DIBUJOS BAJO EL COLCHÓN

Escondidos bajo un colchón para protegerlos, con herramientas apiladas en su mesita de noche, recluido en un espacio compartido en un rincón del pabellón en el De Witt State Hospital en Auburm, California, el artista autodidacta mejicano Martín Ramírez fue trabajando sus dibujos durante quince años y ahora se exponen en Madrid, en el Reina Sofía hasta el 12 de julio. Ramírez, que a veces mostraba sus rollos acabados en la puerta del porche del pabellón, colgándolos de las bisagras, no podía imaginar que un día caminara el mundo entero por los apretados senderos de estas múltiples líneas flexibles componiendo espacios creadores y atisbando rendijas por donde escapar.

Escapaba él a su modo de la enfermedad.»Las palabras lograrán aliviar la mente infeliz y podrán abatir la negra melancolía«, había dicho Horacio. No sólo las palabras, también el arte, también la pintura. Martín Ramírez trabajaba toda clase de materiales para realizar su obra: notas de las enfermeras, hojas de cuadernos, vasos de papel, sábanas de papel para camillas, periódicos, revistas, y luego con ceras aplastadas, lápices de colores y pintura de base acuosa que aplicaba con un palillo -así reza el programa que presenta la exposición -, adhería todo ese material con pegamento casero, que a su vez fabricaba con almidón de patata, masa de pan y su propia saliva. Enfermedad y arte, como he dicho alguna vez en Mi Siglo, se hermanaban en esa tarea y los motivos se multiplicaban.

Como señala Philip Sandblom en «Enfermedad y creación» (Tezontle),» algunos de los enfermos que tienen talento se convierten en verdaderos artistas. Por medio de su obra nos invitan a explorar su mundo interior, fantástico, y totalmente ajeno al nuestro, ya sea deprimente o angustiado. Este «art brut«,» esta visión sin elaborar», ha atraído el interés de psiquiatras e historiadores del arte por igual y hasta, como recuerda Michael Thévoz, se le ha asignado un museo«.

(Imágenes:-Martín Ramírez: 1.- Signature motif.-1954.- Guggenheim Museum.- -The New York Times/2.-Nunca se termina un viaje.-American Folk Museum/3.-Man at Desk.-Colección of Stephanie Smither.-The New York Times/4.-ciervo sentado con rostro abstracto.-1950-1963.-Centro Reina Sofía)

FASCINACIÓN DE «LAS MENINAS»

«Supongamos que alguien quiere copiar pura y simplemente Las Meninasle dijo Picasso a su amigo Sabartés -, llegaría un momento en que si fuese yo quien lo hiciera, me diría: «¿qué pasaría si pusiera este personaje un poco más a la derecha o a la izquierda?». Y trataría de hacerlo a mi manera, sin preocuparme de Velázquez. Esta tentativa me llevaría sin duda a modificar la luz o disponerla de otra forma, puesto que habría cambiado de sitio un elemento. Asi, poco a poco, lograría hacer un cuadro, Las Meninas, que sería detestable para cualquier pintor especializado en copiar y no serían Las Meninas tal como aparecen en el cuadro de Velázquez: serían Las Meninas del que lo hiciera».

Esa tarea de realizar sus propias Meninas la emprende Picasso desde el 17 de agosto al 30 de diciembre de 1957 en su casa de «La Californie«, consagrando cuarenta y cuatro pinturas al tema de Velázquez.

«Velázquez está visible en el cuadro –le explica Picasso hablándole de Las Meninas a Roland Penrosse – cuando en realidad no debería estarlo puesto que le vuelve la espalda a la infanta del primer término que tiene por modelo. Está delante de un gran lienzo en el que parece estar trabajando, pero como se ve solo el reverso del cuadro, no podemos ver lo que pinta. En realidad, está pintando al rey y a la reina de quienes vemos la imagen reflejada en el espejo al fondo de la habitación. Sin embargo, el hecho de que los veamos implica que ese rey y esa reina no miran a Velázquez sino a nosotros. Y las meninas se han agrupado en torno al pintor no para posar, sino para mirar el retrato del rey y la reina, y como éstos, nosotos, espectadores, estamos detrás de ellas».

El 2 de octubre de 1957 Picasso pinta estas Meninas.

Les dio una personalidad propia, transformó el lenguaje de los signos y hasta el flemático perro de Velázquez se convirtió en el perro que hacía poco el fotógrafo David Duncan le había regalado.

Veinticuatro horas después – el 3 de octubre de 1957 Picasso pinta estas otras Meninas.

«La realidad es más que la cosa propiamente dicha – le diría a Penrose, y así lo cuenta éste en la biografía del pintor -.Yo siempre busco la suprarrealidad. La realidad reside en la forma en que ves las cosas. Un loro verde también es una ensalada verde y un loro verde. Aquél que sólo hace de ello un loro reduce su realidad. El pintor que copia un árbol queda ciego ante el árbol real. Yo veo las cosas de otra manera. Una palmera puede convertirse en un caballo. Don Quijote puede incorporarse a Las Meninas«.

Picasso pinta casi cada día unas Meninas distintas. Pinta aparte el grupo de la infanta y sus meninas, el perro y el hombre de la capa, luego la infanta sola. El 6 de septiembre deja Las Meninas por las palomas, el palomar y la vidriera del balcón abierta, el jardín, el mar y el cielo, que son los motivos de su creación. Y el día 14 vuelve otra vez a su serie de Las Meninas con 19 estudios sucesivos que acabará en diciembre.

Es la fascinación por un mismo tema. Las variantes de una fascinación. Siempre han existido fascinaciones y de algunas de ellas hablé ya en Mi Siglo. Pero ahora el Museo del Prado – dentro de ese mundo de las fascinaciones – presenta diversas Meninas.

Las de Picasso:

Las de Goya:

También las de Richard Hamilton:

Y al final siempre vuelve a plantearse la misma pregunta: ¿qué está pintando Velázquez?.

Uno se acerca al misterio de esta pintura y cada pintor se acerca también a ella intentando descubrirla, intentando pintarla, como hiciera Picasso, como hiciera Goya, como hiciera Hamilton, y como hicieran muchos.

(Museo del Prado.-«Las meninas de Richard Hamilton».-hasta el 30 de mayo de 2010)

(Imágenes: 1.- Meninas de Picasso.-17-8-57/ 2.-Las Meninas de Velázquez.-wikipedia/3.-Meninas de Picasso.-2-10.57/4.- Meninas de Picasso.-3-10-57/5.-Meninas de Picasso- 1957.-Barcelona.-Museo Picasso-16- 8-57/ 6.-Meninas de Goya.-preparado a lápiz.-1778.-colección particular/ 7.-Meninas de Richard Hamilton.-1973.-colección del artista)

CHOPIN Y DELACROIX

«Hacia las tres y media – cuenta Delacroix en su «Diario» (7 de abril de 1849) – acompañé a Chopin a dar un paseo en coche. Aunque fatigado, me sentía feliz de poderle ser útil en algo… Por la Avenida de los Campos Elíseos, el Arco de la Estrella, la botella de vino en el ventorrillo; parada en las barreras, etc.

Durante el paseo me habló de música, y esto le reanimó. Yo le preguntaba qué era lo que establecía la lógica en música. Me hizo comprender lo que era la armonía y el contrapunto; cómo la fuga es lógica pura en música, y que el conocer bien la fuga, es conocer el elemento de toda razón y de toda consecuencia en la música. Pensé lo feliz que hubiera sido yo de haberme podido instruir en todo eso que atropellan los músicos vulgares. Este sentimiento me ha dado una idea del placer que los sabios dignos de serlo, encuentran en la ciencia. Y es que la verdadera ciencia no es lo que ordinariamente se conoce por esa palabra, es decir, una parte del conocimiento diferente del arte: ¡no! La ciencia examinada así y explicada por un hombre como Chopin, es el arte mismo, y no ese que cree el vulgo que es arte, es decir, especie de inspiración que viene no se sabe de dónde, que anda por casualidad y que no presenta sino el exterior pintoresco de las cosas. El arte es la razón misma engalanada por el genio, pero siguiendo un paso necesario y contenida por las leyes superiores. Esto me llevó a la diferencia entre Mozart y Beethoven. «Allí – me decía – donde este último es oscuro y parece falto de unidad, no es porque una pretendida originalidad – un poco salvaje -, con la que le honran, sea la causa; es que volvió la espalda a principios que son eternos; Mozart no lo hizo nunca. Cada una de las partes musicales tiene su medida, que, acomodándose a todas las demás, forma un canto y le continúan perfectamente: esto es el contrapunto». Me dijo que es costumbre aprender los acordes antes que el contrapunto, es decir, la sucesión de notas que lleva a los acordes…Berlioz coloca los acordes, y luego rellena los intervalos como puede».

