SOBRE LA ALEGRÍA

“La alegría del día, el día en flor, una mañana de agosto con su humor y su resplandor,  totalmente brillante  — escribe el francés Bernanos en “La alegría” —y ya, en el aire demasiado pesado, los pérfidos perfumes otoñales — estallaba en cada una de las ventanas de vidrios rojos y verdes de la interminable galería. Era la alegría del día y no sabemos gracias a qué esplendor perecedero, era también la alegría por primera vez en la ardiente cúpula de la canícula, la insidiosa bruma que aún se arrastraba por debajo del horizonte, pero que descendería algunas semanas más tarde sobre la tierra agotada, los prados marchitos y el agua dormida, con el aroma de los follajes secos.”

(Imagen —Raoul Dufy — 1925– museo de Bellas Artes— Nancy)

ESCRIBIR ES UNA ESPECIE DE LOCURA

 

 

“Para escribir en el sentido más positivo del término, es decir para pasar un gran número de horas en un trabajo enorme del cual  el resultado financiero es — lo menos que se puede decir de ello — muy incierto, hace falta razones ectraordinariamente importantes — recuerda el francés Michel Butor—. Escribir es una especie de locura. Si uno hace este trabajo es porque, gracias a la escritura, se intenta cambiar alguna cosa alrededor de uno mismo y dentro de uno mismo; y si se quiere justificar la publicación  es porque uno advierte perfectamente  que es necesario que los otros nos ayuden, que uno no llegará a solucionar eso por sí mismo. Al principio, en el escritor como en el pintor o el músico, existe un sentimiento de escándalo:  se descubre la impresión de que las cosas no son  como ellas deberían ser, que ellas no están siendo utilizadas como se debiera. El artista sufre particularmente ante esta situación y, de repente, se nota diferente respecto a la mayor parte de las gentes con las que se encuentra. Esta diferencia es realmente difícil de soportar. Existen dos maneras de suprimir la diferencia entre los otros y uno mismo. La primera, es suprimirse uno: puesto que uno no es como los otros y que uno se siente desgraciado entre ellos, es necesario desaparecer pura y simplemente. Uno puede llegar a ser como los otros: se les quiere curar, uno los acepta, se normaliza todo y el escritor que  es uno en potencia desaparece. La segunda manera  es tratar de resolver el problema  de la diferencia  precisamente al contrario, es decir, ensayar el transformar a los otros: a través de un cierto número de procedimientos y sabiendo de antemano que eso va a ser extremadamente largo y difícil , complejo,  uno ensaya transformar a los demás. Es en este sentido como si el loco quisiera curar a los cuerdos.”

 

 

(Imágenes— 1-Gustave Geffroy- por Paul Cézanne/ 2-María Gato- Virginia Milles gallerie – artnet)

¿HA LEÍDO USTED TODOS ESTOS LIBROS?

 

“El visitante entra y dice : “¡ Cuántos libros!  ¿Los ha leído todos?”. Al principio — dice Umberto Eco en “”Cómo viajar con un salmón” —, creía que la frase revelaba sólo a personas poco familiarizadas con los libros, acostumbradas a ver solo estanterías de tres al cuarto con cinco novelas policiacas y una enciclopedia infantil en fascículos. Pero la experiencia me ha enseñado que la frase la pronuncian incluso personas insospechables. Se puede decir que se trata, con todo, de personas que tienen una noción de la estantería como depósito de libros y no de la biblioteca como instrumento de trabajo, pero no basta. Creo que, ante muchos libros, cualquiera cae presa de la angustia del conocimiento, y fatalmente se desliza hacia la pregunta que expresa su tormento y sus remordimientos.

(…) A la pregunta sobre los libros hay que responder mientras la mandíbula se te crispa y ríos de sudor frío te bajan por la columna vertebral. Yo, antaño, había adoptado la respuesta despectiva: “No he leído ninguno; si no, ¿por qué los tendría aquí?”. Pero es una respuesta peligrosa porque desencadena la reacción obvia: “¿ Y dónde pone los que ha leído?”. Es mejor la respuesta estándar de Roberto Leydi: “Muchos más, señor, muchos más”, que deja helado al adversario y le hace caer en un estado de estupefacta veneración. Pero la encuentro desalmada y causa ansiedad. Ahora me he replegado hacia la afirmación: “No, estos son los que  tengo que leer para el mes que viene, los demás los tengo en la universidad”,  respuesta que, por una parte sugiere una sublime estrategia y, por la otra, induce al visitante a anticipar el momento de la despedida”.

