EL FUTURO DEL FUTURO

 


“ Sobre el  futuro del futuro  — quiso opinar JG Ballard en la revista Vogue en 1977 hablando de cómo será  el entretenimiento en el tiempo venidero. Y decía lo siguiente : “Cada una de nuestras acciones durante el día, a lo largo de todo el espectro de la vida cotidiana, será instantáneamente grabada en vídeo. Por la noche nos sentaremos a ver las imágenes, seleccionadas por una computadora entrenada para elegir sólo nuestros mejores perfiles, nuestros diálogos más inteligentes, nuestras expresiones más afectuosas, capturadas a través de los filtros más amables, y luego juntaremos todo ello para tener una reconstrucción mejorada de nuestro día”.

(Imagen — Nam June Paik)

EL ASOMBRO

infancia-bbttd- teatro- Alfred Eisenstaedt- ante las marionetas- mil novecientos sesenta y tres

 

“Me asombra el asombro de los niños. Cuando yo muevo los hilos y levanto las manos y paseo las figuras de madera por el escenario y oculto mis muñecas tras la cortina y ni siquiera dejo ver mis dedos, me asombro del asombro de los niños que aún no son mayores y se quedan fascinados de cómo pega la bruja de la escoba, porque pega muy bien, pega mucho, le da unos trastazos enormes al cráneo del príncipe, pero el príncipe, que tiene esa capa amplia que yo voy moviendo desde arriba, desde el escenario, un trapo especial de color que parece que lo moviera el viento, tiene también una espada escondida, los niños no lo saben, las pupilas de los niños se dilatan cuando la espada diminuta y brillante está a punto de segar la cabeza de la bruja, le corta varios pelos, parece que la cabeza de la bruja fuera a salir volando, y los niños aplauden, se apretujan unos contra los otros, están nerviosos, nada que ver cuando años después los veo ya mayores, medio tumbados en sus sofás en medio de sus familias, vienen cansados de todo el día, cada uno rendido de su trabajo, ahora está cruzando por el lado izquierdo de la pantalla del televisor un tanque humeante envuelto en llamas que casi destroza las piernas a una madre, la cámara se fija en las lágrimas de la madre, se detiene, profundiza en las ojeras de esa madre, en el miedo a la guerra con el  tanque que avanza, un niño chilla medio desnudo, corre despavorido, se levanta incendiado el techo de una casa, no sé, no sé si hoy tendremos mucha audiencia porque más o menos es lo mismo que pusimos ayer y lo que ponemos casi todas las noches en el telediario, no existe el asombro, cruza la costumbre por esta habitación con su paso monótono y gris, apenas se oye caminar a la costumbre, recuerdo sin embargo aquel asombro que teníamos cuando éramos niños.”

José Julio Perlado – ( del libro “Relámpagos”) (relato inédito)

 

 

(mágenes -1- Alfred Eisenstaedt- 1963/ 2-Kenny Scharf)

LA TELEVISIÓN Y LA ESCRITURA

 

«Nuestra táctica es cruzarnos de brazos y quejarnos de que la televisión ha maleado a los lectores – le decía David Foster Wallace a  David Lipsky (Pálido Fuego) -, cuando en realidad lo que ha hecho es darnos el valiosísimo presente de dificultarnos la labor. Según lo veo yo cuanto más difícil sea que al lector le parezca que merece la pena leer tus cosas, más oportunidades tendrás de crear una verdadera obra de arte. Porque sólo el arte real es capaz de conseguir eso.

Tu labor es enseñar al lector que es mucho más inteligente de lo que él pensaba. Creo que una de las insidiosas lecciones de la televisión es la metalección de que el espectador es tonto. A esto es a lo que llegas, espectador. Esto es fácil, y tú eres la clase de persona cuyo máximo deseo es estar en un sillón sin comerse la cabeza. Cuando en realidad hay partes de nosotros que, de algún modo, son mucho más ambiciosas que eso. Y lo que hace falta, creo yo, y no estoy diciendo que yo sea la persona capaz de lograrlo, pero lo que creo que necesitamos es arte comprometido que se lo tome en serio, capaz de volver a enseñarnos que somos inteligentes. Y que hay cosas que la televisión y las películas – aunque determinadas cosas se les dé fenomenal – no pueden darnos. Pero para eso hay que crear las motivaciones para que queramos hacer el esfuerzo extra de involucrarnos con esas otras clases de arte. Y creo que eso puede verse en las artes visuales, creo que puede verse en la música…»

 

 

(Imágenes – Lee Friedlander–2001-`pinterest)

ENTREVISTAS EN RADIO Y TELEVISIÓN

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«La televisión se presta a la polémica, a la confrontación, a la dramatización – recordaba el gran entrevistador Jean-Pierre Elkabbach – . Cada medio tiene su estilo, su decorado, su luz. En la radio existe una presencia casi física, pero es necesario que haya un contenido. Una persona habla con otra persona y las dos se dirigen a una tercera persona que es el oyente. En la radio hay un lado muy intimista, se mira derecho a los ojos, se habla en mangas de camisa. Por ejemplo, cuando entrevisté en la radio a Miterrand le pregunté si podía quitarme la chaqueta y desanudar mi corbata; él también lo hizo; no lo supo nadie. Fueron dos horas con el presidente, sin fotógrafos ni colaboradores, únicamente nos acompañaba un técnico.