Una semana después de este paseo por París entre el pintor y el músico, Delacroix escribe nuevamente en su «Diario«: «Por la tarde fuí a casa de Chopin; lo encontré muy abatido, respirando apenas. Al cabo de algún tiempo, mi presencia lo reanimó. Me dijo que el aburrimiento era para él, el mayor de los tormentos. Le pregunté si no había sentido antes el vacío insoportable que yo suelo sentir algunas veces. Me contestó que sabía ocuparse siempre de alguna cosa, por nimia que fuese; una ocupación llena los momentos y desvía esos vapores. Pero los pesares son cosa distinta».

Chopin moriría en octubre de ese año, y al enterarse Delacroix escribe: «¡Qué gran pérdida! Tanto bribón que sigue en su sitio, mientras que esta bella alma acaba de desaparecer!». Se ha dicho que Chopin y Delacroix tenían el mismo escepticismo ante las multitudes, compartían el gusto por lo clásico y un dios común: Mozart. Chopin admiraba los lienzos de su amigo y Delacroix a su vez las composiciones de Chopin: «Es el artista más verdadero que yo he encontrado decía el pintor – Es de esos, en pequeño número, que se pueden admirar y estimar».


Del «Diario» de Delacroix he hablado alguna vez en Mi Siglo. Música y pintura como música y literatura se enlazan por esos pasillos de la correspondencia de las artes. Entre otros «Diarios» de pintores hay uno, el de Paul Klee, que también dedica grandes espacios a la música; también pasea, aunque no sea físicamente, por avenidas de composición. «Una melancolía me invade – dice Klee – cuando oigo a Schubert«; «la música me ha consolado a menudo y me consolará si es necesario. Es casi insoportable el pensamiento de vivir en una época de epígonos». En febrero de 1906 escribe: «Adquirí un violín Testore del año 1712 y me deshice de mi viejo instrumento de Mittenwald, barnizado con todo amor. Se enamora uno de los violines. Pero los violines de los que uno se deshace no se suicidan. Y eso es cómodo». Y ese mismo día añade: «En el concierto sinfónico tocamos la excelente Sinfonía de César Franck, la Obertura Cellini, de Berlioz y el vals Mefisto de Liszt«. En otro lugar de su «Diario«, en 1905, Klee recoge su impresión de Casals: «En el quinto concierto sinfónico tocó Casals, uno de los músicos más maravillosos que ha habido en el mundo. El sonido de su cello es de una conmovedora nostalgia. A veces hacia fuera, saliendo de las profundidades, a veces hacia dentro, bajando a ellas. Al tocar cierra los ojos, pero su boca interrumpe un poco esta paz (…) La noche del concierto, Casals se hallaba sentado frente a la orquesta que tocaba la introducción, claramente enfadado. El director volvía la cabeza para mirarlo con ojos implorantes y descubrir lo que pensaba acerca del tempo. El español lo soportó exactamente un compás más, y con unos cuantos movimientos de arco creó el orden necesario. (…) Casals interpretó solo una Sarabanda de Bach«.

Paseos y recuerdos, recuerdos y paseos entre pintura y música.

(Pequeña evocación, hoy, uno de marzo, en que se cumplen 200 años del nacimiento de Chopin: 1 de marzo 1810- 1 de marzo 2010)

(Imágenes: 1.-Chopin, retrato por Delacroix.- wikipedia/ 2.-retrato de Chopin.-wikipedia/ 3.-Chopin tocando ante la familia Radziwill.-wikipedia)

WYNDHAM LEWIS Y EL «VORTICISMO»

Los «ismos» en literatura y en arte han ofrecido siempre sorprendentes Manifiestos.

El 20 de junio de 1914, en la Revista «Blast«, Wyndham Lewis – cuyas pinturas se exponen ahora en Madrid, en la Fundación March – definía el «vorticismo» de la forma siguiente:

«Nuestro vórtice está alimentado por vuestros adelantos, hombres: pollos burgueses. Nuestro vórtice está orgulloso de sus superficies pulidas. Nuestro vórtice no escuchará otra cosa que su danza desastrosa y sin relieves. Nuestro vórtice desea el ritmo inmóvil de su rapidez. Nuestro vórtice se arroja como un perro rabioso contra vuestra batahola impresionista. Nuestro vórtice es blanco y abstraído de su cadente rapidez. El vorticista está en el punto máximo de energías cuando más inmóvil está. El vorticista no es esclavo de la conmoción, sino su amo. El vorticista no sorbe la leche de la vida. Deja que la vida conozca su lugar en un universo vorticista. No existe el presente: existen el pasado y el futuro, y existe el arte. Todo momento que no sea débilmente relajado y regresivo, o – por otra parte – optimistamente soñador, es arte. «La Vida de veras», o presunta «Realidad», es una cuarta cantidad, hecha del pasado, del futuro y del arte. Nuestro vórtice desprecia e ignora este impuro presente«.

Firmado por Wyndham Lewis – pintor, novelista y crítico – este manifiesto quedó expresado, según recuerda con su precisa erudición Guillermo de Torre en su «Historia de las literaturas de vanguardia» (Visor), en una hoja tamaño sábana en el primer y único número de la revista «Blast«, donde colaboraban Ezra Pound, el escultor francés Gaudier- Brzeska, Ford Madox Ford, Rebeca West y T. S. Eliot, entre otros.

Precisamente a Eliot – como haría con Ezra Pound – dedicó Lewis uno de los retratos que ahora se exponen en Madrid. Empezó a pintar a Eliot en la primavera de 1949 y le comentó que deseaba que apareciese « con el cuerpo ligeramente inclinado…, como en una resignada anticipación de lo peor«. Cuando terminó Lewis el retrato, Eliot, sin decir nada, le pagó al pintor y escritor muchas más libras de lo convenido, y esa generosidad del gran poeta y dramaturgo permaneció sienmpre oculta, no mencionándose ni siquiera en sus cartas. Las relaciones entre Eliot y Lewis se extenderían  en el tiempo y algunos de los primeros poemas de T. S. Eliot aparecieron en «Blast«.

«Nosotros [los Vorticistas], -había dicho Ezra Pound en 1915 – no gozamos de los arreglos de formas y colores como elementos centrales del Arte, ya que estos arreglos solo son aspectos aislados que existen en la naturaleza. Pero nada existe verdaderamente aislado en la naturaleza. Los arreglos de formas y colores deben ser expresiones del creador, como los arreglos musicales de Mozart no son formas ni colores, sino expresiones«.

El «vorticismo» fue uno de los más efímeros ismos que nunca hayan existido. Parece haber significado una expresión puramente personal de Wyndham Lewis. Predicó una suerte de clasicismo. «Pero ¿cuál? – se pregunta Guillermo de Torre -. Si hubo un»vórtice«, un torbellino, fue, pues de confusión y no de decantaciones». Este movimiento artístico y literario comenzado hacia 1912 perdió vigencia después de 1920.

Ahora varias pinturas de Wyndham Lewis se exponen en Madrid hasta el 16 de mayo. Pinturas del hombre que dejó escrito en la revista «Blast«: «En Inglaterra, lo más cercano a un gran artista francés tradicional es un gran artista inglés revolucionario».

(Imágenes.–Wyndham Lewis: 1.-«Una batería bombardeada» (1919/ 2.-retrato de T. S. Eliot/ 3.-retrato de Ezra Pound/ 4.-Los vorticistas en el restaurante de la Torre Eiffel en 1915.-Tate.-gerrypinturavisual)

JUGADORES DE CARTAS

«Se quedaba parado ante «Los jugadores de cartas«, atribuido a Le Nain.

-«Así me gustaría pintar a mí…», decía Cézanne.

Me llevaba con frecuencia ante ese cuadro en el que unos soldados de un cuerpo de guardia -uno viejo; otro muy joven y rubio, en postura afectada -están acabando una partida». Así lo cuenta Joachim Gasquet en «Cézanne. Lo que ví y lo que me dijo» (Gadir). » Durante toda su vida – añade – quería sentar en una alquería del Jas, bajo la campana de la chimenea común, en torno a una botella y en sillas rústicas, a unos rústicos jugadores de cartas. (…) Toda la humilde gloria del Jas, toda el alma virgiliana del pintor dialogan en esa pintura para siempre».

Cézannedice por su parte Henri Perruchot al relatar su «Vida»  (Hachette) -, no va a buscar lejos sus modelos: son en general los aldeanos de la granja del Jas, sobre todo uno de ellos, el jardinero Paulet, a quien llaman el tío Alexandre. Su paciencia para soportar, inmóviles y silenciosos, largas poses, colma al pintor. Cézanne ante ellos se anima, se hace expansivo y viviente». Elige al principio una tela de grandes proporciones, con cerca de dos metros de extensión. Pinta en ella cinco personajes: tres de ellos jugando, mientras que los otros dos miran. Pero pronto empieza de nuevo de otra forma. «Toma telas más pequeñas. Reduce el número de personajes, pasando a cuatro, luego a dos. Suprime lo que no es primordial. Se esfuerza en la línea, en el color, en la arquitectura del conjunto, hacia una sobriedad, hacia una sutileza que parecen, una vez adquiridas, divinamente fáciles, pero que jamás se obtienen sino al precio de laboriosas paciencias y de obstinados recomienzos».

