MONEDAS DE TIEMPO

Pasan las monedas de tiempo en el último día del año, resbalan de mano en mano las hojas de los meses, horas circulares, redondas penas y alegrías, esferas, agujas, mecanismos, las cajas de madera de raíces plantadas en nuestra sobremesa de siempre, sonerías, agujas del reloj que un día nos hirieron, silenciador de voces, calendario de fechas, segundero de nimios pensamientos, alarmas que nos conmovieron, muelles que nos levantaron en caídas, decoración grabada en platino de tantos días iguales, pasos de cebra de aquellos días iguales, autobuses, aviones, teléfonos, péndulos de inestable corazón, placas de nacimientos y rupturas, despertadores de sueños, acristaladas cúpulas de deseos, aceros forjados de voluntad, cuartos y medias de tantas citas memorables, hendiduras de dolores, llaves poniendo en marcha la vida, cajas de música, pesas, alambres, ruedas de infortunios y sorpresas, decisiones torneadas a punta de buril, visualidad, claridad, la vida, el día es claro y siempre rodeado de misterio, se desmontan, se retocan los recuerdos, la numeración de latón que marcan alegrías se hace de bronce dorada a fuego, es el mecanismo de la repetición, repetición, repetición, relojes de agua, de arena, de sombra y sol, astrolabios contemplando estrellas, estrellas, estrellas que en el último día del año nos pasan monedas de tiempo.

(Imágenes: 1 y 2:  Terminal Grand Central de Nueva York-1941.- foto John Collier.-shorpy.com)

PALABRAS, GASTRONOMÍA, LITERATURA

A veces las especias de las palabras, salsas y grasas de las frases, condimento de párrafos, han logrado que la gran literatura irrumpa incluso en los  patios de butacas, como ocurrió con la pieza del inglés Wesker, «La cocina«, en la que el dramaturgo señalaba que si el mundo pudo ser un escenario para Shakespeare, para él era una cocina, en la que entraba y salía gente. «Las cocinas enloquecen todas – señalaba Wesker instruyendo a sus actores -, principalmente durante los períodos de servicio activo: hacen su aparición el apresuramiento, las pequeñas peleas, los falsos orgullos y el esnobismo. (…) En ningún momento – indicaba en su introducción a la obra – se sirve comida real. Por supuesto, cocinar y servir platos no resultaría práctico en el teatro. Por lo tanto, las camareras transportarán platos vacíos y los cocineros harán en mímica los movimientos propios de sus tareas. (…) Pero los dos puntos importantes son: 1.-que ciertas acciones deben ser hechas en mímica durante toda la obra, diciendo al mismo tiempo los parlamentos respectivos y murmurando entre sí; y 2, que más o menos cuando todo está listo para iniciar el servivio real, tienen una serie de vasijas y ollas de «comidas y salsas» muy bien ordenadas y en condiciones de ser entregadas a las camareras a medida que las vayan pidiendo».

Así, sentados en nuestro patio de butacas, podemos seguir la evolución de los actores:

«La calidad de la comida – seguía diciendo Wesker a los intérpretes – no es aquí tan importante como la velocidad con que se la sirve. Las personas tienen todas su tarea particular y propia. Sobre cada uno lanzamos una ojeada, poniendo de relieve, por así decir, al individuo».

Palabras, literatura, gastronomía. Y todo ello a lo largo de los siglos. Desde Aristófanes a Zola, desde Juvenal a Cervantes o a Gogol, pasando por Fielding o Goldoni y tantos otros, la poesía, la novela o el teatro, han ido reflejando la sensibilidad gastronómica de cada época. Jean- Francois Revel en «Un festín en palabras«, recuerda que Nereo de Chio cocinaba un caldo corto exquisito y digno de dioses, que Lamprias fue el primero en imaginar el estofado negro y que Aftónitas fue el inventor de la morcilla. Se han trufado lenguajes, se han cocinado palabras a lo largo del tiempo. A finales del siglo XX restaurantes de París ya anunciaban entradas con nombres de postres – «sorbete de cabeza de jabalí» -; se invertían nombres  de carnes y pescados – «solomillo de lenguado» o «zarzuela de menudillos» -, y se reconvertían finales y principios: «sopa de higos o de fresas«.

