LAS MANOS

«Amo estas manos. Destinadas por Dios para concluir mis muñecas, también son las privilegiadas que te acarician y tañen. Ante unos ojos las desperezo. Elevo el dedo meñique, tallo para la luna, espiga rematada en coraza de cal. Elevo otro dedo, el cordial y, ya con ambas manos en movimiento, diseño para mis hijas, en un muro de pronto habitado, animales de vívida sombra. Las niñas se asombran de que existan burritos negros capaces de correr por llanuras verticales, por la escoriada pared donde hasta hoy sólo moscas han reinado. Ellas están contentas de ver unas manos que contienen tantos animales como el Arca de Noé. Con esas manos entreabro el hijo más dulce; cojo al pez en la curva de su rizo relampagueante. A veces mis manos llegan a juntarse tanto que entre ellas el cadáver de una plegaria apenas cabe. A veces las arrojo al espacio con tal ira o alegría que no me explico por qué se quedan enclaustradas en el ademán. No me explico muy bien por qué no vuelan».

Marco Antonio Montes de Oca

(Imagen: Dorothea Lange)

MESA DEL SILENCIO

«Nos sentamos a la mesa del silencio,

al aire de los chopos y los arces

del parque interminable de hojas muertas.

Implacable y amoroso

callaba el caudal inmóvil de blancos cantos.

La piedra ingrávida,

paréntesis al tiempo

y altar

de la profunda soledad del alma humana.

El blanco lecho vacío de las venas

era blanco como aquel blanco cauce

donde el río no corre.

Nos sentamos

y allí nos quedamos para siempre,

en la mesa del silencio.

Allí, donde tiempo más tiempo más tiempo

no es nunca igual a tiempo».

Clara Janés .- «Brâncusi«.-1 -«Mesa del silencio» («Poemas rumanos») (1973)

(Imágenes: 1.-Brancusi.-pájaro en el espacio.-1928.-bronce.-MOMA.-Nueva York/ 2.-Brancusi y Man Ray en el jardín de Edward Steichen en 1927.-fotograma de una película de 35 mm. de Man Ray)

ENSAYOS DE FEDERICO FELLINI

ensayos con la mirada junto a Magali Noël,

ensayos con dedos y manos junto a Anouk Aimée,

ensayos con sonrisas junto a Claudia Cardinale,

 ensayos y ensayos, paseando en bici, rodando sobre la fantasía,

 ensayos con las caras, con las expresiones, con los personajes,

ensayos oníricos de extravagancias, ensayos de sueños, ensayos para intentar dormir. «Quiero contar lo que me sucedía cuanto tenía siete u ocho años – decía Fellini en 1965 -. Había bautizado las cuatro esquinas de mi cama con los nombres de los cuatro cines de Rímini: Fulgor, Ópera Nacional, Balilla, Saboya – ¿Cómo se llamaba el otro? – Sultán. Irme a acostar era entonces una fiesta. (…) Cerraba los ojos, esperaba pacientemente conteniendo el aliento y con el corazón acelerado hasta que, de golpe, comenzaba el espectáculo. Un espectáculo de los más extraordinarios. ¿En qué consistía? Es difícil de contar: era un mundo, una fantasmagoría rutilante, una galaxia de puntos luminosos, esferas, círculos brillantísimos, estrellas, llamas, vidrios de colores, un cosmos nocturno y centelleante que primero se mostraba inmóvil, después en un movimiento cada vez más amplio y envolvente, como un remolino inmenso, una espiral cegadora».

Fue en aquel 1965 cuando yo le conocí. Lo he contado en varias ocasiones en MI SIGLO. Eran los tiempos de «Giulietta de los espíritus«. Ensayos y ensayos en los estudios Rizzoli, en Cinecittá. «Mis experiencias, mis viajes, mis amistales, mis relaciones comienzan y acaban en los estudios de Cinecittá. Todo aquello que existe al otro lado de las verjas de Cinecittá es un afluente, ciertamente irremplazable, una reserva inmensa y maravillosa para visitar, para apropiarse y llevársela al interior de Cinecittá y hacerlo ávidamente. incansablemente. Yo no sé si todo esto es un privilegio o una servidumbre, pero es una forma de ser«.

Ahora que vuelven las películas perdidas de Fellini, los recuerdos de aquellos ensayos y de aquellos diálogos nos acompañan.

(Imágenes:- 1–Magali Noël y Federico Fellini ensayando «Amarcord»/ 2.-Anouk Aimée y Fellini ensayando «La dolce vita»/ 3.-Claudia Cardinale y Federico Fellini ensayando/ 4.-Federico Fellini.- durante el rodaje de «Amarcord».- foto: Mary Ellen Mark/ 5.-Giulietta Masina, Anthony Quinn y Aldo Silvani en «La Strada»/ 6.-Sandra Milo y Giulietta Masina en «Giulietta de los espíritus»/ 7.-Marcello Mastroiani caracterizado como violonchelista mientras rueda Federico Fellini «El viaje de Mastorna».-elpais.com)

EL QUE DEBE ( O NO DEBE ) MORIR

Esta imagen de Eddie Adams siempre me ha impresionado. Data del 1 de febrero de 1968 y fue merecedora del Premio Pulitzer en 1969. El hombre que tiene la pistola en la mano es el general Nguyen Ngoc Loan, de la policía survietnamita, y a quien apunta es a un prisionero del Vietcong, segundos antes de ser ejecutado.

