ANTONIO TABUCCHI

De nuevo imparto estas semanas en Madrid  unas clases sobre creación literaria y les recuerdo a quienes me escuchan unas declaraciones del italiano Tabucchi (“Le Magazine Littéraire“, mayo 2009) que acercan de algún modo la tarea del escritor a aquella del relojero o del carpintero, declaraciones que ya publiqué en Mi Siglo: “Escribir no es una profesión – dice Tabucchi -,  pero es seguramente un oficio, en su acepción más artesanal del término. Existen escritores que mitifican el talento, la inspiración, y sin duda, todo esto, el deseo, la imaginación, son cosas importantes. Pero también es verdad que hace falta permanecer sentado durante mucho tiempo, hace falta escribir, es necesario trabajar, es necesario estar allí, como el relojero que instala su minúscula pieza en el mecanismo del reloj que fabrica. Sin el trabajo, la literatura no es nada. Y cuando jóvenes escritores me piden consejos, rehúso darlos. O mejor dicho les doy uno solo: si hay algún carpintero en vuestro barrio, pasad a verle al atardecer antes de que cierre y observarle a ras de tierra cómo trabaja”.

(Pequeño recuerdo del escritor que acaba de morir)

(Imagen:- Antonio Tabucchi.-elpais.com)

ITINERARIO A LO MARAVILLOSO

RUSIA.-9.-foto de la emperatriz Alexandra Fyodovna con su hija Tatyana.-Taller de Fabergé.-San Petersburgo.-1890Cuando uno contempla a la emperatriz Alexandra Fyódorovna embebida ante su hija Tatyana en esta fotografía de 1890 uno comienza a recorrer, como tantas otras veces, el itinerario a lo maravilloso. Ahora que se conmemora la caída de Muros y el desmantelamiento de dictaduras opresivas, uno atraviesa el tiempo y, felizmente, ya no entra en la URSS sino que penetra en Rusia. En Rusia y en su literatura contada por Angelo Maria Ripellinolo que él llama su «Itinerario a lo maravilloso» (Barral Editores). La Rusia de Pushkin, de Lérmontov, de Chejov, de Blok, de PasternakLa Rusia de los grandes: de Dostoievski y de Tolstoi.

RUSIA.-8.-Coronacion de Nicolás Segundo y Alexandra Fyodovna.-por Laurtis Tuxen.-1895.-Museo Hermitage

Las palabras de Ripellino, profesor de Lengua y Literatura rusa en la Universidad de Roma, defendieron siempre a la Gran Literatura, aquella que el silencio de los muros intentaba apartar y olvidar. «Desconfiado para con las imposiciones ideológicas que acaban por sofocar la fragilidad de la poesía, siempre inerme y extraña ante las torturas del método – decía al inicio de sus grandes ensayos -, me afanaba por volver a hallar, entre la oscuridad de las falsificaciones, el fermento inventivo, las angustias, las dudas incurables, la fértil ambigüedad: en conclusión, los impulsos y sabores de las letras eslavas, con una obstinada – y desesperada – fe en la literatura».

RUSIA.-10.-San Nicolaás el milagroso y la zarina Alexandra.-por A.I.Tsepkov.-1898.-Museo Hermitage

«Haciendo perder el tiempo a la gente – seguía denunciando – con reuniones, debates y boletines, los expertos del sociorrealismo y los acólitos de las sociedades y agencias de intercambio cultural propugnaban entonces el axioma de que las letras eslavas eran, desde siglos, emporios de textos didácticos, empapados de saludable progresismo, calcos y reconstrucciones de la realidad. Se tributaba homenaje a cualquier «sacrílego panzudo», para usar una locución de Alexandr Blok; se aceptaba el silencio y cualquier distorsión sobre los grandes valores destrozados o apagados; y hasta Dostoievski (por no hablar de Pasternak) estaba en el índice; y se detestaban los trucos y la imaginativa; y se juzgaban los textos según su dosis de optimismo».

RUSIA.-11.-icono de nuestra Señora de Bogolyubsk con los santos de Alexander Nesky y maría magdalena.-fábrica Ivan Khlebikov.-Moscú.-1882.-Museo Hermitajge.-

«Pero es la misma literatura rusa, con sus cumbres tempestuosas – seguía Ripellino -, con su continuo apostar sobre las últimas cosas del hombre, con su propensión a mudar el amor en fuego y tormenta, sus despiadadas aritméticas, su repudio de las pequeñas arcadias y su afecto por toda criatura maltratada y temerosa, la que impide que se pierda, al estudiarla, en fríos análisis y ejercicios de bravura sin alma. ¿Cómo puede un crítico no compartir la aversión implacable de las letras rusas por las medias tintas, la trivialidad, el filisteismo?».