Y luego está toda la unión de sensaciones, el eco de la literatura que se aleja en el tiempo hasta encontrar la infancia, aromas desperdigados entre migas de la célebre magdalena de Proust: «en cuanto reconocí el sabor del pedazo de magdalena mojado de tila que mi tía me daba – dice el gran escritor francés – (aunque todavía no había descubierto y tardaría mucho en averiguar por qué ese recuerdo me daba tanta dicha), la vieja casa gris con fachada a la calle, donde estaba su cuarto, vino como una decoración de teatro a ajustarse al pabelloncito del jardín que detrás de la fábrica principal se había construido para mis padres, y en donde estaba ese truncado lienzo de casa que yo únicamente recordaba hasta entonces; y con la casa vino el pueblo, desde la hora matinal hasta la vespertina, y en todo tiempo, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, y las calles por donde iba a los recados, y los caminos que seguíamos cuando hacía buen tiempo«.

En el fondo, desde lo profundo del paladar – paladar de tantas palabras – está la infancia recobrada.

(Imágenes:-1.-abandonando el restaurante.-Varela.- La ilustración Española y Americana.-cervantesvirtual/2.- dibujo de Sancha.- 22 de diciembre de 1906.- La ilustración Española y Americana.– cervantesvirtual)

INVIERNO 2010 (1) : «SOPLA, VIENTO INVERNAL»

«Sopla, viento invernal,

pues daño nunca harás

como la ingratitud.

Tu diente es menos cruel,

porque nadie te ve,

por rudo que seas tú.

¡Eh, oh! ¡Eh, oh, el verde del bosque!

Amor es ceguera; amigos, traiciones.

¡Eh, oh, el bosque!

Es vida y es goce.

Hiela, aire glacial,

pues no podrás cortar

como lo hace el olvido.

Puedes el agua herir,

mas no eres tan hostil

como el pérfido amigo.

¡Eh, oh! ¡Eh, oh, el verde del bosque!

Amor es ceguera; amigos, traiciones.

¡Eh, oh, el bosque!

Es vida y es goce».

William Shakespeare

(Imagen:Trough the Wind and Snow.- Yoshimitsu Nagasaka.-Weston Gallery. New York -artnet)

CASAS LITERARIAS

«En cuanto empiezo a escribir – dice Paul Auster -, ya no existe más que el trabajo. El entorno desaparece. Carece de importancia. El lugar en el que estoy es el cuaderno. El cuaderno es la habitación. Esto es la casa del cuaderno«. En Mi Siglo he hablado alguna vez de estos refugios de artistas que son las casas de los cuadernos, pasillos por donde van y vienen los personajes y por donde nosotros nos cruzamos con ellos, casas y libros con sorprendente dureza interior, unión de artesanías, de inspiración y de esfuerzo.

Italo Calvino, en «Si una noche de invierno un viajero«, cierra bien la puerta de esa casa del libro que estamos leyendo, la habitación de la lectura, «adopta la postura más cómoda – recomienda a cada uno -: sentado, tumbado, ovillado, acostado. En un sillón, en el sofá, en la mecedora, en la tumbona, en el puf. En la hamaca, si tienes una hamaca. Sobre la cama, naturalmente, o dentro de la cama«. Lo importante es leer, lo importante es escribir. El escritor lo hace en la casa de su cuaderno y el lector abre a la vez las hojas de las puertas de su casa, que son las páginas, y entra en las estancias que el escritor le muestra.

Y paralelamente a esas casas personales, llenas de concentración y de intimidad, se elevan en muchos libros las casas literarias, obsesiones y persecuciones en la mente del escritor. Varias podríamos citar: «La casa» , de Mujica Láinez, por ejemplo, o «Casa de campo» de Donoso, tan ferviente enamorado de casas muy distintas a lo largo de sus desplazamientos continuos. Pero quizá queden en la memoria dos más relevantes: la que describe Carlo Emilio Gadda en 1957, en «El zafarrancho aquel de via Merulana» (Seix Barral), calle y casa plena de dialectos, universo de personajes múltiples, arquitectura novelística que se aparta de caminos conocidos, y «La vida instrucciones de uso»»  (Anagrama), de Georges Perec, la casa parisina de la calle Simon-Crubellier con sus noventa y nueve piezas de puzzle, en donde el escritor «imagina un inmueble en el que se ha quitado la fachada… de modo que, desde la planta baja a la buhardilla, todos los aposentos que se hallan en la parte anterior del edificio sean inmediata y simultáneamente visibles», como así lo comenta Perec en «Espèces d`espaces» (Galilée)