En televisión se tiene tendencia, en cambio, a sustituir la imagen y el espectáculo por el contenido de la palabra. Pero en los momentos donde la televisión es verdadera, auténtica, y cuando ella pone en confrontación a las gentes, entonces es sublime. A veces me he sentido bloqueado, ya que si mi interlocutor no quiere responderme, ostensiblemente cambio de tema. Pero en la primera ocasión que puedo y cuando el personaje no espera ya mis palabras, vuelvo sobre la cuestión enfocándola desde otro punto de vista. Nunca la dejo. Y siempre pienso además: cuanto más corta sea la pregunta ella será más eficaz».

 

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Otro excelente entrevistador, Patrick Pesnot, recordaba que «la entrevista en televisión es más rica que en la radio puesto que muchas veces es la búsqueda de la emoción antes que de la información. Una voz que falla un poco en la radio lo pasa mal; mientras que un rostro que vacila, un silencio que se alarga, eso es formidable en la televisión. Y también unos ojos que rehuyen nuestra mirada. Pero es necesario olvidar todos los instrumentos y aparatos que hay detrás. Si esto ocurre, se consigue que sean muy auténticas las gentes a quienes preguntamos. Recuerdo una de mis mejores entrevistas: una mujer que iba a morir de cáncer. Ella lo sabía. Era un prodigio de vida, de calor, de fuerza, de humor. El día de la entrevista se maquilló cuidadosamente hasta transformarse en una mujer hermosa. Nunca se me olvidará».

 

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En el campo de la literatura, Bernard Pivot, el magnífico presentador de «Apostrophes», anotaba para la entrevista televisiva una serie de reglas: 1.- hacer preguntas cortas; 2-  considerar que cualquier respuesta, aunque sea decepcionante, es más importante que la pregunta; 3-  no olvidarse nunca de que también es el telespectador quien hace la pregunta y que también él escucha la respuesta. «Tengo una forma de ser, de escuchar, de hablar y de replicar que forma parte de mí , que ya existía antes de meterme en la televisión y que seguirá existiendo cuando la deje – añadía Pivot -. Mucha gente piensa que por el modo de hacer preguntas y conversar delante de las cámaras, el periodista debe comportarse de forma distinta a como lo haría cuando habla con alguien en su vida cotidiana. Yo, en cambio, no veo más que puntos  en común entre ambas situaciones, salvo que, obviamente, en la televisión el tiempo siempre se te echa encima y tienes que darte más prisa que si estuvieras en tu casa o en la calle, y que todas las palabras deben ser «útiles». Pero en el trajín de la conversación, ¿cómo  puede uno ser distinto a como es en su fuero interno? A menos que sea un actor fabuloso».

 

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(Imágenes.- 1- Jean -Pierre Elkabbach y Giles Bouleau  entrevisando a Putin- 2014/ 2.-  Alejandra Laviada/ 3.-Sipho Mabona– 2014/ 4.-Adolph Gottlieb -1962)

VULGARIDAD Y MODERNIDAD

«Nos guste o no, para el periodismo moderno el aspecto importante de un hecho – recuerda Alessandro Baricco en su interesante libro «Los bárbaros«(Anagrama) – es la cantidad de movimiento que es capaz de generar en el tejido mental del público. A un nivel extremo, un conflicto importante y sanguinario en un país de África para un periódico occidental sigue siendo una no-noticia hasta el momento en el que entra en secuencia con porciones de mundo en posesión del público occidental.(…) Por muy absurdo que que pueda parecer, es exactamente lo que esperamos de los medios de comunicación, pagamos por tener esa clase de lectura del mundo«. En una entrevista en The New York Times en 1996 un periodista decía: «Esto es para lo que vivimos. Es decir, «catástrofe», «caos». Siempre puede haber algún terremoto que te dé un vuelco al corazón». Pero como he comentado en alguno de mis libros, «cuando la muerte llega de nuevo en la secuencia siguiente del noticiario – ese tanque, por ejemplo, que está aplastando al niño inocente – no sabemos si ello es realidad o ficción, tan maquillada aparece la realidad con su disfraz de afeites. Exclamamos entonces, ¡qué horror! Pero estamos en el segundo plato de la comida y continuamos masticando nuestra cena de horrores. La vida sigue». («El artículo literario y periodístico»)


No nos asombramos, pues, de que nada nos asombre. No nos asombramos de nada. Tampoco de descubrir la vulgaridad tras el disfraz de la aparente modernidad. Seguimos masticando vulgaridad creyendo que es modernidad y tragamos los lenguajes decadentes como si fueran sublimes. «Vulgaridad» fue la palabra introducida por Madame de Staël en 1800. «Modernidad«, la que pronunció Teófilo Gautier cincuenta y dos años después, en 1852. Chautebriand, por su parte, fundió los dos términos, modernidad y vulgaridad, al hablar de sus viajes. Y a Baudelaire se le calificará como el definitivo inventor de esta palabra: «modernidad«.

