EL BUFÓN GONELLA ( y 2 )

Pero volviendo al bufón Gonella—- continuó el guía —-, que es el que tenemos aquí y que es el que contemplamos, comentarles que este cuadro, antes de traerlo al Museo de la Mirada, se conservó durante años en el Museo Kunsthistorisches de Viena y allí fue visitado por gran número de personas. Lo que siempre ha impresionado de este cuadro ha sido sin duda su realismo. El bufón Gonella se representa aquí con gran realismo en un primer plano del busto que recorta algunos detalles de la figura, como la parte superior de la gorra o los hombros. Pero lo que más nos interesa a nosotros en estos momentos es esa mirada suya que ha intrigado a tantos estudiosos, especialmente a médicos e historiadores, como por ejemplo al italiano Perciaccante en un artículo en la Sociedad Española de Oftalmología donde analizaba cuidadosamente sus pupilas. Pero esto nos llevaría ahora demasiado lejos dentro de lo que es una visita general del museo como la que estamos realizando, aunque si alguno de ustedes estuviera interesado en esos detalles con mucho gusto le proporcionaría al final toda la información.

El bufón Gonella , como pueden ver —- prosiguió el guía —- tiene una mirada ingeniosa y melancólica, con arrugas profundas y barba mal cortada, y esto hace que la imagen sea extremadamente vivida y expresiva. Los ojos del bufón nos miran como si nos escudriñaran con cierto escepticismo, como si lo hubieran visto todo, como si nos dijeran ”ya ve, aquí estoy, he visto la Corte, he visto a Nicolás lll, señor de Ferrara, le he distraído, le he dicho verdades, me he atrevido a decirle cosas que nade le haba dicho, así me ha ido, me he burlado incluso de su propia muerte, por eso estuve condenado. Ahora sobre todo estoy cansado.” Es una mirada cansada la de Gomella, una mirada que guarda muchas cosas dentro porque este bufón ha visto paisajes, escenarios, personajes, ha asistido y urdido venganzas, se ha reído y ha hecho reír a nobles y a vasallos, ha hecho malabarismos y pantomimas, ha hecho representaciones histriónicas y acrobacias, todo un mundo de entretenimiento. Jean Fouquet, el arista que lo pintó, nos lo muestra en este cuadro con los colores rojos, verdes y amarillos que evidencian su condición de loco o de bufón, aunque en ningún caso tengamos documentos de que Gonella estuviera loco. Gonella trabajaba como bufón en el patio de la casa Este de Ferrara, como así lo atestiguan los primeros inventarios. Este retrato, como pueden ver, es muy expresivo en el rostro y en el traje, con esos pliegues rudimentarios, sin modelado suave, y con las manos dibujadas con bastante torpeza. Algunos historiadores, como el italiano Carlo Ginzburg, se han fijado en su pose de brazos cruzados, como alusión a iconografías de origen bizantino, pero sobre todo rememorando de algún modo el trágico final de Gonella que, según la tradición, moriría de miedo tras la puesta en escena de su propia muerte.

Pero lo importante — dijo el guía abandonando ya la sala mientras tofos lo seguíamos — es esa mirada que nos persigue, son esos ojos que nos acompañan.”

José Julio Perlado

(del libro”La mirada”) (relato inédito)

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

(Imagen— Jean Fouquet— El bufón Gonella)

UNA NUEVA FOTOGRAFÍA

La primera vez que tuve delante la fotografía del lóbulo izquierdo y del lóbulo derecho de un cerebro me quede paralizado. Me la proporcionó aquella máquina que adquirí en unos Grandes Almacenes.