«Poco antes de que surjan del suelo aquellos bloques de vidrio, acero y hormigón – escribe Perec en esta novela -, habrá el largo palabreo de las ventas y los traspasos, las indemnizaciones, las permutas, los realojamientos, las expulsiones. Uno tras otro se cerrarán los comercios, sin tener sucesores, una tras otra se tapiarán las ventanas de los pisos desocupados y se hundirá su suelo para desanimar a squatters y vagabundos. La calle no será más que una sucesión de fachadas ciegas – ventanas semejantes a ojos sin pensamiento -, que alternarán con vallas manchadas de carteles desgarrados y graffiti nostálgicos.

¿Quién. ante una casa de pisos parisién, no ha pensado munca que era indestructible? Puede hundirla una bomba, un incendio, un terremoto, pero ¿si no? Una ciudad, una calle o una casa comparadas con un individuo, una familia o hasta una dinastía, parecen inalterables, inasequibles para el tiempo o los accidentes de la vida humana, hasta tal punto que creemos poder confrontar y oponer la fragilidad de nuestra condición a la invulnerabilidad de la piedra».

Especies de espacios, en la casa de la lectura siempre hay un lector junto a la lámpara leyendo un libro y en la casa de la escritura – junto a la lámpara – siempre hay un escritor que está escribiendo un libro para la casa de la lectura.

(Imágenes: 1.-Alexandre Rabine.-1989.-Mimi Fertz  Gallery.-arnet/ 2.-Gerhard Richter.-1994.-Overpainted photographs/ 3.-La soledad-1898.- Albert Lorieux.- Peter Nahum.-Leicester galleries)

PALOTEADO : ( NAVIDAD 2010) ( y 4)

«¡Que lindo paloteado que ha de haber

con el panderetillo de Antón Gil

y la tarrantenuela de Ginés!

Andar, cruzar, bailar, correr.

Que al tripilipitrá del sonecillo

se reirá la aurora, el sol también.

Andar de dos en dos,

cruzar de tres en tres

bailar de cuatro en cuatro

correr de seis en seis.

Andar, cruzar, bailar, correr.

Tripilipitrá, qué lindo rey.

Entrar, salir, tornar, volver.

Entrar al portalejo,

salir del mal al bien,

tornar con gran firmeza,

volver a no caer.

Y a golpes y redobles,

que al Niño den placer,

viniéndose los coros,

repitan otra vez:

Tripilipitrá, la gracia se oye.

Triplipitrá, la paz se ve.

Tripilipitrá, la tierra es gloria.

Tripilipitrá, cielo es Belén.

Andar, cruzar, bailar, correr,

entrar, salir, tornar, volver».

Paloteado.-Villancico (Convento de la Encarnación de Madrid, 1693)

(Imagen.- Virgen con el Niño.-Tours 1450- 1500.- Heures à l `usage de Rome.- moyen age lumiere)

ASERRAR, ASERRAR, ASERRAR : (NAVIDAD 2010) (1)

«Aserrar, aserrar, aserrar,

maderita en el portal

y en pulido catre

sosiegue y descanse

tanta majestad.

Aserrar, aserrar, aserrar,

maderita en el portal

y en los golpes de mazo y escoplo

que hieren, que dicen, siguiendo el compás:

Zas, zas, zas.

Lo que espanto parece que suena,

pulida armonía a los ecos hará:

Zas, zas, zas,

Aserrar, aserrar, aserrar,

maderita en el portal».

(«Villancicos«.-Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid, 1685 y 1686)

(Imagen: Adoración de los pastores.-Urbino.-Guido de Merlino decoración.- Francesco Durantino.- 1453.- foto Museo Nacional de Varsovia)

LA NEVADA DE EMERSON

«Anunciada por todas las trompetas del cielo,

llega la nieve, y revoloteando sobre los campos,

parece que no se posa: el aire blanco

oculta colinas y bosques, el río, el firmamento,

y vela la granja más allá del jardín.

