VIAJES POR EL MUNDO (19) : SAN PETERSBURGO

 

 

“En última instancia – comentaba Joseph Brodsky al hablar de San Petersburgo – , se debe atribuir el rápido crecimiento de la ciudad y de su esplendor en primer lugar a la ubicua presencia del agua. El Neva, que se extiende a lo largo de veinte kilómetros y se bifurca justo en el centro de la ciudad, con sus veinticinco tortuosos canales, grandes y pequeños, brinda a esta ciudad tal cantidad de espejos, que el narcisismo resulta inevitable. Es como si la ciudad, reflejada a cada segundo por miles de metros cuadrados de una continua amalgama plateada, fuera filmada constantemente por su río, que descarga sus secuencias en el golfo de Finlandia, el cual, en un día soleado, parece un depósito de esas deslumbrantes imágenes. No es de extrañar que a veces esta ciudad dé la impresión de una egoísta redomada, exclusivamente preocupada por su aspecto. Es cierto que en semejantes lugares prestamos más atención a las fachadas que a las caras, pero la piedra no puede procrear. La inagotable y enloquecedora multiplicación de todas esas pilastras, columnatas y pórticos insinúa la posibilidad de que al menos en el mundo inanimado se pueda considerar el agua una forma condensada del tiempo.

 

 

Prro tal vez más que por sus canales y ríos esta “ciudad extremadamente premeditada”, como la llamó Dostoievski, se ha reflejado en la literatura de Rusia, porque el agua sólo puede hablar de superficies  y, además, expuestas. La descripción del interior mental y real de la ciudad, de sus repercusiones en la población y su mundo interior, pasó a ser el tema principal de la literatura rusa casi desde el día mismo de su fundación. Técnicamente hablando, la literatura rusa nació aquí, en las riberas del Neva. Si, como se suele decir, todos los escritores rusos “salieron del “abrigo” de Gógol”, conviene  recordar que éste fue arrebatado de los hombros de ese pobre funcionario precisamente en San Petersburgo, al comienzo mismo del siglo XlX.  Sin embargo, quien fijó el tono fue Pushkin en su “Caballero de Bronce”.

En el marco de la vida rusa de aquella época, la aparición de San Petersburgo fue similar al descubrimiento del Nuevo Mundo: brindó a los meditabundos hombres de la época la posibilidad de observarse a sí mismos y a la nación desde fuera. Dicho de otro modo, esta ciudad les brindó la  posibilidad  de objetivar el pais. Si es cierto que todos los escritores deben distanciarse  de su experiencia para poder hacer observaciones sobre ella, en ese caso la ciudad, al prestar ese servicio distanciador, les ahorró un viaje.”

 

 

(Imágenes-1- San Petersburgo – Julian Barrow/ – 1939/ 2- San Petersburgo –  Nikolai Dubovsky- 1898/ 3- San Petersburgo- Sadovnikov-1862)

LEYENDO A THOMAS MANN

 

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Releo «Thomas Mann y los suyos» de Marcel Reich-Ranicki. Como siempre, en los artistas de gran relieve – y Thomas Mann lo es – se desvela esa desunión ( o unión)  entre  su figura humana cotidiana – con sus defectos, manías y toda clase de flaquezas – y su obra. Mann, entre otras cosas, estaba obsesionado por Goethe, por su esplendor y por su altura, lo mismo que por Wagner. Eran dos de los ídolos a los que aspiraba a emular, cada uno de una forma. Se ve, como siempre, que las capacidades de los talentos o de los genios – (Tolstoi desconocía o despreciaba a Dostoievski) – forman un contraste y constituyen los fuertes contraluces entre obra y figura. De Thomas Mann, entre otras cosas, asombra su disciplina laboriosa, la claridad para desenvolver el quehacer de sus jornadas, aunque fueran en el exilio, y se descubren a la vez sus tremendos egoísmos y su egocentrismo, sus altiveces y neurosis, y toda suerte de fragilidades más o menos alimentadas y consentidas. A su hermano Heinrich le hace reproches en su correspondencia, y una de las cosas que le dice es que se precipita y no mantiene el ritmo adecuado para que una obra sea ponderada y tenga altura. En la curva de la edad, junto a la perseverancia férrea y disciplinada en su tarea, Thomas Mann supo mantener hasta el final un tono de calidad en su trabajo artístico. El libro de Reich-Ranicki guarda en sus páginas, no sólo análisis y descubrimientos incesantes, sino también breves pero profundas reflexiones para entender qué es un artista.