“Este aparato que se lleva usted, caballero, me susurró aquel día el dependiente de la gran tienda, es lo último en tecnología. Una joya. Ahora ya no prima en absoluto la velocidad, eso ya pasó, ya no se lleva, ahora todo está en la profundidad, en potenciar la profundidad”. Así me lo decía apoyado en la pequeña vitrina que contenía los objetos más lujosos de regalo y que aún estaban guardados bajo llave, y me lo decía con una mirada muy fija desde sus pupilas azules, una mirada penetrante que atravesaba la corta distancia que había entre los dos, como si quisiera estar hipnotizándome. Vestía aquel dependiente una chaquetilla negra de la que sobresalía una camisa blanca y un cuello también blanco, cerrado y redondo. Era un consumado vendedor. Me seguía mirando fijamente desde sus ojos azules tras las gafas, apoyadas sus manos en la vitrina de los tesoros, sin ninguna prisa, y me insistía en que aquella máquina fotográfica que me atraía tras el cristal y que yo me disponía a comprar, más que lograr mayor instantaneidad y más velocidad de comunicación, lo que me ofrecía en cambio era una mayor hondura de visión, una impresionante profundidad, es decir — me aseguraba—, que yo no solamente podría ver con instantaneidad la imagen al hacer la fotografía, sino también descubrir lo que hay “detrás” de la imagen.”  “¿Pero qué es lo que hay “detrás” de la imagen ?”, le pregunté. “Pues usted mismo lo comprobará, caballero”, me dijo mirándome con fijeza. “Pruébelo. Viene de China. Lo ultimo que han conseguido esos chinos. Una maravilla.”

Cuando por la tarde coloqué a mi madre en el ángulo del salón que a ella le gusta más, sobre todo para hacerle fotografías, y dispuse todo con el mismo ritual de siempre: un libro entreabierto sobre la pequeña mesa en la que ella suele hacer  las cuentas, un diminuto jarrón lleno de margaritas y unos bolígrafos de colores con los que ella concluye  sus anotaciones, me dispuse a probar la máquina nueva. Mi madre tiene sesenta y dos años. Es  una mujer delgada, bella, elegante, a quien le gustan las flores y que nunca  se retrae a la hora de retratarse. Yo diría que no oculta su coquetería fina.

—¿Ésta es tu máquina nueva?— me dijo atusándose el pelo — Pues a ver  cómo me sacas, a ver cómo salgo.

Se la veía ilusionada. Hice  varios disparos, de frente, de perfil, luego le enseñé a ella el resultado. Estaba encantada

Cuando un rato después mi madre salió de compras y yo me quedé solo en la casa, repasé despacio aquella maquinaria que había comprado— sus ruedecillas, sus filtros, los botones— me acerqué a las dos o tres cosas que allí habían quedado guardadas y vi toda la infancia de mi madre que allí estaba, lo que ella me había contado muy por encima pero que ahora resaltaba en sus contraluces, allí había quedado fijado todo, cuando ella aún no conocía a mi padre y marchaba en bicicleta bajo los pinares, junto al mar, cantando, el pelo desenvuelto, el lóbulo derecho de su cerebro lleno de pensamientos y su lóbulo izquierdo lleno de palabras y razonamientos.

José Julio Perlado

(del libro ”Relámpagos”)

(Imágenes— 1- Edward Steichen — 1924–museo of modern art – nueva York/ 2- Edward Steichen —

LIMPIAR LA CASA

Empezó por el comedor. Había unos cristalitos pequeños, del tamaño de una almendra, quizá menos, una especie de palabra brillante y puntiaguda que sobresalía debajo de la alfombra, y que él, al inclinarse, consiguió leerla. Ponía ”agobiada”, pero estaba ya muy desvaída, muy estropeada aquella palabra. La palabra “agobiada”, cuando ella la había arrojado quince días atrás en el vendaval de la discusión matrimonial, no había ido sola, había llevado encima todo un insulto, pero tampoco un insulto completo sino una punta de desprecio; ella, con los labios, había forzado un raro mohín amargo mirándole, a la vez que se olvidaba de todas las cosas buenas que habían vivido juntos, afilaba en cambio las puntas de aquella palabra para que le hiriera bien a él, le diera en toda la cara, le hiciera daño al cruzar la habitación y la palabra “agobiada” casi le aplastara. Él, que ahora seguía limpiando el comedor de trocitos de palabras que estaban perdidas y desperdigadas entre los muebles, palabras que habían sido arrojadas en momentos crispados y que ahora no eran aún palabras arrepentidas, porque a las palabras arrepentidas y perdonadas se las conoce bien, les suele crecer, gracias a besos, caricias y disculpas, una suerte de musgo amarillo muy bello que aparece en los cantos y de esta manera le salen como brotes de flores en el aire, pero éstas no, éstas aún no estaban arrepentidas y eso se les notaba enseguida al tocarlas, seguían hiriendo con la agudeza de sus cristales. Pero él continuaba limpiando y limpiando de palabras aquel comedor antiguo y tan vivido por los dos puesto que los dos habían decidido alquilar pronto aquel piso y no querían que quedara huella alguna de cuanto allí había sucedido, tanto los enfados como los reencuentros, pero sobre todo limpiar bien la revelación de las palabras que habían quedado enganchadas en los marcos de los cuadros, en la mantelería y hasta en los cubiertos. Especialmente en los dobleces de las cortinas habían quedado atrapadas como moscas palabras que decían ”hastío”, ”aburrimiento”, ”rutina”, y cada una conservaba el matiz con el que se había pronunciado, a veces el rencor, a veces la decepción.

