EL CURRÍCULUM DE WILLIAM FAULKNER

 

 

“Nacido macho y soltero a temprana edad en Mississippi—-así se presentaba Faulkner en una carta a “Forum”, una revista norteamericana ,en 1930  —.Dejó la escuela al cabo de cinco años en el séptimo grado. Consiguió empleo en el banco del Abuelo y aprendió el valor medicinal de su licor. El abuelo creyó que lo había hecho el conserje. Éste fue tratado severamente. Vino la guerra. Le gustó el uniforme británico. Se alistó  a la comisión R.F.C., como piloto. Se estrelló. Costó 2000 libras esterlinas al gobierno británico. Desistió. Costó 84,30 dólares al gobierno británico. Regresó a Mississippi. La familia le consiguió un empleo: administrador de correos. Dimitido por acuerdo mutuo por parte de dos inspectores; acusado de arrojar todo el correo recibido a la basura. Nunca se comprobó cómo dispuso del correo saliente. Los inspectores se llevaron un chasco. Cobró 700 dólares. Marchó a Europa. Conoció a un hombre llamado Sherwood Anderson. Dijo: “¿Por qué no escribir novelas? A lo mejor no tengo que trabajar. “. Lo consiguió. “La paga de los soldados”. Lo consiguió. “Mosquitos”. Lo consiguió. “El ruido y la furia”. Lo consiguió. “Santuario”, que aparecerá el año próximo. Actualmente vuela de nuevo. 32 años de edad. Posee una máquina de escribir que maneja él mismo.”

(Esta carta se publicó en la revista  “Forum”  en abril de 1930, en el mismo número en que se publicaba su cuento “Una rosa para Emily”)

(Imagen —foto Alfred Eristime -getty images)

LUGARES DE LA IMAGINACIÓN

 


“Comala” de Rulfo, “Macondo” de García Márquez, “Vetusta” de Clarín, “Orbajosa” de Galdós,”Marineda” de Pardo Bazán,  “Villabermeja” de Juan Valera, “Coteruco de la Rinconada” de Pereda, “Regalpetra” de Sciascia, “Yoknapatawpha” de Faulkner… La lista sería muy  extensa. Son los lugares de la imaginación, allí donde los escritores han levantado su territorio.


En el caso de Comala, Reina Roffé en su biografía del escritor mexicano  recuerda que la Comala imaginaria “  es ese lugar situado sobre las brasas del infierno. Es nombre derivado de “comal’, recipiente que se pone, precisamente, sobre el infiernillo  donde se calientan las tortillas. Es un lugar abandonado (alguna vez dijo  el escritor que era Tuxcacuesco) y allí Rulfo encontró  no sólo la clave de la novela sino la atmósfera. Dijo: “la gente se había ido. Pero a alguien se le ocurrió sembrar de casuarinas las calles del pueblo. Y a mí me tocó estar allí una noche, es un pueblo donde sopla mucho el viento, está al pie de la Sierra Madre. Y en las noches las casuarinas mugen, aúllan. Entonces comprendí yo esa soledad.”

 

(Imágenes- 1-Rulfo- revista de letras/2-foto Juan Rulfo/ 3-foto Juan Rulfo)

JUAN MARSÉ

 

 

“Aunque he creado mi propio territorio de ficción en mi obra  y el referente es obviamente Faulkner—decía Juan Marsé—, hay otros como el de Santa María de Onetti, un escritor que me gusta mucho. Hay que escribir de lo que uno conoce. No he vivido nunca en el monte Carmelo, aunque sí cerquita. Desde niño íbamos a jugar al monte Carmelo porque nos atraía el peligro, el riesgo. Allí vivían aquellos chicos de cabeza rapada, y los hijos de inmigrantes sin escolarizar, vivían libres y nos daban mucha envidia porque nosotros teníamos que ir al colegio y ellos siempre estaban jugando a la pelota.  Aquellas incursiones al monte Carmelo implicaban un cierto riesgo porque estos niños eran tremendos. También el Guinardó, el parque Gûell. Pero yo vivía más abajo, cerca de la plaza Rovira en el barrio de la Salud. Entonces trabajé sobre esa escenografía, porque es la que viví y la que conozco.

(…) Decir que sospecho que escribir novelas es ante todo una manera de estar vivo, es decir bien poco, y suena, paradójicamente, a pretencioso. Es así, sin embargo, y no sabría aclarar mejor esta sospecha. Decir que escribir es también una forma de protesta y de crítica frente a cualquier tipo de sociedad, es algo que parece muy obvio y tampoco aclara mucho la cosa.  Diría, como ya se ha dicho, que la novela está ahí para establecer mediante una ficción los límites de la apariencia y la realidad constantemente embrollados, para recrear ( no simplemente copiar) una y otra y replantearse constantemente el mundo, y es evidente que si el novelista hace esto es porque el mundo no le gusta, porque piensa que el mundo no anda bien. Esta parece ser una razón de peso, aún dentro de su ambigüedad. Pero quizás lo que en mi caso más se acerca a la verdad en materia tan compleja, podría ser eso; escribo buscando siempre algo que, cada vez más, sospecho se trata de un simple placer estético, es decir, ando buscando la conciencia de que hay algo en alguna parte que es o podría ser más coherente, más hermoso y hasta más real que ese conglomerado de ficciones y convenciones humanas que llamamos “realidad” y que componen la sociedad en que vivimos.”

(En memoria de Juan Marsé, que acaba de morir)

Descanse en paz

 

 

(Imagen – 1- Juan Marsé- el Nacional/ 2- la Barcelona de Juan Marsé—time out)

LOS “TRABAJOS FORZADOS” DE LOS ESCRITORES

“Una amable señora, al enterarse de que su vecino, Richard Ford, era escritor, le preguntó interesada: “Sí, pero ¿de qué trabaja?”. Lo cuenta Alberto Manguel en un reciente artículo sobre cómo han de ganarse la vida novelistas y poetas y  la italiana Daria Galateria  ha dedicado todo un libro a este tema. Recuerda Galateria que Faulkner, encontró al principio de su carrera diversos empleos: de guardarropa, regidor para el teatro y cartero ( aunque se negaba a ordenar el correo); trabajaba por la noche en la sede de la universidad y debía cargar la caldera de carbón; mientras tanto, sobre aquella caldera oxidada escribía cuentos, con los que finalmente ganó algún dinero. Con el tiempo consiguió comprarse una casa de estilo colonial donde pudo dedicarse a la literatura y escribir durante doce o trece horas seguidas.