Dieciseis años después (cambiando ligeramente la forma de esta imagen pero en absoluto su esencia) escribí en mi novela – «Contramuerte» ( Ediciones B, 1984) -, el diálogo que uno de mis personajes, el profesor Bruno Vial, mantenía  con el protagonista del libro, que así lo relataba:

«No sé en dónde, en alguna parte del cuarto, en sus rodillas, en las mías, o tal vez en la mesa camilla, permanecía abierto el periódico de la mañana con la imagen a que he aludido – y que ahora tengo ante mí -: aquel sombrío fusilamiento en Saigón.

Bruno Vial, cambiando de improviso de tema, como arrebatado de repente por aquella fotografía, la acercó hasta sus lentes de miope tal y como solía hacer, es decir, casi rozando con las gafas el papel y recorriendo con enorme atención la epidermis de todo cuanto veía o leia. Pasó inesperadamente la página hacia atrás. Era el retrato del mismo hombre pero aún sin ejecutar. Sus rasgos descompuestos en primer plano parecían preguntar sin pronunciar palabra, interrogaciòn cubierta por una venda negra cubriéndole los ojos, otra tira de tela estrecha apretándole la boca con tal fuerza que se incrustaba en ella, haciéndole mascar obligatoriamente con los dientes aquella mordaza. Vial daba la impresión de haberse desentendido de mí y sus gruesos cristales se concentraban en aquella imagen como si la palparan con la frialdad del vidrio, pero también la fueran quemando y absorbiendo con el calor de las pupilas al otro lado de los lentes.

– ¿Ha visto? ¿Ha visto usted esto?.- pronunció absorto, sin levantar su cabeza hundida.

No quise pronunciar palabra alguna por no delatarme. Y miré, me acerqué más a Vial, y miré aquella fotografía.

– Este hombre al que se le acaba de decir que va a morir en los próximos minutos – murmuró el profesor como si hablara consigo mismo -, no ha muerto nunca. No sabe qué es morir. (…) Pienso que si antes hubiera muerto este hombre alguna vez – dijo de pronto Vial -, igual que muchas veces ha tenido que sufrir, amar y fracasar, como ha tenido oportunidad de llorar y de reir y de realizar todos los actos de la vida, este rostro que casi no puede verse, tendría ahora una expresión distinta, impensable para mí – prosiguió el profesor lentamente -; para mí -repitió -, para él y para el resto.

Sus gafas le seguían rozando para  observarlo bien.

– Pero este hombre – dijo Vial sin dejar de mirarlo -, como todos los seres, va a morir – esperó – ¿lo ve?, va a morir por primera y última vez – ahora hablaba muy lentamente – No conoce su muerte. Ni siquiera conoce la muerte, sino por cuantas muertes (no suyas), ha llegado él a ser testigo.

Al borde de la página, en otra ilustraciòn, aparecia semiborroso el mismo patio y el condenado, al fondo, sujeto ya, apuntándole.

– Y este grupo de hombres – prosiguió el profesor igual que si palpara los escondrijos de aquella fotografías -, todos los hombres del mundo menos él, aquellos que le van a ejecutar, y quien dará la orden – hizo una pausa -, así como los millares de millones de ojos que estamos observándole a través de la prensa – no levantó la cabeza -: es decir, todos los que no somos él y le contemplamos -gafas y periódico eran casi una misma cosa -, nada sabemos tampoco del morir – guardó silencio -. Es esta «una muerte más» -hablaba con enorme lentitud -, estampido, fogonazo, caída: inmovivildad perpetua – aguardó -, pero no es la esencia de la muerte.

Por primera vez el profesor irguió un poco sus lentes y, dejando el periódico abierto entre los dos pero sin atenderme, miró ( o yo creí que miraba) hacia un punto indefinido de la habitación: como continuando el soliloquio.

– ¿Quién puede comprender tal esencia?

Era como si se interrogara a sí mismo y hablara en un aula extraña, que respetase su pregunta y su indagación.

– Únicamente aquellos que ya han muerto, suponiendo que la conserven consigo tal y como en vida se guardan esencias y vivencias.

Estaba absolutamente concentrado.

– Ninguno de los que han muerto, ha revelado sin embargo esa esencia al resto.- Una pausa – ¿La conservan? -nueva pausa – ¿Guardan los muertos esa lección única de su propio morir? – movió ligeramente la cabeza: yo estaba seguro de que él se sentía solo en la habitación -. Nada se sabe – dijo con tremenda lentitud -. Nada se comunica a los hombres con vida.

Yo creí que iba a proseguir, pero de improviso volvió a la imagen del periódico.

– Por ello, estas miradas y sentimientos, las reacciones escondidas que contemplamos, esa «muerte del otro» – se quedó clavado ante la fotografía del condenado oriental – ¿qué aportan en el fondo de sí y definitivamente?  – ya su mente parecía disparar desencadenadamente las preguntas, igual que si ametrallase a aquel hombre -. ¿Cómo definir certeramente lo que sentimos en la hondura, si este morir al que asistimos es «uno más», y nunca es el «nuestro»?».

Contramuerte«, págs 42-44)

Sí, siempre me ha impresionado esta fotografía.

El que debe ( o no debe ) morir.

Y por supuesto, nunca morir así.

(Imagen:- foto: Eddie Adams.-1 de febrero 1968.- Premio Pulitzer 1969)