LEER CON LOS DEDOS, TOCAR CON LAS PALABRAS

escribir-Sam Messer- máquina de escribir llorando- dos mil nueve

«Mecanografiar – confesaba Paul Auster en «The Paris Review» (2003) -me permite experimentar el libro de otro modo, hundirme en el flujo de la narración y sentir cómo funciona en conjunto. Lo llamo «leer con los dedos» y resulta asombrosa la cantidad de errores que encuentran tus dedos y tus ojos no perciben. Repeticiones, construcciones torpes, ritmos entrecortados. Nunca falla. Creo que he terminado el libro, empiezo a pasarlo a máquina y me doy cuenta de que necesita más trabajo (…) La máquina de escribir me obliga a empezar desde el principio cuando he terminado. Con un ordenador, haces los cambios en la pantalla, y luego imprimes una copia en limpio. Con una máquina de escribir no tienes un manuscrito limpio a menos que empieces de cero. Es un proceso increíblemente tedioso. Has terminado el libro, y tienes que pasar  varias semanas dedicado a la tarea puramente mecánica de transcribir lo que ya has escrito. Es malo para  tu cuello, malo para tu espalda e, incluso aunque puedas mecanografiar veinte o treinta páginas al día, las páginas terminadas se apilan con una lentitud insufrible. Ése es el momento en el que siempre deseo haberme pasado al ordenador, y sin embargo cada vez que me someto a esa etapa final de un libro termino descubriendo lo esencial que resulta (…)

escribir.-tbgg.-Jason Toney.-Hard Boiled

(…) Pero antes de pasar a la máquina de escribir, siempre escribo a mano. Normalmente con una pluma estilográfica, pero a veces con un lápiz, especialmente para las correcciones. Si pudiera escribir directamente en una máquina de escribir o un ordenador, lo haría. Pero los teclados siempre me han intimidado. Nunca he podido pensar con claridad con los dedos en esa posición. Una pluma es un instrumento mucho más primitivo. Sientes que las palabras salen de tu cuerpo y luego las excavas en la página. Escribir siempre ha tenido una cualidad táctil

escribir.-ervvb.-Eve Arnold.-EE.UU. Nueva York.-Arthur Miller.-Las brujas de Salem.-1953

para mí. Es una experiencia física (…) Pienso en el cuaderno como una casa de palabras, un lugar secreto para reflexionar y examinarse a uno mismo. No me interesan sólo los resultados de la escritura, sino el proceso, el acto de poner palabras sobre la página. De joven, siempre me preguntaba: ¿de dónde vienen las palabras? »

Si esto dice Auster respecto al «leer con los dedos«, el «tocar con las palabras» (sea en Pla o en W. G. Sebald) – a los que en varias ocasiones me he referido aquí -, nos transmite todo el misterio de las palabras, la lucha también con las palabras, como cuando dice Sebald escribiendo:  «las frases se disolvían en palabras aisladas, las palabras, en una sucesión arbitraria de letras, las letras en signos inconexos, y éstos en una huella gris azulada, que brillaba plateada aquí o allá, y que algún ser reptante había segregado y arrastrado tras sí, y cuya vista me llenaba cada vez más de sentimientos de horror y vergüenza».

Las palabras se escapan, uno no encuentra las palabras, y uno describe de forma magistral que en ese momento le está siendo imposible escribir.

escribir-ccdbn-Eugène Carrière- mil ochocientos

(Imágenes.-1. Sam Messer– máquina de escribir llorando- 2009/2.-Jason Toney Hard-Boiled/ 3.- Eve Arnold– Arthur Miller- «Las brujas de Salem»- 1953/4.- Eugène Carrière)

UN CUARTO DE BAÑO

Pla-rrtb-Josep Pla en el Mas Llofriú

«Con la manía que han tenido los campesinos de poner en sus masías cuartos de baño – cuenta Josep Pla, en su delicioso libro «Viaje a pie« (Ediciones 98) -, me han ocurrido algunas escenas chuscas, muy típicas para explicar su manera de ser – manera de ser que no hay que olvidar si se quiere comprender un poco el fondo de Cataluña. En Cataluña no hay que olvidar nunca el campo. (…)

Un payés me dice con una convicción rayana en lo dogmático:

– En mi cuarto de baño no entra nadie…

– ¿Cómo que no entra nadie?

-Sí, señor. No entra nadie. Las órdenes las di en ese sentido, y en mi casa, lo que yo digo se hace…

-Bueno, entrarán los chicos y las chicas a lavarse…

-No, señor. Mis hijos no entrarán en el cuarto de baño hasta que sepan lavarse.

Ampurdán-rft-tv3.vat

Me quedé silencioso, mirándole.

– Comprenderá… Lo ensucian todo: el suelo, los azulejos, las espitas, las paredes… Si entraba el servicio era peor, porque llegaban con las alpargatas y los zuecos de la cuadra. Por eso dije: ¡Basta! En cuatro días hubiera quedado todo estropeado, y hubiera sido una lástima. Y así, desde que di la orden, no entró ya nadie.

– Pero ustedes entrarán. Usted, su señora…

– Muy de tarde en tarde. Se trata de cosas delicadas. Mi mujer entra para limpiar, para tenerlo todo brillante, las espitas relucientes y todo enjabonado.

– Ya comprendo. Ustedes se dedican a limpiar su cuarto de baño, y en cambio no lo utilizan para lavarse.

– Nosotros somos tan limpios como el que más…

– Hombre, claro…

– … y no necesitamos el cuarto para lavarnos.

– ¡ De acuerdo! Sin embargo, francamente, creo que tienen ustedes un respeto excesivo por el cuarto de baño.

– Le repito que son cosas muy delicadas.

– Sí, desde luego. Sin embargo, sospecho que no duerme usted en el suelo con el pretexto de que su cama es muy delicada y que no por ser delicada una silla deja usted de sentarse.

– Son cosas distintas. Un cuarto de baño es un cuarto de baño. Todo ha de venir por sus pasos contados. Cuando todos sepamos lavarnos sin chapotear, entonces será el momento de utilizar el cuarto. Por el momento, permanecerá cerrado.

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El payés abre un poco la puerta y me enseña, sin trasponer el marco, su impoluto cuarto de baño. Está tan limpio, tan bruñido, tan reluciente, que tiene alguna cosa de funerario. Su fría vaciedad sobrecoge. Parece un cuarto de baño de escaparate.

– ¿Qué le parece? – me pregunta el payés con un aire triunfante.

– Magífico, y, además, con el tiempo, irá ganando. Yo en su caso lo cerraría para siempre jamás.»

Así concluye este episodio el gran Josep Pla, que confiesa «yo sé algo de esto porque mi vida transcurre, casi todo el año, entre los payeses catalanes.»

 

escritores-bbhhu- PLa- eldigitalcastillalamancha.es

(Imágenes.-1. Pl en el Mas Llofriú/2.-Ampurdán.-tvr.vat/3.-Ampurdán.-carniseria.es/4.-Josep Pla.-eldigitalcastillalamancha.es)

RELOJES Y TIEMPO

tiempo.-cfuu.-André Kertész.-1938

«En casa hay un reloj relativamente antiguo – recordaba Josep Pla en sus «Notas del crepúsculo«(Espasa) – . Es un reloj de caja, muy alto, que colocaron junto a la chimenea y que mis antepasados compraron en Perpiñán a principios del siglo pasado. (…) Cuando el reloj tocaba las horas, lo hacía con un timbre muy mecánico y rápido que parecía un clarinete. Era un ruido tan amarillo como el dorado brillante del péndulo. El paso del tiempo que iba marcando era tan fulminante que parecía directorial. Era el camino de la muerte, señalado de forma indefectible. Yo hubiera preferido un timbre más apagado. Es por todo ello que, al quedarme solo en casa, ya no se le dio más cuerda.

tiempo.-78hnm-Jorge Macchi

En el dintel de la puerta de mi dormitorio – proseguía Pla – hay un  reloj suizo redondo, que fue propiedad del hermano de mi padre, el señor Esteve Casadevall. Si la forma exterior del reloj de caja corresponde a una casa de campo, este redondo tiene un aspecto burgués mucho más acentuado – y, seguramente, fuera de lugar –. La circunferencia exterior está rodeada por otro círculo de madera ondulado y lujoso, muy bien hecho. Dentro de este círculo exterior  hay muchas imágenes de paisajes. ( …) Alrededor de esta faja de paisajes se encuentra la cara de la máquina – que es la habitual -.  En la superficie de la cara hay dos agujeros que sirven, con la llave correspondiente, uno para poner las manecillas en su lugar, y el otro para darle cuerda. Mi madre

tiempo.-t4ffb.-Claire Yaffa

se encargaba de estas tareas, y fue ella quien me dijo un día, tras setenta años de darle cuerda, que el reloj no funcionaba…» Y así  continúa  Pla, minucioso y certero, su literatura de observación – muy distinta a la literatura de invención- y a la que alguna vez me he referido aquí. Es la pupila de Pla (también como relojero de la literatura) la que observa en este caso los objetos del Tiempo. Observa, desmenuza, hace surgir poco a poco la evocación de su infancia. La sucesión de relojes que aparecen en las páginas de este libro se une a la acumulación de muebles y enseres que pueblan su casa.  ¿Y cómo lo hace? «Escribir pausadamente – utilizando a veces pausas muy largas – ( revelaba )  es lo que yo he hecho. En mi caso, fumar ha consistido en encender el cigarrillo

tiempo.-r3de.-Edward Hopper

hecho por mí ( liándolo yo mismo) tantas veces como el cigarrillo se ha apagado. Durante esos intervalos he procurado encontrar un adjetivo o ligar una frase. He gastado una enorme cantidad de cerillas. (…) Ahora me ordenan que deje de fumar. Muy bien. Intentaremos dejar de fumar: la decisión es difícil, pero intentaremos dejar de fumar. Ahora bien, ¿cómo quedará mi literatura sin pausas, más bien meditada, aun habiendo alcanzado cierta facilidad, esa literatura que ustedes creen que es espontánea pero no lo es? – en realidad, es todo lo contrario -; ¿cómo quedará mi literatura, abandonada a los adjetivos espontáneos, es decir, profundamente repetidos, vulgares y adocenados? Pero no hay más remedio: la arteriosclerosis no tiene entrañas.»