Pero modernidad y vulgaridad muchas veces aparecen mezcladas en las pantallas, el rostro de una esconde el antifaz de la otra, nos hacen ambas tremendas muecas desde sus imágenes, guiñan sus ojos equívocos, desfilan brillantes entre las pasarelas de la publicidad animándonos a ser mucho más modernos aunque seamos menos educados.

(Imágenes:-1.-Kenny Scharf.-1981.1983.-artnet/2.- Nam June Paik.-AndrewShire Gallery.-Lo Angeles.-USA.-artnet)

RIGOLETTO Y MANTUA

La representación de Rigoletto en los escenarios de Mantua, paseando ante el Palazzo Ducale o el Palazzo Te, trae la voz de Plácido Domingo entre disfraces y  amores, vendas y burlas, nobles y  cortesanos, calles oscuras y grandes lugares escogidos por Verdi

Las cámaras siguen a las voces, abren las puertas de las estancias, espían lo gestos… La ópera se expande.

«El dúo entre Rigoletto y el sicario Sparafucileescribió La Gaceta Oficial de Milán sobre Rigoletto -es nuevo de forma, de concepción y de melodía; encierra un acompañamiento de un efecto admirable. Cuando el padre recomienda a  Juana que guarde cuidadosamente a su hija, la expresión musical no puede ser ni más verdadera ni más admirable. El dúo entre Gilda y el duque es elegante y patético. La «cavaletta» es mordaz, llena de vivacidad, hecha en un conjunto de voces con un efecto prodigioso. El coro de los cortesanos que secuestran a la hija de Rigoletto tiene cadencias admirables».

(pequeña evocación de Rigoletto, interpretado por Plácido Domingo desde los escenarios de Mantua, emitido estos días por varias televisiones)

(Imagen:-Giuseppe Verdi.-wikipedia)

OBSESIÓN POR LAS AUDIENCIAS

 

Tomado de la televisión italiana – pero pudiendo pertenecer a cualquier otra televisión -, he aquí el interminable  ¿»telediario»? de las audiencias, la obsesión por haber captado espectadores, la retahila de índices y de números recitados por la presentadora  sustituyendo al verdadero periodismo, ese periodismo que, por calidad, no necesitaría nunca autopromocionarse…

OJO HUMANO SOBRE EL MAL

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«Se estrella el segundo avión secuestrado por terroristas contra la segunda de las dos Torres Gemelas de Manhattan.

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La imagen del impacto es vista en directo por el mundo entero. El ojo humano queda hipnotizado por la incredulidad y el horror y la palabra no sale de los labios, sólo aparece el gesto.

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El ojo humano queda imantado en la pantalla y la pupila recoge esa humareda blanca y esa bolsa de sangre incendiada que envuelve a los rascacielos.

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Minutos después aparecen pañuelos de vidas en las ventanas despidiéndose o pidiendo auxilio a la existencia. Otras existencias caen ovillándose para siempre, rodando por el aire de la niñez al suelo, despavoridas, seguidas por el ojo humano que no las puede ayudar. El ojo de la cámara, el ojo del televisor sigue teniendo en su pupila una nube roja y blanca, una mancha o penacho en llamas que le impide ver con serenidad.

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Las dos Torres están llenas de vida, es decir, de proyectos, de amores, vacaciones, fiestas, paisajes, niños en las casas, colegios, deudas, créditos, preocupaciones, lágrimas y carcajadas. Pocos minutos después, al caer derrumbadas todas esas vidas, el polvo se hunde haciéndose arena y esa arena expulsa una bocanada de pavor entre las calles, aliento caótico en Manhattan que apenas se huele y que sólo el ojo contempla mientras corre hacia atrás, intentando no ser alcanzado por el televisor.

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Es el triunfo del ojo sobre la palabra porque la palabra aún no se pronuncia, no ha tenido tiempo de pronunciarse. Sólo el grito y el gesto dominan entre exclamaciones y los diálogos apenas se inician, mucho menos las palabras impresas. Pero las palabras impresas – primeras ediciones de periódicos – pronto aparecerán. Más tarde vendrán primeras ediciones de libros, segundas ediciones, volúmenes, palabras, palabras analizadas, palabras investigadas, encuadernadas, palabras doradas por el estilo, traducidas, bruñidas, repujadas, colocadas en estanterías, situadas en bibliotecas. El ojo no basta. La imagen no es suficiente. El ojo recibiendo imágenes no explica a sí mismo la Historia. Es excepcional, sí, como documento histórico, es importante testimonio ocular, pero visto y no visto en aquella increíble mañana neoyorquina, el ojo necesitará posarse también sobre la página, resbalar sobre el texto en papel como lo hace sobre la pantalla.

