«La alegría no la buscan, la crean. Por ejemplo aquí en México la música es triste. Y la música los alegra. Es gente muy triste, hay que verlos cuando se ponen a cantar. La canción mexicana es triste, no hablo del corrido, de los boleros, de lo que cantaba Pedro Infante o Jorge Negrete, esas gentes raras. Sino simplemente de la canción del pueblo. Yo los he estado oyendo, a veces, en las noches; y no he dormido por oírlos cantar en el requinto – que le llaman allá, en Jalisco -, una guitarra de cinco cuerdas. Son canciones que duran a veces dos y hasta tres horas, y entre una estrofa y otra se fuman un cigarro y se toman unos tragos de tequila, platican, y luego continúan con la canción. Y son muy tristes, a veces se pasan toda la noche cantando. Y son hombres que están tristes. Ahora yo digo que el dolor sí lo sienten; el dolor es doloroso para cualquiera».
«Esta es la historia de esa cordillera, de esa cuerda, desde el centro de la cordillera, que es de donde parte la historia hacia todos esos pueblos donde está la vida de las gentes. Lo que une todo es el centro de la cordillera. Es una espiral de historias que se van uniendo a partir de allí, para cerrarse en las montañas. La historia se va abriendo, abarca las poblaciones, y luego sube hacia lo que ya es zona montañosa».
«Lo que pasa es que entre el coro de todas las voces universales y gloriosas yo volví a oir la voz profunda y oscura. Tal vez la de un pobre viejo que está a la orilla del fuego volteando las tortillas: «Te acuerdas de cuando mataron a la Perra», Y aunque usted no lo cree, esa voz predomina en el coro, y es la del verdadero, la del único solista en que creo, porque me habla desde lo más hondo de mi ser y de mi memoria: «Ya mataron a la Perra, pero quedaron los perros».
(Textos y fotografías de Juan Rulfo)
(Pequeño apunte con motivo de la exposición de fotografías de Rulfo que se abre estos días en Madrid)