Sigue contando Galateria que George Orwell en determinado momento de su vida sintió “en lo más profundo de su ser” que, para convertirse en escritor, tenía que abandonar todos los privilegios y vivir la vida de los marginados. Viviendo en París, cuando se quedó sin alumnos en sus clases de inglés,  empezó a empeñar su ropa y finalmente se convirtió en un perfecto vagabundo. En el otoño de1929 se puso de lavaplatos en un hotel de lujo de la rue de Rivoli; trabajaba en un sótano en el que ni siquiera podía estar de pie, desde las siete de la mañana hasta las nueve y cuarto de la noche, lavaba platos, limpiaba mesas y fregaba suelos. Unos años después, en Londres, tras empeñar su abrigo en el Monte de Piedad, descubrió que tenía los pulmones gravemente afectados, lo que le sirvió para librarse, en 1931, de pasar la Navidad en prisión. Al fin, gracias a un dinero que pidió a su hermana mayor, alquiló una habitación y empezó a trabajar como director de una pequeña escuela privada donde se ocupaba de quince niños entre diez y dieciséis años. Tras muchas vicisitudes, viajes y trabajos—-en 1941 “perdió”, según él decía, dos años en la BBC, en programas culturales para India y el sudeste asiático —, la salud se le fue deteriorando. Al final, los médicos del último sanatorio donde estuvo internado, sólo le permitían usar la máquina unas cuantas horas al día: estaba escribiendo “1984.”

 


 

Máximo Gorki por su parte era todavía un niño cuando entró a trabajar como descargador en el Volga, acarreando él sólo “para envidia de los mayores”, cajas de cien libras. Más tarde fue pinche, fogonero, pescador, panadero… Hacía catorce horas de cola de noche o de día, en bodegas o salinas calientes. Pero bastó que uno de sus cuentos tuviera éxito y pasara a colaborar en varios periódicos y tuviera que escribir dos artículos al día, para que confesara que ese “trabajo esclavo” lo agotaba: “ era superior a sus fuerzas”.

 

 

 

(Imágenes—1- Jens Caessens/2- Stefan Zweig y Maximo Gorki/ 3-Orwell- manuscrito de “1984”)

RECUERDOS DE “LA ESTAFETA LITERARIA” (2)

 

 

(Continúo con mis evocaciones y recuerdos de aquellos años finales de los 50  y principios de los 60 en los que estuve de redactor- jefe de “La Estafeta Literaria” y agradezco a la profesora Ana Isabel Ballesteros su estímulo y atención investigadora que me anima a rememorar aquella época literaria.)

(Prosigo publicando en MI SIGLO evocaciones y recuerdos)

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Me pregunta entre otras cosas la profesora Ana Isabel Ballesteros si en aquella Tercera Etapa de “La Estafeta” (1957- 1962) descubrimos quienes hacíamos la Revista algún  nuevo valor literario. Naturalmente que sí. La Revista se abría a nuevos nombres que fueron apareciendo poco a poco en sus páginas.

Pero voy a fijarme en dos.

Creo que fue  en 1960, no recuerdo bien el mes exacto,  cuando  hice un viaje breve a León , creo que para dar una pequeña charla o conferencia, y allí, en la emisora “La voz de León”, conocí a Francisco Umbral que me hizo una entrevista en uno de los espacios radiofónicos de los que él era responsable. Los biógrafos de Umbral anotan que fue el 29 de mayo de 1958 cuando Francisco Pérez Martínez, que así se llamaba realmente el escritor, pronunció  por primera vez ante los micrófonos su nuevo nombre, Francisco Umbral, al terminar de leer su texto evocando a Juan Ramón Jiménez. Por tanto cuando yo lo conocí ya se firmaba con el nombre de Umbral. Recuerdo muy bien la conversación que mantuvimos en la radio porque el escritor me preguntó con mucho interés cómo era la vida literaria en Madrid,  puesto que él —me dijo —   deseaba venir pronto a la capital. Su primera visita a Madrid fue en diciembre de 1960, cuando, invitado por José  Hierro, responsable del Aula de poesía del Ateneo, hizo una lectura de sus cuentos a pocos metros de los locales de “La Estafeta Literaria”. Aquella visita de Umbral a Madrid fue muy breve porque su llegada definitiva a la capital se iniciaría el 6 de febrero de 1961. No podría fijar en qué momento, quizás en esa visita a Madrid en diciembre de 1960,  le ofrecí  las páginas de “La Estafeta” a Umbral ,pero él lo reconoció , citándome agradecido, en su libro “La noche que llegué al café Gijón”; también a Rafael Morales le dedicó  un recuerdo en otra obra suya.  Por todo ello, “La Estafeta Literaria” “descubrió”, si así puede decirse, un nuevo valor, o más bien le proporcionó una rampa de lanzamiento, ya que en 1961 Umbral no había conquistado Madrid, aún no lo conocía  casi nadie fuera  de León, empezaba a vivir en Madrid como podía gracias a dispersas colaboraciones, entre ellas en nuestra Revista.  Umbral publicó en “La Estafeta” durante  esa  Tercera Etapa  12 colaboraciones y con ellas y con ayuda de otras revistas fue abriéndose poco a poco camino.

El otro caso de “descubrimiento” personal, o  al menos de acogida y estímulo desde la Redacción de la Revista, fue el del novelista José María Sanjuán Urmeneta, que sería en su día Premio Sésamo de Cuentos en 1963, Premio “Hucha de Oro” de Cuentos en 1966 y Premio Nadal en 1967.  Yo lo conocía por coincidir en la Escuela de Periodismo, fuimos amigos, nos vimos muchas veces, y vino en varias ocasiones por “La Estafeta” y, aunque no publicó en la Revista, creo que le dimos siempre desde allí ánimos y compañía para su carrera de escritor.. No se me olvidará la noche en que , en 1966, le llevé hasta su casa, ya en su cama de enfermo — tenía una enfermedad incurable —, la Hucha de Oro que le concedimos en aquel jurado en el que aquel año estaba yo. Me miró agotado de sufrimientos . Murió en 1968 con 30 años.