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A este día de terror no le es suficiente el ojo televisado. Este ojo tendrá que salir de esta habitación de imágenes y buscar un periódico, detenerse, volver a rebuscar entre las líneas del periódico, ávida y tenazmente, intentando encontrar el secreto bajo la tierra de las palabras. Después lo hará en el libro. Aquí sí, aquí una palabra clave vale más que mil imágenes saliendo del Vesubio de Nueva York, fantasmas de arena como esculturas de barbarie. Esas estatuas de arena que andan sobre los puentes con sus carteras de ejecutivo y sus pañuelos de ocasión escapan maquilladas del polvo del espanto como saliendo de Nínive. ¿Por qué marchan hieráticas y sobrecogidas? ¿Qué ha ocurrido en esos edificios gigantes que ahora se derrumban? ¿Por qué, por qué?once de septiembre.-FF Los porqués quedan envueltos en los gases neoyorquinos, en el misterio de la polución americana, dentro de la cúpula del consumismo occidental. Antes de caer las innumerables oficinas, los papeles despiden en el aire las facturas y los balances revolotean suicidándose. Es el cielo de millones de papeles blancos, el cielo de existencias arrojadas desde las ventanas. Los qués siguen apareciendo en las pantallas de los televisores mientras los porqués se esconden aún en los libros. Durante siglos paces y odios entre civilizaciones se han prensado entre signos apretados que los copistas se pasaron unos a otros, que los lectores leyeron primero en voz alta y luego en la intimidad. Después la lectura cambió la intensidad y el silencio por la extensión y el afán de leer. Gran parte del mundo occidental leía en el siglo XlX. Luego, al entrar las imágenes en las habitaciones del siglo XX, al sentarse los hombres ante las pantallas y quedar extasiados por sombras y luces, el libro permaneció en otro cuarto y fue alejándose poco a poco al fondo del pasillo del esfuerzo y también del placer».

El ojo humano siempre tendrá que ver – y recordar – el qué.  Y  deberá leer  – y estudiar – el porqué del mal.

El ojo y la palabra«, páginas 11-13)

(Imágenes: algunas fotos tomadas el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York por un avión militar.- Nine Eleven.- Retour sur le septembre 2001. morel michel)

ANTE EL TELEVISOR

television.-wwwTT.-por Arnold Mesches.-1971.-Robert Berman Galery.-artnet

«Entonces, prácticamente a la misma hora en que usted detenía un momento su tiempo, otro tiempo luminoso aparecía palpitante en el gran reloj exacto de la Redacción de Televisión, y las mesas y las pantallas, las teclas y las conexiones de ordenadores y televisores punteaban aquel tiempo en segundos de imágenes y una presentadora rubia recitaba ahora ensayando arriba y abajo pasillo adelante con las eses silbantes de los textos que le iban entregando ya acabados, modulando bien el acento para catástrofes y reuniones políticas, trayendo y llevando con sus dientes, su lengua y su saliva, en la caja de sus mandíbulas, las muertes y las vidas filmadas durante el día y a punto de servírselas a usted como cena mientras ella seguía con su jersey azul y sus negros pantalones vaqueros pasillo adelante, aún no había bajado a peluquería ni a maquillaje ni tampoco había elegido todavía su traje de chaqueta color malva, y leía y leía ahora y recitaba y memorizaba cuanto podía aquellas cumbres de noticias económicas, el énfasis que debía de poner al anunciar tragedias, la bajada de párpados y sobre todo de tonos y de timbres al condolerse en dramas personales, las pausas cuidadosas al descender por las escalinatas de las Bolsas, la sonrisa sugestiva y radiante al celebrar victorias deportivas, el tiempo, el tiempo siempre, el tic-tac, el tic-tac luminoso del segundero implacable en los informativos de Televisión que iba segando, afilando, afinando, dejando transparentes y delgadísimas láminas de vídeos, voces en off, conexiones, crónicas, reportajes, gestos simbólicos, muecas instantáneas captadas en primer plano del tiempo, tic-tac, el tic-tac luminoso, el paso arriba y abajo de la presentadora rubia, Aquí le cortaremos al ministro, Tienes siete segundos más para este gol, esa imagen desaparecerá instantáneamente, mientras usted va despegándose poco a poco del tiempo y la peluquera y la maquilladora sientan ahora ante el espejo a esta presentadora rubia de eses silbantes que extiende ya la mano para el último cuidado de uñas, que cierra los párpados con la cabeza relajada hacia atrás bajo los focos para que pase la sombra de ojos sobre el tiempo de su cara y de su cutis, tic-tac, el tic-tac escondido de su pulso mientras se deja maquillar, peinar, suavizar la imagen, y se viste luego su traje malva de chaqueta cruzada con grandes solapas y se sienta ya recta e imperturbable en la silla, ante la mesa, ante las cámaras, con su eterna sonrisa…Cinco, cuatro, tres, dos, uno,cero, ¡YA!».

