«En casa hay un reloj relativamente antiguo – recordaba Josep Pla en sus «Notas del crepúsculo«(Espasa) – . Es un reloj de caja, muy alto, que colocaron junto a la chimenea y que mis antepasados compraron en Perpiñán a principios del siglo pasado. (…) Cuando el reloj tocaba las horas, lo hacía con un timbre muy mecánico y rápido que parecía un clarinete. Era un ruido tan amarillo como el dorado brillante del péndulo. El paso del tiempo que iba marcando era tan fulminante que parecía directorial. Era el camino de la muerte, señalado de forma indefectible. Yo hubiera preferido un timbre más apagado. Es por todo ello que, al quedarme solo en casa, ya no se le dio más cuerda.
En el dintel de la puerta de mi dormitorio – proseguía Pla – hay un reloj suizo redondo, que fue propiedad del hermano de mi padre, el señor Esteve Casadevall. Si la forma exterior del reloj de caja corresponde a una casa de campo, este redondo tiene un aspecto burgués mucho más acentuado – y, seguramente, fuera de lugar –. La circunferencia exterior está rodeada por otro círculo de madera ondulado y lujoso, muy bien hecho. Dentro de este círculo exterior hay muchas imágenes de paisajes. ( …) Alrededor de esta faja de paisajes se encuentra la cara de la máquina – que es la habitual -. En la superficie de la cara hay dos agujeros que sirven, con la llave correspondiente, uno para poner las manecillas en su lugar, y el otro para darle cuerda. Mi madre
se encargaba de estas tareas, y fue ella quien me dijo un día, tras setenta años de darle cuerda, que el reloj no funcionaba…» Y así continúa Pla, minucioso y certero, su literatura de observación – muy distinta a la literatura de invención- y a la que alguna vez me he referido aquí. Es la pupila de Pla (también como relojero de la literatura) la que observa en este caso los objetos del Tiempo. Observa, desmenuza, hace surgir poco a poco la evocación de su infancia. La sucesión de relojes que aparecen en las páginas de este libro se une a la acumulación de muebles y enseres que pueblan su casa. ¿Y cómo lo hace? «Escribir pausadamente – utilizando a veces pausas muy largas – ( revelaba ) es lo que yo he hecho. En mi caso, fumar ha consistido en encender el cigarrillo
hecho por mí ( liándolo yo mismo) tantas veces como el cigarrillo se ha apagado. Durante esos intervalos he procurado encontrar un adjetivo o ligar una frase. He gastado una enorme cantidad de cerillas. (…) Ahora me ordenan que deje de fumar. Muy bien. Intentaremos dejar de fumar: la decisión es difícil, pero intentaremos dejar de fumar. Ahora bien, ¿cómo quedará mi literatura sin pausas, más bien meditada, aun habiendo alcanzado cierta facilidad, esa literatura que ustedes creen que es espontánea pero no lo es? – en realidad, es todo lo contrario -; ¿cómo quedará mi literatura, abandonada a los adjetivos espontáneos, es decir, profundamente repetidos, vulgares y adocenados? Pero no hay más remedio: la arteriosclerosis no tiene entrañas.»
Y Pla añade: «Sobre el Tiempo, nadie sabe nada. San Agustín – hombre muy importante – escribió en un libro unas palabras sobre el Tiempo, inolvidables. Dijo que él » dejaba de concebir el tiempo tan pronto como dejaba de reflexionar sobre sí mismo.» Y Paul Valéry agregó: » San Agustín sabía qué era el tiempo cuando no pensaba en él y dejaba de saberlo cuando pensaba en él.»
(Imágenes:- 1.- André Kertész.- 1938/ 2.- Jorge Macchi.- artnet/ 3.- Claire Yaffa.– swipelife.com /4.- Edward Hopper/ 5.- Jerry N Uelsmann.- all- art-org)









































El tiempo. Siempre el tiempo en el cine y en la vida. «En una ocasión estaba en Japón y fui invitado a cenar a casa del gran cineasta Nagisa Oshima – cuenta 

ya duermo deprisa, lo noto, sé que no es así porque me pongo trampas a mí mismo, ya se lo dije, le hablé el otro día de las comprobaciones, de mi reloj, me pongo en la mesilla el reloj y al día siguiente compruebo que he dormido, cinco, seis horas he dormido, me lo dice el reloj, siempre me hablaron los relojes, a veces al oído, cuando escuchaba su tic-tac en aquella relojería de que le hablé, oía el tic-tac del reloj y entonces no salía del momento presente, era otra época, otra fase como diría usted, no es como ahora, que ahora sí quiero huir del momento presente, pero entonces no podía salir de él, hubiera venido a verle entonces para contárselo todo pero no me dejaba aquel momento presente, el tic-tac de aquella caja del reloj antiguo, me quedaba oyendo aquel tic-tac en el oído, era un reloj plano, redondo, de bolsillo, de una tapa muy suave y plateada, yo lo sacaba de la vitrina de la relojería y no hacía mas que acercármelo al oído para oir el tic-tac, aquellas ruedecillas que giraban, los muelles, los tornillos, las piezas de acero que parecían moverse muy deprisa pero para mí muy despacio, yo no podía salir de aquel momento presente, no podía actuar, me quedaba paralizado, el dueño de la relojería me regañaba por mi lentitud pero es que yo no podía ir más deprisa, tardaba mucho en cerrar aquella tapa del reloj, luego mi mano iba también muy despacio hacia la vitrina, mi brazo se extendía, era el momento presente de mi brazo con el reloj en la mano, yo no quería llegar a la vitrina, no quería pasar al momento siguiente, no quería vivirlo, mi brazo se extendía y mi mano abría al fin la vitrina e iba colocando el reloj muy, muy lentamente. Ahora me pasa, doctor, todo lo contrario. Creo que me falta ajuste con el tiempo, estoy desajustado. No vivo el presente, ya no estoy en la relojería, corro y corro por la calles, no tengo trabajo. Le he dicho que me ate de algún modo a este sillón porque si no no podría contarle lo que me pasa. Tengo ganas de huir, no me detengo en ningún sitio, envidio a las personas que viven los momentos presentes y los futuros, miro a esas gentes paradas en los semáforos, esperando a cruzar, sin precipitarse ni detenerse. Nunca he podido ser como ellos. Que sepa que en cuanto me suelte, doctor, saldré disparado y nunca sé dónde acabaré esta noche ni adónde iré».