tiempo.-5gvbb.-Jerry N. Uelsmann.-all-art-org

Y Pla añade: «Sobre el Tiempo, nadie sabe nada. San Agustín – hombre muy importante – escribió en un libro unas palabras sobre el Tiempo, inolvidables. Dijo que él » dejaba de concebir el tiempo tan pronto como dejaba de reflexionar sobre sí mismo.» Y  Paul Valéry  agregó: » San Agustín sabía qué era el tiempo cuando no pensaba en él y dejaba de saberlo cuando pensaba en él.»

(Imágenes:- 1.- André Kertész.- 1938/ 2.- Jorge Macchi.- artnet/ 3.- Claire Yaffa.– swipelife.com /4.- Edward  Hopper/ 5.- Jerry N Uelsmann.- all- art-org)

ELOGIO DE LOS CAMINOS

caminos.-78hh.-Nils Kreuger (1859-1930).-Peter Nahum.-Leicestergalleries

«Uno de los motivos que me hacen muy difícil imaginar el pasado más allá, aproximadamente, del siglo XVll – recuerda el gran escritor francés Julien Gracq -, es la casi imposibilidad de figurarme lo que eran entonces las carreteras, los caminos; no tanto su disposición técnica sumaria, sobre la que tenemos algunas informaciones, sino su relación viva con las ciudades, con los pueblos que unían, con los paisajes que atravesaban, con los setos y las cercas, los bosques, los cursos fluviales, el movimiento también de sus usuarios: ¿se trataba, como en el Great Trunk de la India, de un hormiguear de caminantes, vendedores, frailes, peregrinos, clientes de ferias bien abastecidas? ¿Predominaban los caballeros, solos o en grupos o, por el contrario, los carretones? ¿Hay que imaginarse más bien una soledad apenas alterada dos o tres veces al día por un chirrido de ejes, audible a varios kilómetros, como el de una telega rusa? ¿Eran abundantes las posadas?, ¿dónde estaban?, ¿había medios de reparación: carreteros, guarnicioneros,

caminos.-9njj.-Valle del Po.-Ernst Haas.-photograoher gallery.-artnet

herreros?, ¿existía, al igual que había entonces unas corporaciones de barqueros en todos los ríos, una pequeña población de tratantes, descuideros, lazarillos, salteadores, ladrones y ocultadores de caballos? ¿Cómo se veía la Tierra a lo largo de esos caminos cuando uno la recorría? ¿La incomodidad, la fatiga eran tales que el viaje era como una variante, más agotadora aún, del duro trabajo diario? En resumen, ¿qué podía constituir, en ese vasto cuerpo, la antigua circulación de la sangre?.»

Viajamos en el tren de la Historia, recorremos los siglos, y cuando nos asomamos a las ventanillas los caminos van y vienen en el fulgor del traqueteo, se alejan y acercan sus venas de extensiones, se cruzan con las vías, las soledades apartan a las muchedumbres y el campo y el cielo vienen y van entre tonos que la palma de la mano del día cubre con paisajes, y los paisajes a su vez bullen en conversaciones, y las conversaciones nos traen los elogios del camino, ese descubrimiento de la confidencia, ese compartir andando la vida de los otros.

paisajes.-rrvg.-invierno.-Ivan Aivazovsky

Un caminante muy valorado en sus escritos, como fue el catalán Josep Pla, recomendaba siempre un viaje a pie para conocer el país, para ver cómo la gente vivía, para empaparse de la manera de ser básica, inalienable, insoluble, del material humano.

Los caminos serpean continuamente entre las soledades y sus andares silenciosos van llenos de elogios.

(Imágenes:- 1.-Nils Kreuger.-leicestergalleries/ 2.-Ernst Haas/ 3.-Ivan Aivazovsky)

LA RUEDA DE LOS DÍAS

periódicos.-499h.-Sem Presser.-París 1950

«La rueda de los días y de la vida, el rodar del año, el girar de la existencia da vueltas y vueltas en torno a los medios de comunicación, marca un “ritornello” en las pantallas y en la prensa, da las pautas a la publicidad y, naturalmente, alimenta el caudal con el que bajan por el periódico los artículos. El año va dejando al pasar una huella de prosas aparentemente iguales pero que no lo son porque ningún otoño se puede repetir escribiendo y a cada otoño y a cada primavera hay que sacarles los colores de los adjetivos. No hay más que seguir el Índice de Las horas ‑ese volumen de Pla publicado en 1971‑ para ver a las horas pasar sobre el tiempo del año, y cómo cada tiempo se transforma en artículo: Año nuevo, vida la de siempre, Los Tres Reyes, Los críos destruyen los juguetes, Luna de enero, La nieve, Tiempo de febrero: los almendros, La matanza, El olor de Cuaresma, Buñuelos: San José, El canto universal de la primavera, Fugacidad de abril, Nocturno de mayo, Corpus rural, La verbena de San Juan, Julio: las cigarras, Los incendios de bosques, Las tormentas eléctricas, Playa en verano, La Virgen de agosto, Otoño: perfumes, Introducción a la vendimia, Las inundaciones, Noviembre: la ardilla, Los días cortos, Noche de diciembre, Fin de año más o menos.

periódicos-Edouard Boubat

Las horas reúne noventa y cinco artículos de Pla . Las estaciones del año con sus sentidos ‑el color, el tacto, el oído y el olfato y la vista escondidos bajo los calendarios‑ se abren a piezas periodísticas que una pluma de escritor-observador no repite nunca en fórmulas estereotipadas aunque tenga que apoyarse en temas cíclicos.

Los temas cíclicos, ineludibles para el periodista, los arrastra la vida del año pero también aparecen en su vida personal y en la vida personal de los otros: son la enfermedad, las muertes, los nacimientos, las celebraciones y todos los escenarios que nos rodean .González Ruano dedicó uno de sus artículos a la butaca, la simple y sencilla butaca de su casa en la que no escribía ni leía ‑leía mejor en la cama‑ como la cama fue varias veces motivo para hacer periodismo. La cama unida a la leve enfermedad, a la gripe, a la fiebre ‑eso que algún día u otro padecemos todos‑ le llevó a escribir un gran artículo de observación -«Viaje a la cama«- que reproduje ya en MI SIGLO.

periódicos.-ssvv.-invierno en el café du Dôme.-1928                          

Es la vida corriente contada en los periódicos y contada en un tono intimista que no se puede prodigar, del que no se puede abusar, pero tampoco se puede abusar del lector glosándole cada día altas filosofías o la última y lamentable batalla que sucedió en el mundo. En los editoriales, en las noticias, debe imperar lo objetivo y en muchos reportajes y en numerosas columnas y artículos siempre hay un resquicio en que se cuela lo humano con toda su honda carga de subjetividad. A esta colaboración le acusaron recibo muchos lectores y González Ruano contestó con este otro texto: “Mi último artículo en estas columnas, Viaje a la camaescribió‑, ha sido bondadosamente juzgado por casi todos mis lectores. Lo mismo ha ocurrido con otro en el que, simplemente, comunicaba pequeños detalles de mi rigurosa y pequeñita actualidad personal. Una larga experiencia de la profesión ‑y profesión viene de fe‑ me demuestra ya claramente cuán equivocado concepto de estas cosas tenían los capitostes y directores que aconsejaban a nuestros primeros pasos ‘mucha objetividad’. Ese discurso sobre la objetividad parecía hace veinte años algo obligado en las Redacciones de los periódicos:

–Nunca emplee usted la primera persona… Tenga usted en cuenta que al lector no le interesa un pimiento lo que usted opine personalmente… No caiga usted en el divismo del ‘yo’, ni el a mí me parece, ni se le ocurra explicar sucedidos propios… ¡Todo objetivo!

