LA CURACIÓN POR LA MÚSICA

«Los instrumentos son la pequeña arquitectura del sonido – ha recordado Ramón Andrés en su excelente libro «El mundo en el oído», al que alguna vez me he referido en Mi Siglo -. Cuando los instrumentos resuenan, el recuerdo hace vigente lo vivido, el pasado pierde la temporalidad y retorna a cada uno lo que fue, lo que es«. Dentro de cuanto ha sido y de cuanto es el hombre se encuentra escondida – como dormida en pliegues –  la alegría. La alegría no suele viajar en trenes ni en vagones. Va embozada en los rictus del rostro, agrietada por las preocupaciones. Las preocupaciones recorren los raíles de la prisa, la aceleración llama a la tensión- Pero los instrumentos de repente tocan la sorpresa de la alegría y de la epidermis de la alegría nace la luminosidad de la sonrisa: sale de su cueva la sonrisa, se desembaraza de la quietud del rostro, asciende hasta los ojos y los enciende, baja hasta los labios y los curva.

La flauta y el violín – una con sus orificios, otro con sus cuerdas – realizan la operación. Los instrumentos curan por unos instantes, entre túnel y túnel. Basta que las manos del sonido pasen sobre los rostros para que tenga lugar – brevemente – la curación por la música.

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