José Julio Perlado: del libro «Vida contemporánea» (relato inédito)

(Imagen:- Arnold Mesches.-1971.-Robert Berman Gallery.-artnet)

PREGUNTAS

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¿Hace al hombre feliz la lectura? ¿Hace al hombre feliz la televisión? ¿Qué se busca cuando uno se sumerge en la lectura? ¿Qué se busca ante la televisión? Vienen las sabias frases de Péguy a la memoria:

     «Lectores; lectores puros, que leen por leer, no para instruirse, no para trabajar; puros lectores, como para la comedia y para la tragedia hacen falta puros espectadores, como para la escultura hacen falta puros espectadores, que de una parte sepan leer y de otra parte quieran leer, que, en fin, únicamente lean, y lean todo únicamente; hombres que miren una obra unánimemente para verla y para recibirla, (…) para alimentarse, para nutrirse como de un alimento precioso, para hacerse creer, para hacerse valer interiormente, orgánicamente, no para trabajar con ni para hacerse valer socialmente, en este siglo; hombres en fin que sepan leer, ¿y qué es leer?, es entrar dentro; entrar en la lectura de una obra, entrar en una vida, en la contemplación de una vida, con amistad, con fidelidad, incluso con una especie de complacencia indispensable, no solamente con simpatía sino con amor; es lo que hace falta para entrar como en la fuente de la obra; y literalmente colaborar con el autor; no hay que recibir la obra pasivamente; la lectura es el acto común, la operación común del que lee y de lo leído, de la obra y del lector, del libro y del lector, del autor y del lector; como el espectáculo es el acto común, la operación común de la obra dramática y del espectador, del autor dramático y del espectador.» («Dialogue de l´histoire et de l´âme païenne«.-(La Pléiade,1961)rostros-1000-foto-desiree-dolron-michael-hoppen-contemporary1

Los ojos de otros siglos asomados a la lectura de los libros, los ojos de este siglo asomados a la pantalla del televisor. ¿Leer por leer, como decía Péguy? ¿Mirar por mirar, como suele hacerse hoy ante la televisión? «El zapping  – ha recordado Armando PetrucciLeer por leer. un porvenir para la lectura» en «Historia de la lectura» de Roger Chartier (Taurus) – es un instrumento individual de consumo y de creación audiovisual absolutamente nuevo. Esta práctica mediática, cada vez más difundida, supone exactamente lo contrario de la lectura entendida en sentido tradicional, lineal y progresiva; mientras que está muy cercana a la lectura en diagonal, interrumpida, a veces rápida y a veces lenta, como es la de los lectores desculturizados. Por otra parte, es verdad que el telespectador creativo es en general también capaz de seguir, sin perder el hilo de la historia, los grandes y largos enredos de las telenovelas, que son las nuevas compilaciones épicas de nuestro tiempo, síntesis enciclopédicas de la vida consumista, cada una de ellas puede corresponder a una novela de mil páginas o a los grandes poemas del pasado de doce o más libros cada uno».

(Me viene a la memoria todo esto cuando leo un informe de Springer Science + Business Media en el que se dice que el consumo de televisión es un 30% superior en las personas infelices y que las personas que no están contentas en su matrimonio emplean más tiempo delante del televisor, un 10% por encima del consumo de aquellas personas felices)

¿Hace más feliz la lectura? ¿Hace más feliz la televisión?

¿O la felicidad se lleva dentro?

(Imágenes: foto: Valerie Belin.-Michael Hoppen Contemporary./ foto: Desiree Dolron.-Michael Hoppen Contemporary.)

DEJARSE VER

El 30 de julio pasado escribí aquí un texto titulado «¿Nos está reprogramando la Red?» en el que hacía referencia a un artículo de Nicholas Carr sobre Internet. Ahora leo estas frases suyas sobre la lectura que me hacen reflexionar. «No pienso del modo que solía hacerlo antes –confiesa -. Esto me resulta más evidente cuando leo. Sumergirme en un libro o en un largo artículo me resultaba generalmente fácil. Mi mente podía mantenerse poseída por la narración o por los giros del argumento y pasar horas recorriendo vastas extensiones de prosa. Pero éste ya no es el caso. Ahora mi concentración comienza a dispersarse después de dos o tres páginas. Me inquieto, busco el hilo,  comienzo a buscar cosas que hacer. Siento que mi cerebro va a la deriva, que tengo que arrastrarlo para que vuelva al texto. La lectura profunda que solía fluir con naturalidad se ha convertido en un combate».

¿Nos está, pues, reprogramando la Red? Y cuando se comenta otro libro, «El mundo a través de una pantalla» de Lee Siegel (Urano), ¿ es cierto lo que señala el comentarista, que «lo que le subleva a Siegel es la puerilidad de una cultura en la que se pretende que todo el monte es orégano, y en la que el derecho a pretenderlo se promueve como la conquista suprema? ¿ Es cierto que la cultura de la imagen ha despojado a la fama de su contenido ético y la ha vuelto estética, sinplemente: lo importante es «salir», dejarse ver?».

¿Para quienes escribimos en la pantalla lo único importante es «dejarse ver«?