Uno no hizo nunca caso de esos consejos, por intuición, pero ahora está ya convencido de que precisamente la objetividad en el cronista es la catástrofe y el olvido a más largo o corto plazo y de que la objetividad no interesa a nadie en el verdadero escritor, y por el contrario, lo más universal y popular de éste es su subjetividad, lo personal y lo propio, su actualidad humana, la comunicación de sus sentimientos y de sus pensamientos, la confidencia por medio de la pequeña obra en marcha con sus incidencias efímeras que confirman, una vez más, la sentencia poética de que ‘lo fugitivo permanece y dura’.

periódicos.-87yy.-James Jacques Joseph Tissot.-Le Journal de 1883

Si se piensa un poco, es bastante natural todo esto. Lo que le ocurre a quien escribe no suele ser muy diferente de lo que le ocurre a quien lo lee, y tampoco debe olvidarse que el hombre gusta más que de novedades abstractas de explicaciones reiteradas sobre lo habitual. (‘Eso lo he sentido yo muchas veces y no sabía explicarlo’, dice como un máximo elogio esa ingenua y estimulante carta que de tanto recibirla parece ya una circular.)”

periódicos.-8hyh.-John Garo.-1936.- por Yousuf Karsh

Lógicamente, no todo articulista puede escribir sobre su butaca, su cama o su fiebre con gran poder de convocatoria; si escribe sobre eso ‑además de no cansar‑ deberá encantar con su pluma, envolverse con el brillo o la eficacia de un estilo que no todo el mundo tiene. Además, su ojo de observador ‑como hacía Larra, entre otros muchos autores‑, antes de acercarse a la fiebre, la cama o la butaca personal tendrá que darse varios paseos por el mundo (el país, la ciudad, el barrio, las costumbres) para demostrar que su pupila se ha transformado en prosa y que esa prosa y esa vivacidad en la mirada atraen a muchos lectores».

José Julio Perlado.-«El artículo literario y periodístico«,  págs 95-99)

(Imágenes: – 1.-Sem Preser.-París 1950/ 2.-Édouard Boubat/ 3.-invierno en el café du Dome.-1928/4.-  James Jacques Joseph Tissot.-le journal 1833/5.- John H Garo.-por Yousuf  Karsh )

CAMBA Y EL HUMOR EN EL PERIODISMO

Para Julio Camba todo era periodismo. “En este mundo, y supongo que en todosdice Camba en Aventuras de una peseta‑, el pobre escritor no ve más cosa que una: artículos. Para la mayoría de las gentes, el desierto es el desierto, y el bosque es el bosque. Para el escritor, en cambio, el desierto es una crónica, y el bosque es otra crónica. Usted, amigo lector, me deja a mí frente al mar, pongamos por caso, mientras va a darse un pequeño paseo, y cuando vuelva, ¿qué creerá usted que he hecho yo con la azul inmensidad? Pues exactamente lo mismo que hubiera hecho con una iglesia románica, con un par de calcetines, con un discurso del señor Lerroux, con una puesta de sol o con un nuevo procedimiento para combatir la tuberculosis: la habré cogido y la habré transformado, reduciéndola a una superficie literaria de150 centímetros cuadrados, poco más o menos.

Nada es como es, sino como nos lo representamos, y el escritor, colocado ante una cosa cualquiera, o no la ve, o la ve en forma de artículo. (…) El diabético convierte en azúcar todo lo que ingiere; el hepático lo transforma en bilis, y el escritor lo reduce a literatura, ya biliosa o ya azucarada. (…) De mí sé decir, por ejemplo, que, obligado a veces a hacer un artículo, y disponiendo de una catedral gótica, que había visitado momentos antes, y de la levita del gerente del hotel como materiales a elaborar, me he decidido por la levita del gerente y he despreciado la catedral gótica. Para cualquier tendero veraneante, aquella catedral, en cuya construcción habían trabajado sin descanso quince generaciones sucesivas de obreros y artífices, hubiera representado infinitamente más que una levita. Para el escritor, en cambio, la levita tenía mayor interés, y no porque fuese una levita maravillosa, sino porque era una levita grotesca.”

Es siempre el detalle, lo pequeño, lo nimio. En los títulos, tanto Camba como Pla, se retratan muchas veces cuando titulan sus colaboraciones periodísticas. Es la paradoja, la sorpresa y el humor. En Camba encontramos, por ejemplo, Grandes hombres de vitrina, El jamón y la pepitoria de gallina, El genio es un caso de estupidez, El arte de tirar bolitas de pan, En Suiza no hay suizos, Los rascacielos como obra de ternura, El hombre que se vendió brea a sí mismo, En defensa del resfriado, Una tempestad en una taza de té, Madrid y el ácido úrico, Las barbas en el siglo XII, Peinados monumentales y talles de avispas, Gotosos y bronconeumónicos, El “pelmazo” interior

El humor de Camba asoma ya claramente en esos titulares pero es una delicia el desarrollo de ese humor cuando se hilvana en textos como este:

Se ha perdido un multimillonario

                             “Se ha perdido un multimillonario americano ‑se lee en el volumen Ni Fuh ni Fah‑. Estaba hospedado en el Savoy, de Londres, hará cosa de mes y medio, cuando salió a dar una vuelta por el Strand, diciendo que regresaba en seguida, y esta es la hora en que aún no se le ha vuelto a ver el pelo. Como es natural, se le dará una buena recompensa a quien lo encuentre. Procede del Tennesee, y sus amigos solían llamarle Shorty. Tiene cuarenta y tres años, y mide un metro sesenta y tres de estatura. Pesa setenta kilos (sin los millones, naturalmente). Es ligeramente canoso. Usa gafas, y tiene un tatuaje en el brazo izquierdo representando a una bayadera, la que, con una hábil flexión de músculos, ejecuta la danza del vientre, a voluntad del multimillonario, cuando éste quiere divertir a sus amigos íntimos.

                             Doy todo el señalamiento del extraviado magnate de las finanzas por si alguno de mis amigos se lo encuentra por ahí y quiere incorporarlo a su colección. Tengo varios amigos, en efecto, que se dedican a coleccionar multimillonarios. Algunos los coleccionan interesadamente, calculando que siempre es bueno tener un millonario a mano para un caso de apuro; pero, en honor a la verdad, debo advertir que no todos proceden con unas miras tan egoístas. Nada de eso. La mayoría los coleccionan por pura admiración, y, lejos de beneficiarse con su amistad, no les dejan pagar nunca el gasto en ninguna parte. Son hombres que tienen la debilidad del multimillonario. Creen que su trato les honra y enaltece, y, para no verse privados de él, lo convidan a comer, le ofrecen magníficos puros (a un multimillonario no se le pueden ofrecer tagarninas), lo sacan de juerga y hasta llegan a facilitarle dinero cuando el multimillonario necesita de pronto hacer una compra y nota que se ha dejado la cartera en casa, según es uso y costumbre en el gremio. Y aunque haya quien tenga por tontos a los coleccionistas de este tipo desinteresado, a mí me parecen mucho más tontos los del tipo egoísta, quienes, evidentemente,  adelantarían mucho más coleccionando mariposas o sellos de correos. Con los sellos de correos, sobre todo, se hacen a veces negocios muy saneados, y nunca se corre el riesgo de que ellos ‑los sellos‑ pretendan negociar con sus coleccionistas…

                             Por mi parte, no abrigo la menor esperanza de encontrarme al multimillonario desaparecido. Este multimillonario ‘vale’ doce millones de dólares, según declaró él mismo, no hace mucho, en un club londinense, y yo nunca me he tropezado con nadie que valiese arriba de cincuenta duros.

                             Según ciertos indicios, no tendría nada de particular el que nuestro hombre estuviese en manos de una demimondaine. Esta clase de mujeres sienten una gran atracción hacia los multimillonarios americanos. Cuanto más feos son, tanto más les gustan. Les encuentran más raza. También se sospecha que Shorty haya sido secuestrado por unos gangsters, quienes exigen un precio fabuloso por su rescate, y a los que él va dando largas haciendo trabajar constantemente a su bayadera. Y aún nos queda la hipótesis del suicidio, la del asesinato y la de una amnesia real o fingida.

                             Yo creo que, en las grandes ciudades, debieran construirse una especie de fourrières para multimillonarios extraviados. Se les guardaría allí seis o siete días, y si nadie les reclamaba, se les daría por muertos. Su fortuna sería empleada en obras de utilidad pública.”

Es el humor franco, a la vez sutil, porque Camba ‑un melancólico‑ es al mismo tiempo y soterradamente “un hombre a un humor pegado”, es decir, el humor viajaba con él en sus visitas de observación del mundo: observaba lo lejano y lo cercano, las menudencias del existir diario y, envolviéndolas muchas veces de humor, hacía un artículo. “Ya saben ustedes lo que pasa con el catarro nasal escribía en otra de sus colaboraciones‑. Primero se lo aguanta uno heroicamente varios días, durante los cuales, y merced a este magnífico sistema de pulverización que se llama el estornudo, va poblando de gérmenes la atmósfera que le rodea. Luego se mete uno en la cama, se arropa muy  bien arropado, llama al médico, toma unos potingues, y cuando, considerándose ya sano y fuerte, baja al comedor de su casa o de su hotel, los gérmenes que anteriormente había dejado allí, y que durante su ausencia fueron creciendo, engordando y multiplicándose a expensas de todo el que pillaron por delante, lo reciben como a un viejo amigo y lo hacen objeto de su más especial predilección. Entonces vuelve uno a meterse en la cama, después vuelve a levantarse y así sucesivamente, sin que nadie tenga la menor base de cálculo para predecir el fin de estas alternativas.