Pero las cartas siguen su curso. También sigue su curso la suerte, igualmente la habilidad en las manos, la simulación, la provocación, el desdoblamiento de personalidad en el jugador, ése que finge una aparente seguridad , también el cálculo, el arrojo. Vuelan las múltiples combinaciones ante la mesa, se arrrojan astutamente los naipes y se vuelven a recoger con presteza entre muecas y guiños: todo eso lo estudió muy bien Roger Caillois en su «Teoría de los juegos« (Seix Barral).

El fotógrafo canadiense Jeff Wall ,  por su parte, que suele realizar fotografías manipuladas, creó esta escena en 2006, en «Cézanne y más allá» (Museo de Arte de Filadelfia) , como homenaje al francés. Quiso con ella demostrar que la influencia del gran artista ha perdurado durante más de un siglo, convirtiéndose – dijo – en «el maestro de todos nosotros«, como Matisse señaló.

Céanne absorto ante Le Nain.

Jeff Wall absorto ante Cézanne.

El juego continúa.

(Imágenes:- 1.-jugadores de cartas.-Le Nain/.-2.-jugadores de cartas.-Cézanne/ 3.-jugadores de cartas.-Jeff Wall.-«Cézanne y más allá».- TIME)

BRONZINO Y LAS EDADES DEL HOMBRE

La cabeza de niño dibujada por Agnolo Bronzino en 1527 , aún no lleva consigo – como todas las cabezas de niños del mundo – ni ocupaciones ni preocupaciones. Toda la mirada está vuelta hacia arriba, hacia su madre – cualquier madre del mundo – que le explica la vida desde la altura y la dulzura, le explica el tráfico de los carruajes y a la vez las estrellas del cielo y a la vez los porqués que todo niño pregunta.

La cabeza de hombre que Agnolo Bronzino dibuja en 1550 ha pasado ya la crisis de la pubertad; también las  primeras experiencias; su mirada no ve cuanto aún le queda:  la crisis de las experiencias segundas y terceras, la crisis de la comprensión vital, la última del desasimiento. (Bronzino precisamente será uno de los que contestará a la primera encuesta que sobre arte se haga en el mundo –  el primer «cuestionario» en el siglo XVl que enviará por carta Benedetto Varchi  a varios artistas-; Miguel Ángel responderá a esa «encuesta» en 1549, Vasari lo hará en 1547, Benvenuto Cellini en 1546.-Así lo recordé en «Diálogos con la cultura«)

La cabeza de mujer que Agnolo Bronzino dibuja en 1542 acaso quiera cruzarse con la cabeza del hombre anterior, acaso quiera compartir con él su vida. Sonríe sin revelar nunca su edad. Espera sin duda el amor, sueña con la maternidad, no ama la soledad, intuye la entrega total aunque nadie le ha hablado de ella, tampoco nadie le ha hablado del nido vacío.

La cabeza del hombre sentado que Agnolo Bronzino dibuja en 1535 ve pasar las edades que vivió, todas las tardes que consumió el horizonte, aquellas nostalgias, aquellas ilusiones, lo que consiguió y lo que aún aguarda, y sobre todo aquella vida sin edad, la mirada vuelta hacia arriba, su mirada mirando a la madre que desde la altura y la dulzura le iba explicando los colores del cielo y cómo rodaban los  carruajes en la noche.

(Pequeño recordatorio de la actual exposición sobre los dibujos de Bronzino en el Metropolitan Museum de Arte de Nueva York)

(Imágenes:– dibujos de Bronzino: 1.-cabeza de niño de pelo rizado mirando hacia arriba.-1527.-Dresde/ 2.-cabeza de joven.-1550-1555.-Museo J Paul Getty de los Ángeles/ 3.-mujer sonriendo.-1542-43.-Louvre/ 4.-estudio para un Retrato de un hombre sentado.-1535.-Disegni degli Uffici.-Florencia)

EL YO-NO-SÉ-QUÉ DE LA POESÍA

 «En la infancia del mundo dice Shelley -, ni los poetas mismos, ni sus oyentes, se dan cuenta cabal de su excelencia; porque la poesía obra de una manera divina e imperceptible, más allá y por encima de todo saber consciente; y queda reservado para las generaciones futuras el contemplar y medir la causa y el efecto poderosos en toda la fuerza y esplendor de su conjunción«. Con frecuencia se ha recordado que no puede un hombre decir: «Voy a componer poesía»: las «visitaciones» evanescentes que le rodean llegan de un modo imperceptible y potente, y los pasajes más bellos de un poema no son producidos, en principio, por el trabajo y el estudio. Ese «yo-no-sé-qué» de la poesía se hace inexpresable para el propio poeta, hasta el punto de que alguno ha confesado: «yo no sabía lo que iba a escribir hasta que yo lo leo como ustedes lo hacen.., como si esos escritos no fueran míos».

Es la invasión de una voz que rodea al poeta, una voz que le habla obligándole a escribir, la invasión de la voz del misterio. «Hay en la poesía como en las otras artes – se recordaba ya hace dos siglos – ciertas cosas que no pueden expresarse, que son como quien dijera misterios. No hay preceptos para enseñar las ocultas gracias, los irrazonables encantos, y todo ese secreto poder de la poesía, que pasa al corazón como no hay método para enseñar a gustar; es un puro efecto de la naturaleza«.

Este «yo-no-sé-qué» del escribir, tan nítido muchas veces en la poesía, se descubre en ocasiones también en la prosa. Cuenta Claudio Magris, evocando sus paseos con el escritor judío Isaac B. Singer por los Alpes suizos («Ítaca y más allá«) (Huerga – Fierro), cómo él le hablaba de uno de sus cuentos, «No visto«, «grandísima fábula – dice Magrissobre el conflicto entre ley y pasión. Singer no sabía que había escrito todo esto: sabía que había contado una historia extraña, que había representado a dos cónyuges ancianos y rechonchos, que había esbozado el gesto con el cual uno de ellos se lleva la comida a la boca, el color de una tarde o el bochorno de un perezoso verano. Había escrito una historia pero quizá, como Kipling, no había sabido explicar – y quizá ni siquiera comprender – su significado«.

Ese significado tampoco lo encuentra de inmediato Kafka sobre su relato «La Condena«. En carta a Felice Bauer del 2 de junio de 1913 le pregunta: «¿Encuentras en «La Condena» algún sentido, quiero decir algún sentido directo, coherente, rasteable? Yo no lo encuentro, y tampoco puedo explicar nada sobre el particular. No obstante contiene muchas cosas singulares. (…) Naturalmente no se trata sino de cosas que he descubierto más tarde. Por lo demás, la historia entera fue escrita en una noche, desde las once de la noche hasta las seis de la madrugada«. No es hasta meses después, en febrero de 1913, cuando Kafka comente en su «Diario«: «Con ocasión de estar corrigiendo las pruebas de imprenta de «La Condena» voy a anotar todas las correlaciones que se me han vuelto claras en esta historia, en la medida en que las tenga presentes«.

«El poema – ha recordado Steinerviene antes que el comentario. El poema, la pintura, la obra musical y, en especial, el texto literario (…) son vistos como los pre-textos para el comentario«. La nube de comentarios planea luego incesante  sobre ese misterio del «yo-no-sé-qué» balbuciente, virgen, intacto, que ni siquiera el creador descubre. En la soledad nocturna de Kafka o en la diurna de Singer y de tantos otros, el «yo-no-sé-qué» he pintado, he compuesto o he escrito muchas veces es un regalo en sí mismo, en ocasiones enigmático, casi siempre muy bello.

(Imágenes:-1- Mytic Scape 1.-2007.-Lee Jeonglok. –Arario Gallery.-Seul.-Korea.-artnet/ 2. Big Blue.-2007 –Pinaree Sanpitak.-100 Tonson Gallery.-artnet)

RÓDCHENKO Y LAS VANGUARDIAS

«¡Abajo el arte, viva la técnica!

¡Abajo el mantenimiento de las tradiciones artísticas! ¡Viva el técnico contructivista!

¡Abajo el arte, que sólo enmascara la impotencia de la humanidad!