 

(Imágenes— 1- foto André Kerstesz/ 2-biblioteca de Guillaume Apollinaire)

NO CONFUNDAS EL AMOR

 


“No confundas el amor con el delirio de la posesión, que causa los peores sufrimientos. Porque, al contrario de lo que suele pensarse, el amor no hace sufrir. Lo que hace sufrir es el instinto de la propiedad, que es lo contrario del amor.”

Antoine de Saint- Exupéry— “Ciudadela”

(Imagen —Marlene Dumas-2003)

NOVELA, ALUCINACIÓN, TRABAJO

 


Leo en el “Diario” de Julien Green (diciembre de 1983) : “Una novela es una larga alucinación. Esta alucinación nace y se prolonga en el silencio, de donde ella ha salido. Si no existe el silencio, no puede haber novela digna de ese nombre. Lo que se escribe de ordinario viene del ruido y el autor piensa a pesar de él en otra cosa. De aquí los manuscritos que nos entrega tan tibios! Novela: alucinación prolongada cuyo control escapa al autor, igual que ocurre con el sueño. La más leve intervención del autor lo destruye todo.”
Exactamente un año antes Green  confesaba el fin de un libro: “Ayer por la mañana he acabado mi libro sobre San Francisco de Asís. Alivio y tristeza. Yo le encontraba cada mañana y él me obligaba a trabajar duramente, pero él estaba allí.”

Alucinación y trabajo.

(Imagen – Twombly- 1970)

SECRETOS DE LAS CAJAS

 


“Una caja de cartón que contiene fichas multicolores, tres cajas de madera torneada, una gran caja de cigarros ( sin cigarros, pero llena de objetos pequeños), una cajita de madera dorada; todas estas cajas y cajitas —además de numerosos utensilios no se sabe si útiles o inservibles  — tenía en su mesa de trabajo el escritor francés Georges Perec y él los enumera minuciosamente en su libro “Pensar/clasificar”.

Estamos rodeados de objetos. Además de las monedas, los sellos, los grabados y tantas cosas más, aparecen cajitas por doquier, cajitas que nos han regalado, que han contenido pequeños tesoros o nimiedades sin valor, pero que con su diseño, colorido o gracia  — también como mero recuerdo — han ocupado un puesto sobre muebles y mesas, al lado de las camas o en escritorios. Y allí han estado durante años. Cuando el dueño de la caja y de la casa desaparezca, entrará de puntillas en la habitación un hermano, una sobrina o un nieto y al ver la caja  su tentación  de curiosidad siempre será abrirla, “a ver qué guardaron aquí”, dirá como ante un misterio. Porque la caja cerrada es como si escondiera secretos o peculiaridades que muchas veces se convierten en total vacío.  Entonces, ¿ por  qué se ha conservado esa caja que sólo contiene vacío?

 

“Siempre me gustaron los pequeños cofres — comentaba la escritora argentina María Negroni —, los “secrétaires”, con o sin doble fondo, todo aquello que pueda cerrarse con llave, es decir, que sirva para esconder algo, para almacenar la insondable reserva de la ensoñación. Su marca principal es el cerrojo que, siendo, en sí mismo, un umbral, protege un reino interior, fabricado y custodiado sin pausa. Algo absoluto se preserva en estas maravillas de la ebanistería. Algo que siempre es más de lo que parece porque, en la noche del mueble, imaginar es más grande que vivir.  En estos objetos antiguos como moradas sensibles, se puede manipular el sueño hasta hacerle destilar su relato: eso que se esfuma, siempre, en cuanto es nombrado.”

 

 

(Imágenes—1-Lynne parques/ 2- calculadora colmar/ 3- Hans Holbein – 1528)

 

EL SUEÑO DE LA EPIDEMIA

 

El escritor francés Georges Perec publicó  en su libro, “La cámara oscura”,  muchos de sus sueños.

De una noche de octubre de 1970 contó  el siguiente que había soñado :

LA  EPIDEMIA

“El soñador ( porque toda esta historia parece una novela en tercera persona) se ha sentado en la mesa de un pequeño bistrot. Aunque sea extranjero, enseguida lo consideramos como uno de los fieles habituales de la casa. El patrón y algunos clientes  hablan de la epidemia. Entra el cocinero chino del restaurante de al lado ( el soñador piensa  que se parece a alguien que él conoce);  el cocinero chino dice que hay que encontrarle un sustituto, porque él ya no puede continuar vigilando sus fuegos y cocinando en casa de las niñas al mismo tiempo. Cita, respecto a esto, el refrán de Shakespeare:

—-¡ No todos morían, pero a todos afectaba!