El catarro nasal es una cosa bastante más seria de lo que parece. Yo acabo de leer una estadística del Health Ministry, según la cual cada año hay en Inglaterra de sesenta a ochenta millones de catarros nasales. Desde luego, estas cifras quizá fuesen bastante menos elevadas si los ingleses no tuviesen la costumbre, que a mí siempre me pareció algo desatentada, de dormir con las ventanas abiertas y si no se pasaran la vida haciendo ejercicio a un aire que ellos se obstinan en llamar libre, aunque, por lo que a Londres se refiere, está siempre lleno de hollín, carbonilla, gas del alumbrado y otras sustancias no mucho más balsámicas ni pectorales. De un modo o de otro, sin embargo, ello es que el catarro nasal le cuesta a Inglaterra unos 65.000 millones de libras esterlinas al año y que constituye una enorme sangría para el comercio y para la industria.”

La observación por tanto de la sociedad y el humor van en Camba muchas veces enlazados. Pero lo esencial en él es que llega a todos los públicos porque trata temas de la vida corriente. Ya lo señalaba también González Ruano en cierta ocasión: “De vez en cuando ‑decía‑ leemos en un telegrama pequeñito que trae arrinconado la página de un periódico una noticia que nos interesa, que nos conmueve profundamente. Como vivimos de escribir y casi para escribir, estas noticias las buscamos diariamente, profesionalmente, porque siempre que un artículo no es teórico, intimista o general, ha de referirse a algo muy concreto, y no lo hay más que en un suceso que da la vida diaria, la vida de prisa, ésta en la que andamos y que se nos va sin casi saber cómo.

La mayor parte de las veces, el suceso que nos llama la atención nos la llama por sí mismo, por su argumento, que puede interesar a cualquiera. De ahí su cincuenta por ciento ganado de que el artículo que lleve dentro de su glosa, divagación o sugerencia esa realidad interesante sea un artículo popular que puedan leer todos con cierto gusto. Uno es el de los escritores que creen, si no en la mayoría, sí en aquella ‘inmensa minoría’ de que hablaba el poeta cansado de su nombre. Uno es de esos escritores que abre los balcones de su torre de marfil a la calle porque el marfil le ahoga, porque no desdeña la calle y porque cree que sólo se conforma con tener un público pequeño, quien no se cree con fuerzas para tener un público grande. O sea, que hay que escribir para todos y no para unos cuantos, a quienes, para salvar nuestra vanidad herida, llamamos ‘elegidos’”.

JJ.Perlado.- «El artículo literario y periodístico«.-» Paisajes y personajes».- págs 91-95)

(pequeña evocación cuando se cumplen 50 años de la muerte de Camba)

(Imágenes:- 1.-Julio Camba.-abc.es/2.-Julio Camba.-ideal.es/3.-Julio Camba.- espaaescultura.tnb.es)

GASTRÓNOMOS, ESCRITORES Y LECTORES

«Mi gusto por la cocina, como aquel por la poesía, me vienen del cielo – confesaba Alejandro Dumas -.El primero ha estado destinado a arruinarme; el gusto por la poesía, en cambio, a enriquecerme, puesto que yo no renuncio a llegar a ser rico algún día«. En el momento en que se publican las recetas culinarias de Dumas vienen a la memoria tantos textos mezclados con sabores y olores, palabras aderezadas en bandejas de estilo, servidas por grandes escritores y gastrónomos, como cuando Cunqueiro, por ejemplo, dedica su epístola a los cocineros y cocineras en su «Viaje por los montes y chimeneas de Galicia» (Austral)  hermanado con José María Castroviejo. «No innovéis en cocina – les pide Cunqueiro a los cocineros -, porque corréis el riesgo de mezclar. Ateneos, hermanos, a la patrística, y así como no mezcláis los vinos, respetad la pureza del hallazgo antiguo, y si en vuestro fogón, un dichoso día, se produjese el milago, antes de publicar la receta, provocad procesos de canonización, y que el más fino de entre vosotros sea el abogado del Diablo».

Del arte de comer y del arte de la palabra hablé ya en MI SIGLO. Como también dediqué otro artículo a cocina y literatura. Brillat- Savarin escribía que estaba tentado de creer «que el olfato y el gusto no forman más que un sentido del que la boca es el laboratorio y la nariz la chimenea, o para hablar más exactamente, del que uno sirve a la degustación de los cuerpos táctiles y el otro a la degustación de los gases«.

Olfato y gusto los paseaba igualmente Alejandro Dumas cada vez que visitaba Marsella. Caminaba por los muelles, compraba pescados y mariscos, volvía a su hotel y, en mangas de camisa, confeccionaba una sabrosa bullabesa. En 1857 daba especiales clases de cocina en su casa y uno de los asistentes cuenta cómo el escritor, con las mangas de su camisa remangadas hasta los codos y ante un tablero blanco, preparaba la cena. «Cuando entramos en su inmensa cocina, estaba elaborando un pescado y vigilando el asado. Su sirviente, con adoración muda, seguía cada paso del gran novelista (…) El asado apareció dorado, soberbio. La cena fue exquisita«.

Entre tantas otras ciudades del mundo, la capital de Francia ha recibido siempre, como si tuviera imán para los manjares, los productos que abastecían sus comedores. En el siglo XVlll Eugêne- Victor Briffaut, en su libro «París en la mesa,» contaba que «cuando París efectivamente se sentaba a la mesa, la tierra entera se estremecía; de todas las partes del universo conocido llegaban los productos de todos los reinos, aquellos que el globo ve crecer en su superficie, aquelllos que guarda en su seno, aquellos que el mar esconde y alimenta, aquellos que pueblan el aire: todos se aceleran, se presentan presurosos para obtener el favor de una mirada, una caricia o una dentellada».

En España, la literatura y la gastronomía se han ido cruzando, siglo a siglo, por los caminos del mutuo interés. Evocaba Néstor Luján en un artículo de hace años los libros de Emilia Pardo Bazán, «La cocina española» y «La cocina moderna», el «Practicón» de Ángel Muro, la «Guía del buen comer español» de Dionisio Pérez y, naturalmente, la excelente «La casa de Lúculo o el arte de comer» de Julio Camba, y las obras de Pla.

Muchos otros autores antiguos y modernos han ido escribiendo sobre el tema. Mientras los leeemos, vemos pasar de plato a plato la perdiz y la paloma torcaz, la codorniz y el pato, la liebre, el conejo, la nutria, el corzo, el jabalí y el ciervo mientras Cunqueiro continúa su epístola a los cocineros y cocineras elevado sobre todos los montes y entre las chimeneas de toda Galicia.

(Imágenes.- 1.-Joan Miró.-naturaleza muerta con conejo/2.-Nicolay Bogdanov-Belsky/3.-Félix Valloton.- bodegón con pimientos rojos.- artisangallery/4.-Stanko Abadzic.-tenedor y plato.-contemporaryworks)

ARTE DE COMER, ARTE DE LA PALABRA

   »  Al mediar de la primavera – escribe Pla en su «Viaje a pie«-  llegan las primeras, pequeñas fresas de bosque y de jardín, y su perfume parece entremezclarse con el olor de las violetas. Luego aparecen los fresones que coinciden con las carnosas rosas rojas de San Poncio, con sus pétalos grandes y frescos. Las ciruelas aparecen en seguida, con su color de agua dormida, coincidentes con el apasionado y seco perfume del espliego. Y las cerezas, que son de tan diversas clases y de una gama de colorido que va del rojo negruzco a los carmines más evaporados, delicadísimos. Las mejores son esas últimas, que llamamos de cor de colom, que tienen la carne dura y prieta. Los pájaros adoran las cerezas, y me he entretenido a veces en los huertos contemplando los gorriones metidos en el follaje de los árboles acariciándose su pequeña cabeza en la mejilla de la fruta colgante, antes de hincarles en la carne el pequeño embudo de su pico. Las cerezas llegan con el menudo, morado tomillo y la retama amarillenta».


Los escritores llegan así con su prosa – igual que los pájaros – y pasan sus palabras por la piel de la fruta, la acarician, y recorren luego las láminas del pescado y también las venas de la carne y aspiran en el aire todos los aromas. El gran poeta y crítico inglés W. H Auden reconocía los valores de la excelente crítica gastronómica norteamericana M. F. K. Fisher como «la más grande estilista de lengua inglesa«. Autora de la «Biografía sentimental de la trucha«, su relación con los alimentos le hacía mover entre sus páginas las patas de los crustáceos y bullir el pálpito de sus sopas junto al horno caliente. Era el deslizarse de la mantequilla sobre las pistas del paladar, los sabores presentidos, los olores expandidos. Era la procesión del olfato adelantándose a la del gusto a la  que Julio Camba alude en «La casa de Lúculo o El arte de comer» cuando opina que una mesa de comedor puede adornarse con frutas, pero no con flores. «Las flores –dice – tienen una fragancia muy poco gastronómica  y su empleo como gala de comedor sólo puede recomendarse en aquellos casos donde no se pretenda estimular el apetito de los comensales«.

