
“He leído tu novela policiaca — “A cada cual lo suyo” — que no lo es — le dice Ítalo Calvino a Sciascia en 1965 — con la pasión con que se leen las novelas policiacas, y además divirtiéndome al ver cómo se desarrolla e incluso cómo queda demostrada la imposibilidad de la novela policiaca en el ambiente siciliano. Es, en resumen, un magnífico Sciascia, que se ubica junto a “El día de la lechuza” y lo supera porque hay más ironía. Viéndote tan hábil y sólido he decidido, para adecuarme a los tiempos de lobos en que vivimos, verterte algún trago amargo en cada carta. Si no, ¿qué gracia tiene? Y esta vez te digo esto: desde hace un tiempo compruebo que cada cosa que leo sobre Sicilia es una divertida variación en torno a un tema acerca del cual me parece que ya lo sé todo, absolutamente todo. Esa Sicilia es la sociedad menos misteriosa del mundo; ahora en Sicilia todo es límpido, cristalino; las pasiones más tormentosas, los intereses más oscuros, psicología, habladurías, delitos, lucidez, resignación, ya no tienen secretos, todo está clasificado y catalogado. La satisfacción que dan las historias sicilianas es como la de una bella partida de ajedrez, el placer de las infinitas combinaciones de un número finito de piezas, cada una de las cuales tiene por delante un número finito de posibilidades. Mientras que para todos los otros capítulos del saber humano, para todas las otras voces de la enciclopedia, sabemos que jamás conseguiremos tocar fondo, que cuanto más aprendamos más se nos escapa algo, la voz “Sicilia” nos da el placer más único que raro de confirmar a cada nueva lectura que nuestro bagaje de informaciones era adecuadamente rico y actualizado. Hasta tal punto que esperamos ardientemente que nada cambie, que Sicilia permanezca perfectamente igual a sí misma, ¡ así podremos decir al término de nuestras vidas que hay por lo menos algo que hemos conocido hasta el fondo!”
Calvino escribió al menos ocho cartas a Leonardo Sciascia comentándole sus libros. Como editor literario de Einaudi durante casi cuarenta años, juzga — a veces muy severamente- , estimula, felicita o reprueba a escritores que le envían sus obras. Una faceta más de su talento.
( en memoria de los cíen años del nacimiento de Síascia que hoy celebramos)
(Imágenes- 1- Enzo Sellerio/ 2-Sciascia- milanocultura/ 3- Ferdinando Scianna)



























«Escoger a sus lectores – decía el autor de «El caballero y la muerte» -, escogerlos como si en sus páginas se hallaran los «test» para una ardua, rigurosa, exclusiva selección (…) Montaigne – como justamente dice Auerbach – los ha creado. No existían, antes de los ensayos, un tipo de lector al cual los ensayos pudieran destinarse; así como antes de Stendhal no existía de hecho el lector stendhaliano«. Entonces, habría que preguntarse en el caso de Internet: ¿se ha creado un nuevo tipo de lectores? Un día se estudiará a fondo este aspecto y se sacarán necesarias conclusiones. ¿Somos capaces, por otro lado, de escoger a nuestros propios lectores? Sin duda los escogemos desde la escritura, los escogemos destilando desde las venas de líneas y pensamientos una corriente de observación o de estilo que para algunos puede estar imantada y para otros carecer de la más mínima electricidad. En todo caso – en papel o en pantalla -una columna anónima de lectores sigue la marcha del escritor. Va tras él y acaso el escritor no la conocerá nunca. Pertenecen al mapa de los favoritos silenciosos, un universo que se contrae o se dilata según un misterioso ritmo del corazón.