LA BELLEZA DE LOS MAGOS

Cuando traían la paz para Ucrania la traían en saquitos que se protegían de manera delicada de las espinas de las alambradas, de las comidas frías y de las carreras bajo los refugios y los niños asustados por el ruido. Venían de Arabia, unos decían que eran sacerdotes persas y otros astrólogos babilonios según la denominación grecolatina Pero la arena de la paz para Ucrania era muy fina y casi transparente, de modo que aún podía verse a través de ella las torres retorcidas de las iglesias devastadas y los sepulcros desnudos y amontonados al aire libre. Había gentes que al verlos pasar entre el aire y la tierra, cabalgando incorpóreos, creían que eran de Mesopotamia o de Babilonia, Se decía también que eran reyes, como así lo seguían cantando los Salmos y lo citaba Isaías, y eran tres porque llevaban tres saquitos con presentes distintos e iguales: una paz de oro, una paz de incienso y una paz de mirra. No tenían nombres aquellos Magos hasta que les alcanzó corriendo el siglo Vll y los bautizó allí mismo, en la cumbre del monte, como Melchor, Gaspar y Baltasar. Hubo quien quiso aventurar si representarían a Europa, Asia y África, pero miraron la cara de Europa descompuesta y desorientada y nadie les dio la razón. Sí se les vio en cambio hincarse, como criaturas que eran, y arrodillarse sobre las pestañas llorosa de las mujeres ucranianas, sobre las mejillas de los niños asustados y abrir los saquitos de arena y depositar la paz

José Julio Perlado

( Imágenes- 1- adoración de los Magos- retablo mayor de la Seo- Zaragoza/ 2- mosaico de San Apolinar- Rávena- Italia)

UN FANTASMA DE JUVENTUD

Todo el horror de las guerras modernas— escribía Bernanos— parece realmente satánico. Las patrias arriesgaban ejércitos; el mundo, desde el primer momento, empeña hoy su juventud, y luego se organiza como si esta prenda no hubiera de serle restituida nunca. En efecto, nunca le será restituida, si las hostilidades se prolongan, porque una juventud reducida a la mitad, profundamente alterada en su fondo moral por una misión expiatoria asumida casi al salir de la infancia, a la edad en que, según la naturaleza, el ser tiene derecho a la protección, lejos de estar obligada a proteger a los demás…, esta juventud ya no es más que un fantasma de juventud, una juventud inmediatamente absorbida por la enorme, la opulenta Retaguardia, llegada al término de su madurez, madura al fin.”

(Imagen— twitter- ukranian)

CIUDADES EN DESTRUCCIÓN

“ De las casas de las hileras de calles de alrededor — escribía el novelista alemán Hermann Kasack en 1947– sobresalían sólo las fachadas, de forma que mirando oblicuamente por las desnudas filas de ventanas, se podía ver la superficie del cielo. No hay vehículos en ningún lado, y los peatones vagan apáticamente por las calles de escombros como si no sintieran ya lo desolado del entorno. A otros se les podía ver en los edificios de viviendas derrumbadas, despojados de su finalidad, mientras buscaban restos de enseres sepultados, recogían allí un trocito de lata o de alambre entre los cascotes, reunían acá algunas astillas en las bolsas que llevaban al hombro y que parecían cajas de herborista.

Aquí se desplegaban chaquetas y pantalones, cinturones de hebilla plateada, corbatas y pañuelos de colores; allá se habían amontonado zapatos y botas de toda clase, que normalmente se encontraban en un estado francamente dudoso. En otros puestos colgaban de perchas trajes arrugados de diversos tamaños, chaquetas regionales y jubones aldeanos pasados de moda.” Todo este relato de desolación y de desorden lo comenta ampliamente el gran escritor alemán W.G. Sebald en su libro ”Campo Santo”. Han pasado más de setenta años y el espanto de una guerra se repite una vez más con todos sus momentos de desazón. ”La crueldad en la destrucción— decía Kasack en 1947– supera las fuerzas demoníacas. Despegaban mensajeros en bandada de la muerte para arrasar las naves y edificios de la gran ciudad, en proporciones mayores que en ninguna otra guerra asesina, con el éxito y la contundencia del Apocalipsis.”

Y en medio de esas ventanas destrozadas y de rostros que huyen, como hoy en Ucrania, el miedo, el miedo permanente. El miedo, según las reflexiones clásicas, es un sentimiento de impotencia, un verse amenazado por un mal inminente que es más poderoso que nosotros. El miedo se refiere a un mal futuro, al que no se puede resistir (aunque los ucranianos resistan bien), porque supera el poder del que teme. Y los remedios para el miedo son la esperanza, por la que nos dirigimos a los bienes futuros arduos pero posibles ; la audacia o valentía, que nos lleva a afrontar el peligro inminente; y todo aquello que aumente el poder del hombre, como por ejemplo, la experiencia, que hace al hombre más poderoso para obrar.

José Julio Perlado

(Imágenes—1- foto Roman Pilipey- EFE- Irpín- Ucrania/ 2- Ucrania— el país/ 3- ucrania- refugio/ 4- rtve. es)

DESCONGELADAS PALABRAS

«Antífanes, el fámulo de Platón, habló de un país donde los inviernos eran tan crudos que las palabras se congelaban en el aire. Cuando se derretían en verano, los lugareños se enteraban de lo que se había dicho durante el invierno, al igual que sólo en el umbral de la vejez los discípulos de Platón empezaban a comprender el significado de las palabras del maestro que habían escuchado de jóvenes«. Cuando leo estas frases del médico polaco Andrzej Szczeklik en su libro Catarsis (Acantilado) en donde trata del poder curativo de la naturaleza y del arte, evoco la vida de las palabras en el arco de cualquier existencia, palabras – y hechos también – pronunciadas por nuestros abuelos o por nuestros padres – palabras igualmente escondidas en libros que un día leímos -, y que sólo con la sabiduría de la experiencia ( con los dolores, con las vicisitudes), se van descongelando poco a poco en nuestro entendimiento, deshaciéndose como nieve en la memoria y haciéndose transparentes igual que el cristal para que las pueda atravesar bien nuestra comprensión.

Recuerda igualmente Szczelklik el caso relatado muchos siglos después por Baldassare Castiglione, en el que un mercader italiano organizó una expedición a Ucrania para adquirir pieles de marta. «Se quedó atascado en los hielos de la orilla del Dniéper, y desde allí, intentó negociar con unos comerciantes moscovitas que habían acampado en la otra orilla. Sin embargo, los gritos del mercader no llegaban hasta tan lejos: se congelaban por el camino y quedaban suspendidos en el aire en forma de carámbanos«.

Palabras y gritos congelados durante años, signos petrificados y opacos en libros y en labios, verdades que tardan casi una vida en comprenderse. Al fin se comprenden. Los clásicos, en la segunda, a veces en la tercera lectura, nos abren el secreto que parecían negarnos al principio y el contenido de la voz del corazón de nuestros padres se nos vuelve de repente diáfano, entregándonos su profundo sentido.

(Imagen.- el monte Fuji, en Japón, cubierto de nieve.-foto Toru Hanai.-Reuters.-TIME)