ANTONIO TABUCCHI

De nuevo imparto estas semanas en Madrid  unas clases sobre creación literaria y les recuerdo a quienes me escuchan unas declaraciones del italiano Tabucchi (“Le Magazine Littéraire“, mayo 2009) que acercan de algún modo la tarea del escritor a aquella del relojero o del carpintero, declaraciones que ya publiqué en Mi Siglo: “Escribir no es una profesión – dice Tabucchi -,  pero es seguramente un oficio, en su acepción más artesanal del término. Existen escritores que mitifican el talento, la inspiración, y sin duda, todo esto, el deseo, la imaginación, son cosas importantes. Pero también es verdad que hace falta permanecer sentado durante mucho tiempo, hace falta escribir, es necesario trabajar, es necesario estar allí, como el relojero que instala su minúscula pieza en el mecanismo del reloj que fabrica. Sin el trabajo, la literatura no es nada. Y cuando jóvenes escritores me piden consejos, rehúso darlos. O mejor dicho les doy uno solo: si hay algún carpintero en vuestro barrio, pasad a verle al atardecer antes de que cierre y observarle a ras de tierra cómo trabaja”.

(Pequeño recuerdo del escritor que acaba de morir)

(Imagen:- Antonio Tabucchi.-elpais.com)

GUSTAV MAHLER


En varias ocasiones he hablado de Gustav Mahler en Mi Siglo. Especialmente del golpe de tambor escuchado en Nueva York  y aplicado a su Décima Sinfonía. Pero sobre sus días finales el musicólogo Marc Vignal recuerda en su interesante estudio sobre Mahler  que el 12 de mayo de 1911, hacia las cinco de la tarde, el compositor, muy enfermo ya, era trasladado por  París en un coche que le iba llevando desde Neuilly hasta la Gare de L´Est. Aquel automóvil se cruzó en los Grandes Bulevares con el cortejo del Presidente Fallières, que regresaba de Bruselas. «Nueva casualidad, ironía del destino -comenta Vignal -, que quizá arrancara al enfermo una amarga sonrisa. La última música oída por Mahler habrá sido, por tanto, música militar…»

En cuanto a sus últimas horas en Viena – tras un viaje largo, durante el cual los periodistas asediaban literalmente en cada etapa el compartimento donde viajaba el compositor – Alma María  Schindler cuenta en sus Recuerdos cómo Mahler, en la cama del sanatorio Löw de Viena, «tuvo dificultades para respirar y le dieron oxígeno. (…) Mahler miró con ojos asombrados y pasó un dedo por la colcha. Sonrió y dijo dos veces: «¡Mozart!». Sus ojos estaban muy grandes. (…) Su agonía cesó repentinamente a la medianoche del 18 de mayo, durante una tremenda tempestad. En ese último suspiro había huido su amada y bella alma, y el silencio fue más mortal que otra cosa«.

en memoria de Gustav Mahler: 18 de mayo 1911- 18 de mayo 2011

(Imágenes:- 1.- cabaña de composiciòn de Mahler- Steinbach-a orillas del lago Attersee- Austria.-wikipedia/ 2.-Gustav Mahler.-rpmedia. ask)

SÁBATO

«Yo no llegué a la literatura por motivos estrictamente literarios, todo me fue torcido, complicado, contradictorio, llegué a la literatura para no explotar, para no morir; mi experiencia literaria fue algo como la necesidad de expresar todo este caos en el que estaba inmerso y dar desfogue no sólo a mis ideas, sino a mis obsesiones más profundas y más inexplicables. La ventaja de la literatura sobre la filosofía es que mientras la filosofía obra con conceptos puros y razones puras, la literatura obra con la totalidad del espíritu humano, es decir, con conceptos, pero también con intuiciones, con razones, pero también con sinrazones, con los elementos diurnos de la existencia, pero también con los elementos nocturnos del existir, con lo delirios, con los sueños, con las obsesiones arcaicas…todo…todo, por ello yo creo que existe una actividad del espíritu en esta época de crisis total del hombre que puede dar expresión global de la propia crisis, no es la filosofía ni ninguna otra actividad, y menos que nunca la ciencia, sino más bien la literatura de invención.

(…)

Kafka no habla de huelgas, de ferroviarios, en su obra «El proceso«… sin embargo creo que permanecerá como uno de los testimonios más fuertes de la gran crisis occidental».

(Conversación de Sábato con Walter Mauro y Elena Clementelli: «Los escritores frente al poder«)

(El día en que fallece Ernesto Sábato)

(Imagen:  Sábato.-foto Daniel Mordzinski)

ANTE UN ALBERT CAMUS HORIZONTAL (1)

A las 13, 55 horas del lunes 4 de enero de 1960, a veinticuatro kilómetros de Sens, en la Nacional 5, entre Champigny-sur-Yvonne y Villeneuve-la Guyad, el automóvil conducido por Michel Gallimard camino de París, da un bandazo, se sale de la carretera, totalmente recta, y se estrella contra un plátano, rebota contra otro árbol y se parte. Al lado del conductor viaja Albert Camus que muere en el acto. En el maletero del coche, viaja también su manuscrito de «El primer hombre«, ciento cuarenta y cuatro hojas de una escritura apretada, las sesenta y ocho primeras sobre papel con su membrete, márgenes y añadidos.