Trineo y viajero detenidos, los pies del correo

demorados, todos los amigos lejos,

los de la casa se sientan en torno al hogar

en la tumultuosa intimidad de la tormenta.

Ven a ver cómo construye el viento del norte.

De cantera invisible siempre provista

de piedra, el feroz artífice curva

sus blancos bastiones con tejado en voladizo

en torno a cada estaca, árbol o puerta que queda a barlovento.

Veloz con mil manos, su labor descomedida

es tan caprichosa, tan desatada, que poco se le da

el número o la proporción. Burlón,

donde vive la gallina o el perro cuelga guirnaldas de Paros;

al espino oculto le da la forma del cisne;

llena la vereda del labrador de parte a parte,

inmune a sus suspiros; y en la verja

una torreta ahusada remata su labor.

Y cuando sus horas están contadas y el mundo

es todo suyo, se retira y sólo deja,

cuando el sol aparece, un Arte asombroso

que imita en lentas estructuras, piedra a piedra,

la labor del loco viento de la noche anterior,

la retozona arquitectura de la nieve».

Ralph Waldo Emerson: «La nevada»

(Imágenes:- 1-arte sella /2.-foto Michele Harvey.-2002.-Katharina Rich Perlow Gallery.- New York.-artnet)

EN LA DESPEDIDA DE LARRY KING

Hoy se despide el célebre entrevistador norteamericano Larry King tras 25 años en antena.

Como he señalado en alguno de mis libros, «muchas veces el entrevistador se siente entrevistado. No es necesario que suceda lo que le ocurrió al entrevistador del New Yorker, Ved Mehta, ante Bertrand Russell. Éste quedó sorprendido de que viniera a visitarle, y «cuando estábamos cómodamente sentados con nuestro té – cuenta el periodista – comenzó a entrevistarme: ¿cómo era que me interesaba por la filosofía cuando mi vida estaba en peligro?». Tampoco hace falta que se repita el interrogatorio a que sometió Kissinger a Oriana Fallaci. Kissinger, distante, disparó sus proyectiles de modo sucesivo: «se sentó en el sillón de al lado, más alto que el diván, y en esta posición estratégica, de privilegio, empezó a interrogarme con el tono de un profesor que examina a un alumno del que desconfía un poco (…) La pesadilla de mis días escolares era tan viva – confiesa Oriana Fallaci -, que, a cada pregunta suya pensaba: «¿Sabré contestar? Porque si no me suspenderá». Y Kissinger empezó a preguntar a Oriana Fallaci sobre el general Giap, sobre Thieu, Cao Ky, Ali Bhutto e Indira Gandhi. «Al vigésimoquinto minuto aproximadamente, decidió que había aprobado el examen». Ninguno de estos dos casos es necesario que suceda, aun cuando pudieran ocurrir. Y sin embargo, el entrevistador es consciente de que se le entrevista con los ojos, con los gestos, no solamente se observa la imagen que presenta, sino más que ninguna  otra cosa su preparación«. («Diálogos con la cultura«, pág 34).

Es «el entrevistador entrevistado«, forma singular que ofrezco hoy en Mi Siglo el día en que se despide como entrevistador Larry King:

ONETTI, AVENIDA DE AMÉRICA, OCTAVO PISO

«Y yo estaba sentado en el sofá del apartamento tercero de la octava planta, calle Chile al 600, aquel «San Telmo» que había colocado en el principio del Sur de Buenos Aires, e imaginaba con todos mis esfuerzos que aquel Onetti no vendría, y ahora me decía que para qué contar y recontar cosas que parecían muertas aun estando vivas sobre «La vida breve» y «Los adioses» y «El astillero» y «Juntacadáveres«, y acabando de morir a medias en mi interior para vivir en «Dejemos hablar al viento«, empujándome a ser literatura y salvación, ya desde mi mesa de oficina en la jamás y siempre existente «Brausen Publicidad» – cuando ya había algo de Arce en mí – y allí, en la calle Victoria, imaginaba a Stein, y a Díaz Grey, y a Mami, a Gertrudis, a la Queca, a Larsen y a Gunz, a Petrus y a Barrientos, a Medina y a Gurissa y a Frieda, mientras paseaba por la calle Corrientes, y Montevideo y Buenos Aires y ahora Madrid usurpaban con su fantasía la realidad en donde yo nací, entre Santa María y Lavanda, entre dos ríos, dos mujeres, dos sueños, aquel 1 de julio de 1909, en que yo, Juan Carlos Onetti, vine a un mundo sin papel de escribir y me inventó, en laberíntico ciclo novelesco soñado a veces, Juan Manuel Brausen.».

