¡PÁJAROS DE SEVILLA!

 


“En los ventanales de cristales de colores — azul, verde, rojo, amarillo — los gorriones piensan vencer, con su desbaratada armonía, los pitos del tren. El desagradable griterío resuena en la sombra, como en un pozo, en la sombra que rodea un sol cegador que todo lo hace blanco. ¡ Pájaros de Sevilla!”

Juan Ramón Jiménez – “Pájaros en la estación” —“Apuntes de Sevilla”

 

(Imágenes—1- Neil Farber—2007/ 2-Stanko Abadzic)

DIBUJAR UN TREN

 

 

 

“Entonces, con la pluma, ¿ven ustedes?, con la pluma puede hacerse todo, en la pizarra también, está claro, pero a mí nunca me ha gustado la tiza, chirría a veces, me da grima en los dientes, pero no adelantemos acontecimientos… hoy les explicaré el tren, lo dibujaré primero en blanco y negro, un trazo largo, horizontal, no se necesita modelo, ¿ven ustedes?, cada uno cierra los ojos y ve el tren de su infancia, Usted, por ejemplo, Constantino, está usted viendo seguramente cómo llega el tren en la curva, usted está en la estación, de la mano de su madre, en este andén hay sombreros, faldas de otro tiempo, ¿qué le ha quedado de esa imagen?, piense, cierre los ojos: miren ustedes, para pintar, el modelo siempre lo llevamos dentro, hay un pueblo, una estación, hace frío, está dando fuertes golpes en la niebla los zapatos de ese señor impaciente… lo ponemos aquí, ¡ya está!, da zapatazos que oímos perfectamente en esta clase, vemos ahora el banderín rojo de ese jefe de estación que espera…,  se pone aquí, ¿lo ven?, está mota encarnada, aquí, a la izquierda del papel, procuren cuando lo hagan en casa no usar tinta roja para esto, basta un lapicillo de colores, un punto, ¿se dan cuenta?, se sopla, se aviva un poco esta mota roja o encarnada, o incluso amarilla, Conchita, si usted  tiene un poco de azafrán en casa, pues también le puede servir… Bien. Ya tenemos el banderín en color del jefe de estación,  ya el tren se acerca, ¿.lo oímos, verdad?, ¡ claro que lo oímos!, notarán, aunque son muy jóvenes, que el sofoco del tren es asmático, sobre todo en los antiguos; voy a contarles una anécdota: uno de mis primeros viajes en tren, hace ya años ,lo hice sobre las ruedas, es decir, la cama de mi coche iba sobre las ruedas: oía perfectamente el ahogo del tren bajo mi cuerpo, el chirriar de las ruedas, sobre todo la sacudida seca en las paradas… ¿qué hay que hacer?, ¿qué hice yo para pintar esta sacudida?, recordarla: es una sacudida así, ¿ven?, hacia adelante y hacia atrás, el cuerpo tendido, un pálpito, no sé si me explico… Pero no vayamos tan deprisa. Tomen otra hoja. Usted, Arturo, ¿cómo pintaría este vagón por dentro?, a ver, un vagón corrido, sin compartimentos, ¿cómo lo dibujaría? ¿A que es difícil? Siempre les digo que los objetos son  fáciles de trazar, lo complicado es la vida. Un vagón sin vida no es lo primero que viene a la memoria, no se nos suele aparecer un vagón muerto, olvidado en cocheras. A no ser que alguno quiera ser el día de mañana maquinista, o conductor, porque no creo que ustedes quieran ser mendigos, ¿verdad?, nadie en todas mis clases he encontrado con vocación de mendigo…

 

 

Bien. No se rían. Tenemos entonces este tren que entra, acaba de parar, el señor del sombrero antiguo es el primero en subir, también ese señor impaciente, el que da zapatazos para quitarse el frío… ¡Ah!, y esa señora de la falda  de otro tiempo, la que empuja a la niña a subir al vagón… Ya estamos. Hemos subido también nosotros detrás de esa señora, y ha subido usted, Constantino, que va de la mano de su madre en el tren de su infancia, y es usted un niño… Vayan pasando. Me dejan ustedes pasar primero, así, gracias, como cuando vamos a los museos. ¿Se acuerdan de los museos? Pues este tren con vagones que nos ha pintado Arturo, y que nos lo ha pintado muy bien, pero que muy bien, parece mentira que sea tan sólido, ¿verdad?, fíjense, al otro lado de ese cristal, en el andén, levanta su banderín rojo el jefe de estación, sueña un pitido, ¿lo oyen?, Usted, Conchita, que quiere dedicarse a la música, ¡qué horror de pitido!, ¿verdad?, ¡qué estridencia! Vayamos adelante. Síganme. El tren ha arrancado ya, el banderín rojo se aleja, vengan por aquí, no se pierdan. Aquí, pónganse aquí. Usted, Ricardo, córrase hasta la ventanilla, eso es, déjele sitio a Lourdes, y usted, Alberto, aquí, a mi lado; los demás, enfrente; tienen sitio, ¿verdad?, sí, hay sitio. Bueno, pues lo primero que hay que hacer cuando uno se sienta en un tren es mirar a la gente. Sencillamente. Con educación. Es decir, uno no mira con insistencia, como señalando con los ojos. Si se han fijado, si tienen espíritu de observación, las gentes miran con descuido, ¿lo ven?, esa señora de ahí acaba de levantar la mano para arreglarse el pelo, el pelo es muy socorrido, ha levantado la mano, se arregla un bucle, y de paso nos está mirando. Seguro que está pensando: “¿A donde van todos esos chicos con su profesor — porque indudablemente yo tengo pinta de profesor —, en un día  como hoy, que no es fiesta, que tendrían que estar en clase?”. No sabe esa señora que hacemos prácticas, no tiene por qué saberlo. Bien. Entonces se mira con descuido a la gente, pero con naturalidad, con educación. Siempre en los viajes se aprende algo. ¿Qué tenemos aquí? Rostros. Imágenes. Pero también psicología, tipos, ¿verdad?, lo que yo tantas veces les he hablado: personalidades.

