“La polvareda de la actualidad se apaga y evapora y lo que queda es silencio. Me encanta volver al silencio. Es un silencio profundo, firme; vuelvo a la firmeza profunda en lo que creo y opino de la vida– tres o cuatro cosas que me permiten tocar la esencia – y esas cosas permanecen en el fondo del silencio como soportes que puedo tocar cuando intenta sacudirme cualquier vaivén, por mucho que el vaivén ese día aparezca llamativo o asombrosamente sonoro, como si los movimientos de ese vaivén fueran lo más importante del mundo.
El silencio arrastra también un cierto distanciamiento de todo:la actualidad se hace añicos, se pulveriza,los infinitos cristales de la actualidad de hoy son barridos por cristales infinitos de la actualidad de mañana – todo cuanto se va a decir de la «rabiosa actualidad» en las pantallas y en los periódicos – y el silencio y las capas de perspectiva y distanciamiento ponen en su sitio lo efímero y lo esencial, recomponen todos los dimes y diretes que se han dicho sobre todas las cosas.”
José Julio Perlado
(Imagen —Abbbott Handerson thayer/ 2- Mark Edwards)
A veces me quedo mirando esta habitación donde trabajo, la veo rodeada por las casas y las calles pero también por los pájaros y los peces, por las olas del mar, por todo ese tapiz de árboles y de campos extendidos en tantos paisajes, por las estrellas, por el polvo de las estrellas, y todo eso envolviéndome y envolviéndolo todo a la vez, es un movimiento real aunque invisible, el movimiento del mundo, el mundo gira imperceptiblemente junto a esta habitación, esta concreta habitación en la que escribo, esto me ocurre muchas veces, seguramente no diré nada a la periodista porque me costaría explicárselo. El otro día cuando me preguntó sobre lo invisible, cuando me preguntó si a mí me atraía ese mundo invisible, yo le contesté que sí y tal vez hubiera sido el momento de explicárselo, ¿pero lo entendería?, quizás sí, lo aceptaría como una visión extravagante y llena de fantasía, un mero capricho de escritor, pero no es exactamente así, no, no es así, muchas veces he pensado en los estrechos límites que tenemos los hombres a nuestro alrededor; a veces únicamente vemos lo que vemos : vemos esta mesa, esta estantería llena de libros, esta pared, la puerta, las diversas paredes, el pasillo, las distintas habitaciones de esta casa, esa gran calle al otro lado de la ventana por la que ahora están cruzando automóviles y gentes, y luego la gran ciudad enorme y ampliada, inabarcable, que yo sé que está ahí pero que no puedo ver desde aquí, desde la esquina de mi ventana; sé que está ahí, que a esta hora la enorme ciudad con sus múltiples barrios y avenidas es un hervidero de quehaceres, luces y sonidos, movimientos de muchedumbres que van y vienen constantemente como van y vienen los movimientos de los pájaros en esta hora del mundo, los pinzones, los jilgueros, los mirlos, los gorriones, las golondrinas planeando sobre el mar. Como vienen y van muy despacio también las nubes sobre esta casa, la esfera de las nubes, sus formas, los caminos de los vientos. Vienen y van los penachos de los cirros, los cúmulos hinchados donde en este momento es verano, los estratos que traerán la lluvia. Mientras escribo todo esto yo no lo veo, pero sé que los pinzones están ahí, se mueven inquietos con su color gris azulado, sus mejillas de color naranja, el pico corto y fijo. No puedo verlos desde esta habitación en que trabajo como tampoco puedo ver el autobús enfilando una curva en el centro de la capital, como nunca podré ver desde la ventana el recorrer del metro bajo tierra.
Pero sé que todo eso está ahí aunque yo no lo vea desde esta habitación; es una visión completa, unísona, están cantando ahora los pinzones reales mientras revolotean entre los árboles con su cantar vacilante y bellísimo, están esperando junto a tantos otros pájaros esa especie de orden de vuelo en bandada, un vuelo simultáneo de cientos de pájaros que producirán excitación y nerviosismo; ahora no, ahora exactamente no los veo pero sí los siento mientras abro esta puerta del despacho y salgo al pasillo y camino por el pasillo y voy hasta la cocina para beber un vaso de agua, y los pájaros y las nubes están ahí mientras yo bebo de pie junto al fregadero,bebo a pequeños sorbos mientras baja el agua por mi garganta y los pájaros vuelan en bandada a la vez que se mueve el mar, las olas, las ondas de las olas, sus crestas, el mar que se remansa en la orilla, y bajo ese mar el movimiento también de todas las especies, todas las gamas de colores subacuáticos que cambian conforme dejo el vaso en la repisa de la cocina y vuelvo otra vez por el pasillo hacia mi cuarto pensando que si algún día me decido a terminar esto que escribo y lo lee un editor sin duda advertirá enseguida que le falta acción, quizás comente que es un ejercicio de sintaxis, acaso una respetable reflexión, pero que carece totalmente de acción, y la acción es precisamente lo que atrae al lector moderno. Pero tampoco sé si se dará cuenta ese editor de que todo esto que estoy contando y cuanto me está sucediendo es acción, acción continua, acción constante del mundo total, movimiento acorde, encadenado y enlazado, que podría de algún modo recordarle a algunos, acaso muy lejanamente, el fenómeno surgido a principios del siglo pasado cuando en literatura se quiso bautizar aquello de «unanimismo».