Estupefacto, el patrón del café mira al soñador: él conocía ese refrán a través de este último. En ese mismo instante, el soñador comprende que deja de ser un desconocido sentado a la mesa y que se convierte en “el personaje central”; al mismo tiempo, reconoce al cocinero chino; sólo lo conoce a él. Es él quien, efectivamente, viene de vez en cuando por voluntad propia a echarle una mano a las chicas.

 

Ha habido una gran epidemia de cólera. Todo el mundo quiere que le examine el médico. Los síntomas son esputos de sangre. El soñador y dos de sus amigos recorren la ciudad. Llegan hasta una escalera bloqueada por una multitud de chicas jóvenes, sin duda de un internado. Fingen tener prioridad, como si uno de ellos padeciese la enfermedad, para obligar al médico a ocuparse antes de ellos. El médico se ve obligado a abrirse camino entre las chicas.

Un poco más tarde, en medio de un montón de chicas tumbadas, enfermas, el soñador recoge del suelo un pedazo de tierra ( y no una inmundicia o un excremento). Y descubre, tras una puerta, a su amigo J., yacente, muerto, convertido en tierra, convertido en bloque de tierra al que le falta el pedazo que él acaba de recoger.”

(Fin del sueño)

 

 

(Imágenes—1- Joshua Flnt/ 2- David Kapp- 2014/ 3-Saúl Leiter- 1956)

LOS SUEÑOS DE LOS OTROS

 


“Es cierto que no me gustan los sueños de los otros — decía Francois Mauriac —. De alguno que comienza a contarme lo que ha soñado escapo pronto. Me es suficiente saber que es un sueño lo que se me está contando para que no escuche más o no lea más. Tampoco siento interés  por mis propios sueños que no podrían aburrirme puesto que los ignoro. No los cuento a nadie, sobre todo no me los cuento a mi mismo.

Es cierto que yo sueño mucho. El despertar me libra de una vida ilusoria, pero que al menos es vida. Mi experiencia sobre este punto no se identifica en absoluto  con la de Proust. Él vuelve frecuentemente a esa angustia de sus despertares, sobre todo en habitaciones que no le son familiares y donde la realidad no coincide con sus recuerdos. Nada más salir de la noche, Proust ignora dónde se encuentra y quién es. El sueño ha hecho de él un ser sin memoria, arrojado enteramente a la bruta sensación del existir. Para mí, por el contrario, despertar es sentirme seguro, entrar en un mundo amigo dentro del cual me siento  un dueño; es escapar a imágenes que me poseían y contra las cuales me encontraba sin ningún poder.

Por tanto mi sueño no lo hago mío; cada noche  cierro los ojos con confianza y con un sentimiento de abandono: me duermo en estado de gracia. Pero no disfruto con mis sueños. Mi primer pensamiento al despertar es siempre un suspiro de alivio: “Ah! no era más que un sueño…” No es que yo me haya peleado con una pesadiila: simplemente  me escapo de situaciones complicadas, no precisamente  dolorosas ni siquiera penosas, —sino absurdas y algunas veces humillantes.”

 

 

(Imágenes- 1-Julia Fuillerton- Batten/ 2-julia Fuillerton-Batten-randall scoot gallery/

DETRÁS DE “LA PESTE”

 

 

Detrás de“La Peste” de Camus ( lectura a la que, con esta  pandemia,  vuelven muchas gentes) , hay, como siempre en tantos autores ,una sucesión de ánimos y desánimos en la mente del escritor que revelan toda la fragilidad escondida en la creación. Camus había acabado la primera versión de “Calígula” en abril de 1959, “El extranjero” en mayo de 1940 y en abril de 1941 anota por primera vez en sus “Carnets”: “Peste” o la aventura” . Su amigo y confidente Jean Grenier desvelaría más adelante: “ Camus sufrió todas las penalidades del mundo para terminar “ La Peste”. Él no estaba contento. Dudaba de ese libro. Es decir, dudaba de si mismo. La celebridad que había adquirido no le complacía. Deseaba permanecer desconocido; cuando se publica y se es famoso, la celebridad  es malsana,  pensaba. Siempre el éxito había sobrepasado sus esperanzas hasta el punto de molestarle ahora. Se decía que su nuevo libro en gestación —“La Peste” — decepcionaría a sus lectores como le decepcionaba a sí mismo. Sorprende toda esta duda —seguía comentando Grenier — cuando es a propósito de una obra que fue bien acogida por el público. Pero Albert Camus estaba sujeto a crisis de descorazonamiento que asombrarían a quien no le conocían más que como autor.”