 

 

Se interesa también la profesora Ballesteros por la persona que le pudo hablar a Rafael Morales de mí cuando  éste me propuso ser redactor- jefe de “La Estafeta” . Fue el catedrático ( y luego gran amigo mío) don Francisco Ynduráin Hernández, que había sido mi profesor de literatura en los Cursos de Comunes de Filosofía y Letras que cursé en la universidad de Zaragoza. Él me conocía muy bien y también conocía y apreciaba mis tres artículos, publicados en el periódico “Amanecer” de Zaragoza , en 1954. El profesor Ynduráin me había examinado antes en el llamado entonces “examen de Reválida” para entrar en la Universidad y luego tuve con él en Madrid  y a lo largo de muchos años una relación  muy personal y  emotiva  hasta pocos meses antes de su muerte. Él dirigió años más tarde mi Tesis Doctoral sobre “ la Muerte en la obra literaria de Gutiérrez Solana.“ Como he contado ya en MI SIGLO, en el texto “Francisco Ynduráin, mi maestro de siempre”, la amistad nos unió durante muy largo tiempo. En 1954, en Zaragoza, me movía yo en muchos ambientes literarios:  además de Ynduráin (en su casa, en charlas inolvidables en que me explicaba a Faulkner o al italiano Vittorini) y del profesor José Manuel Blecua, que también me dio clases de literatura,  compartía tertulias y conversaciones con el crítico Luis Horno Liria, miembro fundador del Jurado del “Premio de la crítica” años después, y con el escritor Ildefonso Manuel Gil, autor, entre otras obras, de la novela “La moneda en el suelo” , de 1951, que yo conocía bien.
También le interesa a la profesora Ballesteros  conocer si el Director de “La Estafeta” , Rafael Morales, y yo teníamos libertad para escoger temas y colaboradores.  Tuvimos siempre una absoluta libertad. Nos guiábamos únicamente  por criterios literarios y artísticos y cuando se fue ampliando el número de escritores, poetas, ensayistas o dibujantes, estos mismos fueron sugiriendo otros nombres. Así ocurrió, por poner un ejemplo, con Pepe Hierro,  que nos relacionó con Juan Ramírez de Lucas, y podría decir lo mismo de otros muchos. Personalmente he tenido siempre la fortuna de no recibir nunca a lo largo de mis años literarios y periodísticos ninguna presión de ningún tipo y tampoco ninguna censura. Nunca he escrito en todos estos años sobre la política nacional española y tan sólo he comentado la política internacional y, por supuesto, todo lo que se refiere al mundo literario y artístico.
(Aunque me aleje un momento de las evocaciones de “La Estafeta” y ampliando la lente de los recuerdos, decir que ni en mis años de Roma, cuando tenia que escribir sobre el comunista Pietro Nenni y sobre aquel Partido Comunista italiano  para “El Diario de Barcelona’” o ya en Paris, cuando la ‘revuelta de mayo del 68’,  tuve la menor censura por parte de los periódicos en los que trabajaba. Únicamente, en una ocasión, ABC  ,en 1969, presentó un editorial en el que señalaba que la dirección del periódico no compartía los puntos de vista de la crónica de ese día enviado por su corresponsal en Paris, que era yo;  pero el periódico publicaba en el mismo número mi crónica entera y a su vez el editorial. Creo que fue un ejemplo de honradez por parte del periódico.
Por otro lado,  y dentro también  de los recuerdos personales, la imagen que tengo del día en  que, en junio de 1969, conduciendo yo mi coche  en Paris por los Campos Elíseos y llevando a mi derecha al director de ABC, entonces Torcuato Luca de Tena, que realizaba una breve visita a la capital, Luca de Tena me sugirió que en las elecciones presidenciales francesas tomara más partido por el candidato Alain Poher, presidente del Senado, que por Georges Pompidou, ya que Poher , según su opinión, iba a ganar. Le respondí con toda amabilidad y cortesía que quien estaba en París era yo y que al seguir de cerca los acontecimientos, seguiría apostando por Pompidou porque iba a ser el vencedor. Y así fue.
Esta ha sido la única presión que en el plano periodístico y literario he sentido en mi vida.)
Ninguna indicación, por tanto,  ni censura tuve nunca  en “La Estafeta”.
(Continuará)

 

(Imágenes—1 y 2 – foto Ted Kinkaid)

“EL CORAZÓN DE LAS TINIEBLAS”

 

 

 

“El cráneo rasurado de Marlon Brando como coronel Kurtz, el río entre maleza y humaredas, la danza vagneriana de helicópteros y tantas cosas más en “Apocalypse Now”, no pueden sustituir la vía y el fluir del otro río anterior,  el río literario, aquel que en 1889 Conrad remontó, el río Congo hasta Stanley Falls.  Conrad, ya desde pequeño, tenía pasión por lo que él llamaba “los espacios en blanco”, aquellos espacios que encontraba al perderse en los mapas. “Me pasaba horas y horas —confesaba —mirando Sudamérica, o África, o Australia, y cuando veía un espacio en blanco particularmente tentador en el mapa, ponía mi dedo sobre él y decía: “Cuando sea mayor iré  allí.” Es prácticamente lo mismo que leemos al principio de su novela: “En verdad, ya en aquel tiempo no era un espacio en blanco. Desde mi niñez se había llenado de ríos, lagos,  nombres.  Había dejado de ser un espacio en blanco (…) Se había convertido en un lugar de tinieblas. Había en él especialmente un río, un caudaloso gran río, que uno podía ver en el mapa, como una inmensa serpiente enroscada…”

 


 