(Imagen.-1981.-Foto: Lisakahane.-South Bronx.-Portrait of Rubble.-The New York Times)

EL LADO OSCURO DEL ESFUERZO

En general, se elude exigir esfuerzo a los niños – a  los hijos -, no vaya a ser que se molesten o que crean que esta vida es costosa. En general, se elimina el esfuerzo a los alumnos, permitiéndoles que pasen de curso con dos o tres asignaturas, no vaya a ser que les parezca difícil el Instituto. En general, no se pide  esfuerzo a los universitarios con un trabajo serio de investigación, no vaya a ser que abandonen por fatiga. En general, se oculta el lado oscuro del dolor, se elude el sacrificio o la renuncia, se escamotea la muerte, no vaya a ser que a alguno le parezca áspera la vida. En general…, siempre, siempre en general…, puesto que hay excepciones ocultas, existencias sencillas, vidas anónimas que van contracorriente y de las que nadie habla. En general, no se comenta nada de la lucha, del combate por existir, del esfuerzo por vivir un día más, del esfuerzo también por superar una enfermedad. En general…, siempre, siempre en general…, los aperitivos de la Televisión nos ofrecen la pasarela social de la juventud bronceada, del cuerpo sin grasa, de la elasticidad del gimnasio, del vientre perfecto tras la maternidad y de la sonrisa permanente y luminosa.

En general, siempre en general…,aunque lo general es lo cotidiano, esto que vemos todos los días.

Por eso comparto con alegría estas palabras encontradas en Una temporada en el infierno: « los ejemplos de hombres y mujeres capaces de combatir y vencer el cáncer, cuando ha sido posible, se me antojan con frecuencia modelos admirables: hombres y mujeres capaces de resistir, luchar, a solas, contra el atroz fantasma de la muerte».

Y más arriba, esta otra denuncia:

» no soportamos las imágenes públicas de la enfermedad, cuyo combate puede ser un modelo heroico, para los vivos y los muertos».

(Imágenes: foto: John Bock.-Museum of Modern Art)

¿ NOS ESTÁ REPROGAMANDO LA RED?

«La televisión es parte de la realidad en la misma nedida que los Toyota y los atascos de tráfico»  – decía en una ocasión  David Foster Wallace – No podemos, literalmente, imaginarnos la vida sin ella. La generación de americanos nacidos después de 1950 es la primera para la cual la televisión ha sido algo que vivir en lugar de algo que mirar (…) No somos distintos de nuestros padres porque la televisión presente y defina nuestro mundo contemporáneo. Nos distinguimos de ellos en que no tenemos recuerdos de un mundo carente de esa definición electrónica«. 

Por su parte el argentino Ricardo Piglia confiesa en «Crítica y ficción» (Anagrama) que  «el cine ha sido algo muy importante a lo largo de mi vida, puesto que paralelamente a leer libros veía películas, eran dos mundos paralelos, dos vidas. Creo que es una experiencia de toda mi generación, hemos estado muy conectados con el cine. Me parece que los escritores de mi generación somos los últimos que no vimos televisión de chicos, que no vimos el televisor como una presencia cotidiana, que está ahí desde que uno nace. como la madre, digamos, un aparato que habla y está en la casa, como algo con lo que uno tiene que establecer un acuerdo o algún tipo de relación, pero que está siempre ahí».

¿Qué tipo de acuerdo hay que establecer con ese aparato? Sí,  el televisor está ahí, pero de la televisión como contenido comienzan a alejarse muchos jóvenes que se van refugiando en Internet. «La televisión es muy aburrida – ha reiterado el dramaturgo norteamericano David Mamet -. De vez en cuando, la enciendo en un hotel, pero es que es un auténtico muermo, sobre todo la ABC. Es hacia allí hacia donde va el futuro: hacia todos esos programas que parecen dibujos animados. Parece que las cadenas condescienden con el peor gusto. Da un poco de miedo, pero tampoco pasa nada; de todos modos, es algo que se veía venir en este país. (…) El problema está siempre en la televisión. Si uno no ve la televisión, puede aprender a hacer algo como tallar madera o incluso leer. El otro día hablaba con un amigo, una especie de experto en el mundo del espectáculo, y le dije: «No entiendo la televisión. Creo que comprendo ciertos aspectos esenciales de las actuaciones en vivo y el aspecto básico de la radio y el cine. Pero la televisión no la entiendo». Y él me dijo: «La televisión es básicamente un  espectáculo para vender pócimas». Y tenía razón. Para un número indeterminado de minutos de supuesto entretenimiento, la televisión captará nuestra atención durante treinta segundos para vendernos un frasco de aceite de serpiente. Éste es su carácter esencial. Es una herramienta para vender».