José Julio Perlado
(extracto de las “Memorias”)
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
(Imágenes—: 1- Constable— paisaje con arco iris-1812- Victoria y Albert museum 2- Constable-faro de Arwich -1820- Tate Gallery/ 3- Constable—la bahía de Weymouih- National gallery)
“… Y en una de aquellas tardes, de repente, en determinado momento, el pintor Sesshû Tôyô se levantó y quiso que Hisae le acompañara hasta el fondo del taller, es decir, hasta el fondo de la naturaleza. Avanzaron los dos entre arbustos y riachuelos, sortearon recovecos y senderos, y al fin llegaron a lo que parecía ser el extremo del taller. Extendido sobre una amplia pared y colocado a media altura, aparecía un largo paisaje de unos quince metros de largo representando las estaciones del año. Allí estaban, ondulados y vivos sobre un largo soporte horizontal, los dibujos de la primavera, el verano, el otoño y el invierno, y con ellos las casas, las rocas, diminutas figuras, espacios y vacíos. No había colores, todo era en blanco y negro. “Es un simple esbozo de un trabajo mío que he empezado y que un día deseo terminar — quiso explicar sencillamente el pintor Sesshû al llegar allí —, pero para eso quizá falten aún muchos años. Querría llamarlo “El paisaje de las cuatro estaciones.” Hisae se quedó absorta contemplando el primero de aquellos dibujos, el dibujo de la primavera, con sus casas, sus nubes y sus pequeños habitantes, pero de repente aquella primavera empezó a moverse en rápidas ondulaciones, dio paso enseguida al dibujo del verano, y éste se precipitó a mostrar el dibujo del otoño y éste el del invierno. Fue todo muy rápido. Las cuatro estaciones, a la vez que las contemplaba Hisae, adquirían un constante movimiento. “Es el movimiento del año — quiso explicar simplemente el monje pintor —. Son los cambios. Es el fluir de las cosas”. La pintura del invierno se encadenaba enseguida con el dibujo de la primavera, ésta con la del verano, luego con la del otoño y otra vez el invierno se encadenaba con la primavera. Hisae seguía asombrada aquellos movimientos continuos de las estaciones y a la vez permanecía sin moverse, completamente quieta, la pintura del mundo era la que se estaba moviendo y ella aguardaba inmóvil, recordando lo que le había sucedido muchos años antes, hacia 1215, al descubrir por primera vez que ella vivía sobre el tiempo y que el tiempo no vivía sobre ella. Sobre todo le interesaba el movimiento del otoño. Cada vez que aquel paisaje de las cuatro estaciones giraba y pasaba con rapidez delante de Hisae, ella procuraba fijarse en los rasgos del otoño, en aquellas vigorosas pinceladas marcando las rocas, las montañas y los árboles, toques un poco bruscos de tinta, efectos de profundidad muy calculados, desde las rocas negras en un extremo hasta los caminos sinuosos escapando en zig-zag hacia el infinito. Recordaba las excelencias del otoño evocadas en la Historia de Genji con la imagen de las hojas cayendo de modo silencioso, las lluvias refrescando a las últimas flores, las nieblas perfectamente agrupadas, pero sobre todo el tono de la tristeza.”
José Julio Perlado
(del libro “Una dama japonesa”) (relato inédito”)
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
(Imágenes —1- Yayoi Kusama-1991– museo de Tokio/ 2-Kaichi Kobayashi
“Lo más interesante que tienen ustedes en esta sala es esta mirada de un trapero, un trapero desconocido como todos los traperos, un trapero de la Barcelona de los años sesenta, una mirada hambrienta, un rostro curtido, una mirada de cazador de escombros y de retales, una mirada de pescador, ha salido sin barca y sin escopeta, sólo con las pupilas acechando el cielo de la calle, el mar de la calle, es una mirada cansina pero decidida, atento a todas las ventanas por si le llama alguien, atento a los zapatos desparejados, a las camisetas deshilachadas, atento a los retales desvaídos, a los abrigos apolillados, a juguetes con las tripas reventadas, a cajas de cartón repletas de relojes sin hora, a dentaduras postizas, postales rotas, sacapuntas que no funcionan, el broche desgastado, una esquela de hace años, periódicos amarillos atados con cuerdas, todo lo atisban sus pupilas, sus pupilas son imanes que todo lo atrapan, calculan, son calculadoras en el aire, apenas parpadean, los restos de los naufragios de las casas son recibidos en la gruta de sus pupilas penetrantes que ven bajar del cielo de la calle el tesoro de lo inservible, inmediatamente lo transforman, lo hacen servible, todo se reutiliza, se recompone, se vende, todo vale, a un artista este trapero de las pupilas agudas le venderá unas chapas para hacer esculturas, a una decoradora los restos de una alfombra, a un investigador papel antiguo.
Lo más interesante de esta sala que ustedes ven es, pues, esta mirada . Una mirada hambrienta de objetos desechables. Esta mirada ha salido esta mañana muy temprano a pasear por la playa de los desperdicios y ahora se lleva en su saco una gran fortuna.”