(Imagen.-Thomas Mann con su hija Erika)

 

EL NOBEL

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» El escritor, por definición, comentó él paseando, no sabe dónde va, escribe para intentar comprender por qué tiene necesidad de escribir. Y mientras decía esto se iba deteniendo por las diversas estanterías de su amplia biblioteca y luego volvió a echar a andar buscando, comprobando aquí y allá títulos y autores que él ya había leído, recordaba, por ejemplo, nada más extraer el lomo del pequeño libro blanco de Dostoyevski, el Diario de un escritor, la historia breve de aquella centenaria que iba con una moneda en la mano atravesando la ciudad para ver a sus nietos y cuando llega por fin a la casa…, sí, lo recordaba perfectamente por su gran intensidad, Dostoyevski era así, entrando hasta el fondo con la ternura y con una fuerza enorme, y volvió a empujar el lomo del pequeño libro para alinearlo con los otros y de paso entornar la ventana del balcón del salón, porque era media mañana y ya entraba mucho sol, había un reflejo del sol en los cristales pero sobre todo llegaba mucho ruido procedente de la calle, venía vociferando la cantinela del

 

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tapizador urgiendo a las señoras por si tenían algún mueble que tapizar, por si tenían sillas, sillones, sofás, tresillos, cualquier mueble que tuvieran que tapizar las señoras, cualquier mueble viejo que arreglar y el tapizador inmediatamente subiría sin ningún compromiso, y entonces el escritor empujó algo el cristal de la ventana del balcón e iba ya a cerrarla cuando se quedó mirando al otro lado de la calle la casa de enfrente y las ventanas abiertas y algunas esterillas o alfombras pequeñas colgadas ya que estaban limpiando y sí, perfectamente se veía al fondo de las ventanas abiertas una serie de espejos en una habitación amplia, una serie de espejos pero sobre todo uno rectangular, grande, que reflejaba parte de los techos altos con molduras blancas y la cabeza de una mujer vista desde arriba que iba y venía de afuera adentro del espejo, sin duda estaba limpiando aquel cuarto, pero al escritor no le interesó aquella cabeza de mujer ni aquella figura que iba y venía limpiando sino el espejo mismo, un espejo grande, antiguo, con un marco dorado, de los que ya no se ven, pensó, parecido al que tenía tía Matilde en aquel gran salón de espejos y tapices y alfombras de la calle de Lagasca, parece que el

 

figuras-ttv-Mark Rothko- mil novecientos sesenta y nueve

 

 

escritor, sí, lo estuviera viendo ahora, quizás aquel espejo grande del salón de tía Matilde era mayor, adornado con arabescos en los bordes, un espejo heredado del siglo XIX en el que se reflejaban los sillones y la butaca roja de tío Eduardo cuando venía a la tertulia familiar del domingo, y el pelo blanco ensortijado de tía Elvira que se sentaba debajo del espejo ante la bandeja de pasteles, parece que estoy viendo los dedos gordezuelos de tía Matilde cargados de sortijas y adelantándose golosos hacia la bandeja de pasteles, porque era golosa, sí, mi tía Matilde, era todo un personaje, yo la he sacado, ¿sabe usted?, se volvió un poco hacia ella, en mi primera novela, los escritores acudimos a lo primero que tenemos, a la infancia, a los recuerdos, a veces esos recuerdos se quedan en una imagen, como la de un espejo que refleja a toda una familia y uno no sabe por qué pero es así, como cuando uno se ve a sí mismo evocando su infancia de repente y entornando a la vez esta ventana por ejemplo como ahora lo hago yo, ¿o prefiere que le cierre el balcón?, se volvió aún más el escritor preguntando hacia el fondo del salón, lo digo por los ruidos de la calle que nos pueden perturbar para lo que estamos haciendo, ya ha oído usted al tapicero anunciándose, pero también pasa el afilador, el

 

 