Pero si uno abandona la lectura,  y abandona también la televisión, ¿a qué se entrega en Internet? También habrá que establecer un tipo de acuerdo o un tipo de relación con el ordenador y la pantalla  para que no nos devore.  Estos días están nuevamente muy vivas las reflexiones sobre el tema de la lectura e Internet, cómo Internet puede modificar nuestra forma de leer.  En un blog que siempre aporta  información completa y excelente, Nauscopio scipiorum, se cita un muy interesante artículo de Nicholas Carr titulado «¿ Qué le está haciendo Internet a nuestros cerebros?».  En ese artículo a su vez se extraen unas palabras del dramaturgo Richard Foreman que dicen así: “Procedo de una tradición de cultura occidental en que el ideal (mi ideal) era la estructura compleja, densa, como una catedral de la personalidad de alta educación y expresión, el hombre o mujer que llevaba dentro de sí una versión individualmente construida y singular del patrimonio completo de Occidente. [Pero ahora] veo dentro de todos nosotros (yo incluido) la sustitución de la compleja densidad interna por un nuevo tipo de ser que evoluciona bajo la presión de la sobrecarga de información y la tecnología de lo “instantáneamente disponible”.

Tmabién en otro blog de referencia como es Una temporada en el infierno se comenta  el tema bajo el título,  «Internet, blogs y el futuro de la lectura». Figuran en esa nota importantes citas del The New Yorker con artículos de Anthony Grafton, e igualmente del New York Times, abordando una vez más el asunto del porvenir de la lectura.

El debate está presente. Las opiniones, muy diversas.  ¿Es cierto lo que se dice al inicio del artículo de Nicholas Carr hablando de Google? : « Nunca un sistema de comunicación ha ejercido una influencia tan amplia sobre nuestros pensamientos como hace hoy Internet. Pero a pesar de todo lo que se ha escrito sobre la Red, se ha pensado poco en cómo exactamente nos está reprogramando. La ética intelectual de la Red sigue siendo oscura».

(Imagen: dibujo de Internet: Jeroen Wijering.-foto: film sill.-press designacademy.nl)

LA REALIDAD Y LA APARIENCIA

Leo hoy en el periódico estas declaraciones de Claude Chabrol:
«Estamos llegando ahora a tal perfección que detrás de las apariencias que nos muestra la televisión o la prensa no está la verdad, sino otras apariencias y ésas nos conducen a otras y a otras. Son algo así como las últimas novelas de Agatha Christie con sospechosos que llevaban a otros sospechosos y éstos a otros. La televisión es una apariencia detrás de otra y por eso me interesa».
Después releo el libro que tengo entre las manos:
«Un hombre aislado se crea una imagen de sí mismo, una «apariencia», mediante la cual quiere afirmarse ante la opinión de los otros; quiere proteger su «apariencia» y por tanto debe inclinarse ante la «apariencia» del otro. El hombre tiene más miedo de la cercana apariencia del humano poder de la opinión, que de la lejana e inerme luz de la verdad. Y se doblega al poder de la opinión, convirtiéndose en su aliado, en uno de sus portadores. Se hace esclavo de la apariencia. Si en algún momento ha empezado a confiar en ella, después no tendrá más remedio que seguirla paso a paso. Ya no puede romper la red de la deformación común. En sus acciones ya no se orienta según la realidad, sino según las presumibles reacciones de los otros. Se llega así a un dominio de la opinión, de lo falso. De este modo toda la vida de una sociedad, las decisiones políticas y personales, puede basarse en una dictadura de lo falso: de la forma como las cosas se representan y se refieren, en lugar de la misma realidad. Toda una sociedad puede caer así de la verdad en el engaño común, en una esclavitud de lo falso».

BABEL A LAS NUEVE DE LA NOCHE


Sentado en Mi Siglo contemplo Babel a las nueve de la noche, cuando la sintonía del telediario me trae las primeras imágenes y escucho estas declaraciones de Rosa María Calaf, veterana corresponsal de Televisión Española en Asia: «En estas tres décadas se ha producido un deterioro del periodismo, sobre todo en televisión, ya que prima el impacto sobre lo que importa. Lo que más interesa ahora es la espectacularidad, que sirve para vender tragedias. Además, ha tenido lugar una auténtica revolución tecnológica, que ha propiciado cosas muy buenas, pero también que predomine la velocidad sobre los contenidos, aunque no se cuente nada. El principal riesgo de todo este proceso es que se construyen valores erróneos y, en el telediario, no se distingue entre los niños desnutridos de África y el contrato millonario de un futbolista. Como consecuencia, la gente se acostumbra a consumir sin pensar, lo que es muy grave porque se crea una sociedad descerebrada. Estamos creando una sociedad de consumidores, no de ciudadanos».

Sentado en Mi Siglo pienso en esa verdad sobre el periodismo actual: la primacía de la velocidad sobre los contenidos, algo que está transmitiendo no sólo la televisión sino cuantos instrumentos tecnológicos avanzan a velocidades múltiples, por ejemplo Internet, este milagro de la comunicación instantánea ante el que hay que preguntarse qué se comunica tan instantaneamente y qué contenidos y valores se transmiten cabalgando siempre sobre los lomos de la celeridad.