José Julio Perlado
(del libro ‘La mirada”) ( texto inédito)
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
(Imagen — Eugeni Forcano —trapero- Barcelona – 1960. – donación de Publio López Mondéjar – año 2012)
“En una larga entrevista de hace años de Javier Marías en la Fundación Mafre hablando de su biblioteca, el escritor español decía en determinado momento: «Estoy escribiendo una novela en estos momentos y no sé lo que estoy haciendo».
Tenía toda la razón. Se escribe muchas veces sin saber qué se hace ni adónde llevará ni cómo se estructurará ni resultará lo que uno está haciendo.”
2—Sobre el relato breve:
“ En el excepcional libro de E C. Riley, «Introducción al Quijote» y en una de sus notas viene esta interesante cita de Graham Greene tomada de «Vías de escape»: «El relato breve es frecuente para el novelista otra forma de escape, de evitar tener que convivir durante años con un personaje, recogiendo sus celos, su manera de actuar, sus pensamientos deshonestos, sus traiciones».
3–Los pintores y la escritura:
“Lento escribir. Avanzo cada día cuatro o cinco líneas. Cada vez me acuerdo más de los pintores y de su trabajo. Cada vez que ellos pasan y repasan su mezcla de colores muy despacio con el pincel para ir consiguiendo el matiz de una sombra o perfilar o suavizar un tono, comprendo su paciencia reiterada que no decae hasta que poco a poco se va consiguiendo lo que quieren. Vuelven y vuelven otra vez para conseguir el matiz o el claroscuro. O el efecto de luz. Así la escritura. Al menos así me ocurre en los relatos. Hay que releer mil veces todo lo anterior, suavizar las fisuras, ir mezclando la historia que se cuenta con la invención propia, con la prosa que luego discurrirá y se elevará – eso espero – con sencillez. Por eso uno no avanza a veces en toda la mañana más que cuatro o cinco líneas.”
José Julio Perlado
(Imágenes—1-Tod papageorge/ 2-Geraldine Sy/ 3–Daumier—1886–metropolitan museum de arte de Nueva York/ 4- foto David Dubnitskiy)
“En su sueño Hisae descubrió de repente que por el hueco de una de las ventanas de su kimono se estaba escapando una procesión de pergaminos luminosos en los que se dibujaban escenas de su vida anterior, momentos que ella había vivido y que a veces recordaba, como cuando estuvo enamorada de Kiromi Kastase, el hacedor de espadas, y también estampas vivas de sus clases antiguas, a orillas del Lago, en los años en que había intentado explicar a los niños el misterio de la longevidad. El primero de aquellos pergaminos aparecía recubierto de oro, y el segundo igualmente bañado en oro, e incluso asomó un tercero y un cuarto que salieron de su kimono, todos ellos recubiertos de pan de oro, y los cuatro pergaminos se fueron enderezando delante de Hisae y fueron ajustando sus bordes hasta formarlas cuatro paredes de un templo que enseguida Hisae reconoció como el del «Pabellón de oro». Nunca había visto en sueños Hisae el «Pabellón de Oro» pero ahora le pareció más deslumbrante y casi le cegó su fulgor.”
“Una tarde, hacia 1415, Hisae Izumi se sabe bien que se dibujó ella a sí misma escribiendo una carta y que lo hizo recostándose en el aire de aquella habitación junto al lago vestida con un kimono azul de flores blancas. Las flores salpicaban las mangas y la amplitud de su kimono y aquella tarde los ojos curvados de Hisae parecieron estar especialmente atentos al pincel y al papel. Quizá estaba contestando en esos momentos a lo que le escribían desde otros siglos. Pero también cabe suponer que ella estuviera escribiendo o dibujando algo para el futuro, para alguien del futuro, sin duda para una persona, naturalmente, a la que ella no conocía pero que efectivamente sí recibió su carta , es decir, recibió aquel dibujo, porque este dibujo atravesó los siglos y hoy puede verse en el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Cuando uno pasea por las salas de ese Museo se encuentra de pronto con un cuadro del siglo XVIII, «Belleza escribiendo una carta», del pintor japonés Kaigetsulo Doshin, y esa mujer del kimono azul con flores blancas, recostada en el aire y con los ojos curvados muy atentos a lo que pone en el papel, no es otra que Hisae Izumi en su habitación de la casa del lago pero tres siglos antes, cuando ella realizó el dibujo. El pintor Doshin no hizo más que copiarlo de su interior, lo llevaba dentro, en las cámaras de su imaginación, y recreó una imagen que creyó era suya. El dibujo, por tanto, no es de él, aunque esté firmado por él, sino que su autora es Hisae Izumi, que en el siglo XV nunca soñó que un autorretrato suyo, cuidadosamente elaborado en aquel papel verde que ella usaba, pudiera tranquilamente volar en el tiempo y que apareciera en la mente o en el lienzo de un pintor del siglo XVIII. Si uno se acerca atentamente a este cuadro sorprende enseguida que Hisae lo titulara «Belleza escribiendo una carta» y no simplemente «Mujer escribiendo una carta», como así lo hicieran, por ejemplo, los pintores holandeses Vermeer o Gerard Ter Borch. Se desvela así el concepto íntimo que de sí misma tenía Hisae para superar el tiempo, la seguridad de que por ella el tiempo no pasaba y de que su figura permanecía siempre en una estática juventud. Al margen de todo ello existe una diferencia capital en todos esos cuadros: en el cuadro de Ter Borch, que hoy puede verse en La Haya, la mujer escribiendo una carta aparece sentada ante una mesa y está muy concentrada en lo que hace; por su parte, la mujer que escribe una carta en el lienzo de Vermeer (hoy en la National Gallery de Washington), escribe a su vez sentada también a la mesa pero mira hacia afuera, quizá distraída por alguien que le mira, acaso distraída por algo o por alguien que parece estar en la habitación. Ninguna de estas dos mujeres tienen nada que ver con Hisae. Hisae se presenta recostada en el aire, como alada y a la vez enigmática: la intensidad de su mirada cae sobre el papel. Vestida con aquel kimono azul de flores blancas, esa mirada suya siempre misteriosa parece que supiera ya que esa carta está destinada a atravesar el tiempo.”