 

 

 

 

Agustín, usted que quiere ser psicólogo, fíjese bien : en un viaje, la casualidad ha reunido a tímidos, a ambiciosos, a extravertidos, a solitarios, a infinidad de personajes y de caracteres. Es, vamos a llamarlo así, como si se hiciera un corte en la sociedad, un segmento, es una mini-sociedad la que se reúne aquí, aquí la tenemos con sus ilusiones y decepciones, con sus fobias, manías, tics,  hasta con los factores de su herencia, y, por supuesto, con sus enfermedades. ¡Menudo campo de observación! Uno se estaría aquí, ¿verdad?, contemplando a la gente. Uno de los placeres  mayores, ya lo verán cuando pase el tiempo, es sentarse en la esquina de un café, en una terraza, y dejar que pase la gente. Es un espectáculo gratuito.  Gratuito y aleccionador.  Pues aquí es algo parecido. Raúl, a  usted que le gustan los insectos, yo no le hablo aquí de insectos, ¡válgame Dios!, pero figúrese que tiene usted capacidad para prender mariposas y diseñarlas: traslade usted esas dotes de observación hacia las mujeres y los hombres. ¡  Pues eso deben hacer todos en la vida, cada uno en su profesión! : observar, prestar atención, sacar conclusiones. Y aprovechar todos este viaje que estamos haciendo. Cada uno debe aplicar lo que ve y siente a lo que quiere ser, ya desde pequeños nos formamos continuamente, por ejemplo, usted,  Margarita, que quiere ser escritora  ha de tener seguridad en sí misma  y en el relato, este relato suyo convence, ¿no es cierto?,  usted nos está contando a todos nosotros su peripecia en el tren, con su profesor, salió usted del pupitre y de la clase, y abandonó la hoja en la que Arturo pintaba este vagón donde ahora viajamos. ¿Y qué nos cuenta ?: lo primero que tiene que fijarse es que el tren anda solo, va a toda velocidad, como el relato, es una seda. ¡Apunte, apunte en ese cuaderno!: es una seda, un fluido de palabras, la máquina de la primera frase arrastra con suavidad todo lo que ocurre y zigzaguea, y usted ha escrito ventanillas y he aquí las ventanillas hechas, ¿ve usted?,  parece mentira, Margarita, que con las palabras se puedan hacer tantas cosas, usted se asombra de que a través de la ventanilla donde va ahora Ricardo ensimismado se pueda  ver perfectamente lo que va usted nombrando: prados, casas, animales quietos, esa bandada de aves que viene al costado del tren, todo a gran velocidad, ¡ponga, ponga en su cuaderno, “velocidad mansa, vagorosa, transparente”!, se acostumbrará a los adjetivos y

 

 

viajará con ellos de modo insensible, se acordará de esta clase cuando sea una gran escritora y lleve dentro tal gana de escribir que abrirá su cuaderno y contará otra vez aquel primer viaje que hizo con sus amigos y su profesor, en el vagón que nos trazó  tan bien Arturo, que sería luego un gran pintor, ¿no es cierto, Arturo?, cuando aquel día nos miraba la gente diciendo : “¿ Pero qué harán esos chicos aquí?, ¿por qué no están en clase?”, y todos nos reiremos cuando seamos mayores, bueno, ustedes se reirán, yo no, yo no estaré ya, recordarán a aquel profesor que les hacía sufrir con las prácticas: “ de repente nos dibujaba un tren, o un lago, o una montaña —dirán —, y allí nos teníamos que ir dejando la teoría, ¡a vivir, a ver, a aprender!”; lo cierto es que ustedes se enfurruñan porque les cuesta: a mí también me cuesta salir de clase, es mejor ver el ferrocarril desde la ventana, sin moverse, pero , ¿y el esfuerzo?, todo en la vida supone un esfuerzo, y este personaje que viene hacia aquí, por ejemplo, ¿ lo ven?, pues ese personaje es el revisor y vean cómo pone esfuerzo en su tarea, cómo observa, y pica los billetes, y apunta en una libreta quién va y quién no va, y para él ese horizonte del día es siempre el mismo, los prados, las casas, los animales quietos, esa bandada  de aves, forman parte de su ir y venir y  cada noche entran en sus sueños. Lourdes, usted que aún no tiene vocación, que duda entre ser  enfermera o ser médico: si un día decide estudiar, quizá, no lo sabemos aún, no puede saberse, (mientras, yo entrego los billetes al revisor: “ sí, sí señor, somos doce, éstos, y esos de ahí también vienen conmigo, y aquel niño, Constantino, que se ha puesto al fondo con su madre”), pues les decía que aún no puede saberse qué será usted, Lourdes, tan indecisa siempre; pero haga lo que haga, no olvide que los sueños pueden estudiarse, usted que sueña tanto, que

 

 

 

 

sueña despierta con esos ojos grandes, azules, podrá pensar: ¿ soñé o no soñé que yo me escapaba de clase, que íbamos en aquel tren de prácticas que corría tanto? ¿dónde he vivido esto? ¿Lo soñé? ¿lo viví?”,  y no sabrá responderse. Lo bueno de estos viajes inesperados es mezclar la realidad y la fantasía. Fíjense que hemos subido hace un rato en un tren antiguo, casi asmático:  ¿alguien se ha dado cuenta de cómo se ha transformado?, a ver, usted, Benito, no hace falta que levante la mano, usted, ¡no!, ¡siga sentado!,  le veo perfectamente: ¿ en qué nota usted que se ha transformado este tren?… ¿En qué…? ¡Exacto! ¡En que ahora corremos a toda velocidad! Vamos a tal velocidad que no nos hemos dado cuenta de que han cambiado los asientos, hasta las ropas de las gentes, toquen estos asientos, ¿ven estos  botones?, estos botones son para  poder echarse para atrás, así, ¿ven?, ¡no! ¡suavemente!… pueden echarse para adelante y para atrás: es la comodidad, ¿verdad?, el bienestar… Es importante estudiar el bienestar, lo que va pasando de necesario a superfluo, lo superfluo que nos parece necesario, y, sobre todo, la poca importancia que damos a lo superfluo, como si lo tuviéramos desde siempre, como si tuviéramos derecho a la comodidad. Pero, ¿ y el sacrificio ? ¡ Ah, el sacrificio les hace pensar!  Estoy viendo ahora a Paula, mientras ella no me ve, ¡ no, no se vuelvan!, fíjense un poco en esa cara, sin distraerla… Es ella la que va distraída. ¿ En qué piensa? ¿Piensa en el sacrificio ?, ¿ en la comodidad?  No piensa en nada, se deja llevar, es tan romántica que piensa en esas estelas vagas, adormiladas, ¡no, no se rían!, piensa en cuando ella sea mayor y alguien vaya junto a ella, cuidándola, queriéndola, a esta velocidad que ahora vamos… no se le ocurre al ser humano pensar en el sacrificio, ¡ a lo mejor es lo que debe hacer!, ya vendrán los dolores sobre Paula, los sinsabores…, ahora se deja llevar no sabe adónde, fíjense si estará ausente que no nota que la estamos mirando… ¿Y ven?, todo esto es el tren, el viaje, la realidad. De todo esto tendrán que hacer un trabajo para fin de curso, pero no un trabajo de caligrafía apresurada, tampoco  algo para salir del paso, se lo digo a ustedes, los mayores : este año hay que presentar una cosa digna, ¡si no no hubiéramos hecho este viaje!, este año quiero que escriban sobre lo que han visto, lo que han imaginado: hay que desarrollar las potencias del hombre, las dotes: ¿cómo utilizó yo mi imaginación, mi entendimiento, mi voluntad, mi memoria ? Tengo cualidades para pintar,  ¿entonces por qué no pinto? Hay que vencer a la pereza y pintar, o escribir, o poner en un papel nuestros sentimientos, y también

 