Y así estuvieron, limpiando palabras todo el día hasta que resplandeció el piso tan radiante.

José Julio Perlado

( Imágenes— 1- Tommy Hilding- 2017/ 2- Stanislaw Yulianovich Zhukovskyow/ 3- Carl Holsoe)

EL CASTIGO EN EL COLEGIO

“Yo sé que esta noche, al acabar las clases en el colegio, he de esperar a que todos salgan e irme cerca del comedor, al rincón del claustro por donde veo subir y bajar las hormigas, la fila de hormigas fluye como un río de sus agujeros, van del suelo a la ventana y de la ventana al suelo, es una cinta corrediza, como una correa industrial que se generara a sí misma, vienen y van las mismas hormigas de un agujero a otro agujero, nadie, ni siquiera Santoyo, que es el que más sabe de matemáticas, que tiene una calculadora dentro de la mente, José Miguel Santoyo, el mejor matemático de la clase y el hombre que un día será ministro de Hacienda y de Economía, nadie, ni siquiera Santoyo, podría contar cuántas hormigas hay en esta pared, ni él sabría multiplicar las patas, restar cabezas, sumar bocas que trasladan alimentos de un sitio a otro incesantemente, es el mundo insignificante y minúsculo que procrea y produce, trabaja, almacena, exporta, aparta, entierra, se disciplina a sí mismo. Y de repente, estoy siguiendo la vida de este mundo, y se apaga la luz. No es que la luz se haya apagado del todo, es que han reducido la potencia de las bombillas del pasillo, de pronto no veo a las hormigas, estoy con los brazos cruzados, castigado, mirando fijamente a la pared. Es lo que mi compañero de clase, Enzo Lizzotti, el que será un día piloto de carreras, llamaba “ castigo kafkiano”, él no había leído nunca a Kafka. yo tampoco lo había leído, entonces ¿ por qué lo llamaba así? Pues no lo sé. Solo sé que ahora son las ocho y media de la tarde, me han castigado tantas veces que sé que a las ocho y media en punto se debilitan las bombillas de los pasillos, el silencio crece, el colegio es una fortaleza inmensa y vacía de alumnos, las pisadas resuenan. Sólo estoy yo y mi castigo.

Entonces, aunque no me daban miedo las pisadas del hermano Belarmino cuando se acercaba hacia mi, aquello era tan impensable y a la vez tan calculado que cuando yo sea director de cine, si alguna vez consigo serlo, quisiera rodar esa secuencia del castigo pero la rodaría en blanco y negro y no en color. Porque es una experiencia que quiero hacer: la existencia esconde multitud de colores, incluso la infancia, sobre todo si la ruedan directores orientales con la variedad de tonos en las sedas del día y en donde un niño castigado en el pasillo de un colegio puede verse no solo de rojo y de añil en su aspecto exterior, sino también mostrar el interior de sus pensamientos, sus miedos, su soledad, los tabiques de aquel largo pasillo y a la vez las habitaciones de la mente infantil cuando está siguiendo la procesión de las hormigas y aguarda el fin del castigo con los brazos cruzados.

Sí, si un día soy director de cine, que no sé si un día lo seré, rodaré esa secuencia en blanco y negro, contaré todo lo que estaba pensando ese niño que soy yo mientras oigo acercarse las pisadas del hermano Belarmino que vienen hacia mi.”