José Julio Perlado
( del libro “Una dama japonesa”) ( relato inédito)
Ahora va a cerrarse la papelería Salazar nacida en 1905. Me veo entrar en abril de 1993 en esta papelería de la calle de Luchana de Madrid para comprar unos cuadernos. Son cuadernos de tapas duras, de muchas páginas, con estas páginas blancas, de pequeños cuadritos, tamaño folio, tomo el metro que me acerca hasta la Biblioteca Nacional y allí, en un pupitre de la Sala General, comienzo el 18 de abril mi novela “Lágrimas negras”. La iré escribiendo en 18 meses y cada día anotaré a lápiz, encima de la línea de la pluma, la fecha de mi trabajo. El cuaderno se extiende como un campo blanco, habitan en él los personajes, mi letra, que entonces era clara y diminuta, trazada con una punta azul, extiende situaciones, humor, conflictos, en general una velocidad de escritura con pocos retoques, casi sin tachaduras, cada mañana sé lo que voy a escribir y el cuaderno lo recibe mansamente. Acabo el libro el 7 de diciembre de 1994.
Muchos años antes, en los 70, entro en la papelería Salazar a comprar unos cuadernos. Son siempre los mismos, De tapa verde o azul. En el centro, arriba, dentro de un recuadro, aparece dibujada la palabra “Miquelrius”. Ellos no saben que aparecerán en mis Memorias. Yo tampoco. Hemos entablado una estrecha relación familiar y ellos me han presentado a sus hijos. Mientras yo escribo “Contramuerte” a lo largo de 7 años los cuadernos viajan conmigo. Han conocido París, Roma, el mar, los campos, han descansado en armarios y sus hijos, de tamaño más pequeño, me han recibido siempre en confidencia. En ellos he escrito “Diarios” desde el 94 hasta el 2017, antes de pasarme al ordenador. En esos hijos de los cuadernos grandes guardo relatos, notas, descubrimientos. De repente leo en uno de ellos una frase de Van Gogh a su hermano Teo: “tengo la paciencia de un buey”. Lo creo. Lo he anotado. Lo comparto. En otro pequeño cuaderno encuentro la confesión de Sebald diciendo qué hay que leer y escribir cuando a uno le es imposible leer o escribir. Miles de anotaciones. Decenas de ideas. Cientos de sugerencias.
Luego, cuando pasó por última vez ante la papelería Salazar veo el bosque de donde han salido estos cuadernos. Está el bosque lleno de mi escritura, años enteros de páginas. De vez en cuando se oyen piar los pájaros.”
“Estos ojos que pertenecen a Nicolaes Bruyningh han cumplido ya los 23 años y siguen con un punto de conmiseración y de leve desprecio los pasos que está usted dando como espectador recorriendo esta sala. Ha entrado usted por la puerta lateral, avanza, y no se ha fijado en estos ojos que le miran con una cierta insolencia porque este hombre de la pintura se sabe ya rico, y sabe que eso es para toda la vida, no como Rembrandt, tan acuciado de deudas a sus 48 años, ni tampoco como usted, que ha venido hasta el museo calibrando bien y ajustando todos sus ahorros. A este Nicolaes Bruyningh que ahora le sigue mirando desde la altura del cuadro le han cuidado y ordenado esta mañana, antes de que usted llegara, los bucles de esa melena ensortijada que le cubre los ojos y también, antes de que usted entrara al museo, le han cubierto con los ropajes negros del Barroco para que usted lo viera bien vestido, pero sobre todo, le han entregado en innumerables sacas repletas de florines la herencia de su abuelo, y por eso está tan relajado y contento esta mañana,, tan displicente, porque tiene ya una fortuna vitalicia para no hacer nada, sólo para posar, si es que él quiere posar alguna vez, porque también eso puede no apetecerle, o si no para ir cumpliendo tranquilamente los años y celebrarlos sin preocupación alguna. Está observando cómo está usted paseando por la sala y le mira como si hubiera bebido algún licor escondido, y es que ha bebido el licor de la fortuna que le lleva a mirar todo de soslayo, en postura relajada, apoyado en el lateral derecho de una silla y con una contenida burla en las pupilas, “
José Julio Perlado
( del libro “La mirada”) ( relato inédito)
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS
(Imagen :- Rembrandt = Retrato de Nicolaeus Bruyningh- 1652- —Kassel, Staatliche Kunstsammlungen, Gemaldegalerie)