 

nuestras ideas, saber hacer con ellos hasta un tren, ¡fíjense!, usar, por ejemplo, este viaje en tren que están haciendo conmigo para hablar del viaje de la vida, lo que la vida supone para ustedes… A algunos no se les ocurrirá nada ¡cuesta al principio ponerse y llevar a cabo eso que llevamos dentro!, esa sensación de sorpresa ante esto que estamos contemplando, esta prisa, esta celeridad, no hay tiempo casi para contar lo que vemos, porque las cosas, ¿verdad?, se superponen unas a otras, y sin embargo todo tiene su belleza, hasta lo más nimio; si ahora, en la escuela, no empiezan a descubrir la belleza de esas cosas, las más pequeñas, ¡también las grandes, claro está!, pero sobre todo las pequeñas — este rato tan agradable que estamos pasando, esas nubes, este color del día, las gentes, esta hora mágica, única, que no volverá, nosotros mismos disfrutando de todo eso —, si ahora no lo sabemos descubrir, agradecer, reconocer y reflejar, entonces el tren de la vida pasará a tal velocidad que será únicamente un ruido de estrépito, fulgurante, un suspiro vacío, algo ante lo que cualquiera de ustedes dirá : ¿pero cómo? ¿ya ha pasado? ¿Y esto era la vida?  Antes de que se den cuenta habrán vivido todo y se quedarán boquiabiertos, pasmados: pero bueno, dirán, ¿ y ya no hay otra oportunidad? Se ha quedado usted un poco serio, Alberto: lo entenderá. Ahora no lo entiende, pero lo entenderá. Vamos. Aprovechemos la próxima estación. ¡No, no podemos seguir más!… ¿Qué? ¿Les ha parecido corto? Avancen, vamos, ¡vamos, vamos por el pasillo! ¡A ver!, ¿quién falta? Uno, dos, tres…¡y doce! Bien. ¡Constantino, usted también, venga, deje a su madre! No. Ahora hay que esperar. ¿ Lo ven? Ya va parando. Ya está. Déjenme, que yo voy a bajar primero, yo les ayudo. Así, vamos, váyanme dándome la mano. ¿ Pero vamos, Paula? ¡ que el tren se va…! Bien. ¿Estamos todos? Ahora observen. ¿Ven?  También hay que observar el ferrocarril desde fuera, todo hay que contemplarlo. Miren cómo toma el impulso del futuro, cómo desaparece y se va… ¿ Se dan cuenta? Es una curva de tiza en la pizarra, un arco ¿ven?, así, como yo lo estoy pintando ahora, de abajo arriba, ¿lo ven? Así han de pintarlo en casa esta noche. ¿ De acuerdo? Bien.¡No, no lo borren! Vamos, la clase ha terminado. Vamos, vamos… ¡adelante, salgan! Margarita, no se olvide de apagar la luz.”

José Julio Perlado — “ Dibujar un tren” – (del libro “Relámpagos” ) ( texto inédito)

 

 

(Imágenes—1-Marta Zamarska/ 2-René Groebli/3- Eliot Ervitt/ 4-pullman británico/ 5- Hari Roser/ 6- Holger Droste/6- Olga Chernysheva/

SENTADO EN UN TREN

 

 

«Estar sentado en un tren – escribe Kafka hoy hace exactamente un siglo -, olvidarlo, vivir como en casa, acordarse de pronto, sentir la fuerza impulsora del tren, convertirse en viajero, sacar la gorra de la maleta, enfrentarse a los compañeros de viaje de una forma más libre, cordial, insistente, ser llevado al punto de destino sin mérito propio, sentir eso a la manera de un niño, convertirse en un favorito de las mujeres, estar sometido a la constante atracción de la ventanilla, siempre posar al menos una mano extendida en el borde de la ventanilla. Situación recortada más nítidamente: olvidar que se ha olvidado, convertirse de golpe en un niño que viaja solo en un tren rápido y en torno al cual va materializándose, asombroso en sus más pequeños detalles, como surgido de la mano de un prestidigitador, el vagón que vibra por la velocidad».

Franz Kafka  – Diario del 31 de julio de 1917

 

 

(Imágenes-1- Alfred Stiegliz/ 2-  Diario de Kafka – pepblaieresmasnet)

DESCUBRIMENTO DE UNA CIUDAD

 

 

«No intento aquí hacer el retrato de una ciudad. Quisiera únicamente tratar de mostrar cómo ella me formó, es decir, en parte me incitó, en parte me limitó a ver el mundo imaginario al que despertaba por medio de mis lecturas, a través del prisma deformante que interponía entre ella y yo, y cómo por mi lado, ya que mi reclusión me permitía la libertad de alejarme de sus características materiales, la he remodelado según el contorno de mis ensueños íntimos, la he prestado carne y vida, según la ley del deseo más que el de la objetividad. Que ella me acompañe, pues, como uno de esos vademécums que se pasean por todas partes, que se hojean, que se anotan y que se rayan sin miramientos, agenda que se consulta siempre de manera cotidiana e inconsciente, a la vez trampolín inutilizable para la ficción y red de surcos mentales, que ha hecho que se ahondaran y endurecieran en mí los pasos que me imponía.

 

 

(…) La llegada a una ciudad siempre ha hecho que me mantuviera sumamente atento a los progresivos cambios del paisaje que la anuncian. Cuando especialmente me acerco en tren, espío los primeros signos de infiltración en el campo de las pulsaciones del núcleo urbano, y, cuando se trata de una ciudad en la que me gusta vivir, sucede que los acojo casi como si me hicieran el gesto de bienvenida que desde lejos te dirige una mano levantada en el umbral de una casa amiga. Cuando todos los años llegaba a Pornichet para pasar las vacaciones, lo que desde la distancia me advertía de su proximidad, en el corazón de la campiña interior tan melancólica, eran en un principio las copas de los pinos que sobresalían por encima de los setos vivos, luego algunas cercas como recién pintadas, después tres o cuatro villas repentinamente estrepitosas de blancura destacando contra los árboles, como chozas en un palmeral. E incluso cuando, sin transición, la estación me arrojaba de golpe a un mundo más vivo, más endomingado, más tintineante, a una muchedumbre indígena completamente morena bajo sus taparrabos, sus camisetas, sus saris resplandecientes, la primera y modesta información de la llegada seguía siendo la verdadera, aunque hubiera caído ya la mano levantada un segundo en el umbral».

Julien Gracq La forma de una ciudad»

 

 

(Imágenes-1- Elliott Erwitt/ 2-tren británico -irtsociety/ 3- foto Thekia Ehling Randall- Scott gallery New York photografier)

LA ESTACIÓN DE FERROCARRIL

trenes-unnb-Marta Zamarska

 

«Mi no llegada a la ciudad de N.

tuvo lugar puntualmente.

Fuiste avisado

con una carta no enviada.

Lograste no llegar

a la hora prevista.

El tren llegó al andén número tres.

Bajó mucha gente.

Entre la muchedumbre se dirigió a la salida

la ausencia de mi persona.

Varias mujeres me sustituyeron

rápidamente

en aquellas prisas.

A una de ellas se acercó corriendo

alguien desconocido para mí,

pero ella lo reconoció

al instante.