Son opiniones. «Nada se come sin olerlo con más o menos reflexión; – decía Brillat- Savarin en su «Fisiología del gusto» – y, cuando se trata de alimentos desconocidos, la nariz hace siempre de centinela avanzado que grita: «¿Quién vive?«. Pero los escritores entran curiosos en los comedores, incluso penetran en las cocinas, abren con las pinzas de sus adjetivos las orondas soperas, husmean con sus observaciones la profundidad de los hornos, comprueban con sus minúsculos calificativos los tarros de las especias, y cuando vuelven otra vez al comedor «llegan siempre un poco tarde -recuerda Brillat-Savarin -, con lo que se les recibe mejor, porque se les ha esperado con afán; se les agasaja para que vuelvan y se les regala para que brillen; y, como lo encuentran muy natural, se habitúan a ello, y se hacen y siguen siendo gourmands«.

Pequeño apunte en torno a «El arte de comer«, la actual exposición en la Pedrera, Barcelona.

(Imágenes:-1.-National Geographic/ 2.- Ben Schonzeit.-artnet/ 3.- La cena.-Pamela J Crook.- Hay Gallerie Hill.- Londres.-pjcrook.com/4.-Paul de Vos.-elpais. com)

PLA Y CUNQUEIRO

Varias veces he hablado de estos dos excelentes escritoresCunqueiro y Plaen MI SIGLO.

Ahora, con motivo del año Cunqueiro, reproduzco aquí el artículo que en su momento escribí para el Centro Virtual Cervantes:

» Ambos escritores – decía entonces hablando de Pla y de Cunqueiro – proporcionan y proponen una vuelta a los orígenes de las cosas, a la sabiduría del hombre, a ese inspirar y aspirar de la persona cuyo aliento es el humanismo.Está aconsejando Pla —en un mundo de veleidades vertiginosas— a los jóvenes que le preguntan, por ejemplo, «¿Qué hemos de hacer? ¿Podría usted tener la amabilidad de darnos una orientación y decirnos qué podríamos hacer?» Entonces Pla les contesta: «Yo les aconsejaría un viaje a pie […] Su viaje debería tener un objeto: informarse, enterarse de lo que es el país, de cómo vive en él la gente, empaparse de la manera de ser básica, inalienable, insoluble, del material humano […]: pasear y hablar con la gente […] Nada hay, me parece, que ofrezca tanto interés para el ciudadano como saber exactamente en qué consiste su país» (Josep Pla, «Invitación al viaje», en Viaje a pie, Madrid: Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros, 1979, pp. 7 y 9).

Estamos, pues, aquí, no sólo en el suelo y en la tierra de los caminos, sino también andando por las veredas del sentido común —un sentido muy del payés y del mundo de Pla—, un camino sembrado de recomendaciones que nos marcan el ritmo del paso del hombre.

Tomemos otro ejemplo, éste de Cunqueiro: «La inmensa cantidad de noticias que al hombre le es suministrada es inadmisible. Tal cantidad termina formando insensiblidad. Puede decirse que la información que se le suministra al hombre en 1977 es infinitamente superior a la que ese hombre necesita, y por ese mismo exceso lo transforma en un hombre desinformado» (Álvaro Cunqueiro, «Sin agua y con noticias», Arriba Dominical, 12 de junio de 1977, p. última).

Y otro texto, también de Cunqueiro: «Recientemente aludía Giovanni Ansaldo a la disminución de la capacidad de asombro en las gentes de la inmensa cantidad de varia noticia que se le suministra diariamente y señalaba la creciente pérdida de credulidad y, finalmente, la indiferencia» (Álvaro Cunqueiro, «Noticias y prodigios», El Progreso, 1 de septiembre de 1960).

Ambos textos —el de Pla y los dos citados de Cunqueiro— nos proyectan hacia la paradoja. ¿Cómo es posible que Pla —en una civilización en la que viajar es global y meteórico, fulminante en velocidades— nos aconseje la sabiduría de un viaje a pie? ¿Cómo es posible que Cunqueiro —en un mundo de saturación informativa y de multiplicidad de medios (y eso que él se refiere aún a la frontera de 1977; ¿qué diría en 2011?—, denuncie que cada vez se es más insensible como lector y como persona y cada vez se pierde más la capacidad de asombro?

La respuesta no es la paradoja sino —como decíamos al principio— el recordatorio y la llamada de atención al sentido común. No se conoce Nueva York sino viajando a pie por la Gran Manzana, no se conoce Estados Unidos sino paseando y hablando con las gentes de esos pueblos escondidos entre cordilleras y llanuras y que únicamente intuimos por el cine o por la televisión; así se conoce Bombay, entre los olores, los colores y los pliegues que cubren las callejuelas, y así se conoce Moscú, deteniéndose en las esquinas desoladas, a veces alcoholizadas, frecuentemente heladas y abiertas a la urbe gigantesca. Es decir, al hombre lo conoce el otro hombre entrecruzando los pasos con él, entrecruzando las palabras: en resumen, yendo a pie por el tiempo que nos circunda y por el espacio que nos envuelve. En un siglo de velocidades aéreas sólo conocemos al hombre en la distancia corta, en la conversación personal, en el interés por el otro que se descubre en la cercanía, en el sosiego y hasta en la lentitud.

Por su parte, Cunqueiro nos pregunta para qué nos inundamos de información si bajo esa cantidad nos ahogamos entre la indiferencia y la falta de asombro. La calidad de nuestras respuestas debe recibir y asimilar las calidades que nos proporcionan los medios, no las cantidades. Por tanto, habría que educar siempre al periodismo en las calidades que nos suministra y no en el copioso vertido de la cantidad. Y habría que mantener en la educación del hombre —del receptor— esa llama, también de calidad, denominada interés, sensibilidad y asombro.

Siempre el hombre, dando vueltas al hombre, el hombre que no acaba nunca de encontrarse a sí mismo. Dos periodistas vuelven al humanismo. El hombre olvida que debe leer el periódico con el corazón para estar informado».

(Imágenes: 1.-Josep Pla a los veinte años.-asacademic.-Fundación Josep Pla.-colección Josep Vergés/ 2.-Álvaro Cunqueiro.-laregion.es)

PLA, MATVEJEVIC, MAGRIS

Tiempo de verano, tiempo de viajes. Nubes, horizontes, espacios nuevos. Tiempo también para acompañar a tantos escritores viajeros, como entre muchos otros destacan Pla, Matvejevic o Magris. En torno a montañas y a mares quise evocar a los tres en Alenarte a través de este artículo:

«Como si quisiera seguir  a Pla de algún modo aunque con otro estilo muy distinto y muy original, el gran escritor yugoslavo Predrag Matvejevic, profesor de literaturas comparadas en la Sorbona y del que acaba de reeditarse su célebre “Breviario mediterráneo” (Destino),  cuenta los viajes de las olas, los de las nubes, los vientos, el mar, y  también esas conversaciones que el océano arroja en las costas siempre que sepamos dialogar con ellas

Siempre me ha interesado también la forma con la que Josep Pla invita al viaje. Y de su delicioso libro “Viaje a pie” he hablado ya en Mi Siglo.

¿Cuándo se viaja a pie? Pocas veces. No es estrictamente un viaje el que hacemos caminando desde el autobús hasta la boca del Metro cada mañana o cada tarde ni ese  callejear al costado de los barrios cuando vamos o venimos del trabajo, ni  tampoco lo son las pequeñas excursiones semanales, si es que las hacemos, con fines deportivos o higiénicos. El viaje a pie lento, mesurado, contemplativo, despreocupado y gozoso lo cumplimos en contadas ocasiones amparados en  la excusa de que estamos cercados por el tiempo. “Ante todo – recomienda Pla en ese libro a los jóvenes y en el fondo a todo el mundo – les propondría un corto viaje por alguna de nuestras comarcas, que pasaran de una a otra población, no por los caminos reales y las carreteras del orden que fueren, sino a través de los caminos vecinales, los atajos y las veredas. (…) . Hay dos cosas muy interesantes – continúa –  : pasear y hablar con la gente” Y aquí Pla da en el clavo de dos cuestiones que reflejan bien nuestro tiempo. Ni  paseamos suficientemente ni tampoco  hablamos.  Marchamos siempre veloces por la vida  y a la vez nos refugiamos en el mutismo, convivimos  con  nuestra  propia  soledad.

Pasear – sigue diciendo Plasupondría tener una idea del aspecto material de las cosas. Y de muchas otras cosas que no son el aspecto material (…) Y a base de hablar con la gente se llegaría a tocar, a ver, a presentir nuestra manera de ser más auténtica y real. ¿Que eso no tiene interés? Pero, entonces, ¿qué es lo que tiene interés? ¿Qué es lo que vale la pena observar?”.