José Julio Perlado

(Imágenes— 1– Louise Bourgeois/ 2- Jasper Johns)

CIUDAD SIN TIEMPO

“Como en Venecia donde no se oyen ruidos — solamente el chapoteo del agua—, en ciertos lugares de mi país, especialmente al norte, dentro de la calle de mi ciudad, no se oye apenas el pasar del tiempo, el paso de los años, y tampoco se siente el espacio, ese espacio que hay entre los años, tampoco el espacio entre los días ni entre las personas, de tal forma que, como ocurre en Venecia con el agua, el instante perpetuo lo llena todo y parece mentira que así como en Venecia el silencio da la impresión de ser una isla, aquí, entre tantas urbes ruidosas, esta ciudad sea a su vez una ciudad sin espacio ni tiempo, con una sola calle en la memoria, con un niño que está mirando la casa de su abuelo que dicen que murió y un abuelo a su vez mirando desde el balcón a su nieto que le mira y del que dicen que aún no ha nacido.

Son tiempos distintos. Es verdad que en cualquier lugar del mundo eso no ocurriría, y si usted va a Venecia y la atraviesa en góndola bajo el puente de Rialto no pensará en las muchedumbres tumultuosas de Nueva York sino en la seda del agua y en la palmada del remo sobre ella, y en cambio, si se encuentra en esta ciudad de la que hablo, sobre todo a determinada hora de la tarde, verá perfectamente a ese abuelo sentado en el balcón de su casa, que recoge su silla y entorna el ventanal y se dispone ya a salir porque ha visto abajo a su nieto, que soy yo, al otro lado de la calle. No se da cuenta mi abuelo de que está en otro tiempo distinto, un tiempo anterior, no lo piensa, lo pensaría sin duda si estuviera en otra ciudad tumultuosa, en Londres, por ejemplo. Pero aquí, en esta ciudad sin tiempo ni espacio, eso es muy raro, y especialmente ahora, mientras cierro el ventanal y me dispongo a bajar y a cruzar la calle porque he visto a mi nieto que me mira y que me está esperando.”

José Julio Perlado

(Imágenes- : 1- Augusto Giacometti- 1899/ 2- André Kertesz)

¿LA GUERRA?

Cuando se concentra la comitiva de vehículos en el horizonte de la historia como sucede en estos días, los mapas nos traen también en el tiempo todas las armaduras anteriores, las lanzas, los escudos, los proyectiles, antiguas caballerías al galope, gemidos de pueblos enteros: toda la barbarie de defensa y ataque de los siglos. Ahí están, extendidos en el recuerdo, la guerra de Macedonia, la organización militar de los árabes, de los Normandos y del imperio romano de Oriente, el inicio de los mercenarios, la génesis de la infantería moderna, la caballería, las primeras armas de fuego, la influencia que tuvieron esas armas de fuego sobre las tácticas de la infantería, las armadas permanentes en Inglaterra , Francia, Austria y Prusia, en el fondo todo el despliegue del arte militar.

La guerra, en el sentimiento general desde la antigüedad, como señala Chevalier en su Simbología, revela la capacidad de autodestrucción en el fluir universal, el triunfo muchas veces de la fuerza ciega. En principio, la guerra tiene por fin la destrucción del mal, el restablecimiento de la armonía y de la paz tanto en el plano cósmico como vital, pero no siempre se cumple.

“Los hombres se tambaleaban agotados sobre los caminos de tablones — se escribía sobre la Primera Guerra Mundial del siglo XX – . Los heridos que cayeran de cabeza dentro de los agujeros de los proyectiles corrían el peligro de ahogarse. Las mulas se resbalaban fuera de los caminos y con frecuencia se ahogaban en los gigantescos agujeros que los flanqueaban. Los cañones se hundían hasta hacerse inútiles; los fusiles se atascaban y ya no disparaban; incluso la comida se echaba a perder en el inevitable barro.”

Años después se escribía sobre otra guerra:

“Hemos saqueado y perseguido, difamado, insultado y asaltado. Hemos privado vilmente a mujeres pobres de sus escasos ahorros; hemos detenido a un hombre por atravesar Londres con el fin de arrebatarle una caricia a su esposa y le hemos castigado como solo se castiga a los más salvajes gamberros.”