Ambos intercambiaron

un beso no nuestro,

durante el cual se perdió

no mi maleta.

 

trenes-butt-Marcel Bovis- Londres- mil novecientos cuarenta y siete

 

La estación de la ciudad de N.

pasó bien el examen

de la existencia objetiva.

La totalidad estaba en su lugar.

Los detalles se movían

por las vías marcadas.

Tuvo lugar incluso

la cita acordada.

Fuera del alcance

de nuestra presencia.

En el paraíso perdido

de la probabilidad.

En otra parte.

En otra parte.

Igual que suenan estas palabras».

Wislawa Szymborska.- «La estación de ferrocarril«.- («Mil alegrías – un encuentro», 1967)

 

trenes-nnbu- Brief Encounter- mil novecientos cuarenta y cinco- wondersinthedark

 

(Imágenes.- 1.- Marta Zamarska/ 2.-Marcel Bovis– 1947/ 3.-David Lean– Breve encuentro- 1945)

VELOCIDAD DE LOS TRENES

trenes-yyffcc-Bruno Vekemans- mil novecientos noventa y ocho

 

«También el último tren abarrotado,

como si hubiera que huir.

El revisor pide paso.

Gracias, dice, gracias, gracias.

Ante él son todos iguales.

Fuera, los pueblos buscan la distancia

y se llevan con ellos a los animales.

Con nosotros viaja un aire

en busca del fuego.

Un hombre está delante de la ventanilla abierta

y fuma. Escucha el inmenso coro

que ensaya sin pausa en la oscuridad.

Gracias, gracias, muchas gracias.»

Michael Krüger.-«Prohibido asomarse»«La alfombra negra bajo los ciruelos»

 

http://youtu.be/tdAuhuGUQwo

 

(Imágenes.-1.-Bruno Bekermans– 1998/ 2.-video: Yann Tiersen- L´Absente)

TREN RÁPIDO

trenes.-47gtt.-Paulo Nozolino

«¡Lo fugaz que permanece en las ventanillas!

Caen de mis hombros como hojas los campos,

los  cobertizos y los pueblos entre la maleza;

madres desaparecidas; el país entero,

una tumba repleta de padres; ahora los hijos han crecido

y alardean de la frente roja de los dioses,

desnudos y ebrios de sangre desatada.

trenes.-667nn.-Franco Donaggio

Supura y envía voces mórbidas a la superficie:

¿Dónde lindamos con la dicha? Nosotros, bosquecito,

¡sin águilas, sin venados! Un miserable

florecer que se tiñe apagado en nuestros campos.

trenes.-96hhm.-Rail Magic.-1949.-René Groebli

Grita el corazón: ¡Oh, cabello! ¡Tú, rubio-mujer!

¡Tú, nido! ¡Tú, mano que florecida consuelas!

¡Los anchos campos del abandono!

El rojo del serbal ya tiene sangre.

¡Oh, asísteme! Tanto tanto silencio en los jardines…

trenes-guuui- Saúl Leiter- mil novecientos cuarenta y ocho

Pero lo fugaz que permanece en la ventanilla:

caen de mis hombros como hojas los campos,

padres, y pesares de las colinas y dichas de las colinas:

los hijos crecieron. Los hijos van

desnudos y bajo la aflicción de la sangre desatada:

la frente aurorea a lo lejos una dicha de abismo.»

Gottfried Benn.«Tren rápido» (traducción de Arturo Parada)

guerra.- 433dd.- tren.- Gerd Baatz.- Berlin 1944-1945

(Imágenes.- 1.-Paulo Nozolino/ 2.-Franco Donaggio/ 3.-René Groebli- 1949/ 4.-Saul Leiter– 1948/ 5.- Gerd Baatz. 1944.-pinterest.com)

SEAMUS HEANEY

trenes.-6hnn,.-Henri Ottmann - 1902.- la estación de Luxemburgo.-Bruselas

«Cuando trepábamos por los taludes de la vía férrea,

parecíamos tocar con nuestros ojos los cables crepitantes

y las tazas blancas que tenían los postes telegráficos.

Trazaban los cables curvas hacia el este y el oeste por lejanos

horizontes como en hermoso dibujo a mano alzada,

doblándose bajo el peso de las golondrinas.

Éramos pequeños y pensábamos que no sabíamos nada

digno de saberse. Pensábamos que viajaban las palabras

por los cables en las relucientes gotas de la lluvia,

cada una completamente sembrada con la luz

del cielo, el destello de los cables, y nosotros

tan infinitesimalmente empequeñecidos

que hubiéramos podido pasar por el ojo de una aguja.»

Seamus Heaney.«Los niños de la vía del tren»

escritores.-99un.-Seamus Heaney

(pequeño recordatorio de Seamus Heaney  en  el día en que acaba de morir. Descanse en paz)

(Imágenes.- 1.- Henri Ottmann.– La  estación de Luxemburgo en Bruselas.- 1903.- Musée d`Orsay)

TRENES, VIAJES, LUCES, PAISAJES

«Tus pasos no han elegido camino alguno. Cuando pisan

el polvo, son rumores que se agrandan

por la noche; que nos obligan

a almacenar la memoria de las tormentas:

la tierra viaja así por nuestros pensamientos.

Los caminos nos encantan; dragan

nuestras venas con pepitas de diamante.

Desconfiamos de la omnisciencia de los dioses,

despreciamos la gloria de los videntes;

poco nos importa desvelar los oráculos».

Liane Nimrod: «Los caminos» (Tchad, 1959)

(Max Richter: «Desde el arte de los espejos») (Mnemographies.- 2010) ( dirigido por Montserrat Rubio)

(Imagen: René Groebli.-Magic Railes.- 1949)

ELISABETH X

«Viene a verme a mi consulta la señora Elisabeth X., que llega, según me dice, directamente de la estación, tras haber pedido hora con anticipación desde la cercana ciudad de provincias donde vive. Es una mujer aún joven y agraciada, se diría que bella, de porte distinguido y una cabellera que se adivina negra bajo el ala del sombrero elegante y ladeado que cubre su cabeza. Tiene un lunar en la mejilla derecha que realza aún más su cutis blanco y unos ojos grandes y misteriosos. Me cuenta su historia que es la siguiente: cada vez que sube a un tren, nada más colocar su equipaje y sentarse en la butaca correspondiente, al intentar descorrer o correr la cortina de la ventanilla o cruzar las piernas y acomodar su nuca en el respaldo, el vagón y las personas que en éste se trasladan comienzan a difuminarse muy lentamente ante sus ojos y una bruma gaseosa empieza a invadir poco a poco el pasillo central recubriendo los montículos de los asientos tal como si los rodeara una densa espuma. Me lo cuenta así la paciente y me añade que ella, en esos casos, no logra distinguir los contornos de los objetos ni de los individuos. Presa de pánico, sin atreverse a leer una revista ni a girar su cabeza hacia uno u otro lado y mucho menos a levantarse, aguarda siempre el mismo movimiento, que tiene lugar al cabo de cierto tiempo, sin que ella pueda calcular cuándo éste ocurre con exactitud. De lo profundo de la nube blanca elevada verticalmente en el pasillo del tren surgen ahora dos manos precisas, cortadas en el aire alrededor de las muñecas, y esas manos, de dedos ágiles y activos, avanzan hacia ella reclamándole su billete, que ella entrega sumisa, sabiendo que con ese gesto se reincorporará inmediatamente a la realidad. Efectivamente es así, me dice, y una vez reintegrado su billete por esas manos que han comprobado su validez, el vagón recobra la apariencia que antes tenía, se desliza vertiginoso entre sonidos y luces y el viaje es felicísimo: ella recupera la plenitud de sus sensaciones y la libertad.