En torno a ese río es donde Conrad presenta de forma oral  sobre todo  el oír y el contar — más aún que  el ver— , construyendo la base de una historia.  A Kurtz, por ejemplo, se le escucha y de él se habla mucho más de lo que se le ve. Es enigmático y parece distorsionado. “Kurt —leemos— aparentaba medir por lo menos dos metros (…) Le vi abrir la boca desmesuradamente ; le daba un aspecto misteriosamente voraz, como si hubiera querido tragarse todo el aire, toda la tierra, a todos los hombres que tenía ante sí.” Escrito “El corazón de las tinieblas” en poco más de dos meses, entre finales de 1898 y principios de 1899,  un libro que impresionó  a Eliot ( el cual comienza uno de sus poemas con una cita de esta obra) , y admiró a Hemingway y a Faulkner, está considerado como una obra clave en el modernismo literario y no es un relato documental sobre cierto número de hechos presenciados por Conrad, sino una  gran obra de creación que, como recuerda Edward Said,  mantiene una compleja estructura que tiene media docena de “lenguajes” dentro de sí. Conrad nunca nos permite olvidar que la narración escrita transcribe una narración oral que llama la atención sobre sí misma como proceso de aproximación cada vez mayor al  centro. Así, el viaje de Marlow hacia las diferentes estaciones comerciales del interior sitúa a Kurtz como el objetivo final. De Kurtz se dice que está en la Estación Interior, y se habla mucho de él. Con su aproximación a él Marlow espera poner coto a todos los rumores que ha oído y ver finalmente  por sí mismo y de forma callada qué es exactamente Kurtz y qué es lo que ha hecho. No obstante, como recuerda Said, la mayor parte del tiempo tanto el lector como Marlow deben conformarse con pocas palabras, que serán ninguna una vez que se ha llegado al centro.

Quizá muchos ojos sigan guardando aún la fuerza plástica que recibieron en su día de las imágenes de Coppola entre antorchas, cuerpos mutilados y barbarie, pero para los amantes de la literatura son en cambio las entrecortadas frases de este relato en la búsqueda metódica del centro las que nos enseñan e impresionan. La concreción de Conrad en las descripciones aleja la abstracción  y los detalles  nos fijan ; ante un hombre moribundo , por ejemplo, a los pies de Marlow, Conrad escribe: “mis pies estaban tan calientes y húmedos que tuve que mirar hacia abajo (…) tenía los zapatos llenos; un charco de sangre permanecía muy quieta, brillante, de un rojo oscuro bajo la rueda.” Estos detalles acompañan al largo fluir literario de ese viaje que más de un crítico ha comparado al descenso de Dante a los círculos del infierno en la “Divina Comedia.

Varios han sido los modelos de Kurtz, cómo anotan  los comentaristas. Quizá uno de ellos, con algunas alteraciones,  pudiera ser  Alphonse Kayaerts, un agente de la compañía durante un viaje anterior que Conrad hiciera por un río. Pero el famoso pronunciamiento sobre el genocidio, la atrocidad y las profundidades de la degradación humana : ¡el horror! ¡El horror!, quedará en nuestra memoria, quizá con la ayuda plástica de Coppola, pero sobre todo por el talento eficacísimo de Conrad que tanto se esforzó  con el lenguaje.

José Julio Perlado

 

 

 

(Imágenes—1-escena de”Apocalypse Now”/ 2-Ruth Hallensleben/ 3- Conrad – Wikipedia)

MELVILLE, FAULKNER, BRADBURY

 

 

“Faulkner y Melville son grandes escritores, no importa que no pudieran captar a las mujeres tan bien como F. Scott Fitzgerald. — decía Joyce Carol Oates —. La medida del genio es sui generis. Los genios no se comparan entre sí. Es decir, nadie le echa en cara a Chopin que nunca escribiera una ópera.

Melville — proseguía — vivió durante muchos años en el completo fracaso. Que un hombre de ese genio pudiera creer que era un fracaso es descorazonador. Es una de las historias más tristes de la literatura americana. Cuando estaba escribiendo Moby Dick no había ningún prototipo para ella, era una historia de aventuras, era una tragedia shakespeariana, era una especulación metafísica y filosófica. Nadie había hecho eso antes en América. Y cuando fue publicada recibió las más crueles, ignorantes y sarcásticas reseñas. Obviamente se le rompió el corazón, no ganó nada de dinero y después su vida dio un giro. Me identifico algo con él. Muchos escritores lo hacen. Es como si hubiéramos hecho lo mismo pero hubiéramos tenido más suerte. Cuando murió, su obituario en el New York Times hablaba de Henry Melville, hasta pusieron mal su nombre.”

 

 

Por su parte,  Bradbury contaba  que cuando John Huston le encargó el guión de Moby Dick en 1953, Bradbury le preguntó: “¿Qué quieres? ¿Perteneces  a la Sociedad Melville?”  Él dijo: “Quiero el Moby Dick de Ray Bradbury”. Yo dije: “Genial, eso es lo que te voy a dar”. Porque tengo que sentirlo, no puedo intelectualizarlo. E inmediatamente empiezas a cometer toda clase de errores, todo va a ser acartonado y superficial. Tienes que adentrarte en ello como lo hizo Melville. Melville se enamoró de Shakespeare. Shakespeare  se quedó bajo su ventana una noche y dijo: “Oh Lázaro, Herman Melville, preséntate ante mí”, y le arranca a Melville el alma del cuerpo. Y Moby Dick fue creado de una vez porque Shakespeare fue la parturienta. No hay intelecto. Todas las metáforas son automáticas.

 

 

En cuanto Melville cobraba conciencia de lo que estaba haciendo, — comentaba Bradbury —se volvía acartonado y no funcionaba. Pero cuando estaba sintiendo, cuando deja que Ahab y Shakespeare escriban por él — Shakespeare en el interior de Ahab —, entonces tienes un gran arpón en el costado de la ballena y él se lo está clavando y está escribiendo la novela en el costado de la ballena. ¡Pura y maravillosa emoción poética! Yo he leído muchas veces Moby Dick. Ese año en concreto lo leí nueve veces para  metérmela en la corriente sanguínea. Después, tras seis meses leyendo la novela, estando en Londres, una mañana me levanté de la cama y me miré en el espejo y me dije: “Soy Herman Melville”. Ese día reescribí el último tercio del guión. Fue emoción pura y me vino directamente.”

 

 

“También Faulkner  — continuaba  diciendo Joyce Carol Oates —fue denigrado en su casa y tratado muy, muy mal. Después ganó el Nobel y con mucho retraso el Pulitzer. Faulkner obtuvo su reputación en Francia y en Europa y después la obtuvo en  su casa. Eso podría haberle sucedido a Melville en el siglo XX, pero lo hizo demasiado temprano, era esencialmente  de una sociedad de pioneros, y ahí no había lugar para esa clase de escritores.”