Hoy se cumple medio siglo de su muerte.  Hace cincuenta años, con motivo de ese fallecimiento, pocos días después del acontecimiento, escribí en «La Estafeta Literaria» el texto que aquí reproduzco:

«Sí, ante un Albert Camus horizontal, pero ante un suceso literario sangriento y cruelmente desgarrador. Albert Camus acaso significa ya para siempre – ensalzado por una muerte que como la de Saint- Exupery eleva aún más fantasmagóricamente su figura -, lo que en en el siglo XX, su enfermedad o su morbosa salud, necesitaba: un hombre en pie. Hasta este momento, enero de 1960, los amores, los odios, las guerras, el temor y el temblor se han abrazado, y el mundo ha mantenido en Francia a su escritor reconocido: algo que contaba en los anales del espíritu humano y algo que avivaba inquietud de análisis, espionaje – diríamos – de nuevas y esperanzadas soluciones.

Albert Camus, al morir, desaparece tan vertiginosamente por la escotillas del gran teatro del mundo, como huye acelerada, estremecida y sorprendentemente del reino de la celebridad. Pero la celebridad no importa. La Literatura mundial dedicará a su «Caída«, a su «Mito de Sísifo» o a su «Calígula«, lo que dedicó a Hugo o a Sthendal o a Verlaine. La vida es la que dedicará sólo sus ojos abiertos. Ahí está mirándole, mientras a Albert Camus le recogen y le llevan y le colocan rígido y hermético y solemne y quieto sobre la tabla de la Desconocida que vino a buscarle una noche antes de los Reyes Magos. Al mirar a Albert Camus, se desearía que toda la juventud europea le observase por última vez. Su presencia a oscuras es lo que nos aterra. Que el mundo queda sin otro auscultador, sin otro psiquiatra, sin otro cirujano.

Un escritor como Camus supone un corazón con la ventana abierta toda la noche a la vigilancia. El mundo de las violencias y las envidias abre sus aguas y sepulta los pescados más pecadores, aquellos que el escritor sacaba siempre a flote con la caña de su estilo. Ahora el mundo mira a su escritor y los ojos del escritor ya no saben cómo le está mirando el mundo.

Si algún deseo tuve al pensar en visitar París desde mi trampolín de España, fue aquel constante de conversar al menos cinco minutos con Albert Camus y verle y tocarle. Me parece que los que le han asediado a preguntas desde sus dolores y sus cautiverios sabrán que Camus siempre contestaba. Pronunciaba aquellos largos y nocturnos discursos que, a la orilla del Sena, iluminaban de claridad el pensamiento oscuro y el camino torpe e intransitable. Sé que Gabriel Marcel habrá pensado en él ante los pies de un madero crucificado. Sé que Francois Mauriac habrá alargado su ansiedad ante la desaparición de este hombre, el que era para sí mismo el más sincero y el más despiadado. Y sé también que si Charles Du Bos viviera, anotaría una reseña de cariñosa caridad en su «Diario«, y que el gran Bernanos marcharía delante en su entierro. El mundo entero sabe todo esto, y el mundo sigue mirando aún, absorto y boquiabierto, a este Albert Camus, el hombre de la postura horizontal.

Llevado horizontal, como corresponde al que marcha entre silencios, sin coro, sin ancianos, alejado del pueblo, los designios y los mensajeros, llevado horizontal entre dos ascuas llameantes, dejando en sombras conforme avanza este mudo cortejo cuanta luz y esplendor tienen hasta hoy las letras de Francia, Albert Camus, argelino, vendedor de accesorios, metereólogo, oficinista, aficionado al teatro y estudiante, entra en el reino de los famosos muertos.

El otro Albert Camus, escritor, quedará para siempre en el presente de nuestra biblioteca. Sísifo y Mersault, Tarroú y cuantos jóvenes, niños, enfermos, enamorados, doloridos encuentre en su camino, le acompañan. Estará rodeado de los mancos y ciegos del mundo – sus invitados -, celebrando las bodas de este hombre delgado y serio con la Muerte, esa mujer que llegó en automóvil y lo mató con las mismas armas del Absurdo: reventando un neumático.

(José Julio Perlado:-«Ante un Albert Camus horizontal«, en «La Estafeta Literaria«.-Tercera época.-Nº 185.-Madrid, 15 de enero de 1960)

(Imágenes:-Albert Camus.-foto: Yousuf Karsh.-French Library Aliance/ 2.-tumba de Albert Camus en Lourmarin.-wikipedia)