EL PODERÍO DE LAS MÁQUINAS

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El otro día, mientras Gmail se venía abajo, estuve aprovechando el tiempo releyendo lo que el italiano Eugenio Montale dice de las máquinas:

«Es inmensa nuestra deuda hacia las máquinas. Nos damos cuenta de ello, sólo cuando faltan, en todo o en parte. Si falta la corriente eléctrica durante algunos minutos; si los trenes llegan con retraso; si consideramos infame que una entidad pública nos propine continuamente las más odiosas cancioncillas de todo tiempo, no por eso pedimos en modo alguno la desaparición de la electricidad industrial, y tampoco la rehabilitación de las diligencias de caballos, y mucho menos aún la supresión de la TV. No: el disgusto que nosotros, hombres de la calle, sentimos cuando falla algo en el mecanismo universal, demuestra que no queremos en modo alguno deshacernos de las máquinas, sino que pretendemos que sean cada vez más numerosas, más eficientes y más perfectas. En el límite – seguía diciendo el  Premio Nobel de LiteraturaEn nuestro tiempo«) (Plaza-Janés) -, se pide a la máquina que dispense al hombre de todo trabajo fatigoso y que le dé una libertad cada vez mayor. Un día – se dice -, el hombre podrá trabajar tres o cuatro horas, dedicando las horas libres a un número prácticamente infinito de pasatiempos. Pero ya se perfila el problema de que una inmensa horda de hombres obligados a la distracción por deber social, llegue a convertirse en un inmenso semillero de nuevos enfurecidos y, tal vez, de nuevos delincuentes. Y así se vuelve a la eterna cuestión del hombre natural y del hombre artificial».

Entonces, de repente, Gmail se arregló, se resolvieron los problemas en cascada y el mundo de los servidores comenzó de nuevo a servir. Sin embargo, desde la ventana, distinguí a toda la gran masa de hombres obligados a la distracción no por deber social sino por el cerco de la crisis, la catarata de los despidos y las jubilaciones anticipadas. Eran los nuevos enfurecidos y acaso los nuevos delincuentes. Y pensé qué podía hacer por ellos – si algo podía hacer – el poderío de las máquinas.

(Imagen: foto Simon Norfolk.-Michael Hoppen Contemporay)