¿La guerra? Esto es la guerra mientras contemplamos la comitiva de vehículos en el horizonte.

José Julio Perlado

( Imágenes— 1- Sam Weber— soldado de invierno/ 2- Albrecht Altdorfer -1529)

EN AQUEL PAÍS


En aquel país estuvo cruzando el paisaje un tiempo que yo no sabría definir, la velocidad del paisaje era tan lenta que yo creo que aquella mañana, al despertar, siguieron pasando despacio paisajes y animales y plantas que yo había conocido en diferentes épocas de mi vida, así como calles y ciudades, también olores, por ejemplo aquel olor a tierra mojada que a mí me gustaba de niño. De las paredes comenzaron a desprenderse fotografías de amarillento oro de mis antepasados, cada uno enseñándome el cuarto donde había vivido: muebles sostenidos por alfombras de nudos, jarrones rozando cortinas y la risa de mi madre niña conservada en una caja de cristal. Ya he escrito muchas veces que en aquel país no hay cansancio y cuando aparecieron todos mis amigos, sobre todo aquel con quien yo había compartido tantas cosas, el atardecer se alargó y el camino que salía de mi mismo descendió cuesta abajo hasta el mar y aquel ir y venir de las olas me recordó al mar antiguo. Me di cuenta de que aquel era el mar de mi juventud, el mismo azul y verde y la misma agua salada, el mismo que había visto en mi vejez, sentado en aquel banco, con mi sombrero blanco y mi bastón de mimbre.

En aquel país las tardes solían tener un color violáceo bellísimo, el sol suspendido entre nubes y las nubes detenidas entre la luz y la sombra, esperando a que yo acabara de mirarlas. Después pude disfrutar con toda la familia. Los niños iban y venían trayéndome cosas que arrastraban con hilos de magia, corrían hasta el umbral para hacerse mayores pero volvían más niños aún, señalando con los dedos los porqués. La ausencia de dolor en aquel país era tan presente que al dolor nadie lo nombraba jamás, ni siquiera para recordarlo en el pasado porque nadie sabía muy bien cómo había sido el dolor, ni tampoco el olvido, ni la separación, porque la sensación que hay es que de este país uno no ha salido nunca, ni existe otra cosa, ni la hubo, ni la volverá a haber, y hay un gran sosiego de seguridad en el que los limites se pierden, y uno va caminando entre los niños y los mayores, y el primer amor y los amigos y mi madre y las charlas con mi padre, y el campo va oscureciéndose sin notar en qué día se está porque no hay día, tan sólo una luz que es la misma con la que hemos soñado siempre, una luz que se adelgaza en el horizonte y que siempre quisimos retener.

Luego vinieron los viajes en aquel país. Las carreteras, como ya en otras ocasiones he explicado, tienen aquí la sorpresa del riesgo, pero es un riesgo aventurado y sin peligro, el punto de emoción por descubrir un nuevo paisaje, sobre todo cuando cada estrella es un ángel y de los árboles van cayendo angelillos arracimados y el polen es una seda de ángeles transparentes
También en aquel país los objetos ruedan con sonidos que nunca revelaron antes, como la fidelidad anillada que lleva mi mujer en el dedo y que giró como un espejo, y entraron y salieron de ella conversaciones que habíamos tenido los dos, cuando hablábamos de nuestro futuro y hacíamos planes para desempolvarlos de la fatiga.

También vi en aquel país los artesonados de las nubes en tempestad y el trazo del arco iris, una media luna hecha de música en donde cada color era un sentimiento y la franja del arco iris tenía una balaustrada donde estuvimos apoyados toda la tarde viendo pasar los siglos

José Julio Perlado

( Imágenes— 1- Gabar Jonas/ 2-Robert Mccall/ 3-Ibex nebula/ 4- foto Andrew Council- the new york times/ 5- Foto NASA- Science institute- the new york times)