Hasta aquí las palabras del profesor italiano.

 Horadan el Muro del Silencio  de la Cultura e, inclinados por el hueco que en él nos abre, podemos ver al fondo cuán largo es el itinerario a lo maravilloso.

(Imágenes:-Alexandra Fyódorovna con su hija Taytana .-foto de 1890.-Taller de Fabergé.- San Petersburgo–Museo de Hermitage/ 2.- la Coronación de Nicolás ll y Alexandra Fyódorovna el 14 de mayo de 1896 en la catedral de la Asunción en el Kremlin de Moscú.-Laurits Tuxen.-1895.-Museo Hermitage/ 3.- Icono de San Nicolás el Milagroso y la zarina Alexandra.-A. I. Tspekov.-1898.-Museo Hermitage/ 4.-Icono de Nuestra Señora de Bogolyubsk con los Santos  Alexander Nevsky y María Magdalena.-Fábrica Iván.-1882.-Khlebnikov.-Moscú.-Museo Hermitage)

ESCRITORES ARTESANOS

max ernst.-de Hannah Höch.-news. artlimited.netEn unas clases sobre creación literaria que estoy impartiendo estas semanas en Madrid les recuerdo a quienes me escuchan unas recientes declaraciones del italiano TabucchiLe Magazine Littéraire«, mayo 2009) que acercan de algún modo la tarea del escritor a aquella del relojero o del carpintero. «Escribir no es una profesión – dice Tabucchi -,  pero es seguramente un oficio, en su acepción más artesanal del término. Existen escritores que mitifican el talento, la inspiración, y sin duda, todo esto, el deseo, la imaginación, son cosas importantes. Pero también es verdad que hace falta permanecer sentado durante mucho tiempo, hace falta escribir, es necesario trabajar, es necesario estar allí, como el relojero que instala su minúscula pieza en el mecanismo del reloj que fabrica. Sin el trabajo, la literatura no es nada. Y cuando jóvenes escritores me piden consejos, rehúso darlos. O mejor dicho les doy uno solo: si hay algún carpintero en vuestro barrio, pasad a verle al atardecer antes de que cierre y observarle a ras de tierra cómo trabaja».

El autor de «Sostiene Pereira» o de «Pequeños equívocos sin importancia» recuerda una vez más, como tantos otros escritores lo hacen, la importancia de la elaboración costosa siempre paralela  al chispazo de la inspiración. Sin el monóculo de la observación primera de la vida, sin la atención precisa sobre la página que va lentamente naciendo, poco hay que hacer. El relojero se aplica como si fuera un ajustador de palabras a tocar con sus pinzas los adjetivos y los verbos y los personajes y los diálogos, y el escritor se concentra como si fuera un consumado ajustador de ruedecillas y de muelles sobre la diminuta maquinaria de un engranaje escondido, aquel que cuando abramos el libro nos revelará silenciosamente el tic-tac.

(Imagen:-Fotomuesum Winterthur.-Suisse.-photography-now)

AUTOMÓVIL Y LITERATURA

bergman.-7

 «Apenas salgo de la ciudad me doy cuenta de que ha oscurecido. –escribe Italo Calvino en un cuento de 1967 -Enciendo los faros. Estoy yendo en coche de A a B por una autovía de tres carriles,de ésas con un carril central para pasar a los otros coches en las dos direcciones. Para conducir de noche incluso los ojos deben desconectar un dispositivo que tienen dentro y encender otro, porque ya no necesitan esforzarse para distinguir entre las sombras y los colores atenuados del paisaje vespertino la mancha pequeña de los coches lejanos que vienen de frente o que preceden, pero deben controlar una especie de pizarrón negro que requiere una lectura diferente, más precisa pero simplificada, dado que la oscuridad borra todos los detalles del cuadro que podrían distraer y pone en evidencia sólo los elementos indispensables, rayas blancas sobre el asfalto, luces amarillas de los faros y puntitos rojos». («La aventura de un automovilista» en «Los amores difíciles«) (Tusquets)