“Los mediterráneos – afirma por su parte  Matvejevic siguiendo el motivo del mar– se hacen preguntas ya desde niños, y a veces contestan a ellas, como niños cuando ya son viejos. Las he escuchado sobre todo en los autodidactas, mientras exponían sus teorías sobre el mar y sus orígenes, sobre el nacimiento y la muerte de las lenguas, sobre el origen de los pueblos, sobre antepasados únicos o comunes, por ejemplo, godos y ostrogodos, vénetos…Algunas de estas tesis o hipótesis – especialmente por el modo de exponerlas o defenderlas – provocan la sonrisa, otras nos hacen pensar: las mareas, las posiciones de la luna en el continente y en las islas, las diferencias entre los lunáticos continentales e insulares; el lucero del alba y la estrella polar, sus movimientos e influencias; los signos del zodíaco y los calendarios más variados; los alfabetos más antiguos, los manuscritos que versan sobre ellos, los lugares donde fueron hallados o aún pueden ser hallados; los mares antiguos y sus vestigios; las causas y los efectos de las lluvias amarillas o rojas, los vientos que las traen de la costa africana; las catacumbas y su papel en la política, las canículas y su influencia sobre el poder; la distribución de los terremotos en la cuenca del Mediterráneo…” Es decir – como Pla –  Matvejevic se ha detenido a conversar con los hombres y las mujeres de las costas y,  sobre todo, más que hablar él,  los ha escuchado. Así ha ido acumulando esa sabiduría que el viajar por el mundo otorga.

En el fondo, es tan importante el escuchar como el viajar como persuasión  (así lo recomienda Claudio Magris), no viajar de modo apremiante y apremiado, ya que hacerlo obligados por el trabajo o los quehaceres significa la negación de la persuasión,  de la parada o del vagabundear. El viajar espaciado – con la curiosidad a flor de piel, “pegando la hebra” (como diría Delibes), hilvanando conversaciones con las gentes – es algo tan valioso que podríamos compararlo a  cursar una asignatura al aire libre en la que se nos fuera explicando – a veces al caminar, a veces ante un vaso de vino – muchos secretos de la longevidad y de la vida, la vuelta de muchos amores y desdenes, cómo se superó un desarraigo y se perdonó una traición o qué herencia se recibió y qué herencia se deja.  ”¿Adónde os dirigís?”, se pregunta en “Enrique de Ofterdingen“, la novela de Novalis. “Siempre hacia casa”, es la repuesta. “¿Por qué cabalgáis por estas tierras?’”, pregunta el alférez en la famosa balada de Rilke. “Para regresar” contesta el marqués.

En resumen, casi cada vez se nos cuenta mientras cruzamos la existencia que estamos volviendo al origen,  unos a las raíces, otros a las creencias, otros a la patria de donde salimos. Caminamos y volvemos. Caminamos y avanzamos. El recorrido lo han hecho muchas gentes y uno entre muchos fue Ortega con sus “Notas de andar y ver“. Vemos y andamos. Andamos y escribimos cuanto escuchamos antes. Anotamos (como hizo Cela en la Alcarria y en el Pirineo de Lérida, entre otros libros) y lo que anotamos fue lo que nos fueron diciendo quienes nos saludaron o nos recibieron. Pla lo hace igualmente por el Ampurdán. Castroviejo por los montes y chimeneas de Galicia. Unamuno y Azorín por muchos lugares de España.

Lo esencial es viajar por mares y montañas, pueblos y ciudades,  y saberlo hacer. Los mares le van hablando al yugoslavo Matvejevic porque notan que el escritor ama el Mediterráneo y sabe escucharlo con atención. A su vez Claudio Magris escucha a Viena, a Prusia, a Zagreb, incluso a Vietnam,  y así va poco a poco  escribiendo “El infinito viajar” (Anagrama), la síntesis de  sus recorridos por el mundo. Andar y ver es todo. Tan sencillo como pasear y como  hablar  con las gentes.

(Imágenes:-1. Oleander Drive.–Slim Aarons.-1965.-photographers gallery.-arnet/ 2, 3, 4 y 5  fotos procedentes de Alenarterevista)

EL TALLER DE LA GRACIA

EL  TALLER  DE  LA   GRACIA.-AA

En esta inmensa sala de Internet la amistad virtual se hace personal en un instante y cuando cruzo entre los blogs con mi vaso en la mano buscando trazos de conversación, infinitas conversaciones del mundo vienen hacia mí también con sus vasos en las manos, se entrecruzan blancas chaquetas de camareros invisibles y palabras e imágenes se saludan como si se leyeran y se fotografiaran de toda la vida, mujeres y hombres que jamás se han visto y que quizá nunca se verán: sólo la pantalla sobre los hombros y los dedos en el teclado desvelan perfiles cercanísimos y universales a la vez, gentes de la casa de al lado en la aldea global, ventanas que se han asomado a nuestros patios interiores, puertas que se nos abren de par en par.

maty.galeon.com.-2

Así me he encontrado en esta inmensa sala de Internet a Juan Pedro Quiñonero al que aún no conozco y al que un día conoceré. Pero en cuanto lo conocí atravesando la Red se cruzaron entre nosotros, presentándonos, uniendo más la amistad, Luis Rosales y Pla y Ramón y Baroja, y enseguida hicieron corrillo de lecturas Juan Ramón y Proust y Virginia Woolf y Baudelaire y tantos otros más, unos pintores y otros escritores, fotógrafos, pensadores, artistas. Quiñonero llevaba un libro en la mano, o mejor dicho, el libro al que me presentaron llevaba a Quiñonero dentro, y al abrir su alma Quiñonero y abrirse a la vez las páginas del libro, vi que «El taller de la gracia» me empezaba a confesar: » Jünger decía que la gran tarea del hombre del siglo XXl sería la «repoblación espiritual» del mundo, víctima de la desalmada colonización y desertización industrial del planeta. En esas estamos. La milenaria guerra entre los Titanes y los Inmortales prosigue en muchos frentes, en detrimento de estos últimos, que muchos consideran definitivamente amenazados. Quizá«.

Ante ese «quizá» me quedé pensativo. Mientras alguien pronuncie ese quizá nada estará perdido, nada aún se dará por concluido, todos esos «quizá» de las posibles victorias nos harán recomenzar cada mañana de modo vibrante la batalla diaria. «El camino que va de la tierra donde nací – me seguía diciendo el libro -, mi país natal, mi «heimat» original, a la tierra, la casa, el país extranjero donde he vivido buena parte de mi vida, en París, donde nacieron mis hijos, es el camino que he intentado repoblar escribiendo libros, que es una de las maneras más tradicionales de amueblar la casa vacía del ser«. Y unas páginas más atrás esta visión bellísima: «Tarea íntima, de entrada, la de celebrar, en familia, la comunión del pan, el vino y las palabras, ya que, en la vida de los hombres, de las familias, hay cosas materiales y cosas inmateriales. Las cosas materiales saltan a la vista: una casa, un trabajo, unas deudas. Las cosas inmateriales las guarda cada cual en el almario de su conciencia. Digo bien almario: algo así como un diminuto armario donde la memoria guarda las cosas nuestras que atañen a nuestra vida moral. Las cosas del alma, se hubiese dicho en otro tiempo».

Estuve  leyendo «El taller de la gracia» (Renacimiento), gran libro de inquietud, de preguntas, de propuestas, libro sostenido por una amplísima cultura de curiosidades, ojos que no se resignan a la decepción, pupila no cegada ante ninguna esperanza.

Pasaban por entonces, al otro lado de  la inmensa sala de Internet, calles y ciudades muy conocidas, ciudades y calles que en distintos años Quiñonero y yo hemos atravesado sin cruzarnos nunca. Pasaba en ese momento cerca de mí la rue de Tournon cargada de recuerdos e inmediatamente me fuí con ella.

(Imágenes:-1.-portada de «El taller de la gracia»/2.-Juan Pedro Quiñonero.-foto tomada de maty.galeon.com)

DE AZORÍN A UMBRAL : EL PERIODISMO LITERARIO ESPAÑOL

Portada_libro

«El periodismo literario no tiene nada que ver –decía Francisco Umbral – con los suplementos literarios y otros dominicales, cuya oferta se hace hoy por arrobas, sino que está incardinado en la maquinaria más íntima del periódico, en su cilindrada ideológica e intelectual. Una buena columna vende más que el rancio destape o la muerte de un torero. Porque los columnistas, como los viejos rockeros, de los que algo tienen, son unos viejos muchachos que nunca mueren«.