¡El arte colectivo del presente es la vida constructiva

Éstas eran algunas de las consignas de los constructivistas, firmadas por Alexander Ródchenko y Bárbara Stepanova en 1920.  Ahora, en la exposición de Madrid, «Definiendo el constructivismo» en el Reina Sofía, hasta el 11 de enero, las obras de Ródchenko y de Liubov Popova entre otros muchos artistas de aquel movimiento nos ofrecen muestras de aquella  vanguardia. Ródchenko diseñó kioskos de propaganda en los que se mostraban consignas como «¡El futuro es nuestra única meta!» y que tenían la apariencia de figuras construidas con un reloj por cabeza y, en ocasiones  incluso piernas y pies estilizados : empleó sus ideas geométricas, colectivas, comunales y utópicas para impulsar la nueva estructura social.

Pero Rodchenko no fue sólo pintor. En 1921, tras abrazar la consigna «¡Muerte al arte!», abandonó los lienzos para realizar trabajos de colaboración en el teatro, el cine, el diseño gráfico, la creación de ropa y mobiliaro, la fotografía y las exposiciones. Como se pregunta sucesivamente John Miller en su interesante estudio, «Materialización de la utopía en el arte de la vanguardia rusa«, ( «Ideas y conceptos del Arte Moderno«) (Fundación Mapfre), Rodchenkoataviado con el uniforme de trabajo diseñado por él mismo, ¿parece uno de los obreros de la fábrica? ¿Predomina la identidad del individuo o la del colectivo? ¿Identidad individual o anonimato? La indumentaria es un punto crítico en el que los fines utópicos podrían haberse materializado casi por completo«.

Recuerda también Miller que Rodchenko hacía fotografías en donde el individuo se transforma en un átomo del grupo, a veces como una prueba clara de lealtad política, un símbolo viviente de comunión ideológica. Resulta difícil reconocer al individuo porque el punto de vista de Rodchenko convierte a sus imágenes en algo extraño y las hace monumentales, contemplados desde abajo con el cielo de fondo, tal como percibimos los monumentos en la calle. «Alzamos la vista – termina Millerpara ver a estos jóvenes pioneros y admirar su ejemplo y su compomiso con la causa pionera, con el grupo y con su ideología«.

Rodchenko y el constructivismo, el sueño de una utopía que dio paso a un anonimato y un orden implacables. Miller comenta también el cuadro de Rodchenko «Dos figuras» (1920) que quería ser un reflejo, a su modo, de la obra «Adán y Eva» de Durero (1514). Pero Rodchenko, con sus imágenes que pretendían ser modelos de un hombre y una mujer anónimos y geométricos, mostraban, de hecho, el Adán y la Eva de una sociedad comunista y atea.

(Imágenes:- 1.- Rodchenko.-«Construcción espacio colgante » nº 11.-Cuadrado dentro de un cuadrado.-1921.-Colección particular.-/ 2.- Rodchenko.-«Pionero trompetista».-EFE.-elmundo.es/ 3.-Rodchenko.-«Construcción lineal» -1921.- Museo contemporáneo de Tesalónica.-Colección Georges Costakis.-elmundo.es)

¿ESCUELAS DE ESCRITORES?

diario.-1«Cuando estuve en Berlín hace cuatro años – decía el escritor polaco Witold Gombrowicz en su última entrevista grabada para la emisión«La Bibliothéque de Poche» en 1969 – me invitaron a una escuela para escritores; y me pidieron que pronunciase un discurso. Dije:»Lo primero que tenéis que hacer, si es que queréis ser escritores, es salir de aquí por las puertas o por las ventanas, da igual, pero huid en seguida, porque no se puede aprender a ser escritor y no se os puede dar ningún consejo, como tampoco se pueda dar instrucción a un escritor… El escritor no existe, todo el mundo es escritor, todo el mundo sabe escribir. Si se escribe una carta a la novia, se hace literatura; incluso diré más: cuando se habla o se cuenta una anécdota, se hace literatura, siempre es lo mismo. Por lo tanto, pensar que la literatura es una especialidad, una profesión, es una inexactitud. Todos somos escritores. Hay personas que no han escrito en toda su vida y, de golpe, hacen su obra maestra. Los otros son profesionales, que escriben cuatro libros al año y publican cosas horribles. Un poeta polaco decía: «A veces me sucede que soy poeta». Creo que la frase es acertada y que debiera decir: «A veces me sucede que soy artista». Pero no entiendo qué quiere decir artista o escritor de profesión. El hombre se expresa y lo hace por todos los medios, baila o canta, o pinta o hace literatura. Lo que importa es ser alguien, para expresar lo que uno es, ¿no creen? Pero la profesión de escritor, no, no existe…Hoy las cosas se han complicado falsamente, es un intelectualismo para mí de poca calidad, que busca las cosas, las paradojas, las novedades y todo lo que se quiera, pero que olvida las cosas esenciales. Creo que la literatura debiera volver a su forma de vida de hace, tal vez, cuarenta o cincuenta años, porque todo lo que se ha hecho desde entonces es muy sospechoso y ha dado muy malos resultados». («Autobiografía sucinta, textos y entrevistas») ( Cuadernos Anagrama).

escribir VALIDO.-j78.-por Tetsuya Noda.-Andrew Bae Gallery.-Chicago.-USA.-artnet

Estas palabras quizá sorprendentes, quizá sensatas y sabias, equilibran los platillos de la balanza sobre la asignatura del «aprender a escribir». Como he recordado en un artículo reciente, esta asignatura se imparte hoy en muy diversos lugares.» En la Universidad de Columbia, por ejemplo – decía allí -, hay todo un curso para creadores que abarca desde Homero y Sófocles hasta Virginia Woolf y cualquier lectura reposada de un aspirante a escritor le mostrará hasta dónde llegó la sensibilidad y qué formas exteriores se aplicaron para narrar la esencia de la vida». Tabucchi, entre muchos otros, ha confesado que «escribir no es una profesión, pero es seguramente un oficio, en su acepción más artesanal del término. Hay escritores que mitifican el talento, la inspiración y, seguramente, todo esto, junto al deseo y la imaginación, son cosas muy importantes. Pero la verdad  también es que es necesario estar sentado mucho tiempo, es necesario escribir, trabajar, hacerlo como el relojero que instala la pieza minúscula en el mecanismo del reloj que fabrica. Y cuando jóvenes escritores me piden consejo, me niego a dárselo. O más bien, les doy uno solo: si hay algún artesano en vuestro barrio, pasad por la tarde antes de que cierre y miradle cómo trabaja…»

escribir.-22vvb0.-por Giovanni Carnovali .-1840.-Glleria nazionale d´arte moderna

En las clases de creación que he impartido durante años siempre me gustó hablar desde el principio de libertad creadora. Y leía estas palabras escritas por Goya y colocadas en el monumento que le dedicara Vaquero Turcios, situado en el Parque del Oeste de Madrid, cerca del río.

«En la enseñanza de la pintura/

hay que dejar en plena libertad

correr el genio del alumno/

sin oprimirlo/

ni torcer su inclinación/

a éste o aquel estilo/

No hay regla en la pintura: /

lo mismo que la poesía/

Escoge en el universo/

aquello que encuentra/

más apropiado a sus fines«.

Creo que ésta es la primera lección.

(Imágenes:- 2.- 295  Diary: Aug 12 th.-1984.-Tetsuya Noda.-Andrew Bae Gallery.-Chicago.-artnet/ 3.-» Ritratto d´uomo in atto di scrivere» .-Giovanni Carnovali.-1840.-Galleria Nazionale d´arte moderna)

MIRAR Y SER VISTO

retratos.-JJ.-Picasso.-Busto de hombre.-el atleta.-1909.-Fundación Mapfre«La frente aparece dividida a menudo – decía Golding comentando los retratos de Picasso en «Cubismo. Historia y análisis 1907-1914» – por un realce en medio o por una hendidura; dos planos simplificados unen las cuencas de los ojos a la frente, mientras las zonas entre mandíbula, nariz y boca quedan claramente distinguidas. Las cabezas están vistas desde un nivel sólo levemente superior, o sea normal; pero las zonas inferiores de la nariz y las mandíbulas resultan claramente visibles. La parte del cuello que puede verse está realizada conforme a un gran plano curvo, en general origen de la descomposición plástica del cuello y de la garganta«.

Cuando se mira y se deja uno mirar por este «Busto masculino» ( El Atleta), de 1909, que ahora puede contemplarse en la exposición madrileña de la Fundación Mapfre, parece que viéramos a Picasso acodado en el bar del circo Medrano, tal como cuenta Fernanda Olivier en «Picasso y sus amigos» (Taurus): » Entre el cálido y un tanto repugnnante olor que subía de la cuadra, se quedaba allí, lo mismo que Braque, y pasaba la velada entera hablando con los clowns. (…) El boxeo le gustaba por una causa distinta. La fuerza física le dejaba estupefacto y forzaba su admiración. La belleza de un combate le interesaba lo mismo casi que una obra de arte. Le gustaban los boxeadores tanto como los clowns, pero de otra manera. Aunque le intimidaban, al parecer, hubiera estado muy orgulloso de tener amigos entre ellos«.