“Empezaron a reducirse poco a poco las palabras . Primero en Inglaterra y Alemania. Con 6 o 7 vocablos las gentes se entendían sin necesidad de mayor riqueza. En Italia, los gestos y la mímica —sobre todo los gestos en el aire, apenas esbozos de manos y de dedos —sustituyeron a cualquier sílaba ya que al otro le bastaba la mímica mediterránea. Fueron empobreciéndose los diálogos. Apenas se hablaba. Se amenazaba o se suplicaba con la mirada, las gentes se ponían en guardia sólo con la dureza de las pupilas. A veces se acompañaba todo eso con movimientos del mentón y siempre con juegos de manos y de dedos. Se inventaron palabras nuevas, mixtas y brevísimas. En España se amplió el silencio. Se extendió por todas partes el silencio. El lenguaje se desgastó y acabó enterrándose al no tener ya necesidad de usarse. Los idiomas quedaron en la mínima expresión, todo apoyado en la mímica. Algunos idiomas murieron. Un silencio pobló los cafés y las terrazas con sólo el ruido de las cucharillas y de las tazas. Se alternaba en las reuniones con ademanes. Únicamente se oía el ruido de los coches y de los autobuses al pasar. También se mantenía el ruido de las puertas al cerrarse. Un silencio se extendió por toda Europa, por campos y ciudades. Las mismas ciudades se convirtieron en vastos campos sin sonidos. El silencio se ensanchó como sombra e inundó las plazas. Los hombres se olvidaron poco a poco de hablar. Toda Europa era mímica, alguno aún se atrevía, pero muy pocas veces, a iniciar alguna palabra breve. Se hizo todo un campo de silencio en el mundo y aquello tardó muchísimos años en desaparecer y en restaurarse, y en que volvieran las gentes a emplear las palabras y poder hablar.”
José Julio Perlado — ( del libro “Relámpagos”) (relato inédito)
(Dada la actual situación que atravesamos – y que afecta también al ritmo y vida de las editoriales —he decidido adelantar aquí la publicación de mis “Memorias”, tituladas “Los cuadernos Miquelrius”, que estaban previstas se publicaran dentro de unos meses y que espero que en su día aparezcan como libro. Se irán publicando a partir de mañana, 30 de marzo, los lunes, miércoles y viernes en MI SIGLO)
“Hacía las once y media de aquella mañana, el ángel Baradiel, en Florencia, empezó a despegarse poco a poco del manto y de la pequeña capa que le cubría, procurando sobre todo que ese movimiento suyo pasara inadvertido: se desplazó hábilmente separando a un lado las trompetas doradas que hacían resonar sus compañeros, apartó un pocoel pequeño violín al que le arrancaba notas su amigo el ángel Casul, y procuró dejarlo todo en la pintura casi como estaba para que no se notara que él se escapaba, todo casi perfectamente ordenado y arreglado, disimulado de tal modo que los visitantes y turistas que pasaban aquella mañana por el segundo piso de la Galería de los Ufficiy se detenían asombrados ante el color de oro, resplandecidos sus rostros por aquel oro que se reflejaba como en un espejo, apenas notaron lapequeñamancha blanca como diminuto vacío que asomaba entre todas las cabezas de ángeles. Eran varias decenas de espíritus dorados entremezclando sus instrumentos, conducidos desde el siglo XV de la mano y el pincel y las lágrimas del Beato Angélico (puesto que Fray Angélico muchas veces lloraba al pintarlos), ángeles que habían vivido primero en la iglesia del hospital florentino de Santa María Nueva y que luego llegarían a los Uffici embaladas las cajas con las láminas de la serena contemplación y con el círculo situado bajo un haz de rayos haciendo girar como rueda y globo espacial a todos los personajes. Entre aquellos personajes, a la derecha, en la altura y muy cerca de una nubecilla, había permanecido durante seis siglosBaradiel, inmóvil, con la trompeta dorada en el aire, pero mirando fijamente primero a los italianos y europeos y luego a los chinos yjaponeses que iban pasando diariamente delante de su pintura, organizados en grupos, deteniéndose, acercándose con sus zapatillas blancas y azules, atravesando despacio la sala y siguiendo al guía que les conducía, pero ahora Baradiel había decidido huir de todo aquello, escaparse sin que se notara, y así, conforme Baradiel procuraba despegarse completamente de la pintura del Angélico y tambiénde la capa y del manto, y abría con suavidad sus alas sobre las cabezas de los turistas para volar sobre la sala del museo, el escritor proseguía en su cuarto aquellaescritura suya tanpaciente y cuidadosa que los ángeles siempre respetarían, una escritura a veces titubeante e indecisa, cumpliendo sin embargo su tarea en sus páginas blancas, y asī escribía despacio con su pluma azul : Veo ahora a Baradiel —así escribía —, cómo vuela casi invisible y va rozandocon sus alas las paredes de los Uffici sin apenas hacer ruido, los japoneses y los chinos no se han dado cuenta de que está volando sobre ellos, los japoneses y los chinos caminan apretados unos junto a los otros, conviviendo gorras, pisadas, zapatillas y prismáticos, atuendos multicolores y edades mezcladas, mientras las alas de Baradiel cubren toda la sala y luego se pliegan junto a la puerta sin apenas rozarla para poder pasar con facilidad de una a otra estancia, allí donde está Giotto y suMadonna con el Bambino, llamada también Maestà de Ognissanti,nacida de un pincelen el siglo XlV, pero sobre todo porque allí se encuentran sus amigos, losotros ángeles que Baradiel está buscando, allí estánDubilon y Egibielarrodillados tal ycomo los pintara Giotto en 1313, vestidos conunas túnicas blancas y sosteniendoDubilon, a la izquierda, una jarra con lirios, y Egibiel, a la derecha, una jarra con rosas. En un primer momento