Acaba de publicarse el muy interesante volumen coordinado y editado por Javier Gutiérrez Palacio » De Azorín a Umbral.-Un siglo de periodismo literario español» (Centro Universitario Villanueva/Netbiblo) que recoge la amplia polémica suscitada desde hace tiempo en torno a qué puede llamarse o no puede llamarse periodismo literario. Acompañado de una extraordinaria antología de textos (abarcando desde «Clarín» a Manuel Vicent), se estudian en primer lugar los retazos del XlX (Valera, Galdós, Pardo Bazán, etc) ; el arco que va de la crisis a la llamada «edad de plata» (Cavia, Pérez de Ayala, Maeztu, Valle-Inclán, Baroja, Azorín,  Bello, Araquistáin y tantos otros); el periodismo literario como tribuna ideológica (Américo Castro, Azaña, Ortega, Chacel, D´Ors, Bergamín, etc); la denominada «edad de plata» (con Carrere, Foxá, Corpus Barga, Montes, Camba, Sánchez Mazas, etc); la etapa de la retórica propagandística (Alberti, Serrano Poncela, Victor de la Serna, etc); los exilios ( con Max Aub, Domenchina, Cernuda, etc); la inmediata postguerra con Salaverría, Gómez de la Serna, Pla, Rosales, Cunqueiro y Ruano, entre otros); los años cincuenta y el periodismo literario en el olvido (Benavente, Gironella, Pemán, Laforet, etc); los balbuceos de la libertad de prensa (con Anson, Areilza, Campmany, Díaz -Plaja, Carlos Luis Álvarez y otros);  la década del cambio con Julián Marías, Benet, Giménez Caballero,etc), para llegar a los ochenta de Cela, Luca de Tena, Delibes, Zambrano, Martín Gaite y varios más, y culminar en la sociedad de la información, con «el periodismo, nueva literatura«: Benítez Reyes, Alcántara, Fernán Gómez, Jiménez Lozano, Millás, Javier Marías, Muñoz Molina, De Prada, Ferlosio, Vicent y Umbral entre otros muchos.  

periódicos.-1177.-por Raymond Waters.-2008.-Craig Scott Gallery.-photografie.-artnet

Gutiérrez Palacio analiza en su Estudio preliminar cómo Periodismo y Literatura se unen en la Retórica, cuál es la aproximación al tema desde la Periodística, qué novedades ha aportado el periodismo literario en Norteamérica y en Hispanoamérica, el debate sobre si el articulismo literario es o no periodismo literario, para alcanzar al final la pregunta: «¿Qué es, entonces, el periodismo literario?».

Aparecen en este Estudio muy distintas aportaciones. También la mía, con mi libro «El artículo literario y periodístico«, con palabras y consideraciones que yo agradezco mucho al editor-coordinador. Creo que este muy amplio volumen, por su riqueza de autores antologados y por el preciso y atento trabajo de investigación y de clarificación, va a merecer un puesto muy destacado en la Bibliografía sobre la materia.

(Image: 2.-Cash f0r 400 Negroes.-2008.-por Raymond Waters.-Craig Scott Gallery.-artnet)

«LOS ENCUENTROS» DE BALTASAR PORCEL

porcel.-2.-lavanguardia.es«Hijo de pequeño propietario rural y aún insular – explicaba Porcel en la pequeña Introducción al primer tomo de «Los encuentros» (Destino) -, viví mi infancia y adolescencia en un medio aislado, hermoso y reaccionario. (…) Opté por indagar cerca de los individuos notables, tipificadores, dentro de la existencia digamos laboral del país en sus facetas más sobresalientes y diversas y aún contrapuestas. Nacieron, pues, «Los Encuentros de Baltasar Porcel», serie de entrevistas- retrato literario cuya publicación inició, y continúa haciéndolo, el semanario «Destino«, el sábado día 11 de febrero de 1967».

Ahí leí – y expliqué en la Universidad – las admirables semblanzas de Azorín, Pla, Aleixandre, Laín, Castellet, Buero, Ferrater, Ridruejo, Sáenz Guerrero, Nestor Luján, Llorenc Villalonga, Delibes, Ana María Matute y tantos otros.

«Mi periodismo, al igual que mi novelística – decía en la Nota Previa al segundo tomo de conversaciones o de «encuentros» -, responden a mi temperamento y a mi intuición. La técnica que pueda emplear es meramente funcional, a partir de mí: la he pergeñado para que me sirva a mí. (…) ¿a santo de qué hacerlo con mis tentativas, cuando Josep Pla ha construido sus «Homenots«, elípticos análisis de apasionado colorido; cuando Azorín, a principios de siglo, tejió piezas tan reposadas y aceradas como aquel «Romero en el Romeral«; cuando Indro Montanelli ha publicado en «Corriere della Sera» sus «incontri» rebosantes de ironía? ¡Cuánto quisiera haberlos plagiado yo y fui incapaz, tropezando con lo del continente y del contenido! Pero una de las peores desgracias de ese oficio de llenar papeles es el verse obligado a llegar, a través de todas las autocrueldades imaginables, a ser quien se es. A la individualidad – a la originalidad – sea cual fuere. Algo así como la artesanía renacentista. Lo cual no deja de ser una penosa reminiscencia en plena sociedad industrial. Un tipo solitario, escribiendo y estampando su firma al final, es una reminiscencia. Cuando menos en lo que a la Prensa se refiere».

Y allí leí – y expliqué también en la Universidad – los precisos y singulares «encuentros» de Porcel con Cunqueiro, Vázquez Díaz, Montserrat Caballé, Modest Cuixart, María Casares, Serrat, Max Aub, Mercé Rododera y tantos otros más. La serenidad, la intensidad, las conciencias de tantos hombres y mujeres reflejándose en la pupilas de Porcel. Y luego en su pluma.

(Pequeño recuerdo hoy de la figura de Baltasar Porcel que ha fallecido)

(Imagen: foto.-Lavanguardia.es)

TOCAR CON LAS PALABRAS

fruta.-66FF.-por Byung Rock Yoon.-2008.-Art Seasons.-Zurich, Singapur, Seoul.-artnet

«A veces los escritores se acercan a la vida a través del oído, del tacto, de la vista o del olfato de los vocablos. Tocan la realidad de las cosas como, por ejemplo, logra hacerlo el catalán Josep Pla con algo tan material, cotidiano y comestible como es la fruta en un prodigio de observación.

 Cuando Pla, por ejemplo, está describiendo a las ciruelas con su color de agua dormida o nos habla del apasionado y seco perfume del espliego o del colorido de las cerezas que va del rojo negruzco a los carmines más evaporados, delicadísimos, lo que hace es emplear las palabras extrayendo de ellas la máxima precisión. Como él mismo confesó: de joven me pasé una cantidad de tiempo muy apreciable contemplando el paisaje e intentando describirlo luego (…) Me situaba en cualquier rincón de estos campos, a resguardo del viento, y quedaba absorto, fascinado, ante las formas, los colores (…) Bien, pues mi estilo es esto: buscar la palabra exacta, en el sustantivo, y después el adjetivo, para conferirle el matiz, el aire, con la misma exactitud (…) Por ello hay que matizar, prestar atención a los detalles, a su riqueza y a su poesía.

Hay en esto una paciencia escondida, una paciencia artesanal que acompaña hasta perfilar la obra de todo creador. Es la misma paciencia de la pincelada en el pintor, del moldeado en el escultor, la que vive también con el escritor limando el lenguaje, porque toda paciencia es una y única. Los escritores jóvenes que cabalgan en la prisa deberían quizá aprender esa paciencia del matiz y de la precisión, ya que la vida es eso, un sinfín de matices en el diálogo humano, en los enlaces y desenlaces de la existencia y de la convivencia, en la descripción y narración de los quehaceres y de las penas y alegrías. Nada se puede contar con prisa, aunque aparentemente la vida sea eso ‑prisa‑, pero las gentes quieren escuchar atenta y detalladamente hasta el tono y timbre de voz de lo que ocurrió, el gesto que puso uno, cómo enarcó las cejas o cómo titubeó el otro al contestar, y todo eso es matiz, todo eso es adjetivo.

     Los albaricoques ‑dice Pla al describir el paso de la fruta‑, son bellos en el árbol, sobre todo a la incierta luz del alba matutina, cuando cantan los mirlos y las codornices y más bellos quizás todavía sobre una fuente de cristal, sobre unos manteles pulidos, suavizada su rugosidad con una punta de agua y hielo. Sus colores son entonces tan fascinadores que uno no sabe si comerlos o dejarlos; tan encantadora es su presencia. Su gusto es un poco pastoso y filamentoso, de manera que su presentación no suele corresponder a su rendimiento. Pero eso, que sucede con los albaricoques, ocurre con muchas otras cosas en la vida. La contrapartida del albaricoque es el melocotón, fruto de menos presentación que el anterior ‑aunque a veces, si es de secano sobre todo, puede ser bellísimo‑ y en cambio de un gusto maravilloso, infinitamente superior al albaricoque. Hay también muchas clases de melocotones, una gama de carne de melocotón que va de la mollar y acuosa a la prieta y tensa, siendo la última, a mi entender, la preferible, aunque se deba reconocer que no hay mejor fruta para la glotonería que el melocotón mollar y semilíquido. (» Viaje a pie»)» («El ojo y la palabra», págs 118-120)

(Dedicado este post a Juan Pedro Quiñonero, fervoroso lector de Pla,  y a «Una temporada en el infierno«, que acaba de describir la llegada de los primeros albaricoques españoles a su calle de París)

(Imágenes.-1.-Yoon Byungrock.-008.-Art Seasons.-Zurich, Singapur, Seul.-arnet)

«LA ESPAÑA NEGRA »

«Son estos hombres de pelo en pecho; sus caras se parecen a la del toro, muy barbudos, con las cejas muy pobladas y juntas, las caras atezadas por el sol, las frentes llenas de arrugas y las mejillas con surcos, como la tierra abierta con la azada; encerrados por el negro del afeitado de la barba y el bigote, destacan, más descoloridos, los labios y los dientes muy blancos; sus manos, desproporcionadas, grandes y membrudas; sus chaquetas llenas de cuchillos de tela de distinto color, para tapar los rotos, con la zamarra al hombro, en cuyo bolsillo asoma el pañuelo moquero con el que se suenan fuerte y lo atan al cuello para empapar el sudor; sus piernas, calzadas con polainas de cuero con todos los broches y hebillas tapadas y blancas por el barro de los días de lluvia; sus sombreros, de forma rara, encasquetados hasta las orejas».