El Atleta pasa ante los ojos de Picasso. Mira y es mirado por él. Como ocurre también en esta exposición cuando a la vez miramos y nos miran los retratos de Modigliani.

retratos.-LL.-Modigliani.-Retrato de Leopoldo Zborowski.-1916-1919.-Fundación Mapfre

También «Leopoldo Zborowski sentado«(1919) nos mira mientras atravesamos el espacio ante él. Jean Paris escribió un bellísimo libro sobre la mirada y el espacio («L´espace et le regard«) (Seuil) y allí recuerda que mientras el impresionismo se mantenía inmóvil ante las cosas en movimiento, el cubismo va a moverse idealmente ante las cosas inmóviles. Nosotros nos movemos en el espacio ante estos ojos de Leopoldo Zborowski que nos observan. Dale dejó dicho en su «Modigliani» que «muchos de esos retratos nos miran desde los lienzos, pensativamente conscientes de su vida frágil, angosta, malsana, con su terror, su propia miseria o su mórbida sensibilidad claramente desvelada. Cada personaje  se impone a la imagen y cada imagen es una síntesis que a  menudo se manifiesta despiadada y brutal. Modigliani no amó las almas ni los cuerpos, y pintó a estos últimos con tal intensidad que sus almas, más o menos infelices, atraen al contemplador aun cuando pueda aborrrecerlas».

retratos.-GG.-Toulouse-Lautrec.-retrato del señor de Fourcade.-1889.-Fundación Mapfre.-

Mirar siempre y a la vez ser visto por el mundo. Somos vistos instantáneamente también por este hombre que cruza con sus manos en los bolsillos, el banquero Henri Fourcade, pintado por  Toulouse-Lautrec en 1889. Parece que no nos mira, contempla entre las máscaras cómo discurre este año en que Toulouse-Lautrec pinta la sala del Moulin-de-la-Galette,  el año en que expone en el Círculo Artístico y Literario y en el «Salón des Arts Incohérentes«. El pintor se le queda mirando al pasar y el señor Fourcade parece que no mirara al pintor: sabe que le están pintando, sabe que nosotros le miramos. Estos rostros sucesivos de las exposiciones, el retrato frontal o el retrato de perfil son los que vemos continuamente por las calles. Las calles de nuestras ciudades son exposiciones móviles, rostros zigzagueantes entre semáforos, estelas de vida. Las gentes han salido a las calles con sus afeites para ser miradas y la edad se advierte en cuanto a uno ya le dejan de mirar. Miran las gentes y son vistas en los teatros, en los vestíbulos, en la sociedad hecha vestíbulo de teatro, escenario de parlamentos y de abrazos. Ha salido uno a la calle para ser visto – para estar vivo – y también para mirar a los que están vivos – a los que quieren ser vistos – y que en este momento acaban de salir.

(Imágenes:-1-Picasso:»Busto de hombre» (El atleta).-1909/2.-Modigliani: «Retrato de Leopoldo Zborowski».-1916-1919/3.-Toulouse-Lautrec:» Retrato del señor Fourcade».-1889) (Retratos de la exposición «Mirar y ser visto» (De Tiziano a Picasso, el retrato en la colección del MASP) en la Fundación Mapfre de Madrid, hasta el 20 de diciembre de 2009)

FRIEDRICH Y SUS DIBUJOS DEL PAISAJE

FRIEDRICH.-XVX.-ventana desde el estudio del pintor.-1805-06.-Art History Museum.-Viena«Se puede concebir para el paisaje como para la figura humana, una exaltación extrema de la belleza del trazo que es, tal vez, uno de los criterios más seguros para distinguir al dibujante mediocre del verdadero: éste respeta enteramente las proporciones, mientras que aquél, con frecuencia, las pisotea«. Esto escribe Carl Gustav Carus en su «Viaje a la isla de Rügen. Tras las huellas de Caspar David Friedrich» (Terra Incognita), un libro sobre el gran paisajista romántico alemán. «Tomemos la línea particular del horizonte marino, que sólo se puede dibujar como una recta aunque sea, en realidad, una curva; tomemos luego las líneas tenues de las lenguas de tierra que se adentran en el mar, o los débiles relieves de la costa al borde de las aguas. Sólo la atención más precisa, la mano más segura, la punta más afilada del lápiz y la superficie más intacta de la hoja de papel permiten reflejarlas con exactitud».

Ahora en Madrid se exponen en la Fundación March los dibujos de Friedrich sobre la naturaleza.

FRIEDRICH.-G.-En en Ryck en Greifswald con una vista de los molinos delante de la barrera de Steinbeck.-1822-1823.-elcultural.es

Friedrich.-B.-Casa de campo en ek bosque.-1797.-elcultural.es

FRIEDRICH.-C.-El Molino Real en el llano de Plauen.-1802-1803.-elcutlural. es

Car Gustav Carus, pintor, médico, psicólogo y filósofo, amigo de Goethe, autor en 1831 de sus «Nueve cartas sobre la pintura de paisaje«, fue también amigo de Caspar David Friedrich desde 1815 y bajo su inspiración pintó numerosos paisajes y visitó las montañas y lugares preferidos de Friedrich. El atractivo de la naturaleza, más aún que inducirle a copiarla, abría ante él una profunda visión interior. «Quise reflejar todo eso en unos bocetos en papel – confesaba-, pero apenas hube trazado una líneas, tiré mi carpeta a lo lejos, convencido de que cada trazo era una profanación de aquel fenómeno que me hacía vibrar de emoción«. El poderío y la fascinación del paisaje han transformado con frecuencia a los grandes artistas. El estado de ánimo se fundía en la lírica romántica con el horizonte y el horizonte del espíritu, con sus tonalidades del momento, daba la impresión de que se alargaba. Gombrich incluso ha hablado, al contemplar ciertas ondulaciones de las montañas de Friedrich, de su evocación de los paisajes chinos; Kenneth Clark reunió en «El arte del paisaje» (Seix Barral)  sus conferencias de «Slade Professor» en la Universidad de Oxford. «Estamos rodeados de cosas que no hemos hecho – dijo en una de sus lecciones – y que tienen una vida y una estructura diferente de la nuestra: árboles, flores, hierbas, ríos, montes, nubes. Durante siglos nos han inspirado curiosidad y temor. Han sido objeto de deleite. Las hemos vuelto a crear en nuestra imaginación para reflejar nuestros estados de ánimo. Y, ahora, pensamos en ellas como componentes de una idea que hemos llamado naturaleza».

FRIEDRICH.-WSC.-Resenbirge.-1835.-Hermitage.-San Petersburgo

(Imágenes:-1.-ventana desde el estudio del pintor.-1805-06.-Art History Museum.-Viena/2,3 y 4.- dibujos de paisajes de Friedrich en la exposición de la Fundación March.-elcultural.es/5.-paisaje de Friedrich 1835.-Hermitage)

ESQUINAS DE IRVING PENN

IRVIN PENN.-LL.-Truman Capote.-New York 1948.-foto Irving Penn.-Morgan Library Museum.-The New York Times.Esquinas, ojos, planos.

 Aquí, otras voces, otros ámbitos. Truman Capote, el hombre que literariamente retratara a Isak Dinesen, a Coco Chanel, a John Huston y a tantos más, es retratado en 1948, en Nueva York, en la esquina de una esquina de la fama.

IRVING PENN.-GG.-Marcel Duchamp..New York 1948.-foto Irving Penn.-Morgan Library Musem.-The New York Times

Otra esquina más. Marcel Duchamp y su pipa, el ajedrez, la invención, la provocación.

Irving PENN.-CC.-Stravinsky.-New York 1948.-foto Irving Penn.- Conde Nast Publications.-The New York Times

Aún una tercera esquina. El oído de Stravinsky escucha cuanto le dice la música, aquello que aún no le ha dicho la música, aquello que él va a decir a la música en cuanto se ponga a componer.

IRVING PENN ZZ.-Picasso -Cannes 1957.-foto Irving Penn.-Morgan Library Museum.- The New York Times

El ojo de Picasso.

IRVING PENN.-DD.-Francis Bacon.-Londres 1962.-foto Irving Penn.-Conde Nast Publications.-The New York Times

Los ojos de Francis Bacon.

IRVING PENN.-FF.-Jean Cocteau.-París 1948.-foto Irving Penn.-Conde Nast Publications.-The New York Times

Y luego está el plano de Cocteau, el autor del gran monólogo «La voz humana«. Correspondencia de las artes, flexibilidad, facilidad, estética.