Llegada a la localidad prevista, la paciente, según ella me sigue contando, se dispone a bajar con su equipaje, aprovechando al máximo los pocos minutos que el ferrocarril suele detenerse en esa estación, ya que conoce lo breve que es esta parada. Desciende con cuidado hasta el andén, pone el pie en la alfombrilla, se calza enseguida las zapatillas y cubriéndose el camisón con la bata se dirige con toda celeridad hacia el cuarto de baño, haciendo caso omiso del tren que ahora se va alejando entre pitidos y resoplidos. Suelta los grifos del agua caliente para que el baño se caldee, va hasta la cocina y pone en marcha la cafetera, vuelve otra vez al baño, se arregla mientras escucha la radio, desayuna un café rápido y sale con prontitud en su pequeño automóvil camino del trabajo, un puesto que desempeña a pleno rendimiento desde hace varios años y que consiste, según ella me informa, en llevar la responsabilidad de la sección de diseño en una casa de modas. Trabaja en su despacho todo el día. Almuerza habitualmente en la cafetería, a no ser que le surja alguna comida de negocios. Sale a las seis, y un día a la semana hace la compra en el supermercado antes de volver a casa. Los sábados suele salir al cine con varias amigas. No me habla en absoluto de amoríos ni de hombres, cosa que me sorprende. A mi pregunta sobre si es soltera o casada me responde que estuvo casada y ya no añade más sobre su situación actual. Yo tampoco insisto. Me informa que por las noches suele ver la televisión hasta las diez y media u once menos cuarto, se prepara para irse a la cama y apaga la luz entre las once y cuarto y once y media.

-¿Qué sucede entonces? – le pregunto.

– Lo que le he contado. Nada más colocar mi equipaje y acomodarme en el asiento, todo empieza a llenarse poco a poco de niebla y ya no distingo a las personas.

– Entonces, ¿no duerme?

– No, no puedo dormir, ya le digo que está todo rodeado de niebla.

-¿Qué hace entonces?

Ella se queda absolutamente quieta esperando la siguiente pregunta

-¿Espera usted a que le pidan el billete? –le digo, procurando ayudarla.

– Sí, exactamente hago eso – me dice.

Como en este momento la paciente hace una más larga pausa y me mira con sus grandes ojos negros y misteriosos, sin que al parecer tenga intención de proseguir, aprovecho para preguntarle con qué frecuencia le ocurre lo que me está relatando.

– Cada que vez que subo al tren – contesta sin titubear.

– Querrá usted decir – le corrijo suavemente – cada vez que usted se mete en la cama…

– Sí, así es. – Luego, tras otra larga pausa, añade -: Es siempre el tren de las once treinta y cinco.

– ¿Viaja usted siempre en el mismo vagón?

– Sí, siempre. En el mismo vagón y en el mismo asiento.

Me añade, sin embargo, que en uno de esos trayectos nocturnos, hace concretamente una semana – especifica que fue la noche del último jueves -, tuvo ocasión de conocer mejor ese ferrocarril. Una vez pasado el trance habitual con el revisor, me cuenta que se atrevió a levantarse de su butaca, algo que nunca había hecho. Tenía sed y necesitaba beber algo. Anduvo y anduvo buscando el coche restaurante y atravesó así tres vagones seguidos, bamboleándose por el traqueteo y teniendo que apoyarse en el borde de los asientos para poder avanzar con cautela y no caerse. “Al llegar – me dice -, todo aquel vagón estaba iluminado y los niños estaban ya jugando muy entretenidos, peleándose entre sí”.

-¿Qué niños? – le pregunto.

– Mis hermanos. Mis primos. Todos mis amigos de la infancia.

-¿En el vagón – restaurante?

-Sí.-me contesta impasible.

-¿Y qué hizo usted?

– Bueno, le pedí agua a María, mi hermana mayor, que siempre lleva  las provisiones en la excursión.

– ¿Adónde iban de excursión?

– Íbamos a la montaña, como cada domingo. Toda mi familia va siempre a la montaña los domingos. Vamos en ese tren pintoresco que sube hasta la cumbre. Un tren muy divertido.

– ¿Estuvo usted mucho tiempo en ese vagón?

– Como armaban mucho jaleo, me volví a mi asiento.

Parece que me va a añadir algo pero se detiene y balbucea.

– Y entonces me perdí… – dice angustiada.

– ¿Se perdió?

– Sí. Estuve andando y andando el tren arriba y abajo buscando mi asiento, pero el tren no acababa nunca. No encontraba mi sitio.

– ¿Al fin lo encontró?

– No, no lo encontré – responde con mucha ansiedad.

Veo que está sudando y que sus manos tiemblan ligeramente. Me levanto, me siento junto a ella, pongo mi mano sobre su frente y bajo la presión de mis dedos la enferma me va explicando poco a poco que anduvo recorriendo uno tras otro los vagones hacia delante y hacia atrás no sabe exactamente cuánto tiempo. Ahora empieza a hablar con algo más de fluidez, recuperando poco a poco la calma. Me cuenta con gran serenidad y como si disfrutara al contarlo, que en cada vagón que iba recorriendo llegó a ver de una forma muy nítida diversas escenas de su vida pasada, todas ellas relacionadas con el tren. Con minuciosidad me describe el vagón de su viaje de novios que ella recordaba (es la primera vez que se refiere a tal episodio), igualmente me describe el vagón de su último viaje con su padre ya anciano, y así va añadiendo diversas visiones que tuvo, según ella me dice, durante aquel recorrido y todas esas visiones las recrea con tal vivacidad como si las tuviera en ese momento delante y las reviviera.

Así permanece hablando y hablando, describiéndome todos aquellos episodios, sin atreverme yo a interrumpirla, al menos durante diez minutos.

Llegados a este punto, me creo en la obligación de plantearle si no ha pensado que todos estos viajes y descripciones de los que me habla no puedan ser elementos de un mismo sueño o de sueños distintos, y que ninguno de ellos esté basado en la realidad.

– No – me contesta levantando la cabeza. Eso es imposible – y agrega sin dejar de mirarme -: Yo nunca sueño.

– ¿Está segura?

Me repite que sí con fuerza, y lo hace con tal convicción como si estuviera ofendida por mi pregunta. Desisto, pues, de interrogarla sobre este asunto. A la vez, como la veo cansada, le propongo proseguir en la siguiente sesión, convocándola, si a ella le parece bien, para el miércoles próximo.