(…)

«¿Y sabe usted – me dijo Onetti aquella tarde de 1979, en su habitación madrileña, Avenida de América, octavo piso -¡qué  coincidencia, pero qué macanas! – que yo nací un 23 de febrero?» – saltó Onetti con el vaso de vino en la mano – ¿Cierto querido? – dijo Onetti asombrado – Mi preocupación es hacer el futuro« (….) Entonces el Onetti cansino apoyó el libro en sus rodillas y sacó su pluma; en la primera página escribió. «¿A José?…¿José Julio o Juan Carlos?» – preguntó-. Y al comprobarlo, trazó con letra limpia y afilada: «Para Juan Carlos Onetti, lector implacable, con mi amistad«.Y debajo (apretados los signos) firmó : «Onetti«. Trazó una línea horizontal y dijo: «Ahora, querido, vamos a tutearnos«. Y gritó, animado, cuando entró su mujer: «¡Déjanos! ¡La cosa se está poniendo brava!!«. Luego agregó: «Ella corrige; yo corrijo poco. Ella lo pasa a máquina«. Buscó en el bolsillo su séptimo pitillo, sonó el teléfono, levantó su altura, y habló un momento».

«Alguien nos miraba: el médico Díaz-Grey desde «La vida breve«. En ella había nacido corporeizándose gracias a la invención de Brausen. Ninguno de los Onetti nos sentíamos observados. Él y yo estábamos sentados en el sofá de Lavanda-Santamaría, en el Medio Paraná, a pocas cuadras del diario y del cinematógrafo, del club Progreso, los hoteles y el arrabal, no lejos de la colonia europea de los alrededores. Onetti, con su ojo desviado, miró a Onetti, taciturno y abúlico, y a mí y al «otro» que nos estaba observando». (…)» Hay señores – me dice Onetti de repente– que se han indignado porque no aguantaban la angustia». «Querido – me añade -, la próxima novela serán personajes. Mi afición es contar historias. ¿Saldrá un libro de infinitas historias? ¿Será una novela o será un cuento?». («Diálogos con la cultura«, págs 215-222)

Y ahí lo dejé, ahí lo dejo. Más de una vez en Mi Siglo me he referido a ese 23 de febrero de 1979. Onetti tumbado, Onetti hablándome. Varios Onettis a la vez preguntando y contestando a la entrevista.

(Imágenes:-fotos Claudio F Pérez Miguez y Raúl Manrique Girón.-elmundo.es)

ZHIVAGO

«Embelesado, humildemente observo

a viejas transeúntes moscovitas,

a simples artesanos y sencillos obreros,

jóvenes estudiantes, gente de los suburbios.

No veo en ellos vestigio

de sumisión. Tampoco veo los frutos

del terror, la desdicha o la necesidad.

Se enfrentan a las pruebas cotidianas

como quien sabe que vino a perdurar.

Acomodados en todas las posturas,

en grupos o apacibles escondrijos,

los niños y muchachos permanecen sentados,

se embeben como sabios en sus libros.

Luego Moscú nos da la bienvenida

con una bruma oscura que se vuelve gris-plata».

Boris Pasternak: «Los primeros trenes«.

(«Habíamos llegado a un portón junto a una verja de madera baja – cuenta Olga Carlisle, la nieta del dramaturgo Leonidas Andreyev, al terminar su visita a Pasternak -. Me despedí con pesar: ¡eran tantas las cosas que yo hubiese querido preguntarle allí mismo! Me indicó el camino a la estación del tren, que estaba muy cerca, detrás de la colina coronada por el cementerio. Un pequeño tren eléctrico me llevó a Moscú en menos de una hora. Es el mismo que Pasternak describe con tanta exactitud en «Los primeros trenes«)