(En memoria del gran fotógrafo Irving Penn que acaba de morir)

(Imágenes:-1.-Truman Capote.-Nueva York, 1948.-foto Irving Penn/Morgan Librery & Museum.-The New York Times/2.-Marcel Duchamp.-Nueva York 1948.-foto Irving Penn/Morgan Librery& Museum.-The New York Times/ 3.-Igor Stravinsky.-Nueva York, 1948.-foto Irving Penn/ Conde Nast Publications.-The New York Times/4.-Pablo Picasso.-Cannes,1957.-foto Irving Penn/Morgan Librery & Museum.-The New York Times/5.-Francis Bacon Londres 1962.-foto Irving Penn/Conde Nast Publications.-The New York Times/6.-Jean Cocteau, París 1948.-foto Irving Penn/Conde Nast Publications.-The New York Times)

LOS AGUJEROS BLANCOS

TURNER.-Rain, Steam, and Speed.-1884.-Museum Syindicate

 

         » Me preguntan ustedes cómo ha sucedido y, la verdad, yo no sé qué decirles. Es la cuarta conferencia de prensa, ven ustedes que yo vivo humildemente, retiradamen­te, sólo Erika, mi mujer, es mi ayudante. Ella es la que les ha abierto la puerta y a ella la ven aquí, a mi lado. Ni a ella ni a mí nos gustan las entrevistas.

          Les diré lo que ustedes ya saben. Que fue el miércoles. A media mañana. Estaba limpiando este Turner. Este Turner ha dado ya la vuelta al mundo con tantas fotografías como le han hecho, y sin embargo no tiene nada de especial. Al menos, aparentemente. Es una copia de una copia. Una copia aceptable del célebre cuadro Lluvia, vapor, velocidad que pintó Turner en 1843. Yo tengo cuadros de ferrocarril por todas partes, como ustedes ven. Motivos de trenes. Otros tienen miniaturas, se dedican a otros coleccionismos. Yo escribo. Indudablemente colecciono cuadros de trenes, pero mi tarea –de lo que vivo y de lo que comemos mi mujer y yo– es escribir libros y dar clases en la escuela del pueblo de aquí al lado. La Selva Negra no da para más. Tengo mi pipa, mi cojera –mi reuma– y mi amor por la soledad. Ando todos los días. Desde hace años camino dos horas bajo los árboles. Quizá eso me hace amar el silencio y el paisaje. A mis alumnos en la escuela, cuando les interpreto el paisaje –cuando les hablo sobre el paisaje– les digo siempre que hay un paisaje exterior y uno interior, un paisaje presente cargado del pasado –del peso del pasado– y un paisaje futuro, que no vemos. Pero hay más. Hay un paisaje alto y un paisaje bajo, y sobre todo existe una densidad en el paisaje, algo que no sabemos apreciar porque no lo conocemos bien, nadie nos lo ha enseñado. Cada vez que hacemos una fotografía le robamos un instante al paisaje y a la vida, abrimos un hueco y lo absorbemos, nos llevamos algo fugaz para intentar fijarlo y ese segundo que creemos retener ya no volverá. Lo mismo ocurre con la pintura, aunque con un espacio mayor, con otras técnicas y otras características. Eso lo saben muy bien los fotógrafos y los pintores. O no lo saben, pero lo hacen.

          ¿Para qué les digo todo esto? Porque desde el miércoles me están llamando «El Loco». No, yo no estoy loco. Soy el profesor Martin Benn, un hombre sencillo, de sesenta y ocho años, metido entre libros, árboles genealógicos, un hombre al que la prensa de los últimos días ha calificado de huraño y que ustedes han podido comprobar que no lo soy. Les he invitado a café y mi mujer les ha puesto estas sillas para que estén más cómodos. Sólo les pido preservar mi intimidad. Siento no poder recibirles más que en este pequeño cuarto en el que hace frío, pero –les ruego– acérquense, acérquense más a esta chimenea.

          Les contaré una vez más mi pequeño descubrimiento. Se trata de la luz. Estaba yo, como les digo, limpiando este Turner que ven apoyado en esta mesa. ¿Qué se ve aquí? Un tren en la lejanía, una máquina que viene sobre un puente, difusa, luminosa, azotada por la lluvia y la niebla. Un tren que viene de la luz. Es la luz envuelta en la tormenta, diría que traspasando la tormenta, transgrediéndola, porque la luz, como ustedes saben, es devoradora, la luz aliada con el color prende en llamas la fantasía como se están prendiendo ahora estos troncos en esta chimenea que ahora ustedes miran fijamente. La luz me ha sorprendido a mí muchas veces en mi vida. No sólo la luz del bosque al amanecer o al atardecer, sino la luz en los cuadros, la luz que nace del amarillo de cromo, la luz del blanco de plomo, las luchas, los combates de la luz contra el bermellón, contra la laca roja, contra el violeta, contra el azul ultramar. Y sobre todo, las luchas de la luz contra el negro. La vida no es negra, a pesar de mi cojera, a pesar de la noche. Cada mañana, puntualmente, nace la luz sin que nosotros hagamos nada, hayamos trabajado o descansado, seamos heroicos o ruines. La luz viene del mundo de la noche, del caos, y cuando vi el miércoles esta máquina de Turner avanzar con su pitido de luz y rasgar la naturaleza como se rasga una gasa, expandiendo luz difuminada y envolviendo al mundo, me di cuenta de que esta copia que yo tenía guardaba algo escondido y me acerqué para mirar. Hay que mirar los cuadros como se mira la vida, y la vida hay que mirarla a la vez con unos ojos de sorpresa nunca habituados a la costumbre. Así acerqué mis pupilas a esta fría luz del cielo de Turner y, abandonando toda distancia y negándome a la perspectiva, entré en esas pálidas pinceladas en donde el rostro del día es abofeteado por la lluvia y el aire aparece como un gran estanque. Viajé en esa máquina de luz, pero al contrario de lo que me pasó hace un año con un célebre Monet –el de la Estación de Saint‑Lazare–, con sus nubes caracoleadas en el andén como cuerpos de ángeles, los mofletes de color gris, las volutas de la máquina fumando, el gas violeta, París entrevisto y plateado entre nácares y techumbres, ahora el cuchillo de la luz helada de Turner abría una herida en la neblina y no sólo atravesó el puente sino que se adentró en el tiempo, llevándome consigo. ¿De dónde venía aquel tren, de qué pasado? Son preguntas sin respuesta que me hago ahora ante ustedes como me las hice en aquel momento. Como les dije antes, la fotografía y la pintura pretenden arrancar un trozo de la tela de la vida y fijar la fugacidad enmarcándola en un lienzo o en un papel. Eso ya lo sabía. Sabía de la existencia de agujeros negros arrancados a la historia por los fotógrafos y los pintores. Lo que no conocía era la velocidad de la luz. Subido en aquella máquina fulgurante, el tren abandonó el puente y se precipitó tiempo abajo, hacia la Inglaterra del futuro. Entró en los verdes prados del porvenir. Así fue tocando la luz las campánulas azules, las anémonas, las violetas. Después, las luces mortecinas y húmedas de los pueblos al anochecer, las veredas, las granjas, la paz aldeana. Luego, como si fueran campanillas, hizo vibrar aquí y allá arbustos, las hojas de parra de un verde transparente, las hojas brillantes de un manzano, los sauces, los arroyos. Entró la espada de luz por los caminos amarillos y rodeó los maizales dorados y penetró en los mundos que ustedes conocerán sin duda directamente pero que yo tan solo puedo seguir por las películas inglesas en mi modesto televisor: tocó la luz el juego de criket en el prado, la falda de volantes de color cobrizo, las medias blancas, la labor de lana, los dibujos malvas de la taza de té, los pasteles, los bollos, las tartas, el tronco de chocolate. Tocó las sortijas en los dedos, la papada inglesa, el puente de Westminster, los autobuses rojos, el wisky con agua, las gaviotas. Tocó el enrejado con rosales, el frac, el sombrero hongo, el bastón de puños de oro, el día sulfuroso, la niebla espesa. Tocó la pamela violeta y un caballo al trote que pasaba montado por una gorra roja. Tocó la polvera dorada, la caja de música, los páramos, las marismas, las rocas blancas y los grandes ramos de claveles en la biblioteca. Tocó las cortinas de brocado verde y la cama con dosel de seda rosa. Tocó los labios húmedos de aquella muchacha que se giraba soltándose el moño de su pelo castaño sujeto con horquillas y en ese momento sentí el pinchazo.

          El resto ya lo saben. Estaba solo. No pude llamar a nadie. Erika había salido al pueblo y no volvería hasta media tarde y yo, despacio, intenté volverme y recuperar­me sin un grito porque creía saber qué debía hacer en esos momentos. Ya me había pasado algo parecido hacía tiempo ante una pintura de una vela roja y ante un cielo tratado con plata bruñida. Pero esta vez no ocurrió así. Como ustedes saben, la luz no tiene edad. Carece de anchura, de hondura. ¿Qué significan años de luz? ¿Por qué no decir en cambio milenios de luz? ¿Y qué son los milenios? ¿Dónde comienzan? Cuando uno es pequeño, en la oscuridad, se toma la mano de la madre llamándola en la distancia y se espera angustiado salir de la pesadilla. Cuando uno ya no tiene madre, da igual, se sigue llamando –más aún cuando se acerca la vejez– y se sigue gritando «¡Mamá, mamá!». Pero todo eso sucede en la oscuridad, cuando uno palpa las telarañas de la negrura y no se sabe cómo salir. Uno, sin embargo, siempre sale porque siempre existe una puerta. Pero, ¿y la puerta para salir de la luz? ¿Es que hay una puerta? ¿A quién se llama?