La paciente acepta. Sin embargo, ante mi sorpresa, al transcurrir la semana, la enferma no acude a la sesión siguiente. Me intereso por ella ante mi secretaria y ésta, tras comprobar su ficha, me comunica que de ella solamente poseemos sus datos personales – Elisabeth X. – y una simple dirección en R., la ciudad de provincias donde ha afirmado que reside. Pienso por un momento que la enferma haya podido olvidar su cita o bien retrasarla, o incluso que haya renunciado a venir a verme, temerosa quizá de proseguir avanzando algo más en sus confesiones.

Poco a poco me olvido de ella. Aun cuando su caso ofrecía un prometedor inicio que pudiera hacer pensar en un interesante análisis posterior, son tantas las historias y  sujetos que suelen acudir a mi consulta que pronto las palabras de la paciente se disuelven entre otras muchas y me sumerjo, como siempre, en un trabajo intenso que me absorbe durante largos meses.

Sólo un año después, con ocasión de una conferencia que casualmente he de pronunciar en R., vuelvo a acordarme de Elisabeth X. al subir precisamente al tren. Hacía mucho tiempo que no utilizaba este medio de transporte y al tomar el ferrocarril y sentarme en mi sitio me acuerdo nítidamente de aquella enferma y de su enigmático relato, sobre todo en el momento en que una densa nube de niebla comienza a invadir el vagón nada más arrancar, como si ya estuviéramos atravesando un túnel.

Es de repente, en medio de esa densa niebla, cuando unas manos cortadas que sobresalen de las mangas de un uniforme, y que yo atribuyo a las manos del revisor, me piden el billete, que yo entrego puntual, antes de que el tren adquiera más velocidad. Así, solitario en medio de la niebla, viajo durante largo tiempo, sin saber distinguir quién puede acompañarme y cuántos asientos pueden ir ocupados: tal es la atmósfera casi impenetrable que invade a este ferrocarril. Al cabo más o menos de una hora es cuando decido incorporarme para ir hasta el vagón-restaurante. Lo hago con precaución, tanteando los respaldos de los asientos sobre los que aparecen pequeños cúmulos de neblina gaseosa e intentando avanzar sin perder el equilibrio. Atravieso así penosamente varios vagones enlazados y corridos, abro con cuidado numerosas puertas y cruzo con lentitud este pasillo del tren que ya me está pareciendo interminable hasta por fin llegar a lo que, al menos eso creo, puede ser el último vagón. Al abrir esa puerta veo de pronto sentada y de perfil a la señora Elisabeth X. tal y como yo la conocí en mi consulta, es decir, con el sombrero elegante y ladeado que entonces llevaba cubriendo en parte su cabellera negra y resaltando en su mejilla derecha el lunar. Al parecer, según observo, se encuentra en mi despacho, hablando conmigo, porque yo me veo a mí mismo en ese instante con mi bata blanca, sentado ante ella, y en el momento en que la paciente me está diciendo: “Eso es imposible. Yo nunca sueño”.

–         O sea, doctor – le interrumpo – ¿que ella le vuelve a repetir las mismas palabras que usted escuchó hace un año?

–         Sí. Exactamente.

–         ¿Esto le había pasado alguna vez?

–         No. Nunca. Nunca con una enferma.

–         Se encontraba usted, pues, reviviendo un momento de su pasado. Lógicamente, estaba usted soñando…

–         Sí, naturalmente estaba soñando.

–         ¿Un sueño concretado en ese preciso momento o un sueño total? ¿Cómo lo podría definir? ¿Cuándo cree usted que empezó realmente a soñar?

–         No lo sé…Creo que fue un sueño… También la visita a mi consulta de Elisabeth X. creo que fue un sueño. Sí, creo que fue un sueño. Todo ha sido un sueño. Esa  visita nunca existió.

–         Y por supuesto, tampoco su viaje en tren…

–         No. Tampoco mi viaje en tren. Ése es un sueño habitual en mí…

–         ¿Siempre sueña con el tren?

–         Sí, siempre es el sueño del tren. Me acuesto hacia las diez y media, apago la luz cinco minutos después y enseguida llega el tren de las once treinta y cinco.

–         ¿Viene siempre puntual?

–         Sí, siempre viene puntual. Sé que viene siempre. Tarda en arrancar apenas dos o tres minutos. Me relajo más. Cierro los párpados. Me dejo conducir.

–         ¿Va usted sentado siempre en el mismo lugar?

–         Sí, siempre en el mismo lugar. Apenas ha arrancado ese tren aparecen en el pasillo, como le he dicho, unas manos cortadas en medio de la niebla, unas manos que me piden el billete. Yo se lo entrego puntual.

Todo esto me lo cuenta el doctor Gregorio Ñ., colega mío desde hace años, sin ninguna indecisión ni titubeo. Advierto que adopta un tono de absoluta naturalidad, aunque lógicamente ha venido a verme para encontrar una solución a su caso. Me repite lo que ya le he escuchado en sesiones anteriores: que como médico se  dedica de lleno a la consulta de sus pacientes y que, como el primer día, sigue muy enamorado de su profesión. Pocas veces he tenido ante mí a un colega como sujeto de un caso clínico y me esfuerzo, en la medida que puedo, en conciliar cordialidad y atención.

Transcurre así una hora entera. Me relata que no puede despegarse de la imagen de aquella mujer, Elisabeth X, aunque sabe que todo fue un sueño. Cada noche, me reitera, al subir al tren de las once treinta y cinco ( él también conoce que es un sueño ) avanza por ese pasillo lleno de niebla y encuentra al fondo a Elisabeth X. que habla con él.

Al cabo de una hora, como le veo algo fatigado, le propongo al doctor Ñ, proseguir la semana que viene si no tiene inconveniente y así procurar llegar poco a poco al fondo de su caso.

Me encuentro muy interesado en este tema, el sueño dentro de un  sueño o quizás sueños eslabonados.

Ceno con rapidez. Me acuesto a las diez y media. Apago la luz casi inmediatamente y como cada noche noto que el vagón se va llenando de niebla y arranca puntual mi tren de la once treinta y cinco».