El automóvil – como tantas otras cosas – ha sido motivo literario en muchos autores, y la exposición «Auto. Sueño y materia» que se celebra en la ciudad española de Gijón hasta el 21 de septiembre nos puede evocar creaciones diversas, entre ellas el viaje de Kerouac » En el camino» o – retrocediendo muchos años – las descripciones que Corpus Barga hizo en su visita a Rodin, en Meudon, en 1916: » El poderoso automóvil me lleva en volandas al retiro del escultor. Sube por una carretera que se desliza curiosa, aquí y allá, dando vueltas. A los pocos minutos, por el camino de una finca humilde, diríase de obrero enriquecido, avanza el auto, poderoso señor mecánico y movilizable, nieto de una gran dama recatada y portátil: la litera». («Entrevistas, semblanzas y crónicas») (Pretextos) noche en automovil.-foto Alex Prager.-Michael Hoppen Contemporary

El automóvil avanza pues por la literatura. Atraviesa las novelas con sus largos faros y los giros de sus neumáticos pisan celéricamente el borde de las frases, recorren velozmente capítulos enteros.  Dentro del automóvil va conduciendo el mensajero, al volante sus ambiciones, sospechas, celos, los amores difíciles que desean encontrar facilidad y felicidad. Llenan la carretera mensajes amorosos cruzados. Así escribe Calvino mientras conduce: «el mensaje amoroso dirigido exclusivamente a mí se confunde con todos los otros mensajes que corren por el hilo de la autovía, y sin embargo, no podría desear de ella un mensaje diferente de éste». El narrador va en busca de Y para intentar salvar su relación amorosa con ella pero aún no sabe si además se encontrará con Z, su contrincante u oponente.  «Entre los centenares de coches que la noche y la lluvia reducen a anónimos resplandores – sigue escribiendo Calvino -, sólo un observador inmóvil e instalado en una posición favorable podría distinguir un coche de otro, reconocer quizá quién va a bordo. Esta es la contradicción en que me encuentro: si quiero recibir un mensaje tendré que renunciar a ser mensaje yo mismo, pero el mensaje que quiera recibir de Y – es decir, el mensaje en que se ha convertido la propia Y – tiene un valor sólo si yo a mi vez soy mensaje; por otra parte el mensaje en que me he convertido sólo tiene sentido si Y no se limita a recibirlo como una receptora cualquiera de mensajes, sino si es el mensaje que espero recibir de ella».

Así van los escritores ( a veces sencillos, a veces complicados) lanzados bajo la lluvia, en la noche, conduciendo por las carreteras sus textos, en velocidad de aventuras, deseando llegar al final.

(Imágenes: 1.-escena de un film de Bergman/ 2.-foto: Alexander Prager.-2008.-Michael Hoppen Gallery)

LAMPEDUSA, CINCUENTA AÑOS

gatopard-2-editandoit

«Ante todo, nuestra casa. –confirma y reafirma Lampedusa cuando habla de «Los lugares de mi infancia» («Relatos«) (Bruguera) -. La quería –dice–  con entrega absoluta y la quiero aún hoy, cuando hace ya doce años que no es más que un recuerdo. Hasta hace pocos meses antes de su destrucción, yo dormía en la habitación en que nací, a cuatro metros de distancia de donde pusieron la cama de mi madre durante los dolores del parto. Y me alegraba estar seguro de morir en aquella casa, y tal vez en aquella misma habitación. Todas las otras casas (pocas, por lo demás, si se exceptúan los hoteles) han sido techos que sirvieron para resguardarme de la lluvia y del sol, pero no casas en el sentido arcaico y venerable de la palabra».

Giuseppe Tomasi di Lampedusa, al abordar distintos textos suyos, va describiendo su palacio de Palermo, o bien la casa de campo, preferida de su madre, la casa de Santa Margherita Belice, en la Sicilia interior, convertida en el palacio de Donnafugata.

«Las casas están al final de nuestra infancia – he escrito yo no hace mucho tiempo -. Al fondo del pasillo de los recuerdos, cuando corremos tiempo abajo, hacia atrás, empequeñeciéndonos hasta hacernos niños, cada uno de nosotros conserva intacta la casa de la juventud o de la adolescencia, aquella casa de nuestros abuelos o de nuestros padres, casa de campo o de ciudad, verano o invierno de paredes y sueños, casas de nuestras primeras letras y de nuestros primeros castigos, casas quizá del amor inicial y del aprendizaje del dolor, fachadas y ventanas y cuartos y escaleras que se nos siguen presentando envueltas en brumas, levantadas en la nostalgia». («Palermo de Lampedusa» en «El artículo livisconti-1iicbuenosairesesteriitterario y periodístico», pág 244)