          Me encontré entonces muy lejos de Inglaterra, muy lejos de Turner, solo, envuelto en luz total, luz como techo, como suelo y como pared. No se oía ningún ruido y no entraba ni una rendija de sombra ni un mínimo contraste. Intenté moverme para orientarme, y como no estaba acostumbrado a la luz desnuda me asombraron los pequeños granos iridiscentes y pulverizados que despedían los haces. Estaba en una especie de bosque petrificado, que tampoco era bosque, sin espacio, ni redondez, ni relieve. La máquina de Turner había vuelto al tiempo y me había dejado allí, en aquel agujero blanco, un sumidero de energía que se había tragado toda oscuridad. Entonces, como quería huir de allí, moví delante de mí los bastones de mi retina para no tropezar con las fuentes de luz y procuré hurgar el hueco de un claroscuro. No lo conseguí. No había nada. Los agujeros blancos carecen de paisaje. Les aseguro que es un tormento sentirse completamente solo y olvidado así, en plena luz, sin ninguna esperanza de salida. Recordé entonces aquella pregunta de Dios a Job: «¿Cuál es el camino para las moradas de la luz? Y las tinieblas, ¿cuál es su sitio para conducirlas a sus dominios y enseñarles los senderos de su casa?». Yo desconocía el sendero para volver y no sabía dónde me encontraba. ¿Dentro del sol? ¿Alrededor del sol? ¿Más allá del sol? Aquello era una estancia cerrada y tardé en acostumbrarme a aquel agujero blanco que se movía conmigo.

          Eso fue el miércoles.

          Sigue siendo miércoles.

          Sigo estando ahí, señores. Sigo aquí, en el agujero blanco.

          No sé, no me imagino dónde están ustedes, ni en qué día están.

          No les veo. No puedo verles. No puedo ver a nadie. No puedo salir.

          Sé que están ahí, delante de mí ahora, seguramente en esta habitación, porque mi mujer me lo ha dicho, porque ella les ha convocado para que me vean.

          Pero no estoy ciego.

          Es lo contrario de la ceguera.

          Es el fulgor.

          Por eso llevo estas gafas negras.

          No puedo. No puedo salir de aquí. Estoy encerrado en la luz. No puedo salir.

          Y ahora, para acabar con todo esto –y para que nadie se acerque ya a esta pintura–, Erika, mi mujer, arrojará este Turner a las llamas de la chimenea».

(José Julio Perlado: «Los agujeros blancos», finalista en el Premio de Narraciones «Antonio Machado» 1996.-Publicado en «Narraciones breves «Antonio Machado».-Fundación de los Ferrocarriles Españoles.-1997)

(Imagen: W. Turner.-«Rain, Steam, and Speed».-National Gallery de Londres.-Museum Syndicate)

KANDINSKY O EL MOMENTO ESTELAR

pintores.- 22nb.-Kandinsky.-Mujer en Moscú.-1912.-Museum Syindicate

 «Un día, en Munich, Kandinsky ha entrevisto en el espacio de un instante un cuadro de una belleza extraordinaria – cuenta Brigitte Hermann en la biografía del pintor (Hazan) -. La extraordinaria impresión no ha durado mucho tiempo: se trataba de uno de sus propios cuadros que, colocado de lado y visto desde otro ángulo, se ha transformado instantaneamente en la imagen tornasolada de un azul sutil revelando el crepúsculo. El artista no lo había reconocido».

Todos los comentaristas de Kandinsky recuerdan ese momento. Es un momento estelar, de los que le hubiera gustado fijar en la Historia a Stefan Zweig. En ese instante de Munich el pintor – recuerda otro crítico -«al ver a través de la ventana de su estudio sus cuadros al revés, le provocan una inmediata sensación de extrañeza, una profundísima emoción, prueba irrefutable de que lo esencial en un cuadro no era el reconocimiento de unas figuras concretas, sino precisamente de una sensación, en su caso, de una suerte de resplandor azul». Este incidente, sin embargo, no fue fortuito. Se ha dicho que Kandinsky llevaba tiempo dando vueltas a nuevas posibilidades. Una representación de Lohengrin en Moscú le hizo pensar que la pintura podía tener la misma capacidad que la música para transmitir sensaciones a través de lo abstracto: en música, ritmos, intensidades, pausas; en pintura, color, forma, composición.

pintores.-Kandinsky.-Amarillo, verde, azul.-1925.-Museum Syindicate

1909  es el año en el que Kandinsky empieza a elaborar en su mente lo que escribiría en 1910, su gran libro – «De lo espiritual en el arte» -, publicado en 1912.  «Las almas son diferentes, sus sonoridades son diferentes, y por consecuencia, las formas artísticas son diferentes».- dirá ese año al comentar una exposición -. «De ahí, una gran variedad en los colores, en la construcción, en el grafismo. Lo que no impide que todo obedezca a un deseo común, aquel del diálogo entre las almas. Y he aquí lo que explica la grande, feliz unidad de esta exposición«.

pintores.-77bvg.-Kandinsky.-Improvisación 11.-1910.-Museum Syndicate

Diálogo entre las almas. Diálogo entre diversos colores y diálogo entre la pintura y la música. Lo que Kandinsky llamará sus «impresiones» son los estudios que él pinta o dibuja tomados de la naturaleza exterior; sus «improvisaciones» serán en cambio la expresión de acontecimientos interiores: ambas obras nacidas de anotaciones directas. En cuanto a lo que él designa como «composiciones» serán expresiones interiores elaboradas muy lentamente para producir un efecto conscientemente organizado. Convencido de que los colores tenían correspondencia con sonidos, y en general, con sentimientos y sensaciones, Kandisnky veía todo el cuadro dentro de él antes de ponerse a pintarlo. También Kandinsky es atraído por el poderío de una especial montaña, como Cézanne  Si Cézanne quedó imantado por la «Montagne Saint Victoire«, Kandinsky pinta también su personal «Montaña azul«. 

pintores.-989nbm.-Kandinsky.-La montaña azul.-1908.-Museum Syindicate Pero todo nacía de aquel momento estelar fulgurante que él había vivido. Momento estelar o – también podría quizá llamarse  ( como se ha denominado especialmente en literatura) -, epifanía.

(Imágenes:-1.-Mujer en Moscú.-1912/2.-amarillo,rojo,azul.-1925/3.-Improvisación 11.-1910/4.-La montaña azul.-1908.-Museum Syindicate)

EDAD Y SABIDURÍA

rostros.-33885.-por Marcel van Eeden.-2009.-Galerie Michael Zink.-artnet

«¿Se vuelve uno más sabio con la edad? ¿Y si la edad y una salud precaria no dan lugar a la serenidad de la madurez?». Estas preguntas se las hace el gran crítico literario Edward W. Said, nacido en Jerusalén en 1935 y muerto hace seis años. En su obra póstuma «Sobre el estilo tardío» (Debate), Said alude a tres edades del artista: una primera edad, que es la de un proyecto de creación o de descubrimiento de un mundo nuevo; un segundo momento, que significa la continuidad en la obra; y un momento tercero, que es en el que Said se detiene más: el último periodo de la vida o decadencia del cuerpo:»el deterioro de la salud – dice – u otros factores que, incluso en el caso de una persona joven, dejan entrever la posibilidad de un final prematuro«. El gran ensayista palestino analiza de forma más detallada este momento ya que es el que más le afectaba personalmente, aquejado como estaba de una grave enfermedad que le llevó a su final. Es esa edad tercera en la  que Said ve luces y  sombras ante lo que se ha dado en llamar el «estilo tardío«. Las últimas obras de Ibsen, por ejemplo, recuerda Said, no transmiten precisamente serenidad; dejan entrever la imagen de un artista furioso y trastornado, provocando más ansiedad, dejando al público más perplejo y descolocado de lo que estaba antes.

