la música tiene su efecto sobre las almas más embotadas, severas y dolientes, “expulsa la pena con alegría, y si hay algunas nubes, polvo o escoria de las preocupaciones todavía latentes en nuestros pensamientos, los barre poderosamente”.
Muchos hombres – apunta también Robert Burton – se ponen melancólicos al escuchar música, pero les causa una agradable melancolía, y por lo tanto, para quienes están descontentos, con pesar, miedo, dolor o están abatidos, es el mayor remedio presente. Plutarco a su vez decía que la música vuelve a algunos hombres tan locos como tigres y Homero, que la música hace a algunos despertar y a otros dormir, mientras Teofrasto profetizaba que las enfermedades tanto se pueden adquirir como mitigar con la música».
(Imágenes.-1- William Herschel por Julia Margaret Cameron.-Imagery Our World./ 2.-foto: Desiree Dolron.-Michael Hopper Contemporay)