ninguno de los dos ha percibido la llegada de Baradielpuesto que ambos están mirando haciala altura, pero enseguida, a una repentina seña de Baradiel, Dubilon depositasuavemente en el suelo la jarra con lirios yEgibiel hace lo mismo con su jarra de rosas y cada uno repliega sus alas grises y encarnadas y los dos van despegándose poco a poco de la pintura de Giotto y tomando impulso se elevan detrás de Baradiel por encima de todas las cabezas de los turistas chinos y japoneses y escapan volando por la única ventana abierta. El Arno ahora es un espectáculo para ellos. El río fluye bajo los puentes, principalmente bajo el ponte Vecchio y bajo elponte alle Grazie, bajo el ponte alla Carraia y el de Santa Trinita , y sobre el río las alas de los tres ángeles vuelan abriéndose y cerrándose en una libertad incomparable. ¡Ah, la libertad!, va diciéndose el escritor en su cuarto y en su cuaderno al seguir el vuelo de los ángeles por el río de Florencia, ¡ah, la libertad de escribir, de volar, de escribir como si uno volara, de ser uno de esos espíritus que marchan sobre el Arno, de recorrer el aire de todo un libro!”
José Julio Perlado —(del libro “Relámpagos”) ( texto inédito)
“De repente —contaba Hisae—, sentí un ruido. Me estremecí. En la oscuridad, muy cerca del rincón donde yo estaba acostada, escuché una extraña voz que parecía surgir del suelo, una voz muy cercana a mis pies, una voz infantil que parecía un susurro. Aquel susurro lo emitía una figura que yo no podía distinguir en la sombra. Entonces doblé un poco el cuerpo hacia la derecha, me incliné hacia mis pies, y con gran esfuerzo descubrí casi en el suelo una figura diminuta, de muy pocos centímetros, una figura insignificante que al parecer era la que me hablaba. “Hisae – oí a una voz atiplada que venía desde el suelo – ,“Yo soy un “yamawaro”, “un niño de la montaña”: me alimento de frutas silvestres y de cangrejos, a veces habito en las montañas de la Isla de Kiousiou, en Kyūshū, por donde te he visto pasear muchas veces con tus kimonos; en los veranos vivo en lagos y en ríos, pero ahora estoy aquí, escondido en esta cueva del viento que está dentro del Fuji, sé imitar bien el ruido de las rocas que caen, copio el sonido del viento, pero soy un ser diminuto como ves, mucho más pequeño que un enano, tengo este ojo único en la frente desde el cual ahora mismo te estoy mirando, ayudo a leñadores y a campesinos siempre que me ofrezcan un poco de sake o de arroz. ¿Vas a ofrecerme tú un poco de arroz? Porque si me engañas – y de repente aquella voz adoptó un tono de chillido amenazante – a pesar de mi poca estatura puedo provocar incendios devastadores y atraer sobre ti plagas mortales. Entonces, dime, Hisae, ¿me darás un poco de arroz?”.
El diminuto ojo parecía moverse inquieto de un lado para otro por el suelo pero aquello no me dio ningún miedo. Intenté desplazarme en la oscuridad, intenté levantarme y a la vez irme apartando de aquella pequeñísima figura aunque su ojo me seguía vigilando y casi me perseguía. Cuando por fin me puse en pie me sorprendió ver delante de mí unas finas columnas blancas que colgaban del techo y que yo no había percibido al entrar, columnas de cristales centelleantes, materiales estratificados, tallos y troncos de diversas formas. Apoyada en una de aquellas columnas se encontraba una hermosa mujer de piel blanca, casi transparente, vestida con un kimono también blanco y con un cuerpo que parecía de hielo. Me miraba fijamente. Apartó el pelo de su frente y empezó a hablarme en un tono muy neutro, muy despacio: “Hisae, toda esta gruta está llena de seres como yo, que somos seres impalpables, a veces muy pequeños y visibles como ese “yamawaro” que acaba de hablarte, otras veces invisibles; somos muchos, estamos dentro de esta cueva del viento pero a la vez estamos también por todo Japón, por todas las islas de Japón. Algunos nos llaman los “Yokai” y creen que únicamente somos apariciones, pero no, somos seres reales; si sigues avanzando por esta cueva volverás a encontrarnos en la siguiente, y también estamos en la siguiente, y luego en la siguiente también, y después nos encontrarás en la cueva del hielo y en la de los murciélagos. Yo simplemente soy una “mujer de nieve” de las muchas que existen en Japón. Me llaman “ Yuki-onna”; nací en una zona dominada por las tempestades. He vivido mucho tiempo en las profundidades de las aguas en la provincia de Yetsingo; en las noches de invierno de luna llena bajo hasta los pueblos y me pongo a jugar con los niños pero les advierto de que no pueden quedarse allí mucho tiempo aprovechando la claridad, tienen que volver a sus casas. Muchos dicen también que en noches de ventisca sorprendo a los viajeros y les absorbo toda su energía con un beso letal, pero eso no es verdad. Tú no tienes nada que temer, Hisae. Esta mujer de nieve no te va a hacer ningún mal. Sigue tu camino. Yo no te daré el beso letal.”
