TRANSFORMACIÓN DE LA ACTRIZ RUBIA

«El día del estreno de «Los caballeros las prefieren rubias«, media docena de manos expertas se posaron sobre la Actriz Rubia como desplumadores de pollos sobre cadáveres de aves. Le lavaron el pelo y le hicieron la permanente y le tiñeron las raíces más oscuras con peróxido tan fuerte que tuvieron que encender un ventilador para evitar que la Actriz Rubia se asfixiara y entonces le enjuagaron de nuevo el pelo y le pusieron inmensos rulos de plástico rosas y un ruidoso secador sobre la cabeza como si fuera una máquina que debiera darle «electrochoques». Le echaron vapor en la cara y la garganta, después se las enfriaron y le aplicaron cremas. Le bañaron y untaron con aceite el cuerpo, le arrancaron el vello más feo, la empolvaron, la perfumaron, la pintaron y la pusieron a secar. Le pintaron las uñas de los dedos de los pies y las manos de un morado brillante a juego con su boca de neón. Whitey, el maquillador, llevaba más de una hora trabajando cuando vio, consternado, una sutil asimetría en las oscurecidas cejas de la Actriz Rubia, y se las quitó por completo y las rehizo. El lunar postizo fue recolocado una décima parte de milímetro más allá, después devuelto prudentemente a su posición original. Le pegaron párpados postizos».

Así va contando Joyce Carol Oates en una novela la agotadora preparación necesaria para que Norman Jean Baker se convirtiera en Marilyn Monroe.

En estos tiempos en que todo es apariencia – intensas horas para transformar candidatos políticos en posibles Presidentes – narrar las aventuras del maquillaje interior y exterior con una buena pluma siempre se agradece. McGinniss lo hizo magistralmente en «Cómo se vende un Presidente» (Península).

(Imagen: Marilyn Monroe en «The Misfits» (1961)