Giuseppe Verdi.-1.-wfc.no.-Generic Concerts

Sobre la enfermedad y el arte ya escribí en Mi Siglo:  Klee y Matisse, entre tantos otros. También sobre los cuadros últimos que muchas veces resumen una vida colmada. Pero aquí Edward Said evoca nombres variados: un «Edipo en Colono» de Sófocles, por ejemplo, en donde el retrato que se hace del héroe anciano es el de un hombre que ha conseguido una santidad extraordinaria; un «Otelo» o un «Falstaff» de Verdi, obras de sus últimos años, que no rezuman un espíritu de sabia resignación, sino » una energía renovada y casi juvenil, una apoteosis de fuerza y creatividad artística». Por su parte, Rembrandt, Bach, Wagner, coronan en sus obras tardías una vida entera de esfuerzo, y en cambio -comenta Said – en lo que se ha llamado «el tercer período de Beethoven (las cinco últimas sonatas para piano, la Novena Sinfonía, la «Missa solemnis«, los seis útimos cuartetos para cuerda, las diecisiete bagatelas para piano), se percibe el momento en que el artista, a pesar de ser dueño absoluto de su medio, abandona la comunicación con el orden social establecido y alcanza una relación contradictoria y alienada con él».

Thomas Mann.-1.-libraries.uc.edu

«El arte de Beethoven, y de las templadas regiones de la tradición – se lee en el «Doktor Faustus» de Thomas Mannse elevó, ante los ojos asustados de sus contemporáneos, a esferas que son del exclusivo dominio de la Personalidad, de un yo aislado dolorosamente, aislado incluso del mundo sensorial por la pérdida del oído, príncipe solitario de un reino espiritual, libre de extraños testigos, incluso los más benévolamente dispuestos, cuyos pavorosos mensajes sólo por excepción y en contados momentos eran comprendidos«.

Cuando se llega a esa edad tercera, que a veces coincide con la sabiduría primera, puede alcanzarse también lo que Said comentó de Brahms en otro libro suyo, «Elaboraciones musicales«: a esa edad – dijo – «siguen existiendo el placer y la intimidad y puede lograrse, como consiguió Brahms, «la música de su música«, la música íntima que perdura cuando se han hecho todas las concesiones a la política y la economía de cualquier arte mundano«. 

Picasso.-2.-auorretrato 30-6-1972.-elcalamo.cvom

A esa edad igualmente el rostro del artista se atreve a acercarse ante el espejo y el espejo le transmite en pintura lo que él no quiere ver de su rostro. El 30 de junio de 1972 Picasso pintó lo que podría considerarse su último autorretrato. El célebre ojo de Picasso permanece aquí fijo, taladrando el fin de una vida. No es una creación casual, y así lo ha reconocido Valeriano Bozal en un extraordinario ensayo, «Picasso clásico. La pintura del viejo» («El realismo«) (Fundación Mafre). Reonocemos la consistente bóveda craneana  de Picasso, sus ojos poderosos, su nariz, los labios y el mentón, y todo ello impresiona por su «deformidad». «El tiempo, como decrepitud física, se impone aquí en todos los ámbitos que a él pretendían escapar – dice Bozaly que durante tantos años parecían haber escapado (…) Revela ahora lo que guardaba en su interior: pudo expulsarlo todo menos la temporalidad que en él anidaba«.

Sabiduría y edad. Seguramente lo más difícil sea ajustar en cada momento la sabiduría a la edad y ,sobre todo, aprender bien pronto en qué consiste la sabiduría.

(Imágenes:.-1.-Marcel van Eeden.-2009.-Galerie Michael Zink.-artnet/.-Giuseppe Verdi.- wfc.no.-/ 3.-Thomas Mann.-libraires. uc.edu/ Picasso.-autorretrato del 30-6-72.- Fuji Television Gallery.-Tokio)

OREJA DE VAN GOGH, MIRADA DE VAN GOGH

van-gogh-1887par-de-botas-baltimores-museumof-art-museum-syndicate

Oreja de Van Gogh, mirada de Van Gogh

«He aquí unos simples zapatos de campesinos.

Simple naturaleza muerta de las botas.

Simple par de botas.

¿Simple de verdad?

La mirada de Van Gogh es mirada de pintura, está cargada de pintura. Es, a pesar de cuanto digan luego sus intérpretes, una mirada virgen que se acerca a la pesantez de este calzado desabrochado y se fija en él intensamente, y lo pinta, tal vez porque no tiene otra cosa. Por desgracia ‑le escribe Van Gogh en estos meses a su hermana Wilhelmina‑, no he tenido ocasión de encontrar modelos; en cambio, he tenido ocasión de profundizar en la cuestión del color. Más adelante, cuando pueda encontrar modelos para las figuras, espero poner de manifiesto que lo que busco es todavía diferente que pintar flores o paisajes verdosos.

Van Gogh no tiene dinero para pagar modelos. Es 1887; vive en París, en la rue Lepic, con su hermano Theo. Ha venido de Holanda y su mirada no se ha perdido aún en los violetas azulados de Arles ni se expande en destellos amarillos. Se detiene únicamente en estas suelas que a su vez se encuentran detenidas. Las titula Naturaleza muerta de las botas. Las naturalezas muertas ‑dicen los estudiosos‑ no son objetos inmóviles, sino cosas que se han parado en un instante o también, vida parada en un instante. Más aún: vida parada en un instante inmóvil, puesto que lo inmóvil es más bien el instante y la vida en sí misma es movimiento.

Detenidas, pues, estas botas en su caminar, no tienen ‑como toda naturaleza muerta‑ ningún horizonte: el fondo está borrado por una superficie opaca, por una pared. ¿Dónde se encuentran estos zapatos? ¿en qué suelo? ¿Están en un pasillo? ¿Son los zapatos de Van Gogh? Quizá sí, eso sea lo que ocurra en estos zapatos de suelas rotas que evocan la existencia del vagabundo. ¿Qué hay de más banal, de más vulgar que este par de zapatos? Y sin embargo ¡qué grandes, bellas y nobles imágenes nos ha dejado Vincent de estos objetos! No es sorprendente que se haya escrito tanto sobre esta naturaleza muerta que, si hemos de creer a los psicoanalistas, sería un espejo de su alma.

Los psicoanalistas miran por encima de esta mirada del pintor y deducen que Vincent, fiel al mito una vez más, parece pedir a estos viejos zapatos, símbolos de resurrección, una prueba de renacimiento. Es, en todo caso, un hecho establecido que Vincent consideraba su estancia en París, que tan ardientemente había buscado, como un nuevo comienzo.

Hay entonces mirada sobre mirada. Una mirada médica sobre una mirada artística y hasta una mirada filosófica sobre la mirada estética. Así las célebres palabras de Heidegger observando fijamente este calzado:

    » Un par de botas de campesino y nada más. Y sin embargo…

En la oscura boca del gastado interior del zapato está grabada la fatiga de los pasos de la faena. En la ruda y robusta pesadez de las botas ha quedado apresada la obstinación del lento avanzar a lo largo de los extendidos y monótonos surcos del campo mientras sopla un viento helado. En el cuero está estampada la humedad y el barro del suelo. Bajo las suelas se despliega toda la soledad del camino del campo cuando cae la tarde. En el zapato tiembla la callada llamada de la tierra, su silencioso regalo del trigo maduro, su enigmática renuncia de sí misma en el yermo barbecho del campo invernal. A través de este utensilio pasa todo el callado temor por tener seguro el pan, toda la silenciosa alegría por haber vuelto a vencer la miseria, toda la angustia ante el nacimiento próximo y el escalofrío ante la amenaza de la muerte. Este utensilio pertenece a la tierra  y su refugio es el mundo de la labradora. El utensilio puede llegar a reposar en sí mismo gracias a este modo de pertenencia salvaguardada en su refugio.

 

Pero tal vez todas estas cosas sólo las vemos en los zapatos del cuadro, mientras que la campesina se limita sencillamente a llevar puestas sus botas. ¡Si fuera tan sencillo como parece!».

Así mira Heidegger estos zapatos.(«El origen de la obra de arte«, en «Caminos del bosque«) (Alianza)

Da igual que él hable en femenino o en masculino. La psicoanalista Gilberte Aigrisse y el filósofo Heidegger miran dando vueltas en torno a lo que significan estas botas que Van Gogh ha pintado y sobre todo ha mirado. El estilo, para el escritor lo mismo que para el pintor, decía Proust, es una cuestión de “visión” y no de técnica. Lo importante en Vincent es, pues, mirar. Como Cézanne ante las manzanas colocadas sobre una colcha, como Kafka ante el castillo checo de Wossek, el pintor y el escritor se quedan fascinados e imantados, clavados los ojos en la manzana y en el castillo. La manzana es realista y el castillo es simbólico; a la manzana se llega con toques de pincel y al castillo se llega con toques de pluma saliendo de la aldea y dando infinitos rodeos. Lo esencial es mirar».

El ojo y la palabra«, págs 41-44)

La oreja izquierda de Van Gogh y el sablazo de Gauguin son estos días la actualidad; la mirada de Van Gogh es lo que permanece siempre.

(Imagen: par de botas.-Vincent Van Gogh.-1887.-Baltimore Museum of Art.-Museum Syndicate)