 

 

(Imágenes-1-Faulkner- foto Alfred Eriss – time lige pictures getty Images/ 2-Ray Bradbury – windgedtiger com/ 3- Melville/ 4- cadena ser/ 5- William Faulkner)

LO QUE ME GUSTA Y NO ME GUSTA DE PARÍS

 

 

“Me gusta que en este París los cafés y las librerías se apiñen unos contra otros como si se apoyaran (el encuentro del espíritu y de los hombres) – escribe el serbio Danilo Kiš en 1982 -: no me gustan las argucias literarias estructuralistas pseudocientíficas, ese esfuerzo noble y vano de reducir el pensamiento a una fórmula de Einstein y sé que una obra puede desmontarse como un mecanismo de relojería y puede volverse a montar para que lata como un corazón humano; no me gusta la politilización general de la cultura francesa, su “compromiso”, el envenenamiento de los manantiales poéticos puros; me gusta  cómo reacciona París ante los acontecimientos actuales: con viveza, pasión, parcialidad; no me gusta el egocentrismo, el maniqueísmo parisino, francés, que reduce todo a una absurda fórmula simplificada de izquierda y derecha, como en el día del Jucio Final; me gusta la biblioteca ambulante que es el metro, este anexo de la Biblioteca Nacional sobre raíles;

 

 

me gusta mucho la tolerancia de París, donde hay sitio para cada tendencia ideológica, política o literaria, ese amplio espectro de posiciones antagónicas que viven bajo el mismo techo como una gran familia ruidosa y peleona ; no me gusta la memoria corta de la “intelligentsia” parisina que ha rechazado la duda, la brújula intelectual más valiosa, y durante años ha pecado desenfrenadamente contra la verdad, contra la evidencia y contra la libertad; me gusta su preocupación por la libertad, porque incluso cuando ha pecado contra la verdad, lo ha hecho porque la libertad le preocupa; no me gusta ver a la multitud de chicos y chicas que en la librería, en la FNAC, se reúnen alrededor de la ‘fuente de la sabiduría” y, en silencio solemne, religioso, leen sus cómics, ausentes y obnubilados; me gusta la generosidad de París que celebra a Joyce, que ha comprendido el genio de Faulkner, que ha revelado al mundo la literatura latinoamericana;

 

 

me gusta que en París cohabiten editoriales, restaurantes y librerías, uno tras otro, igual que se suceden una tras otra las secciones de “Libros” y “Restaurantes” de los periódicos y revistas parisinos, porque París, a pesar de todo, sigue siendo la gran cocina europea, la gran cocina mundial de las ideas; no me gusta que en esta cocina de vez en cuando se cuezan a fuego lento guisos dudosos que se ofrecen al mundo como especialidades de primera clase, nacionales o exóticas;

Pero, discúlpenme, esto ya no es el París literario, no es más que una barca que ahora baja por el canal de Saint-Martin…. Porque, fíjense, aquí, en París, al menos para mí, todo es literatura. Y París, a pesar de todo, sigue siendo la capital de la literatura.”

 


(Imágenes- 1- Jean Fusaro/2-Konstantin Korovin  – 1908/ 3-Gustave Caillebotte/ 4- Rik Wouters)

LECTURAS DE BENET

 

 

La Biblioteca Nacional acaba de adquirir 9000 libros, 600 manuscritos, fotografías y anotaciones sobre las obras que iba leyendo el escritor Juan Benet, y en ese universo se adentra uno para intentar averiguar el espacio íntimo de su creación. “ Salvo excepciones – decía Benet – , yo suelo escribir cuando no tengo nada que hacer, cuando llego a casa y no viene ningún amigo ni nadie me dice que vayamos al cine. Y claro, son pocos días. Son tres o cuatro a la semana, como mucho. Cuando no tengo  nada que hacer y está todo en orden, pues entonces, voy a la habitación, me pongo delante de la máquina y entre ocho y diez, escribo un par de folios. Ése es mi sistema de trabajo. Yo tengo la virtud de que – debe ser una virtud – , no tengo ningún esfuerzo para reescribir. Yo puedo haber abandonado, a la mitad de la página, un párrafo, hace quince días: vuelvo a Madrid y lo encuentro y sigo. Y lo sigo a los cinco minutos. No necesito mucha preparación  El pensamiento…. las novelas las tengo como un tanto maduradas previamente.

 

 

(…) En mi juventud, mis amores literarios eran los escritores contemporáneos. Es lo que pasa cuando eres joven; entonces  lo último es lo que se considera más valioso. Mis amores empezaron por la Generacion Perdida, por Faulkner, por Kafka, para pasar a Mann y a Proust. Pero luego he perdido contemporaneidad. Los escritores contemporáneos me llaman menos la atención. Supongo que es un signo de envejecimiento. Me llaman más la atención los clásicos, incluso los clásicos grecolatinos (…) Cada vez leo menos a los contemporáneos, y, sobre todo, nunca leo un éxito de venta. Ya tiene que venir un libro con muchas canciones eclesiásticas para que me meta con él si es extenso. Cuando eras joven no te importaba mucho meter la pata, porque los jóvenes, todos, meten la pata; pero cuando llegas a cierta edad comprendes que el tiempo que has dedicado a la lectura ha sido poco y se empleó mal. Se emplea mal porque se lee mucho para estar al día,  haciendo caso de la propaganda que te inclina a leer bazofia, y para encontrar un buen libro entre los premios , entre la publicidad de las solapas, entre lo que te dicen los amigos, pues pierdes el tiempo leyendo cosas que no tienen ningún interés, cuando sabes que si mañana vuelves a leer a Shakespeare o a Cervantes la inversión está garantizada.”

 

 

(Imágenes -1- lourania tumblr/ 2- Shakespeare and company/ 3- biblioteca del convento – Palacio  de Mafra – Lisboa curious  expeditiion)

AMOS OZ

 

“Hay comienzos que funcionan como una trampa de miel – escribía Amos Oz hablando de importantes novelas  – : en un primer momento se nos seduce con un sabroso cotilleo, con una reveladora confesión o con una aventura espeluznante, pero al final averiguamos que lo que estamos atrapando no es un pez vivo, sino un pez disecado. En Moby Dick, por ejemplo, hay muchas aventuras, pero también muchas exquisiteces no mencionadas en el menú, ni siquiera en el contrato inicial (“ Llamadme Ismael”) , pero que se nos conceden como un plus especial, como si compráramos un helado y ganáramos un pasaje para dar la vuelta al mundo.