«Cuando escribí «El Doctor Zhivago» le dijo Pasternak a Olga Carlisle en aquella ocasión – sentí que tenía contraída una deuda inmensa con mis contemporáneos. Fue un intento de pagarla. Este sentimiento de deuda se hizo abrumador a medida que yo avanzaba lentamente en la composición de la novela. Después de tantos años de escribir sólo poesía lírica y de traducir, me parecía que tenía el deber de hacer una declaración sobre nuestra época, sobre aquellos años tan remotos y que sin embargo se alzaban tan cercanos a nosotros. El tiempo apremiaba. Yo quería dejar una constancia del pasado y honrar en «El doctor Zhivago» los aspectos hermosos y sensitivos de la Rusia de aquellos años. Esos días no volverán, como tampoco volverán los de nuestros padres y los de nuestros abuelos, pero preveo que en el gran florecimiento del futuro sus valores revivirán. He tratado de describirlos. No sé si «El doctor Zhivago» está plenamente lograda como novela, pero con todos sus defectos creo que tiene más valor que esos primeros poemas. Es más rica, más humana que las obras de mi juventud».

(Pequeña evocación al publicarse una nueva edición de «El Doctor Zhivago« ( Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores)

(Imágenes:- 1.- el tren.- foto Olga Chernysheva.- Museo europeo de la fotografía/ 2.-Appolinari Mikhailovich Vasnetsov.-ABA Gallery.-artnet)

EL LIBRO MÁS CARO DEL MUNDO

Imágenes del interior del libro. | Efe
 

«Después que usted haya fallecido, lo compraré a bajo precio» – le aseguró el bibliófilo francés Pixérécourt al que había pagado muy caro un libro que él deseaba. No tuvo que esperar mucho – comenta Antonio Palau en su «Memoria de libreros» -, pues poco después de esta especie de maldición, el aludido murió». Esperemos, lógicamente, que esto no ocurra ante la subasta por la que «Aves de América«, del naturalista James Audubon, se han pagado en Londres 7,3 millones de libras esterlinas (8,7 millones de dólares), rompiendo el record de subasta de un libro impreso, según cuentan las Agencias.

«Su comprador en Sotheby’s – dicen las informaciones – ha sido un marchante londinense, Michael Tollemache, que ofertó desde la propia sala y que ofreció esa cantidad récord por los cuatro volúmenes de la primera edición del libro de Audubon, de la que existen sólo 11 copias en manos privadas mientras que otros 108 ejemplares restantes pertenecen a museos, bibliotecas y universidades«.

«El libro contiene 1.000 ilustraciones de cerca de 500 especies de aves y Audubon tardó 12 años en completarla. Este ejemplar pertenecía a la colección del segundo lord Hesketh, un famoso bibliófilo que lo adquirió en julio de 1951 en Christie’s por sólo 7.000 libras».

En torno a las subastas de libros las curiosidades son muy numerosas. Mediado el siglo XlX, un gran bibliófilo, el conde de Bedoyère, decidió poner a la venta su biblioteca. Un capricho de coleccionista le empuja a tal decisión, pero más tarde se conmueve e irrita ante la idea de que cualquiera pueda poseer sus preciosos ejemplares. Y a partir del número 1 del catálogo de la subasta se dedica a pujar furiosamente, de tal modo que al terminar ésta se encuentra de nuevo en posesión de todos sus libros, a los que debe, naturalmente, que añadir la nota de gastos del tasador.

(Imágenes:- 1.- láminas del interior del libro «Aves de América».-EFE/ 2, 3,4 y 5.- New York Historical Society)

FRANCISCO YNDURÁIN, MI MAESTRO DE SIEMPRE

Se publica en estos días el Homenaje que Bilaketa ha querido dedicar a don Francisco Ynduráin, mi maestro de siempre. Unas páginas llenas de recuerdos, en las que coincidimos, con diversos testimonios personales, María del Carmen Bobes, José María Díez Borque, José-Carlos Mainer, Aurora Egido, Ricardo Senabre, Santos Sanz Villanueva, Charo Fuentes Caballero, Carlos Galán, Ángel Gómez Moreno, Juan Marín, María Antonia Martín Zorraquino, José Paulino Ayuso, Leonardo Romero Tobar, Ángel San Vicente Pino, Jesús Sánchez Lobato, José Javier Alfaro Calvo, Luis Antonio de Villena, la Casa-Museo Pérez Galdós y yo mismo.