José Julio Perlado: (del libro de relatos «Elisabeth X»  de próxima aparición)

(Imágenes:-1.- Toni Frissell.-Lisa Fonsagrives.-Londres 1951/ 2.-Stanco Abadzic.-contemporaryworks.net/ 3.-j some.-estacaô de oriente.-wikipedia/4.  –Elliot Erwitt/5.-Holger Droste.-smashingpicture.com/6.- autor desconocido)

AMBERES MEMORABLE

En estos días de tráfico y tráfago de viajeros vuelve uno a leer a los excelentes escritores que transformaron con una sola mirada tantos universos y, atravesando con la imaginación la estación de Amberes, podemos oir perfectamente junto a nosotros el movimiento de la gran prosa que nos acompaña, las descripciones del alemán W.G. Sebald, del que en varias ocasiones he hablado en Mi Siglo:

«Probablemente por esa clase de ideas, que en Amberes, por decirlo así, surgían por sí solas, esa sala de espera, que hoy, como sé, sirve de cantina al personal, me pareció otro Nocturama, una superposición que, naturalmente, podría deberse también a que, precisamente cuando entré en la sala de espera, el sol se estaba hundiendo tras los tejados de la ciudad. No se había extinguido todavía por completo el resplandor de oro y plata de los gigantescos espejos semioscurecidos del muro que había frente a las ventanas cuando la sala se llenó de un crepúsculo de inframundo, en el que algunos viajeros se sentaban muy distantes, inmóviles y silenciosos. Como los animales del Nocturama, entre los que, llamativamente, había habido muchas razas enanas, diminutos fenecs, liebres saltadoras y hámsters, también aquellos viajeros me parecían de algún modo empequeñecidos, ya fuera por la insólita altura del techo de la sala, ya por la oscuridad que se iba haciendo más densa, y supongo que por eso me rozó el pensamiento, en sí absurdo, de que se trataba de los últimos miembros de un pueblo reducido, expulsado de su país o en extinción, y de que aquellos, por ser los únicos supervivientes, tenían la misma expresión apesadumbrada de los animales del zoo…». («Austerlitz«)

Siempre uniremos la estación de Amberes con la visión de Sebald. Siempre los escritores fijan con su sola mirada una imagen, para tantos inadvertida o  desconocida, pero que quedará perdurable.

(Imágenes.- estación central de Amberes)

EL TREN, LA VIDA

YA AQUÍ NO HAY NADA

«‑Recuerde el tren.

‑Nos acostamos entumecidos, abrazados al olvido del sueño, y a las siete, a las seis, crepitaron los despertadores de estación en todas las habitaciones y el tren arrancó imprevistamente, soltando el agua de las duchas, refrotando los ojos, calzándose a tientas los zapatos, sorbiendo de pie un resto de café, afeitándose, pintándose los labios, tropezando bruscamente los  silencios mientras las casas pasaban velozmente al otro lado de ventanillas ennegrecidas y los vagones avanzamos o retrasamos los  cuartos atrapando un bolso, cogiendo un pañuelo, empuñando la  cartera del colegio, Ana se abrochó el último botón, Miguel  mordisqueó un trozo de pan, mi madre era una niña y yo era mi  padre: las ruedas estaban ya engrasadas, no nos hablábamos,  sonaron portazos, bajamos corriendo los escalones de la estación  y el tren ya se iba porque cruzaron autobuses y automóviles y no  había tiempo de despedirse, ya que todos sabíamos que nos  volveríamos a ver y la velocidad nos arrolló: la vida de Ana eran  túneles de «metro», yo no sabía dónde estaba ni mi padre ni mi  madre, al abuelo le encajaron en la silla de inválido, Guillermo  cortó las calles para llegar al taller, ningún viajero se  saludaba, mi mujer alisó las colchas de las camas, entró un humo  negro en las habitaciones, se encendió el fogón para calentar  estómagos, Gustavo se sentó en su oficina, pasaron pulsos de  relojes en horas de muñecas, se gritó, se gritó, se gritó, el  señor González telefonea a la señorita Elvira porque era ella  quien le había gritado por no telefonearle al señor López, y a mi  nieta Carmen le dio vueltas el patio interior por la velocidad con que todo giraba. Fue en ese momento cuando Isabel, de pronto,  recibió la tremenda noticia y llamó desencajada a mi madre para decirle que cinco minutos antes, en un cruce, a su hijo ‑es  decir, a mí‑ me habían encontrado muerto bajo las ruedas del  ferrocarril.

Pero no era cierto, doctor, fue una equivocación. Marga  nos contó cómo el tren, en un fulgor de velocidad, había  triturado la fortuna de nuestro tío Eduardo. Entonces salimos  todos al pasillo que da al salón temblando los ojos al saltar los  rieles, y el miedo a la vida tomó forma de máquina y la  locomotora arrastró a Javier. Juan se abrazó a la abuela, pasaron  preguntando si queríamos comer, voló el sombrerito del pequeño  Manuel, yo me agarré a la paciencia de mi madre, un señor ayudó a  extender el mantel, se oyó el timbre de la puerta, al olor se  destapó el vagón y todos comimos inclinados, apresurados,  encarnados, viendo pasar las  canas de mi padre y cómo la nieve  subía hasta las mejillas. Antonio nos miró a todos sin pestañear,  Elsa gritó que se quería emancipar, mi abuelo de un golpe le  desenganchó un vagón, Concha la vio alejarse en silencio, Raúl  preguntó si podía coger más fruta, el casero empezó a picar  los  billetes, se fue la luz, se fue el teléfono,  se marchó la  calefacción, desapareció el gas, Laura le vendió a Carlos el  teléfono y Ángela con los asientos hizo madera para cruzar las  tardes en lumbre de fogatas. Vimos pasar años sobre pueblos  subidos en andenes, de repente nos saludó Agustín militarmente,  sacaron a Cristóbal por la ventanilla para que devolviera, mi  hermana Lidia se marchó al baño arreglándose para la boda, entró  un disgusto en polvo mientras mascábamos los túneles, Gabriel se  hizo abogado en un paso a nivel, Enma se sentó junto a Luis,  Alfonso miró a Eugenia a los ojos y César entrelazó sus dedos con  los de Rosalía. Entonces hubo un tremendo frenazo y toda la  fuerza de Sebastián se incrustó en el dolor de Roberto, mi abuela  se curvó en la mecedora, vinieron los niños de los prados,  tiraron a lo alto sus carteras, mi padre se fue doblando  lentamente, Inés de pronto tuvo un niño, llovieron caramelos de  humo, sudábamos, tiritábamos, teníamos sueño, cruzamos travesaños  en cada Navidad, nos hicimos viejos nos decían los jóvenes, María  se había casado con León, Pedro no encontraba trabajo, Daniel  quiso tirarse de la vida, y de improviso todas las paredes  crujieron, voló el abuelo entre las tablas, a Marcos lo devoró un  agujero, entramos por el hueco de la enfermedad y el vagón de  cola donde mi madre planchaba cayó al patio aplastando tristezas.  Fue en ese momento cuando Jorge saltó de un techo al otro y se  volvió al revés, y asomó la cabeza por la ventanilla y mi hermano  dio un grito y se oyó de pronto el chillido de mi madre hasta el  fondo del comedor cuando le acababan de decir que a su hijo ‑es  decir, a mí‑ casi al cumplir los cuarenta años, en un instante,  me habían encontrado destrozado bajo las ruedas del ferrocarril.