Hay contratos filosóficos, como la famosa frase inicial de Anna Karenina, de Tolstói: “Todas las familias felices se parecen; cada familia infeliz lo es a su propia manera”. En realidad, el propio Tolstói en Anna Karenina y en otras obras, contradice esta dicotomía.

A veces se nos pone frente a un contrato con un principio áspero, casi intimidatorio, que advierte al lector desde el mismo comienzo: los pasajes son muy caros aquí. Si usted cree que no puede permitirse un cuantioso pago por adelantado, será mejor que ni siquiera intente entrar. No habrá concesiones ni descuentos. De este tipo es, por ejemplo, el principio de El ruido y la furia, de Faulkner.

Pero ¿ qué es, en última instancia, un comienzo? ¿Puede existir, en teoría, un comienzo adecuado para cualquier relato? ¿ No hay siempre, sin excepción, un latente “comienzo antes del comienzo”? ¿ Algo previo a la introducción, al prólogo?”.

Con estas palabras y otras muchas interesantes (una serie de conferencias pronunciadas en el Museo Eretz Israel de Tel Aviv ),  indagaba para “La historia comienza”, su excelente volumen de ensayos, el escritor Amos Oz, que hoy acaba de morir.

Descanse en paz.

(Imagen -Amos Oz- The Forward)

EL RETRATISTA ( Y CRÍTICO ) LITERARIO

 

 

“El retratista literario intenta dedicar a la realidad lejana de sus modelos una atención siempre presente: toda su delicadeza psicológica: un instinto de detective tras las huellas del criminal; y su mano se transforma nerviosísima y a la vez sin nervios para poder seguir cualquier movimiento del alma. Si el pintor emplea todos los colores de su paleta, él utiliza todos los instrumentos de la psicología en todos los tiempos. No se olvida de ninguno: sea la psicología platónica o aristotélica, estoica o romántica, o los instrumentos de la psicología analítica. Observa los libros, la estructura y el estilo. Pero él no es licenciado en psicología ni en estilo. Su tarea es retratar a una “persona”, no construir una ciencia.”

Así va contando  y comentando poco a poco la tarea del retratista – y también del crítico literario – el excelente intelectual italiano Pietro Citati en uno de sus ensayos deLa armonía del mundo”. “Alejandro Magno moribundo – dice- saluda en silencio, con un debilísimo movimiento de cabeza a sus soldados que vienen a verlo por última vez. Y Kafka recorre las calles de Praga con paso veloz, las manos cruzadas a la espalda, ondulándose como si el viento lo llevara de una parte a otra de la calle (…)  Y si en determinado momento los ojos del retratista o del crítico se encuentran con el misterio de un libro, ¿qué puede hacer? Solamente puede fiarse de su constancia, de su paciencia, de la duración casi maniática de su atención: ni siquiera un instante puede alejar su ojo del libro que estudia, y lee y relee, y vuelve a leer aún, esperando que el libro se canse de ocultar su proyecto secreto (…) Si tiene un oído atento, el crítico consigue revelar este libro escondido, poniendo a la luz la masa oculta dentro del texto y haciendo que hable la inmensa riqueza del silencio. Es un trabajo de precisión: de matemático más que de escritor: es un continuo juego de equivalencias que se debe realizar sin ningún capricho subjetivo.”

 

 

(Imágenes  -1- William Faulkner/ 2 – Franz Kafka – elmundoes)

“EL NADADOR” DE JOHN CHEEVER

 

“Tardé en escribir este cuento – decía John Cheever–  tres días, tres semanas, tres meses. Casi nunca leo mi propia obra. Me parece una forma particularmente ofensiva de narcisismo. Es como poner grabaciones de la propia conversación. Es como mirar por encima del hombro para ver cuánto corrió uno. Por eso he utilizado con frecuencia la imagen del nadador, el corredor, el saltador. La clave es concluir algo y pasar a lo que sigue. También siento, aunque no con tanta fuerza como antes, que si miro por encima del hombro moriré. Este cuento fue muy difícil de escribir. Porque ni siquiera pude levantar la mano para opinar. Estaba cayendo la noche, el año terminaba… No era una cuestión de problemas técnicos sino de imponderables. Cuando el personaje descubre que está oscuro y hace frío, eso ya tiene que haber sucedido. Y, por Dios, sucedió. Después de terminar ese cuento sentí que estaba oscuro y hacía frío durante un tiempo. A veces, los cuentos más fáciles para el lector son los más difíciles de escribir’.

 

 

Ahora que se publican las Cartas de Cheever – un paso más en la indagación de su compleja personalidad -, algunos de los cuentos del escritor norteamericano vuelven a la actualidad. “Hay aproximadamente quince cuentos que me hicieron sentirme particularmente bien. Amaba esos cuentos, amaba a todo el mundo…amaba los edificios, las casas…estuviera donde estuviera. Era una sensación grandiosa. La mayoría eran cuentos escritos en un período de tres días y con una extensión de aproximadamente treinta y cinco páginas. Los amo, pero no puedo reelerlos, en muchos casos, dejaría de amarlos si volviera a leerlos”.

Comentando los cuentos de Cheever, Harold Bloom opinaba que no se le podía mencionar entre los modernos narradores americanos de mayor eminencia pero que sí en cambio permitía una comparación bastante favorable con los autores de segundo orden, como Sherwood Anderseon, Malamud, Updike, Carver o la canadiense Alice Munro. Como les pasa a ellos – comentaba Bloom – adolece de la originalidad imperecedera de Hemingway y Faulkner, pero Cheever tiene la misma seguridad y el mismo esmero que Updike.

 

 

(Imágenes-1- William Mackinnon– 2015/ 2-Maria Svarbova– 2016/ 3- Benjamin Anderson)

FAULKNER : CONFIDENCAS Y SECRETOS

 

escritores.-08cde.-William Faulkner.-1950.-colección Harlingue

 

Faulkner escribía mejor por las mañanas – como así lo relatan varios de sus biógrafos -, aunque a lo largo de su vida fue capaz de adaptarse a diversos horarios según la necesidad. En el verano de 1930 Faulkner compró una finca venida a menos y el novelista se puso a reparar la casa y sus terrenos. Se levantaba temprano, desayunaba y escribía en su mesa toda la mañana. Le gustaba trabajar en la biblioteca, y como no tenía cerradura – lo cuenta Jay Parini – quitaba el picaporte y se lo guardaba. Después de un almuerzo al mediodía, Faulkner continuaba con las reparaciones en la casa y daba una larga caminata o se iba a montar a caballo. Su creatividad no necesitaba incentivo alguno. Recuerda  David Minter que durante sus años más fértiles, desde finales de la década de 1920 hasta comienzos de la de 1940, Faulkner trabajó a un ritmo asombroso, a menudo produciendo tres mil palabras al día y en ocasiones el doble. Una vez le escribió a su madre que había logrado escribir diez mil palabras en un solo día, trabajando entre las diez de la mañana y  la medianoche. «Escribo cuando el espíritu me impulsa – decía -, y el espíritu me impulsa todos los días».

