BRAZOS DE LA ELECTRICIDAD

Instrumentos de fuerza, herramientas de trabajo — escribe el poeta italiano Luciano Folgore en 1912.

manejados por esta voluntad,

remolques pesados,

que devoran con avidez

el espacio, el tiempo y la velocidad,

oh brazos de la Electricidad

tendidos en cualquier lugar,

para tomar la vida, para transformarla,

para amasarla,

con rápidos elementos,

oh engranajes potentes,

soberbios hijos de la Electricidad

que trituras el sueño y la materia,

oigo vuestras notas silbantes

que confluyen desde todas las fábricas,

desde todas las obras,

por los caminos vigorosos de sonidos

con el himno de los vagones,

y celebrar

divinamente

la voluntad

que cualquier prodigio hace

la libre Electricidad.

(Imágenes— wikipedia)

LA CASA Y LA LUZ

 

 

“La casa que habito es sencilla, aislada y bastante silenciosa — cuenta el escritor italiano Giorgio Manganelli -; habito allí desde hace ya muchos años y supongo que en este lugar, hacia el cual ya no siento sentimientos  precisos, deberé dejar de existir. La casa no es grande: tiene dos dormitorios, una sala, una cocina y un guardarropas. Yo duermo solo y, en consecuencia, en la casa no hay más que un lecho; la sala no se usa para esparcimiento ni para las comidas, dado que casi nadie frecuenta mi casa. La casa se multiplica en relación a la luz: hay días luminosos en los cuales habito una casa entristecida, ruinosa, colmada de un vago olor a musgo, a moho, que me hace pensar en una biblioteca frailuna abandonada, las ventanas desde hace años abiertas de par en par a la lluvia y al viento, y los grandes volúmenes abiertos empapándose sobre el pavimento. No distingo los títulos, pero el olor de las encuadernaciones  me hace desear que haya suficiente luz como para leer aquellos libros que, es posible, tienen que ver con mi soledad.

En breve, la luz que ilumina la casa no parece tener relación con la luz que debo suponer del mundo sino con una luz intrínseca, una luz que no emana de las paredes sino que la habita. A veces la casa es embestida por una luz color amaranto, fluctuante y metálica, que la transforma, me atrevería a decir, en un paisaje, un lugar casualmente encantador que yo admiro, inmóvil, y al que me entrego sin resistencia. Resulta inevitable preguntarme si esta luz color amaranto indica una particular relación con mi existencia , pero no sabría qué responder si, por así decir, tiene un significado. Mas desde hace tiempo he dejado de preguntarme si la casa es capaz de significados y cuáles pueden ser.

(…)

Sin embargo hay muchos momentos en que la luz de la casa es sencillamente vespertina, una especie de caricatura de la luz de una noche mundana. La luz vespertina tiene la obvia cualidad de ser próxima a todas las posibles luces y, por tanto, de estar en los umbrales del color amaranto, del violáceo y lo tenebroso, incluso en los umbrales de una luz que no he nombrado, un chillón anaranjado, que claramente me desafía (…) En estos momentos me queda claro que la casa está, al revés de lo que en apariencia he afirmado, habitada; aunque se trate de habitantes discontinuos de los cuales no tengo experiencia, sin duda, pero a quienes frecuento.”

 

 

 

(Imágenes—1- casa de Claude Monet/2- Kengo Kuma)

SOMBRAS

«Las sombras, una vez que hemos muerto, son los acusadores, los testigos, las puebas de cuanto hemos hecho en vida; y a algunas de ellas se les presta fe total, porque siempre están con nosotros y no abandonan nunca nuestros cuerpos». Eso recita Luciano de Samosata en «Menipo o la nigromancia» mientras veo las fotografías de Bernard Plossu, hombre rozando el muro de la soledad,  perfil negro vencido,  pasos hacia ninguna parte,  sombra que camina de exteriores a interiores y penumbra que llena el vacío de los cuartos.

Ahí, en esa silla, estaba sentada hace años – cinco minutos – la luz con sus nombres y apellidos, con una edad y una cabellera y unos ojos, y también con su sonrisa. Hablaba y hablaba de recuerdos radiantes. Ahora está sólo la sombra: recibe el visillo luminoso, el resplandor abierto en el ventanal.

La sombra, el lado oscuro del rostro, refleja en la pared aquello que no llegamos a controlar, mentón, ceja y naríz que alguien dibuja sobre el lienzo del muro, retrato del otro yo que nos habita y que no conseguiremos conocer. «¿Ha visto usted alguna vez, lector, – pregunta Tanizaki en su «Elogio de la sombra«» – «el color de las tinieblas a la luz de una llama«? Están hechas de una materia diferente a la de las tinieblas de la noche en un camino, y si me atrevo a hacer una comparación, parecen estar formadas de corpúsculos como de una ceniza tenue, cuyas parcelas resplandecieran con todos los colores del arco iris«. Es la sombra perfilada, la segunda naturaleza del ser, la imagen de las cosas fugitivas, aquellas irreales y cambiantes que la luz persigue.

Y luego está la sombra del campo, la mano que va pasando sobre las cordilleras, adormece a las piedras, acuna a los valles, la mano del sueño, del apaciguamiento. La luz escapa al contacto de esa mano y el mundo respira en la noche.