 

 

 

En sus “Carnets” de trabajo Camus anota que para “La Peste” había leído pasajes del Deuteronomio, del Éxodo, del profeta Amós, de Jeremías y de Ezequiel. “Decididamente — apunta—  tiene que ser un relato, una crónica”, Preparando un capítulo sobre la enfermedad, escribe: “Comprobaban una vez más que el mal físico nunca se presentaba sólo sino que venía siempre acompañado por sufrimientos morales — familia, amores frustrados — que le daban profundidad. Por supuesto ya sabemos que la peste tiene sus ventajas, que abre los ojos, que obliga a pensar. En este aspecto es como todos los males del mundo  y como el mundo mismo. Pero los males de este mundo y del mundo mismo puede decirse una verdad que también es aplicable a la peste.”

En abril de 1938 Camus se había interesado por Melville y por la técnica narrativa empleada en “Moby Dick”, que luego dejaría su influencia  en su libro. En abril de 1939  anota también sus impresiones sobre el cementerio El Kettar, en Argelia e igualmente sobre Orán. Pero el largo trabajo de “La Peste” está presente en sus confidencias: “ muchas notas, la ensoñación vaga y todo esto  —dice — durante años. Y un día viene la idea, la concepción, que reúne todas esas partículas dispersas. Entonces empieza un largo y penoso quehacer de poner todo en orden. Y aún más penoso ya que mi anarquía profunda queda desbordada”, confesará en una carta.

 

(Imágenes—1- Camus con su familia – la frontera/ 2-Albert Camus/ 3- Camus- diatriba)

VIAJES POR EL MUNDO ( 31 ) : PLAZA DE ESPAÑA, ROMA

 

 

“La plaza de España, con sus escaleras, empurpuradas de azaleas y coronadas por el campanario doble de la Trinidad de los Montes —escribe Julien Gracq —, representa para un parisino un esbozo reducido tanto de las escaleras de Montmartre como de los callejeros de la plaza del Tertre ( las pinturas de la Vía Margutta no están lejos); pero un boceto que a la vez vendría a salpicarse a la vez un poco de la escarcha matinal, olorosa,  del Mercado de las Flores.(…) Como los enramados abandonados del Capitolio, como la superpoblada plaza Navona, es uno de los lugares de la ciudad por los que gusta pasar, donde gusta quedarse. Pero tampoco en ningún otro lugar se capta mejor que la seducción de esta gran ciudad guarda un carácter de modestia y timidez provincial casi patético: el de una ciudad enclenque que fue sobreviviendo como pudo durante mil quinientos años entre los escombros y los recuerdos de una megalópolis más grande que ella y donde en ningún lugar se percibe ese brote orgulloso en el florecimiento y la afirmación de sí misma que es el propio de una ciudad como Nueva York, por completo hija de sus obras. La plaza de España, que sobre sus escalones expone como en un espaldar a los “hippies” de todos los países de Europa, es un lugar de descanso para la fatiga soleada de vivir, un decorado para la florista, para una gentil aventura sentimental sobre el que la Trinidad de los Montes hará llover desde lo alto la religiosidad tranquilizadora, el toque de queda  de sus ángeles avejentados. Aquí más que en otros lugares, me ha parecido respirar más de una vez una humildad inesperada y sonriente que es como la nota original de Roma.”

 

 

 

(Imágenes—1 y 2- plaza de España)-

EL ESCRITOR QUE NUNCA ESCRIBIÓ UN LIBRO

 

 

‘El escritor Joseph Joubert nunca escribió un libro. Sólo se preparaba a escribir uno —recuerda Maurice Blanchot—, buscando decididamente las condiciones justas que le permitieran escribirlo. Luego olvidó también ese propósito. Más precisamente, lo que buscaba, esa fuente de la escritura, ese espacio donde poder escribir, esa luz que debiera circunscribirse en el espacio, exigió de él y afirmó en él disposiciones que lo hicieron inepto para cualquier trabajo literario ordinariamente o lo desviaron del mismo. En esto fue uno de los primeros escritores totalmente modernos, prefiriendo el centro antes que la esfera, sacrificando los resultados para descubrir las condiciones de éstos y no escribiendo para añadir un libro a otro, sino para apoderarse del punto de donde le parecía que salían todos los libros, y el cual, una vez alcanzado, lo eximiría de escribirlos.”