 

escritores.-55gg.-William Faulkner

 

«El ruido y la furia» –  confesaba Faulkner en 1972 a «Southers Review» – es la única de las siete novelas que escribí sin que la acompañase ningún sentimiento de impulso o esfuerzo, o sin que la acompañase ningún sentimiento de agotamiento o alivio o desagrado. Cuando la empecé no tenía ningún plan en absoluto. Ni siquiera estaba escribiendo un libro. Estaba pensando en libros, en publicar, sólo en pasado, en decirme a mí mismo, No me tendré que preocupar en absoluto de si a los editores les gusta o no les gusta éste. Cuatro años antes había escrito «La paga de los soldados». No me había llevado mucho escribirlo y se publicó rápidamente y me dio unos quinientos dólares. Dije, Escribir novelas es fácil. Escribí «Mosquitos». No fue tan fácil de escribir y no se publicó tan rápido y me hizo ganar unos cuatrocientos dólares. Aparentemente el ser un novelista es algo más que escribir novelas, algo que antes no tenía tan claro. Escribí «Sartoris«. Me llevó mucho más, y el editor lo rechazó enseguida».

 

Faulkner- nyu- muyinteresante es

 

Un año después,  en 1973, Faulkner, en «Mississippi Quarterly», incidía en ese momento de su vida : «Me dediqué a enviar esa novela durante casi tres años de editor en editor con una especie de terca y menguante esperanza de al menos justificar el papel que había usado y el tiempo que había pasado escribiéndola. Esta esperanza al final tuvo que morir, porque un día de repente pareció como si una puerta se hubiese cerrado silenciosamente y para siempre entre mí y todas las direcciones de editores y listas de libros y me dije a mí mismo, ahora puedo escribir. Ahora sólo puedo escribir».»

 

Faulkner- bre--- Alfred Eriss- Photo Credit-pinterest com

 

(Imágenes.- 1.-Faulkner- 1950- colección Harlingue/ 2.- Faulkner/ 3.-Faulkner- muy interesante es-/ 4.- Faulkner- foto Alfred Eriss- photo credit-pinterest)

ANIMALES, HISTORIA, LITERATURA

interiores-innju- perros- Andrew Wyeth- mil novecientos sesenta y cinco

 

 

«Los mejores animales de la literatura – comenta Ricardo Piglia en «Los diarios de Emilio Renzi» – son los de Kafka: «Investigaciones de un perro», «Josefina, la rata que canta«, «El mono que presenta su informe a la academia». En verdad en Kafka los animales son intelectuales o artistas.  Mientras que el oso de Faulkner o la ballena de Melville son formas de la naturaleza bravía. Ahora bien, ¿ qué decir de los caballos que abundan en la literatura argentina?». Animales célebres han poblado novelas y poesías. Biografías de perros han sido inmortalizados por Virginia Woolf o por Mujica Láinez, entre numerosos escritores.

 

perros-nnhh-William Wegman

 

Los perros, a su vez,  en la Historia han tenido muchas veces espacios sorprendentes. Cuenta Paul Morand y así lo evoca Ignacio Peyró en «Pompa y circunstancia» – que  un tal lord Egerton tenía  siempre la mesa puesta con doce cubiertos: para sus doce perros; por su parte, el excéntrico John-Jack-Mytton tenía dos mil perros, ante todo rehalas para la caza del zorro, y no pocos de ellos iban con librea y eran alimentados por su generoso dueño con filetes y champagne. Respecto a gatos, el más célebre de la historia de Inglaterra, según Peyró, fue el gato Hodge, tal como nos lo cuenta James Boswell: el gran doctor Johnson se aliviaba las melancolías jugando con él y se ocupaba personalmente de comprarle comida, no fuera que los sirvientes «tomaran en desagrado a la pobre criatura» y Johnson lo alimentaba con ostras, por entonces baratas.

 

animales.-89nn.-gatos.- Chefchaouen.-Marruecos - copia

 

Durante mucho tiempo los gatos han sido mirados en Europa como un animal negativo. Poco a poco se ha ido transformando en animal doméstico, después en compañero familiar de la vida cotidiana para llegar al fin a ser alguien en el que depositar cariño. Montaigne, La Fontaine, Montesquieu, entre muchos otros, han hablado de su gato y han procurado revalorizarlo. Aldous Huxley, cuando le pidió consejo un joven amigo para iniciar su carrera literaria, se limitó a decirle: «Si quiere usted escribir, tenga gatos».

(Imágenes.- 1.-Andrew Wyeth- 1965/ 2.- William Wegman/ 3.- Chefchaouen– marruecos)

LAS VOCES DEL LIBRO

libros.-rrecss.-Van Gogh.-1887

 

«No sé – ¡oh, tú, que me estás leyendo! – si tienes derecho al título que te doy en el de este Prólogo – escribe Tirso de Molina en la presentación de los «Cigarrales de Toledo» en 1621 – (…) Anda, léeme, no se te dé nada (…) Ya  me has abierto (…) Ya juzgarás, por lo dicho, que me vendo, soberbio ( así sigue hablando el  libro) . Pero  ni te engañas en todo, ni en todo aciertas. Mira: toda arrogante presunción es locura, y todo abatimiento de sí mismo, que no se ejercita por Dios, es pusilanimidad (…)  Desta suerte salí del vientre de mi madre – si puedo dar este nombre a la imaginativa que me concibió y a la pluma que me sacó a luz -. De los defectos que en mí hallares, parte tiene la culpa mi progenitor, y parte el ama que me enseñó a hacer pinitos (….) ¡ Ocho meses ha que estoy en las mantillas de una imprenta, donde, como niño dado a criar en la aldea, me enseñaron los malos resabios que en mí descubrieres : mentiras de un ignorante compositor que tal vez añadía palabras, tal sisaba letras!  (…)

El día que salí de la tienda ( continúa hablando el libro) entré a servir a quien me compró; y desde entonces ya no corre por cuenta de quien me dio el ser mi defensa, sino del señor a quien reconozco».