Para mí ha sido muy emotivo colaborar en este excelente volumen, coordinado por Salvador Gutiérrez bajo el título «Como aré y sembré, cogí«, porque ha vuelto a mi memoria el elegante perfil de Ynduráin, caballero de consejos, amistad y lecturas, con el que tantas veces charlé y del que tanto aprendí. Enlazamos conversaciones múltiples a través de circunstancias y ciudades y hoy en Mi Siglo ofrezco las palabras que le dedico en este Homenaje:

MI    AMISTAD   CON   DON    FRANCISCO

«Conocí a Don Francisco con motivo de lo que entonces se llamaba “Examen de reválida”, el paso difícil e imprescindible para pasar del Colegio a la Universidad. Fue en Zaragoza – sería en 1951 o 52 -, tendría yo entonces dieciséis o diecisiete años y el lugar convocado para el examen oral era un antiguo y solemne salón de la Facultad de Medicina, en el centro mismo de la ciudad. Allí acudimos todos los alumnos del Colegio de La Salle, donde yo estudiaba, y en dicho Colegio, antes de dicho examen, hubo sus más y sus menos en torno a mi presentación a la prueba, pues algunos profesores consideraban que yo no estaba suficientemente preparado para superarla. Efectivamente, yo carecía de una formación científica adecuada y mis inclinaciones durante años se habían proyectado hacia las letras, devorando libros en Bibliotecas y escribiendo ya pequeños brotes de relatos.

Recuerdo que, por esas casualidades de la vida, al convocarme nominalmente el Tribunal, me indicaron que me colocara de pie ante don Francisco Ynduráin, catedrático de Literatura, que me indicó: “Hábleme de la generación del 98”. No titubeé, pues la conocía muy bien. Me centré primeramente en Azorín, al que había leído casi por completo y añadí – además de opiniones sobre sus novelas, cuentos y ensayos -, rasgos personales de su figura, como por ejemplo el nombre de su mujer, Julia, y el célebre paraguas rojo que al parecer descansaba en el vestíbulo de su domicilio. Conté igualmente que Azorín solía escribir de noche en muchas ocasiones y añadí muchos detalles personales de aquel gran escritor que, desde “Blanco en azul”, siempre me había acompañado.

Don Francisco, creo, quedó muy asombrado, y seguramente complacido. El resto de los catedráticos sentados junto a él me fueron escuchando, pasé luego al de Historia – quizá era entonces don Carlos Corona -, con el que también hice un ejercicio brillante, y cuando ya me coloqué para examinarme oralmente ante los titulares en Ciencias, el catedrático de Física y Química, sin duda creyendo que yo era el más distinguido alumno del Colegio por lo que hasta entonces había escuchado, me propuso: “Hábleme de lo que quiera”. Y naturalmente yo le hablé y le expuse la única fórmula de química que conocía, pues ya no me sabía ninguna más.

Aquel examen de Reválida lo superé con una gran calificación ante la perplejidad del Colegio, y ya mi rumbo se enfocó hacia las tareas de la literatura, que era lo que más me gustaba. Así, al año siguiente me matriculé en Filosofía y Letras, tuve como profesor a Don Francisco, y él me honró en muchas ocasiones con charlas inolvidables en su domicilio particular. Recuerdo muy bien una tarde en que me comentó los valores literarios de “Luz de agosto” de Faulkner y, en otra ocasión,  su semblanza ante la frescura literaria de “El Simplón guiña el ojo al Frejus” de Vittorini.

Por ese tiempo, Don Francisco colaboraba también de algún modo con temas humanísticos en Radio Zaragoza – en donde mi padre era Director – y, gracias a don Francisco y a las enseñanzas y amistades que mantuve con Don José Manuel Blecua, por entonces también en Zaragoza, y a las conversaciones con Luis Horno Liria, mis inquietudes en lecturas y en autores crecieron de modo indudable.

Tras mis dos años de Comunes en Zaragoza llegué a Madrid para cursar los tres años de especialidad en Filología Románica – acudiendo por las tardes a la Escuela de Periodismo para lograr al fin el título en esa profesión. En Madrid volví a encontrarme con Don Francisco y reanudamos la amistad. Los profesores en la Facultad de la Universidad Complutense de  Madrid eran excelentes, pero quizá Don Francisco – con su sabiduría y afecto – fue quien más me marcó. A la hora de elegir un Director de Tesis le escogí a él y así fui trabajando en lo que sería más adelante mi Tesis Doctoral – “La muerte en la obra literaria de José Gutiérrez Solana” – que defendí en Madrid años después.