José Julio Perlado —(del libro “Una dama japonesa” ) (texto inédito)
“La Asamblea llamada del Azul, o Asamblea de los Ángeles , aunque quizá muchos ahora no la recuerden, tuvo lugar hace varios añosen lo alto de la iglesiade Saint Michel, en Francia, en el pueblecito Puy en Velay, en la región de Auverna, un pueblecito pintoresco y famoso por su subida casi vertical de sus 268 escalones que ascienden desde las calles hasta la iglesia. Naturalmente los ángeles no necesitaron aquellos escalones y volaron gozosos sobre ellos: cantaron y disfrutaronmientras ascendían. Se trató en aquella Asamblea de numerosas cosas: allí se sentaron como pudieron docenas de ángeles en los picos de la capilla y otros se recostaron apoyados en los techos, y desde abajo, es decir, desde el pueblo de Puy en Velay, algunas mujeres que miraban de vez en cuando hacia arriba mientrasseguían trabajando ensu encaje de bolillossentadas a las puertas de sus casas, cuando se les preguntó tiempo después si habían visto ángeles, espíritus, oalgo parecido, sólo pudieron afirmar que habían percibido un extraño resplandor a media tarde, una especie de hilo brillante iluminado por el sol.Únicamente una joven costurera, Berthe Rufin,que vivía en la calle Rápale y que también se dedicaba al encaje,fue más explícita, y como dijo que presumía de vista excepcional y, más aún,de oído fino,declaró que mientras trabajaba había observadounasuave ráfaga luminosa subiendo y bajando desde la iglesia hasta la calle.En los techos de aquella capilla, posados igual que pájaros inmóviles,se prepararon para celebrar la Asamblea, entre otros, un ángel de Zurbarán, y uno pintado por Murillo, también un ángel de Poussin, otro de Leonardo y otro de Caravaggio. Estaban también, apoyados en un extremo del tejado de la iglesia de Saint Michel y procurando no caerse, los once ángeles del famoso díptico de Wilton que habían llegado todos a unadesde Londres, desde la National Gallery, y que como siempre fascinaban con su intenso azul.Ellos fueron los primeros que quisieron hablar y así lo hicieron los once a la vez conla voz única que tenían, es decir, como si hablara uno solo, modulando las palabras yhaciendo referencia enseguida al azul con que vestían sus ropajesy señalando sus once alas delgadas y verticales que aunque parecían partir de los hombroscasi nacían de sus cabezas.Aquellas once alas eranuna especie de llamaradas blanquecinasque terminaban en unapunta azul. Defendieron que aquellas alas suyas eranlasadecuadas para todo tipo de ángeles aunque fueran distintas y estuvieran muy alejadas de tener enormesdimensiones.
Y aquí se entabló una gran discusión entre los once ángeles del díptico que seguían hablando a la vez con voz única y queamenazaban con aturdira los demás.Se trataba esencialmente de dos posiciones: el debate sobre la importancia del azul en los ángeles y los distintos puntos de vistasobre las dimensiones que debían de tener las alas. Unos defendían mantener un azul puro para las alas, el azul que vestían, un azul sin mezcla para los ángeles, y otros en cambio abogabanpor un azul difuminado,mezclando blancos,grises, e inclusonegros.Uno de los once ángeles del díptico de Wilton , situadoen el extremo izquierdo deltejado yque llevaba en la mano un collar doradoy una corona de flores,quiso destacarse del resto de las voces y confesó que para él el más bello azul eraprofundo y lanzaba al hombre al infinito. Tras una pausa,añadió:
—la entrada en el azul conduce al país de los ángeles.
Y aún quiso decir más:
—quiero quedarme a vivir siempre en este azul que está en trance de explotar.
Hubo un largo silencio ante aquellas palabras, y todo el mundo en aquel tejado de la iglesia de Saint Michelen Francia pareció dedicar unos momentosa la reflexión. ¿Entonces era verdadque esencialmenteel azul era el que podía representar mejor a los ángeles? ¿Y por qué no representarlos conel amarillo, el blanco o el dorado?Existían muchos ángeles dorados, fascinantes, fulgurantes en la vida,ángeles también sin alas, ángeles sin cuerpo, solamente con cabeza, unas cabezas redondas como de niños, y en ese momento alguien en el otro extremodel tejadointerrumpiólos comentarios para preguntar por qué no estaban allí, en aquella Asamblea, las diminutas cabezas de los ángeles llorandoque pintó Giotto para su Llanto por la muerte de Cristo.