Singular personaje y singular destino.

 


 

(Imágenes —1-Twombly- 1970/ 2-Saul Leiter-paris- 1959)

EL PRINCIPITO

 

 

“La aparición de unos esbozos de los dibujos para “El Principito” me llevan a releer una de las páginas del libro:

”Este es, para mí, el paisaje más hermoso y el más triste del mundo. Es el mismo paisaje de la página precedente, y lo he dibujado una vez más para mostrároslo bien. Aquí es donde el Principito apareció sobre la tierra, y luego desapareció. Mirad atentamente este paisaje, para que estéis seguros de reconocerlo, si viajáis un día, en África, por el desierto. Y, si llegáis a pasar por allí, os lo suplico, no tengáis prisa; esperad un poco; ¡Justo bajo la estrella! Si entonces va hacia vosotros un niño, si sonríe, si tiene el cabello de oro, si no responde cuando se le pregunta, sin duda adivinaréis quién es. Entonces, ¡sed buenos! No me dejéis tan triste: escribidme enseguida diciéndome que ha regresado…”

 

 

(Imágenes- : dibujos de “El Principito’)

EVOCACIÓN DE LOS OLORES

 

 

“La infancia tiene sus olores— evocaba Jean Cocteau—. Yo recuerdo, entre otros, el del engrudo con que pegaba las estampas recortadas en la habitación cuando estaba enfermo; el de los tilos que se volvían locos al aproximarse una tormenta; el delicioso de la pólvora de los cohetes disparados que, clavados a su armazón, podía recoger sobre la hierba al día siguiente de los fuegos artificiales; el olor del árnica para las picaduras de avispas; el del papel mohoso de una vieja colección de revistas; el que despedía el viejo y antiguo ómnibus que llevaba a toda la familia a misa, desenganchado en la cochera, donde, en revuelto montón, se apilaban regaderas, picos, juegos de “croquet” y tragabolas. Y puedo añadir el  tufo penetrante del estiércol en el corral. Sin olvidar el aroma de las macetas de geranios del invernadero ni el olor del estanque con sus ranas muertas en actitudes de tenor con una mano sobre el corazón. Andando el tiempo, había de conocer el olor de Marsella, que da esperanza; el ámbar gris, que irrita la piel y hace enrojecer; el de lirios mustios de las alcobas.

 

 

Pero ninguno de estos olores eclipsa el olor del circo, el olor del Circo Nuevo, el gran olor maravilloso. Sabíamos que estaba compuesto por excrementos de caballos, barreduras de alfombras y de cuadras y sudores cuantiosos; pero, además, algo indescriptible, algo que escapa al análisis, mezcla de ilusión y de júbilo que se agarraba a la garganta, que la costumbre alzaba, en cierto modo, sobre el espectáculo y que hacía las veces de telón. Y la riqueza profunda del estiércol de mi infancia me ayuda a comprender que ese olor de circo es un estiércol sutil que vuela, un polvo de estiércol dorado que sube bajo la cúpula de cristales, irisa los globos de luz y pone un nimbo de gloria alrededor del trabajo de los acróbatas; luego desciende y ayuda poderosamente  a que florezcan los payasos multicolores.”

 

 

(Imágenes—1- Flores- lobusgratis/ 2- Camille Bombois/ 3- Augusto Giacometti – 1923)

VISIONES DE NOTRE-DAME

 

 

Innumerables visiones de Notre-Dame. Ocuparían varios libros. Julien Green, entre otros, comenta bajo recuerdos de infancia y de ocupación : “He vuelto el otro día a Notre- Dame. Estábamos en noviembre. Un frío glacial caía sobre mis espaldas y yo avanzaba en la penumbra como por en medio de un bosque. Aquí recuerdo una  especie de temblor maravilloso que inundaba mi ser cuando, mi mano cogida a la de mi madre, entraba en la vieja iglesia. Todo niño es un poco un pequeño bárbaro y cómo bárbaro yo deambulaba aburrido ante tanta grandeza. Aun hoy, y a pesar del amor que  le tengo a esta iglesia, me siento intimidado por Notre- Dame, por su profundidad, por sus ecos y por toda esa noche que ella presenta.