(Imágenes:- 1-Bernard Plossu.-homelesmonalisa.darq.uc.pt/2.- Bernard Plossu.-Níjar 2002.-fomatocomodo.com/ 3.-Sombras.-Andy Warhol/ 4.-Bernard Plossu.- Archipel de Riou.-Bouches -du-Rhôme- institutfrances.org)

EL AGUA, EL SOL, LA LUZ

Sorolla.-B.-cosiendo la vela.-joaquinsorolla y bastida. org

El agua, el sol, la luz, la jovialidad, la vida de la naturaleza en Sorolla, la fogosidad de su pincelada, la intensidad del blanco…Sorolla.-F.-el baño del caballo.-joaquin sorolla y bastida.orgEl caballo, el agua, el sol, la luz, los contrastes entre el mar y la tierra, los reflejos…sorolla.-D.-Madre.-1895.-joaquinsorolla y bastida.orgDe nuevo el blanco, el rostro, la maternidad, los grises, un poco de azul, el lecho luminoso…Sorolla.-C.-Triste herencia.-1899.-joaquin sorolla y bastida.org

La fijación de la luz, la captación, la blancura de una pintura que juega todos los matices lumínicos…, Sorolla desde el 26 de mayo hasta el 6 de septiembre en el Museo del Prado.

(Imágenes: 1.-«Cosiendo la vela»/-2.-«El baño del caballo»/.3.-«Madre»/ 4.-«Triste herencia»/ cortesía de www. joaquin-sorolla-y-bastida)

LA LLAMA DE LA TOUR

la-tour-2-magadalena-museum-syundicate

La llama de La Tour a la que mira extasiada la Magdalena, la llama de su pasado encendido, la llama de recuerdos y olvidos, escenas superadas, arrepentimientos contritos, ilumina todo el cuadro y alumbra a la vez el marco entero colocado hasta el 28 de junio en una sala del edificio Villanueva del Museo del Prado de Madrid. Ese «Maestro Georges de la Tour, pintor, que se hace odioso a la gente por el enorme número de perros que cría, como si fuera el señor del lugar – se atrevió a criticarle uno de sus contemporáneos -, ese pintor que caza liebres entre las mieses, destrozándolas y pisoteándolas…»  resulta que ha pintado esa llama para que la Magdalena la mire.  La llama de esta vela de La Tour que ha llegado del Louvre, obra invitada ahora del Prado, enciende también la sala, se abre a todas las salas del Museo donde ahora está expuesta, pero sobre todo imanta nuestros ojos. Los ojos de la Magdalena no nos miran sino que están posados sobre los efectos de la luz, quedan prendidos en esa candela encendida,  esa fuente luminosa enmarcada en el realismo familiar y así la humilde vida cotidiana de esta mujer pensativa es atraída por el centro de la composición. Es la simplicidad elaborada del pintor. Es – dijo André Chastel – «una envoltura de sombra rota por una llama.  Algo de inmemorial y de fascinante -al mismo tiempo símbolo del pensamiento, del silencio y de la fragilidad – vinculado al juego de las formas». Esta es la llama de Georges de La Tour.latour-magdalena-penitente-1

(Imágenes.-Georges de La Tour: La Magdalena.-Museo del Louvre)

CONTEMPLANDO EL FUEGO

Por la puertecita que da al jardín, que da al vestíbulo, que da al mar, por el pasillo de esta casa de campo donde vivo, casa sobre rocas, casa sobre llanuras y montes, casa sobre la gran ciudad y sus rascacielos, por este breve pasillo familiar tantas veces recorrido, llego siempre hacia las siete o siete y media de la tarde al salón donde está la chimenea y me siento en el butacón rodeado de libros.
Los dos- el poeta y yo- contemplamos en silencio el crepitar del fuego.
-«…Porque el fuego material, ¿ve usted? -me dice suavemente la voz de este poeta sentado a mi lado-, en aplicándose al madero, lo primero que hace es comenzarle a secar, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua que en sí tiene; luego le va poniendo negro, oscuro y feo y aun de mal olor, y, yéndole secando poco a poco, le va sacando a luz y echando afuera todos los accidentes feos y oscuros que tiene contrarios al fuego; y, finalmente, comenzándole a inflamar por de fuera y calentarle, viene a transformarle en sí y ponerle hermoso como el mismo fuego…», ¿lo advierte?
Sí, sí lo noto, le respondo cada tarde a esta hora a San Juan de la Cruz.
Miramos los dos el fuego y él va viendo dentro del fuego todos los movimientos del alma, lo que nos pasa en la vida, el llanto del agua bajando por los recuerdos, sequedades sentidas, color de llamas encendidas, esperanzas inflamadas, troncos de años.
Así nos quedamos largo rato.
Después, hacia las ocho, cuando la noche entra por la puerta del jardín, por la puerta del mar, por la puerta del vestíbulo, mi casa en lo alto de los montes y de los rascacielos aparece iluminada sobre el tráfico, río de luces interminables y rumor de civilización.
Mañana a las siete volveré a estar otro rato en silencio con San Juan de la Cruz.