¿EL FIN DEL CIRCO?

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El cierre del circo más antiguo del mundo, el circo Ringlin, me lleva hasta las páginas de «El circo», de Ramón Gómez de la Serna, y al entreabrir las lonas de la entrada y acercarme hasta la pista se apagan las luces y comienzan a desfilar sus palabras:

«En el circo – dice Ramón – esperamos la aparición de todos los animales, desde el ciervo al tiburón. Quizás hasta esperamos una sirena amaestrada. Siempre hemos tenido nuestras dudas sobre estos leones de circo… Sólo una experiencia nos haría falta para salir de dudas, y es la de hacerles escaparse y ver qué hacían con los espectadores. Es probable que se agazapasen en un rincón, como los gatos atemorizados. ¡Pobre domador en ridículo!

(…) Los elefantes, que parecen siempre recién salidos de un barrizal, tienen piel geográfica. Los ojos de los elefantes son pequeños y sagaces, y si se emborronan es porque están en medio de esas grandes ojeras, de una profunda mancha negra.

 

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(…)

Hay siempre unos elefantes en ciernes, elefantes contratados, que van acercándose lentos, con temor de pisar a los niños con sus patas irreparables, una troupe de elefantes musicales, extraordinarios músicos con la oreja más grande del mundo.

Tienen un aire de viejos barrizales, de enormes ancianos arrugados, de los últimos supervivientes antidiluvianos, que se salvaron sacando la trompa en el alto del cerro sobre el nivel del diluvio universal.

 

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Los clowns se parecen tanto unos a otros, que parece que hay sólo dos o tres clowns eternos, que son los que han entretenido siempre a los públicos, y que conservados por lo saludable y lo optimista de su profesión, aunque ya estén atrozmente viejos, sonríen aún, desdentados y disecados, momificados, pero perennnes.

(…)

El  número sensacional tiene una música particular, en la que hay anotados grandes silencios, de esos  que sobrecogen el corazón. Los mismos artistas anteriores  y hasta los posteriores al número sensacional, asoman la cabeza para verle. Tienen traza de náufragos que han vencido a la muerte ellas y ellos; trazas de capitanes de marina. Su paso es más corto y más callado que el de los otros artistas, y sus rostros tienen siempre algunos rasgos indios; los pómulos salientes y los ojos chicos.

El artista del número sensacional entra en su trabajo de un golpe, con una decisiòn grande, y sus saludos serios y dignos son leves saludos de quien está persuadido de su valor.

 

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La amazona sobre el magnífico tambor de la montura del circo es la estatua que vive y salta sobre su pedestal, la estatua que trisca, o sea la estatua que es la obsesión de los escultores que quieren dar una vida frívola al mármol  y han esculpido ya la bailarina sostenida a la peana sólo por un dedo de su pie derecho, el izquierdo en alto.

(…)

Los equilibristas se han roto varias veces la cabeza, pero insisten tanto que al fin se sostienen sobre el alambre. Sus pies se han ido tornando pies de pájaro y se agarran perfectamente a la cuerda o al alambre habiendo sobre todo un dedo que se engarfia completamente y se cierra como una anilla.

(…)

Las piernas  del equilibrista, en su constante trabajo, se van volviendo  piernas de muelle de alambre.

 

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¿Morirá algún día el circo? Es una pregunta que jamás se le pasó por la cabeza a Ramón Gómez de la Serna.

 

(Imágenes-1-ilustración de Roberto Innocenti a las aventuras de Pinocho/ 2.-Augusto Giacometti- 1923/ 3. Laura Knight – 1892/ 4.-Geoge  Wesley Bellows- 1912/ 5.- Camille Bombois)