 

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Así  le habla el libro al lector en el siglo XVll y tres siglos después, a través de la pluma de Italo Calvino, será un tono distinto, no la voz del libro sino una voz situada entre el lector y el libro, una voz que se introduce en la habitación y se acerca al que lee para disponerlo a la grata lectura: » Relájate – le invita en » Si una noche de invierno un viajero» – . Recójete. Aleja de ti cualquier otra idea. Deja que el mundo que te rodea se esfume en lo indistinto. La puerta es mejor cerrarla; al otro lado siempre está la televisión encendida. Dilo en seguida, a los demás: «¡No, no quiero ver la televisión! » Alza la voz si no te oyen :» ¡ Estoy leyendo! ¡No quiero que me molesten!».

Entonces la voz del libro empieza a articular poco a poco palabras, como ocurría en Tirso de Molina y como ocurre siempre. Es una voz de voces, voz quizá de omnisciencia, voz de personaje-narrador, voces simultáneas, voz de monólogo interior, voz de flujo de conciencia. En la habitación empieza por ejemplo a hablarnos Balzac,  al que pronto Conrad le quita la palabra, al que Faulkner interrumpirá, la voz tal vez pasará a Proust y éste cederá la palabra a Camus y éste a su vez acaso a Durrell. Todas las voces parece que no pudieran contenerse en un solo libro pero cada libro nos viene hablando con su propia voz. Escuchamos desde nuestra edad y abierto siempre nuestro ánimo.

 

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(Imágenes.- 1-Van Gogh- 1887/ 2.-marilenaferrari. it/ 3.-Abelardo Morell- 1993)

 

HEMINGWAY Y FAULKNER

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«Lo mejor que ha hecho – quiso reseñar Faulkner sobre «El viejo y el mar» en el otoño de 1952 -. El tiempo ha de mostrar que ésta es la mejor composición de cualquiera de nosotros, quiero decir de sus y de mis contemporáneos. Esta vez, él descubrió a Dios, a un Creador. Hasta ahora, sus hombres y mujeres se habían hecho a sí mismos, dado forma a sí mismos a partir de su propio barro; sus victorias y sus derrotas eran a manos de unos a otros, sólo para probarse a sí mismos o los unos a los otros lo duros que podían ser. Pero esta vez, él escribió acerca de la piedad; acerca de algo en alguna parte que los hizo a todos ellos: el viejo que tenía que capturar el pez y perderlo, el pez que tenía que ser capturado y después perdido, los tiburones que tenían que robar al viejo su pez; los hizo a todos y los amó a todos y se apiadó de todos. Está bien. Alabado sea Dios por lo que sea que hizo y por amar y compadecerse de Hemingway y de mí evitando que lo retocase».

escritores.-tunnn.-William Faulkner en West Point.-foto Carl Mydans.-1962.-Time Inc

Recogida ahora esta reseña de Faulkner en sus «Ensayos y discursos» (Entrelíneas), reaparece la relación mantenida entre ambos escritores y pone de relieve nuevamente los vaivenes que sufriera la barca de «El viejo y el mar«. Las olas de las opiniones fueron diversas. Michel Cournot, por ejemplo, escribió que «el relato está preparado, empujado, guisado, atado, con el viejo y buen hilo blanco de las familias» (…) El crítico del New York Herald Tribune señaló que el libro anuncia el clasicismo de Hemingway. El novelista y comentarista francés Jean-Louis Curtis declaraba que un libro como «El viejo y el mar» «no podría estar nunca demasiado bien hecho: la excelencia es un absoluto, no se mide. El relato

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 lleva, sin duda, a un grado insuperable el arte tan difícil de ser sencillos sin ser pobre, claro sin ser superficial, poético sin que sea perceptible en ninguna parte la impregnación de la prosa con imágenes o cadencias que descubran la poesía«. Anthony Burgess en su breve y excelente estudio sobre el escritor, «Ernest Hemingway y su mundo» (Ultramar), recuerda que «uno de los misterios del proceso creativo se demuestra en la circunstancia de que Hemingway pudiera escribir tan soberbiamente en una época en que estaba escribiendo tan mediocremente. (…) «El viejo y el mar» se publicó primero en un ejemplar monográfico de Life que vendió más de cinco millones de ejemplares en  cuarenta y ocho horas. Se predicaron sermones basándose en él, el autor recibió cientos de

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cartas laudatorias cada día, la gente le besaba, llorando, por las calles» (…) Como ejercicio de simple prosa «declarativa» no ha sido superado en la obra de Hemingway. Cada palabra es significativa y no sobra ninguna palabra; las largas horas aprendiendo el arte del pescador de peces-espada (horas desperdiciadas, escapistas) habían dado su fruto. Lo escritores deben saber de las cosas tanto como de las palabras». «Podría haber tenido mil páginas más «El viejo y el mar» – le confesó el propio Hemingway a George Plimpton y poner todos los personajes del pueblo y como se ganaban la vida, habían nacido, habían sido educados, tenido sus hijos, etc«, pero no lo hizo. «Primero he tratado de eliminar – dijo el escritor – todo lo que era innecesario para comunicar experiencia al lector, de modo que después de leer algo, él o ella lo conviertan en parte de su experiencia y les parezca que realmente ha ocurrido. Esto es muy difícil de hacer y he trabajado mucho en esto».

escritores.-5bbv.-Hemingway.-Life

El día 2 de julio de 1961, cuando Hemingway se suicidó -( «El disparo de Hemingway», escribí aquí) -, Faulkner recibió la noticia a través de su hija y quedó muy afectado. Unos días después comentó: «No me gusta un tipo que coge el camino corto para volver a casa».

mar.-69jjjh.-Hengki Koentjoro

(Imágenes.-1 -Ernest Hemingway en el muelle junto a su barco/ 2.-William Falukner.- 1962.-foto Carl Mydams/ 3.-Hemingwat en su finca de Punta Vigía/ 4.-Faulkner en la Varren/5.-Hemingway escribiendo.- LIFE/ 6.- Hengki Koentjoro/