Levanto los ojos hacia la rosa septentrional y constato que allí está siempre. Mis ojos van enseguida a la torre de la iglesia y de pronto se detienen. Algo me oprime la garganta. Esto que estoy viendo no esperaba verlo, pero enseguida lo reconozco. Alta y desnuda y con una simplicidad asombrosa, aparece la cruz de madera destinada a los muertos de Buchenwald. Ahí está, esperando y mirando como las cosas suelen esperar y mirar.  Me quedo largo tiempo cerca de ella, me alejo y vuelvo a considerarla de nuevo. Se parece a un gran grito de dolor y de indignación;  sin duda la Edad Media no habría encontrado  nada parecido para decir esto que las palabras nunca pueden decir y yo no puedo sustraerme de creer que a la pregunta angustiada de marzo de 1940  se me daría una respuesta  en noviembre de 1945.”

 

 

(Imágenes-1-París por los pintores/ 2- Matisse – Notre Dame al atardecer – 1902 – di ket org)

OBJETOS EN MI MESA DE TRABAJO

 

 

Una mesa limpia, una mesa cargada de objetos. Dos mundos distintos. Georges Perec en “Pensar/ clasificar” nos va contando lo que ocupa su mesa de trabajo: “una lámpara, una cigarrera, un florero, una caja de cartón que contiene pequeñas fichas multicolores, un gran secante de cartón duro con incrustaciones de carey, un portalápices de vidrio, varias piedras, tres cajas de madera torneada, un despertador, un calendario, un bloque de plomo, una gran caja de cigarros ( sin cigarros, pero llena de objetos pequeños), una espiral de acero donde se pueden deslizar las cartas en espera, un mango de puñal de piedra tallada, registros, cuadernos, volantes, múltiples  instrumentos o accesorios de escritura, una gran almohadilla, varios libros, un vaso lleno de lápices, una cajita de madera dorada, tres ceniceros, es decir, dos de más, que por otra parte están vacíos: uno es el monumento a los mártires, de reciente adquisición; el otro, que representa un encantador panorama de los tejados de la ciudad de Ingolstad, acaba de ser encolado; el que sirve tiene un cuerpo de material plástico negro y una tapa de metal blanco con agujeros.”

 

 

Una mesa limpia, una mesa cargada de objetos. Dos mundos distintos. Rudyar Kipling, en su Autobiografía – como lo recuerda Alberto Manguel en “Diario de lecturas” – enumera los objetos de su escritorio: “un largo plumero lacado, con forma de canoa, lleno de cepillos y de estilográficas difuntas; una caja de madera con clips y gomas; otra, de hojalata, con alfileres; en otra más, en un posabotellas, guardaba cosas que no necesitaba, desde papel de lija hasta pequeños destornilladores; un pisapapeles, una diminuta foca de piel con un peso en el interior y un cocodrilo de cuero que descansaban sobre algunos de los papeles; una regla de treinta centímetros manchada de tinta y un limpiaplumas decorativo que una criada a la que queríamos mucho nos regalaba todos los años, componían la guardia de honor de aquel ejército de pequeños fetiches.”

Una mesa limpia, una mesa cargada de objetos. Dos mundos distintos. Dos maneras de trabajar los escritores.

 


 

(Imágenes-1- Juan Gris – la mesa – 1914- Philadelphia museum/ 2-Aldo Calabresi/ 3-Catalina Keohe)

NO SÉ QUÉ ES UN LIBRO

 

 

“No sé qué es un libro – contaba Marguerite Duras -. Nadie lo sabe. Pero cuando hay uno, lo sabemos. Y cuando no hay nada, lo sabemos como sabemos que existimos, no muertos todavía (…) Creo que lo que reprocho a los libros, en general, es eso : que no son libres. Se ve a través de la escritura: están fabricados, están organizados, reglamentados, diríase que conformes. Una función de revisión que el escritor desempeña con frecuencia consigo mismo. El escritor, entonces, se convierte en su propio policía. Entiendo, por tal, la búsqueda de la forma correcta, es decir, de la forma más habitual, la más clara y la más inofensiva. Sigue habiendo generaciones muertas que hacen libros pudibundos. Incluso jóvenes: libros “encantadores”, sin poso alguno, sin noche. Sin silencio. Dicho de otro modo: sin auténtico autor. Libros de un día, de entretenimiento, de viaje. Pero no libros que se incrusten en el pensamiento y que hablen del duelo profundo de toda vida, el lugar común de todo pensamiento.”

 

 

(Imágenes-1-Felix Vallotton/ 2- Jonathan Wolstenholme)