Así describe Gutiérrez Solana a los carreteros de Tembleque en su libro «La España negra«. Ahora que acaba de publicarse una nueva edición de esta obra (Comares), que recoge los Viajes por España y otros escritos, el pensamiento se me va a los días en que leí mi tesis doctoral en la Universidad Complutense de Madrid hace ya muchos años sobre el tema «La muerte en la obra literaria de Gutiérrez Solana«. Dirigida por un gran catedrático y luego gran amigo mío, Francisco Yndurain,  expuse en aquellas páginas la vida y la obra del pintor-escritor, muerto en 1945 a los 59 años de edad que entre Santander y Madrid, su hermano Manuel y el café «Pombo», cantaba a voz en grito y no con mala voz, rociando de vez en cuando la existencia con el sabor de la botella. Los principales biógrafos y comentaristas de Solana dejan fuera de duda su derecho deseo sin ninguna concesión a «ser leal consigo mismo», honrado en su quehacer de artista, y, sobre todo, en presentar desnuda su verdad, sin afeites ni arreglos, monda y lironda, aunque a muchos desagradase.

«Gutiérrez Solana – dije entonces- fue un permanente viajero y lo reflejó en todos sus libros. Viajó por Madrid en las dos series de «Madrid, escenas y costumbres», cuyo título evoca el de Mesonero Romanos. Viajó igualmente por España – desde Santander hasta Zamora, una vez «visitado» y «observado» de modo implacable lo mismo el Museo de Valladolid que pueblos como Tembleque, Calatayud, Ávila o tantos otros- en su libro «España negra». Esa España pobre, oscura, bastante ignorante y olvidada, encerrada en sí misma porque otros la hubieran encerrado en sus pueblos vacíos: toda esa faz negra de España – sin agregar moralejas, sino simplemente con pintarla con la pluma desnuda y denunciadoramente (ella se denunciaba con sus hechos) -, Solana la describió más que la escribió; y lo hizo a través de un viaje por nuestras tierras». («La muerte en la obra literaria de José Gutiérrez Solana», Tesis Doctoral, inédita).

Ahora vuelve a editarse esa «España negra» y volvemos a contemplar a esos carreteros de Tembleque que a la hora de comer «abrazan la cazuela y la recuestan en el pecho, llena de patatas, de berzas y de cocido; el pan se convierte en moreno cuando lo amasan con los dedos tiznados y negros donde resaltan el blanco de sus uñas, que suelen ser zapateras por los golpes, y a alguno le suele faltar un dedo de la mano, que se ha cogido entre dos moles de piedra».

Una vez más – como he comentado en varias ocasiones en Mi Siglo , hablando de Pla y de algún otro – estamos en la «literatura de observación», algo realmente difícil que el ojo del escritor va recogiendo. En este caso, un pintor que mira atentamente y que, en vez de llevar cuanto ve hasta el lienzo ( o a la vez que lo lleva), desea transmitirlo en la página.

(Imágenes: Autorretrato del pintor Gutiérrez Solana, 1943/ Gutiérrez Solana: «Las máscaras»)

VIEJO Y NUEVO PERIODISMO

El periodismo no ha cambiado. Ha cambiado todo lo que nos rodea a quienes escribimos: el móvil, el ordenador, las cámaras, los focos, todo lo que llevamos en los bolsillos, los cables, la velocidad, la instantaneidad, la inmediata comunicación del pulgar de la mente que hace que este blog, Mi Siglo, se lea dentro de un segundo en Asia o en América, que se reciba contestación, que se discuta en la pantalla, que se formen tertulias en el aire de la red, que la red supere al papel, que las herramientas y los utensilios sean diminutos, eficaces, que se hable y se escriba con la otra punta del mundo en un pestañear de ojos, que crucemos mensajes telefónicos, que nos miremos los unos a los otros en pantallas de espejos, todo lo que el futuro nos trae cada minuto pulverizando el presente, arrojándonos de bruces al mar de la comunicación. Pero el periodismo no ha cambiado. Tampoco la literatura. El periodismo – como la literatura – vive dentro de la pupila del gran observador (la literatura de observación, que decía Pla) (en el caso de la creación, la literatura de invención), y no hay sorpresa que nos abra el mundo sin esa observación de la pupila, sin esa atención perpetua, juvenil, una atención que no descansa, una inquietud hermanada con el constante asombro.
Todo lo que se ha modificado y seguirá modificándose casi hasta el infinito son las herramientas. El ojo periodístico dentro de la pupila de la atención se fija en los movimientos generales de unas elecciones americanas, por ejemplo, o en los síntomas enfermizos de una sociedad en decadencia. Es el ojo el que felizmente domina a las herramientas y si ese ojo es ciego o está cansado de mirar – creyendo que ya lo ha visto todo, que ya lo sabe todo -la herramienta será inservible.
He pensado una vez más en todo esto cuando he repasado el ojo y la mano de Azorín, del que hablé aquí hace pocos días. Se puede tomar el ejemplo de Azorín, el de Pla o el de cualquier otro ojo que haya cumplido bien su misión y el de cualquier mano que haya contado cuanto el ojo veía.
Azorín cuenta en su libro «Madrid» cómo Don José Ortega y Munilla, director de «El Imparcial«, le llama a su casa para encargarle una serie de artículos o reportajes sobre la ruta de Don Quijote. «En su casa, mano a mano los dos- cuenta Azorín -, ha de darme las últimas instrucciones para el viaje. Con el mayor misterio me dice: «Bueno, ya lo sabe usted. Va usted primero, naturalmente, a Argamasilla de Alba. De Argamasilla creo yo que se debe usted alargar a las lagunas de Ruidera. Y como la cueva de Montesinos está cerca, baja usted a la cueva. ¿No se atreverá usted? No estará muy profunda. ¿Y dónde cree usted que ha de ir después? Y, ¿cómo va usted a hacer el viaje? No olvide los molinos de viento. Ni el Toboso. ¿Ha estado usted en el Toboso alguna vez? ¡Ah, antes que se me olvide!». Y diciendo esto – sigue Azorín -, don José Ortega Munilla abre un cajón, saca de él un revolver chiquito y lo pone en mis manos. Le miro atónito. No sé lo que decirle. «No le extrañe usted – me dice el maestro -. No sabemos lo que puede pasar. Va usted a viajar solo por campos y montañas. En todo viaje hay una legua de mal camino. Y ahí tiene usted ese chisme por lo que pueda tronar».

El ojo de Azorín viaja por la ruta de Don Quijote. La mano de Azorín escribe desde allí sus artículos a lápiz, que en aquel tiempo es su silenciosa herramienta. Tienen un éxito asombroso en «Los Lunes» de «El Imparcial«. Walter Starkie cuenta cómo observó aquel ojo y cómo se movió aquella mano por tales tierrras: «Cuando llegó en el tren a Cinco Casas Azorín tomó un coche de caballos junto a otros viajeros, y durante los doce a trece kilómetros del trayecto a Argamasilla no dijo ni una sola palabra ni al cochero ni a los viajeros. (…) Al llegar a la fonda de la Xantipa, Azorín pidió una habitación sencilla que diera a la parte posterior, e insistió que no quería nada más que la cama, una silla, una mesa y dos velas. Durante la cena no despegó los labios e inmediatamente después se encerró en su habitación y empezó a escribir… Luego salió a dar una vuelta por el pueblo y le siguieron de lejos; vieron que se paraba delante de ciertas casas y las miraba detenidamente, anotando algo en un libro. Más tarde le vieron entrar de puntillas en un patio y mirar tímidamente, y al oir pasos correr hacia fuera. Con todo esto crecieron las sospechas, y uno de los huéspedes más osado penetró en su habitación para investigar y encontró muchos papeles rotos. Fue a consultar a los demás y vieron que estaban escritos en un idioma muy raro. Uno sabía francés, pero no era francés, ni alemán tampoco, y no lo pudieron comprender, porque Azorín, que era periodista, escribía en taquigrafía. (…) Todo esto duró hasta que empezaron a llegar los artículos que Azorín escribía para «El Imparcial«, y entonces descubrieron el misterio, porque encontraron en los artículos una descripción detallada de sí mismos, lo que eran, lo que dijeron, cuántos coñacs habían tomado en los casinos, sus ideas, todo». («El artículo literario y periodístico».-Eiunsa, 2007.-págs 48-50).
Hoy no sé qué le diría el director de turno al moderno Azorín.
No le daría un revolver porque el periodista ya sabe cuántos controles tiene que pasar en los aeropuertos. Tampoco la herramienta es hoy un lápiz ni se viaja en coche de caballos. Lo que no ha cambiado es el ojo – pupila de Azorín o de Pla – que debe observar y analizar catástrofes nucleares y catástrofes domésticas, los dramas de la emigración y de la ausencia de cultura, la desertización moral y el vacío de valores, ese gesto de la infancia abandonada o el sopor y bostezo de tantos políticos.
(Fotos: La ruta de Don Quijote; Cueva de Medrano .-Argamasilla de Alba.-clubbiored.org.-altoguadianamancha.org.)