—Ellos— expresóaquella voz— precisamente por ser azules y por ser sólo cabezas de niñospodrían darnos ahoraun buen testimonio.
Y así continuó durante toda la tarde aquella apasionante reunión y yo me alejé lentamente de ellos.”
José Julio Perlado – (del libro “Relámpagos’) (texto inédito)
(Imágenes – 1- Howard Hodgking/ 2 – diptico de Wilton- National Gallery/ 3-Adam Fuss-1991/ 4- ángel de Giotto)
“Y yo miro el escenario al que estoy tan acostumbrado, y pienso cuánto misterio encierra todo esto: creado por el esfuerzo de unos hombres, y alguna parte construida acaso con amor, tal construcción y todo lo construido tiene por fin quedar destruido y no permanecer : tan solo la capacidad de amor y de esfuerzo será valorada, y ese amor escondido en la fatiga de crear objetos para el hombre, permanecerá al otro lado del fin, cuando los propios objetos desaparezcan. Y en mi imaginación veo por un segundo qué frágil es todo, incluso lo aparentemente más fuerte, sin poder pesar realmente toda la fuerza de la que es capaz el amor. Y es este cuarto en mi pensamiento como cierta prolongación de mí mismo, como si este contorno tan habitado formara parte de mi propio yo en la existencia de la tierra.
Contemplo esta alfombra, y el comedor y cada mueble, y mis ojos pasan sobre el sofá y en él quedan de repente detenidos en
su movimiento: la mirada descansa allí, sujeta por algo entre las cosas. Pero mi pensamiento continúa y en estos instantes nada ha variado de su rumbo; de tal modo, que todo el pensar sigue hilvanando cuanto ve y cuanto imagina ver. Y es como proseguir en este escenario y tener conciencia de que todo esto tan real ha tenido un inicio y tendrá un fin, y esa exacta y precisa realidad, aparentemente tan sólida, verdaderamente fuera irreal, secretamente impalpable y casi etérea, aparecida en este momento — que puede durar años, una vida, varias vidas, incluso varías generaciones de vidas —, pero que sólo en tal momento se muestra como si todo lo construido y su presencia, se desgajara y deshilvanara, desprendiéndose con suavidad y sin ruido, deshilachándose tenue pero decisivamente, hasta desintegrarse en silencio todo lo construido e ir dejando el gran espacio sin límites, la creación del espacio sin ninguna creación real de hombre, sino tan sólo su creación misteriosa e invisible, esa creación del amor puesto en cada acto elaborado por el hombre, la creación de amor que el hombre deposita al crear y al confeccionar las cosas y los objetos.”
“Retorno a la intimidad de este cuarto. Entonces me quedo mirando la alfombra, los dibujos y el grosor de la lana, y sus medidas y extensiones bajo las grandes patas de los sillones: recorro lentamente esta tonalidad de hebras compactas en estilo de nudo suave y levemente mullido, como reconfortante y deslizante: y la mirada ahora, vaga ya más pérdida y más ancha, menos controlada, repasando conforme sube este contorno de las sillas y su borde dorado y oscuro: y más adelante, enseguida, los ojos se tienden horizontales y resbalando sobre la lisa superficie de mesa del comedor sesgada de vetas que la hacen más noble y al fondo, aquí y allá, muy despacio, maderas, marcos de ventanas, cristales, los estantes de la librería, espacio de cuadros, espacios desnudos, de pared blanca… Todo está aquí permaneciendo; unas manos, una vez, lo han colocado según gusto, orden y disposición. Dispuestos los objetos, aquellas manos se retiraron en una ocasión… y el escenario siempre idéntico, siempre inmóvil — un escenario que es necesario limpiar cada jornada, pero volviendo a ajustar cada pieza en su sitio — y que permanece sin movimiento propio hasta tanto otras manos lo cambien.
Este escenario es ya un hábito para mis ojos: cada persona tiene alrededor suyo un escenario más natural o más artificial, más rico o más pobre, menos cuidado o más limpio. El escenario de esta habitación hubo una vez que no tuvo existencia, era la nada en el espacio: pero, poco a poco, a cierto nivel de esa nada, el vacío se ha ido llenando y construyendo hasta desaparecer la nada y el espacio, y todo ello adquirir una forma determinada, un color, y sustentado entre otras formas construidas encima, debajo, a derecha e izquierda de ese escenario, cubrir todo ello una forma de aire y de huecos, e ir sustituyendo el aire limpio y vago por un aire limitado, condicionado por fronteras de tabiques y techos y suelos, — y aceleradas sus corrientes según la disposición de ventanas y balcones cerrados o abiertos. Así la nada invisible ha desaparecido bajo creaciones y formas idénticas o diversas, y todas ellas reunidas en muchas ocasiones, estrechamente emparejadas en verticalidad y en extensión horizontal, fundidas en su interior por complejos conductos y necesidades, separados unos bloques de formas de otros bloques, por espacios libres pero estrechos, alargados como calles del aire…, allí quedaban como encajonados entre los muros y girando de improviso en revuelo de esquinas y de cruces.”