Esa nostalgia nos trae ahora el baile de Tancredi y Angélica, la contemplación de la muerte que el Príncipe tiene en la biblioteca, los amores furtivos y la partida al alba. Cuando en El Gatopardo -de cuya publicación se cumplen en este noviembre cincuenta años -el cine abre la puerta de Villa Salina en Donnafugata, el ojo cinematográfico se cuela por la cerradura de la cámara y lo que vemos es la estancia literaria que escribió Lampedusa y, avanzando más, lo que leemos en su novela es la verdad de su historia, y la puerta de esa historia, al abrirse, nos lleva de la mano al retrato familiar, a esa Casa que el escritor tuvo en sus campos de niñez, un paisaje de muros evocados que en la realidad fue el Palazzo en Santa Margherita.

Donnafugata de su memoria, en ella entraría luego por sus salones el ojo del lector admirando el estilo en los adjetivos, el mobiliario de los pronombres, los verbos colgados de los muros en la descripción. Luego entraría el ojo cinematográfico hasta colarse por la cerradura de la cámara y nos mostraría su espionaje de amores y su rumor de conversaciones familiares antes de que la Casa entera como paisaje se derrumbara en ruinas.

(Imágenes: escena de «El Gatopardo»./-Luchino Visconti.-iiccbuenosaires.esteri.it)

CESARE PAVESE

Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Cesare Pavese , nacido el 9 de septiembre de 1908 en Santo Stefano Belbo, y releo aquella entrevista  que el escritor italiano  quiso conceder a  la RAI en junio de 1950, dos meses antes de morir en Turín.

«Traducir – dijo entonces Pavese -, hablo por experiencia, enseña cómo no se debe escribir; me hace sentir a cada paso de qué modo una diversa sensibilidad y cultura ha sido expresada en un determinado estilo, y me esfuerzo por hacer que este estilo esté curado de toda tentación que pudiese quedar alimentada por algo mío. Al concluir un intenso periodo de traducciones – Anderson, Joyce, Dos Passos, Faulkner, Gertrude Steinyo sabía exactamente cuáles eran los modulos y las maneras literarias que no me eran consentidas, es decir, que me resultaban extrañas, que me dejaban frío».

«En una época como la nuestra en la cual quien sabe escribir parece que no tenga nada que decir y quien comienza a tener algo que decir aún no sabe escribir, la única posición digna de quien al menos se siente vivo y hombre entre los hombres me parece ésta: enseñar a las masas futuras, que tengan necesidad, una lección de cómo la caótica y cotidiana realidad nuestra únicamente puede ser transformada por el pensamiento y la fantasía».

«Pavese no se preocupa de «crear personajes» – continuó diciendo el propio escritor hablando de sí mismo -. Los personajes simplemente le sirven para construir fábulas intelectuales. He aquí por qué Pavese, con razón, retiene los «Diálogos con Leucó « como su libro más significativo, y después de él vienen las poesías de «Trabajar cansa«. A Pavese le gusta mucho Shakespeare, pero no por la razón romántica de que él logre crear personajes inolvidables, sino por una más verdadera: su absurdo y maravilloso lenguaje trágico ( y también cómico), las terribles frases del quinto acto en el cual, por diversos que sean los caracteres de los personajes, todos dicen siempre la misma cosa. Le gusta, como narrador, Giovanni Battista Vico – narrador de una aventura intelectual. En fin, le gusta también «Moby Dick», que ha traducido, no sabe bien si con mucha competencia, pero sí con mucho entusiasmo, hace ya una veintena de años, y aún ahora le sirve de estímulo para concebir sus relatos no como descripciones sino como juicios fantásticos de la realidad».

«¿Qué querría decir a nuestra crítica? Se sabe que sin Kipling no se explica Hemingway, sin el expresionismo alemán y ruso no se explican ni O`Neill ni Faulkner, sin Maupassant no se explica a Fitzgerald«.

Traductor, poeta, narrador, las contrariedades con quien fuera el último amor de su vida, la joven actriz norteamericana Constance Dowling, le condujeron al final aquel  27 de agosto de 1950 en Turín.

(Imágenes: Cesare Pavese.-edebiyat kisvesonde asiri sanat/ Constance  Dowling.–internetculturale.it/ Pavese y Constance Dowling en Cervinia.-internetculturale.it)