Sentado en Mi Siglo contemplo Babel a las nueve de la noche y recuerdo que escribí no hace mucho que nuestra pupila ve los telediarios y no los mira, los mira y no los comprende. A la pupila le falta muchas veces la comprensión, ese ponerse en lugar del otro, no recibir tan sólo sino aprehender imágenes y sonidos que nos desvelan lo que ese otro lleva dentro. A ese otro, en directo y mientras cenamos, le están acribillando con los ojos vendados ante un pelotón de fusilamiento. Hace años escribí en un libro: Ese hombre, como todos los hombres, va a morir; va a morir por primera y última vez. No me acostumbro a ello. Me lo repito continuamente. Aunque fuera en diferido, los disparos siempre son definitivos porque esa vida es única e irrepetible y el cuerpo de la venda cae doblado sin poderse sustituir. El asombro, sin embargo, nos tienta en la pantalla con el siguiente anuncio de líneas aerodinámicas de un automóvil. Nos tienen necesariamente que tentar con la sorpresa porque la publicidad sabe que nos estábamos quedando adormecidos con tanta muerte. Se nos sacude entonces con los objetos deslumbrantes ya que al parecer los sujetos repetitivos y sangrantes – quizá sólo por ser repetitivos – nos provocan sopor. Entonces pasa y vuelve a pasar el objeto iluminado y musical desde todos los ángulos insólitos y se deja ver, mirar, admirar cuantas veces sea necesario hasta que lo consumamos en vida antes de que la muerte llegue. Cuando la muerte llega de nuevo – ese tanque, por ejemplo, que está aplastando al niño inocente – no sabemos si ello es realidad o ficción, tan maquillada aparece la realidad con su disfraz de afeites. Exclamamos entonces, ¡qué horror! Pero estamos en el segundo plato y continuamos masticando nuestra cena de horrores. La vida sigue. («Necesidad del asombro» en «El artículo literario y periodístico» (Eiunsa).

Después me levanto de Mi Siglo porque ha acabado ya Babel a las nueve de la noche, la apago y me voy a dormir.

UN DÍA EN LA VIDA DE ALEXANDR SOLZHENITSIN

Ahora que está a punto de aparecer una gran biografía de Solzhenitsin pacientemente investigada y escrita por Ludmila Saráskina durante siete años, me viene a la memoria mi descubrimiento hace mucho tiempo del gran libro «Un día en la vida de Iván Denísovich» y la entrevista que en 2003 concedió el Premio Nobel al canal estatal ruso «Rossía» con motivo de su 85 aniversario.
En aquella entrevista-reportaje intervenían varios de sus hijos y su actual mujer.
-Usted dice que la cárcel es buena para el artista.-le preguntó el periodista.
-Allá está dicho – contestó Solzhenitsin -. Buena es para los que sobrevivirán. Y para los que lograrán sacar la enseñanza moral.
-Y lo que narra en «Iván Denísovich«, ¿ eso es de su experiencia?- le preguntaron.
– Eso es de mi propia experiencia -respondió el escritor-. Eso yo lo podía tomar solamente de mi experiencia. Sin la experiencia propia no lo comprenderías. Observando no lo comprenderías. Eso debe ser uno mismo.
Otro de los hijos del novelista mostraba desde Vermont, en Estados Unidos, la casa en donde Solzhenitsin escribía.
-Aquí está la casita – decía-. La mañana era su momento sagrado para el trabajo. Precisamente sobre esta mesa escribía la novela sobre la revolución rusa. Esta era la pequeña ventana. Nosotros hemos visto que a través de ella pasa la vida, pasa el trabajo. Él era nuestro profesor de matemáticas. Esa roca en la tierra era nuestro Pegaso. Nuestro padre nos dijo que esto era un caballo pero transformado por un mago. Y que en este caballo íbamos a volar hacia Rusia. Por eso para nosotros eso fue el caballo encantado.
Por otro lado, la esposa del escritor confesaba:
-Cuando entro en la habitación, percibo su estado de ánimo. No lo percibo por cómo está sentado, ni por cómo me mira o se mueve. Él está de espaldas. Lo sé por la calidad del silencio en la habitación.
Por fin, el propio Solzhenitsin comentaba entre otras cosas:
-Entre los artistas hay muchos y diferentes ismos. Pero no son esenciales. A menudo son inventados. Así como también lo es la división entre los artistas creyentes y no creyentes. Ellos dicen que están libres de alguna instancia superior, que sobre ellos no hay nadie. «Yo no creo y yo soy creador del Universo. Yo he creado el mundo»- dicen. Normalmente tales artistas se esfuerzan pero no pueden llegar alto. Pero el artista que cree en Dios, o por lo menos que en él hay conciencia de Dios, conciencia de que hay en el mundo una fuerza superior, se comporta como el aprendiz-ayudante de Dios. El orgullo es un pecado muy pesado. Uno no tiene que tener orgullo. Puede tener satisfacción. Si tienes satisfaccción das gracias a Dios. Pero tener el orgullo, el orgullo nacional, el orgullo estatal, no.
Así concluía aquella entrevista en el canal estatal ruso cuando cumplió el gran escritor 85 años.