Y sin embargo, doctor, tuve que desmentirlo. Yo estaba  ocupándome del furgón mortuorio donde iba el abuelo. Esteban daba  sus primeros pasos sin sostenerse, Beatriz me pidió dinero para  el piso, Jerónimo temblaba entre las mantas. Tuve que desmentirlo  a la velocidad que íbamos, Carmelo rozando las copas de los  árboles, Amanda discutiendo con Leopoldo, Marcela con Ester y con  Nieves y yéndose al bar con Lázaro y Raimundo. Silvia salió  entonces para fumar, Salvador se empeñó en bajar su cortinilla,  Diego preguntó que a qué hora llegábamos, Benito había perdido su  billete, a Pilar le daba miedo la máquina. Fue acaso en ese  momento cuando de un fortísimo golpe, todo a la vez se detuvo.  Cándida en la cocina, Eulalia en la terraza, Simón junto a Oscar,  Nicolás con Román, Pascual conmigo: yo miré a mi madre y era mi  padre quien faltaba. Arrancamos con un tirón tremendo y un  resoplido y Venancio fue a vigilar las puertas entreabiertas por  si hubiera caído, entramos bajo un monte, surgimos a la noche:  ahora era la luz, doctor, la luz que nos guiaba y el salvaje  pitido. Sofía abrazó a Rosario, Magdalena a Mercedes, Remedios a  Pastora y una cadena de manos la hicimos de recuerdos, atando los  momentos de mi padre a su sonrisa y las veces que nos había  pegado de pequeños y cómo mi padre a Victor le compró un balón  para su cumpleaños y el balón cayó al agua. Fuimos todos lo  recuerdos atados, de vagón a vagón, buscándole: iba Hilario y  Demetrio y Paula y Domingo y Justo y Araceli y Pepa y Clara y  seguían Eloy y Fernando y Estrella y Caridad y Medardo y Berta  llevando consigo a mi madre y a mí, palpando el aire de los  compartimentos, cruzando a tientas de un vagón a otro, con  cuidado, como de una a otra edad. Brillaban las luces de la vida  en las puntas de pueblos, se nos oía correr como el mar por la  tierra, casi a oscuras, velozmente: pasaron estaciones , casas,  cristales, lluvias, éramos una culebra alargada y rabiosa  transmitiendo electricidad. Entonces vino otra vida iluminada,  encendidas sus ventanillas, estallando en calor sus chimeneas,  todos sentados en el vagón restaurante: Benjamín rozó aquel olor,  Fabio se lo pasó a Bernardo, Cirilo se lo dio a Zacarías,  Primitivo se lo entregó a su madre. Cenamos de pie, tal como  estábamos, sorbiendo el olor de la otra vida que cruzó  fugazmente. Nos disparamos al silencio total, embrujados por lo  desconocido. Había un viento inusitado, los oídos eran ruedas,  intentamos tumbarnos a lo largo de la noche, sollozamos, fuimos  escalofrío. Así Virginia soñó  con Giovanni, Silvestre con  Corinna, Jacinto con Maurice y Lisabetta con Max. Silbó de pronto  Iván en sueños y Evangelos se enamoró  de Ulrica y Kurt le pidió  a Myriam que se casara con Suleyman. El sueño de Nazim entró en  el sueño de Flavia, atravesó todo el soñar de Edward, de Kyra y  de Eva para salir por el sueño de Tomoko. Batían las puertas de  los sueños contra las ventanillas abiertas, Else cubrió a Mirsina  con trozos de periódicos, Rangela miró a la  luna y Ehudi encogió  sus pies. Era la tierra de la noche la que corría como un tren,  tuvimos que apartarnos a un lado para que pasaran las colinas:  cruzaron cordilleras arrastrados en vértigo, pitó fuerte un  volcán, saltó la espuma del océano desbordando las máquinas,  corría la tierra, doctor, corría la vida, Alvaro se quedó  paralítico, Marcial tuvo manchas en la cara, Soledad se separó de  Adrio y Blasa hizo astillas su  vagón mercancías. Consuelo pensó  que era el fin. Pero no, dijo mi madre, aún no era el fin, había  que detener aquellos montes. A Marino se le cayó la memoria,  Elías tuvo que sostener como pudo a Luciano que aguantaba el  terror. Estallaron del techo los recuerdos, se bamboleaba lo  aprendido, Balbina pisó la risa de Lucía, Viruca escupió a la  abuela, Tomasito se metió en la boca el cañón de un túnel y  reventó  la sangre sobre Andrés. Entonces se cruzaron a la vez  todas las chispas de las vías abiertas y se cegaron las  linternas. Ya no se nos veía vivir, y Piedad, Aurora, Delia y  Emiliana agarraron a Jacobo, Isidro, Borja y Raúl para seguir en  vilo, y entre Bartolo, Eloy, Manrique y Arsenio levantaron con  fuerza a mi madre tapándole la boca para que no gritara en el  momento en que alguien lanzó el tremendo chillido anunciándole  que a su hijo ‑es decir, a mí‑ me habían encontrado arrollado  bajo las ruedas del ferrocarril.

Pero ya sabe, doctor, que así no ha sido. Con tablas,  hierros y cristales terminé de pagar el colegio de Justo; a Rocío  le regalé el coche‑cama para su viaje de novios; vendí tuercas y  clavos para tapar facturas. Fui furgón, máquina, vigilé escapes,  eché carbón, revisé techos, me arrastré por raíles tosiéndome los  gases, ajusté, atornillé, limpié manillas. Fui hollín, humo en  polvo. Ahora no, ahora pasa, pasa la vida sobre mí. Traqueteo de  hombres. Planchan este cuerpo los vagones. Vía libre. Helada.  Huelo a flores silvestres. Aplastado en el campo, boca arriba,  nadie me retira de los trenes…

.

‑¿Lo tapamos ya, doctor?

‑¿Qué?

‑¿Le cerramos los ojos?

‑¿A quién?

‑¿Se los cerramos?

‑No. No toquéis nada. Ya aquí no hay nada».

José Julio Perlado: «Ya aquí no hay nada» .- finalista del Premio Narraciones Breves «Antonio Machado».-Fundación de los Ferrocarriles Españoles.-1993.

(Imágenes.- 1.-Alberto Sughi.-artnet/2.-foto Thekda Ehling.-Randall Scott Gallery.-New York.-artnet)

EN EL HUMO

 

trenes.-13581.-fto por Roman Loranc.-Susan Spiritus Gallery.-Newport Bech.-USA.-photopgraphe artnet«Cuántas veces he estado en el frío y la niebla

del andén, esperándote. Paseaba

carraspeando, comprando periódicos sin nombre,

fumando Giuba, suprimidos luego

por el estúpido ministro del tabaco.

Quizás un tren fallido o uno de refuerzo

o un servicio anulado. Examinaba

las carretillas de los equipajes

por si viniese el tuyo y tú llegaras,

demorada, después. Y surgías, la última.

Es tan sólo un recuerdo. Pero en sueños me acosa».

Eugenio Montalefumar.-WWS.-foto por William Klein.-Vogue.-Michael Hoppen Gallery.-pjotographie.-artnet

(Imágenes:-1.- Moving Train, Lwow, Poland.-foto Roman Loranc.-Susan Spritus Gallery.-Newport Beach.-California.-USA. -artnet/ 2.- Smoke and Veil.-(Vogue) .-foto William Klein.-Michael Hoppen Gallery.)