Mientras tanto, mis ocupaciones periodísticas me habían llevado – desde “La Estafeta Literaria” hasta la corresponsalía en Roma, y más tarde a la corresponsalía de ABC en París. Conocí en esos años a muchos intelectuales y escritores – Cortázar, Mujica Láinez, Onetti, Scorza, Gabriel Marcel, Robert Bresson, Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos, Camilo José Cela, Luis Rosales, Pedro Sainz Rodríguez, Benjamín Palencia – y recuerdo que, años después, con motivo de un viaje al Pirineo aragonés, tuve la fortuna de coincidir en el mismo vagón con Don Francisco. Fuimos charlando todo el viaje, y yo le fui contando mis entrevistas con destacados novelistas, artistas y poetas. Le entregué en esa ocasión un libro suyo, que en aquel momento iba leyendo, ya que él me comentó que de ese libro no conservaba ningún ejemplar y, como siempre, con su amabilidad e inteligencia, me animó a recoger en un volumen todos los conocimientos literarios que había ido teniendo en aquellos años. De ahí nació “Diálogos con la cultura”, reunión de entrevistas prologadas con páginas teóricas en un intento de clasificación y análisis del género.

En 1983, al haber concluido yo mi novela “Contramuerte”, la presenté al Premio de Novela Ateneo de Santander, estando Don Francisco como Presidente del Jurado y formando parte del mismo, entre otros, José Hierro y Juancho Armas Marcelo. De nuevo, al conseguir el Premio, las conversaciones con don Francisco se reanudaron. La presentación de la novela en la Biblioteca Nacional fue el marco para escuchar otra vez las enseñanzas de Don Francisco.

Charlaríamos después muchas veces en su domicilio madrileño muy cercano al Estadio Bernabeu y allí, una vez más, sus conocimientos y su permanente afabilidad para conmigo se mantuvo entrañable.

La última vez que me encontré con él, pocos meses antes de su muerte, fue con motivo de un acto en la Residencia de Estudiantes de Madrid.

Como puede advertirse por este rápido recorrido de magisterio y amistad, la figura alta y elegante de Don Francisco Ynduráin Hernández, su sabiduria y su afabilidad, no puede separarse de mi biografía. Tengo delante en mi memoria sus precisiones de gran profesor, por ejemplo, sobre el uso de la segunda persona en las voces de la novela, sus páginas “de lector a lector”, sus estudios sobre novela, su “Antología de la novela española” o sus profundas y exactas aportaciones a muchos autores de la novelística norteamericana.

Nunca pude imaginar que aquella mañana, de pie ante él por primera vez, al hablarle de los detalles de Azorín, del primor de los detalles en su obra y en su casa, se iniciara una amistad por encima de los años, enseñanza y amistad constantes.

Cuando en 1967 estuve en casa de Azorín la tarde en que el escritor aún estaba allí de cuerpo presente y pude acompañar en las primeras horas de soledad a Julia, su viuda, recordé aquella mañana lejana de Zaragoza, cuando Don Francisco me indicó de repente: “Hábleme de la generación del 98”.

Y yo empecé a hablar».

Indudablemente – como se señala en este libro- Homenaje – la vida de Francisco Ynduráin bien puede resumirse en ese título: «Como aré y sembré, cogí».

(Imagen: Francisco Ynduráin en 1987.-archivo Bilaketa)

OTOÑO 2010 (6) : TU FU

«Otoño transparente.

Mis ojos vagan en el espacio sin fin.

Tiembla el horizonte, olas de claridad.

Lejos, el río desemboca en el cielo.

Sube el humo de la ciudad distante.

El viento se lleva las últimas hojas.

Una grulla perdida busca nido.

Los árboles están cargados de cuervos».

Tu Fu (poeta chino: 712- 770) : «Paisaje» (traducción de Octavio Paz)

(Imagen: Por la noche llega a Samo-  1983.– Yoshimitsu Nagasaka.-1983.- Weston Gallery.- California.-artnet)