HORAS DE MADRID (1) : SEIS DE LA MAÑANA

Ahora son las seis de la mañana. El fragor de la gran capital hace ya tiempo despertó y mucho antes de las cinco de la madrugada abrió sus ojos y sus faros y sus ruidos en los pueblos de cercanías, alumbrando sus ciudades-dormitorio mientras empiezan a moverse y a llegar trenes y automóviles y autobuses repletos, vehículos que avanzan solitarios o en caravana trayendo hasta el centro de Madrid cerebros semidormidos, miembros entumecidos, caras largas y mudas, mujeres y hombres con problemas que se agrandan o se empequeñecen según el temperamento, según las marcas que dejó la infancia, la educación, los tratos o la presión del entorno. Madrid hace tiempo que ensanchó su pulmón y al fondo de sus arterias del norte aparece Fuencarral y el barrio del Pilar, al nordeste Hortaleza, Canillas y Barajas, al este Canillejas, San Blas y Vicálvaro, al sureste Vallecas, en el término sur San Cristóbal y Villaverde, mientras suben a la inversa de las agujas del reloj Carabanchel y Cuatro Vientos, y después se extiende por el oeste  Campamento y la Casa de Campo, para al fin, al noroeste, por Aravaca, antes de que se escape hacia arriba el pequeñito río Manzanares, la carretera de La Coruña quiere huir y no puede, apresado su asfalto bajo las ruedas de los automóviles. Qué será de Madrid en el futuro, en el siglo XXll, qué fue de Madrid en el XlX, en el XVlll, en el XVll, nada piensan de ello las multitudes que van y vienen por el Madrid subterráneo, cintas veloces del Metro que cruzan en negro y rojo andenes y túneles, avanzan los vagones desde Fuencarral hasta la Plaza de Castilla, se abren en vertiente los cauces por Cuatro Caminos y la Avenida de América, llega ciega e iluminada una máquina por la línea 4, desde la estación de Esperanza, la esperanza nunca se pierde al ver este caos circulatorio de Madrid que se anuda más, que se aprieta más aunque parezca ensancharse, es una cuerda de ahorcado que ahoga la libertad de la capital, aquellos carros de mulas por el Puente de Toledo, aquellas estampas cansinas que cubrieron amarillentas postales, los grabados valiosos, el tiempo venerable quedó asesinado por la celeridad y por el ruido, a veces sólo por el ruido y por el humo matando incluso a la velocidad. Madrid pende del árbol de la prisa a estas horas primeras, parece que se fueran a matar las venas oscuras que suben de Legazpi en el Metro, parece que fueran a chocar con las que llegan de Portazgo, de Palomeras, del Alto del Arenal, de Miguel Hernández. Nada ocurre. El tejido subterráneo de Madrid tiene millones de pisos, escaleras mecánicas que bajan a sus infiernos, sótanos innumerables, capas superpuestas, inútiles, que se acoplan unas sobre otras en esta infraestructura móvil, como si se hubiera horadado el mundo de la ciudad y de su bajo vientre siguieran apareciendo a esta hora incansables y cansinas figuras.

José Julio Perlado — “Ciudad en el espejo”

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS

(Imágenes— Goya—=romería de San Isidro -=museo del,Prado


EL VIENTO Y LAS PALABRAS

“El viento fue limpiando las palabras empañadas, todas las voces y los diálogos que se habían quedado prendidas en los jirones de los escaparates, entre acera y acera, en callejuelas pobladas de susurros y gritos, palabras destrozadas y desgarradas, despedazadas, despegadas del aire, y que el viento fue empujando, como cada mañana, mientras todos dormían, antes de que nadie hablara otro día y otra vez, y el viento se fue llevando las hojas revoloteadas de las frases y de las discusiones, el remolino de los suspiros amorosos de los novios, los ruidos, los frenazos, los pasos cruzados entre semáforos, las bienvenidas y los adioses de lejos. El viento empezó, como cada mañana, barriendo de palabras todas las calles, rebañando cada portal y cada quicio y limpiando todo el muro del aire entre las casas hasta dejarlo vacío y preparado, una ciudad de huecos transparentes y radiantes, embellecidos, dispuestos para la inminente jornada. Y el viento fue llevándose las palabras en trocitos pequeños, cuesta abajo, poco a poco, como en cada amanecer, las fue vaciando al fin de la capital, donde la ciudad acababa, en el mar.”

José Julio Perlado

(Imágenes :1- Mondrian/2-Jean Francois Millet)