«Pero antes de llegar al mar- escribe Ciro Bayo en el «Lazarillo español» – hay que atravesar la vega almeriense, que se extiende hasta la ribera, donde la besan y acarician las espumas del Mediterráneo; una vega de un color típico no parecido a otra región alguna, mezcla de árabe y español, de andaluz y levantino. Chumberas, higueras, palmas esbeltas como las de África, parras y más parras que tejen la tierra con sus verdes pámpanos, y extensas plantaciones de naranjos y limones cuyos dorados frutos parece han de encenderse para alegrar de noche la espléndida fiesta del sol. E interpolados aquí y allá pueblecitos y caseríos, como manchas deslumbrantes de blancura entre el tono más suave del paisaje, con azoteas morunas.»
Azorín, en el prólogo a esta obra, comenta que el libro de Ciro Bayo, que éste subtitula «Guía de vagos en tierras de España por un peregrino industrioso» – o «peregrino entretenido» -, no es una Guía, ni aun en un sentido amplio, lato; es más bien una obra «sentimental». Y añade que aun cuando un extranjero llegara a escribir de España con entera imparcialidad, con absoluta escrupulosidad, siempre en su libro faltaría algo que sólo se puede encontrar en el libro de un español; «algo de nuestro espíritu, de nuestro ambiente. Lo más hondo, lo más castizo, lo que es etéreo e impalpable, no puede ser comprendido ni hablado sino por los naturales del país.»
Ciro Bayo marcha por la sierra de Almería y saluda después su encuentro con el Mediterráneo: llegan hasta él playas y arenas. «Desde allí se extiende la playa libre – escribe en 1911 -, pisada únicamente por carabineros y pescadores. Dos filas de éstos, cantando la zaloma, tiraban de la red que iba empujando un bote desde el mar. En el relevo de uno de los gañanes le tomé el corcho y quise probar a tirar; pero me engañaron las fuerzas. Y para tonificar mi humanidad me aparté a honesta distancia a bañarme.
¡Con qué deleite lo hice! Un baño tomado en el seno de ondas mansas y acariciadoras, bajo una cúpula de azur, como sucede en las rientes playas mediterráneas, comunica cierta sensación voluptuosa y difícil de experimentar bajo el cielo variable del Norte y en mar de ordinario ceñudo. En éste se baña uno por higiene, casi a la fuerza; en el otro, por recreo, casi sin querer. Me zambullí, nadé como un atún, lavé bien la piel, y siguiendo el arenoso fondo en declive, la resaca me devolvió a la playa. Apenas si el cuerpo se enfría en las templadas ondas levantinas. Se sale del agua sin tiritar, y la reacción viene en seguida a favor de una atmósfera tibia, casi ardorosa.»
(Imágenes:- 1.- Félix Vallotton/ 2.-Robert Cardenal/ 3.-Leon Spilliaert.-1916)
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