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trapero, son oficios que parece que mueren pero que siguen ahí como trovadores curiosos, como gente romántica de otro tiempo, ya ve, sonrió, cómo hablamos los escritores a veces, al afilador por ejemplo, lo que le ocurre…, pero al decir por segunda vez la palabra afilador el escritor no supo por qué, aunque ya le había pasado en otras ocasiones, dejó de hablar y de andar porque escuchaba perfectamente hacía años el silbo agudo y moldeado de la hoja de afilar ondulándose en el aire debajo mismo de las ventanas del hotel que el bosque rodeaba, ¿cómo es posible que haya un afilador aquí, en plena naturaleza?, le había dicho entonces a su mujer, ¿lo oyes, Alicia?, y Alicia salió del baño con la toalla azul como turbante, descalza, asomándole los pies desnudos bajo el albornoz y se asomó junto a él al balcón del hotel de recién casados, se puso un poco detrás de él para que nadie la viera desde fuera en albornoz y los dos juntos contemplaron cómo allí, en la explanada y cerca de los árboles, afilaba su silbo en la rueda aquel hombre larguirucho y delgado, de fino bigote, tocado con gorra, decentemente trajeado, concentrado en su oficio a dos pasos del bosque y ajeno a cualquier público como si estuviera componiendo una curiosa melodía aquel afilador…, y al volver ahora por tercera vez esa palabra a su mente, el escritor,

 

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tampoco supo por qué, echó de nuevo a andar desde el balcón ya cerrado hacia lo profundo del cuarto, hacia la figura de aquella mujer joven sentada en el sofá tras la mesa inundada de libros que con el bloc sobre sus rodillas iba tomando notas de lo que el escritor decía, también de sus movimientos y de sus gestos, aunque lo que no podía era con sus silencios, porque ¿cómo registrar con la pluma, y ni siquiera con aquel pequeño magnetofón encendido todo lo que los silencios guardaban?, no hay, pues, señorita, continuó el escritor paseando, una entrevista perfecta, porque usted aprenderá en su oficio que el hombre es inapresable, usted me pregunta, mejor dicho, me ha preguntado, y yo le he contestado como siempre respondo cuando vienen a verme, aunque no sé, en verdad, por qué vienen a vernos a nosotros los escritores ni qué podemos tener de encanto para ustedes, porque ¿por qué no tienen ese atractivo los ministros o los banqueros o los meros comerciantes?, yo comprendo que a ustedes los mandan de los periódicos, de las televisiones, para indagar, para mostrar lo que escondemos, para saber cómo trabajamos, cómo se nos ocurren las cosas, ¡pero si no hay nada que mostrar

 

figuras-uiu-Mark Rothko- mil novecientos cincuenta y cuatro

 

aquí!, todo es bien sencillo, simple, y a la vez, siguió andando por la alfombra, yo le diría, sonrió, que, a la vez, es también algo misterioso, porque si yo le digo, por ejemplo, que hace un momento, ahí, se volvió señalando al balcón cerrado, ahí, en esa ventana, al yo ir a entornarla y mirar distraídamente a la calle, al otro lado de la calle, he visto casualmente un espejo a lo lejos en el que no me había fijado nunca, un espejo grande, antiguo, y ese espejo me ha llevado a mi infancia, es decir, he visto en un momento un recuerdo preciso de mi infancia, una imagen nítida, como si estuviera yo allí y no aquí, pues usted se reiría, seguramente no lo entendería, entre otras cosas porque yo no le puedo transmitir esa imagen mientras paseo, para transmitírsela tendría que sentarme en mi mesa de trabajo, ante una hoja en blanco y esforzarme y concentrarme como escritor, y crear de nuevo a lo mejor todo este escenario, todo este momento, hasta incluso crearla a usted en este salón, al fondo, exactamente donde ahora está usted sentada, y empezar desde cero, desde el momento, ¿recuerda?, en que, cuando usted me empezó a preguntar, yo buscaba vagamente un libro para leer y he movido un poco ese pequeño libro blanco de Dostoyevski, el Diario de un escritor, y (usted lo ha visto), me he quedado un segundo pensativo, pero yo no le he podido

 

figuras-ttvv-Mark Rothko-mil novcientos sesenta y ocho

 

 

transmitir lo que pensaba, porque las entrevistas, usted lo sabe, se hacen con palabras, ustedes los periodistas preguntan y nosotros contestamos, ¿pero cómo decirle a usted que cada vez que yo toco ese libro veo andar y atravesar la ciudad a esa amable centenaria que Dostoyevski describe y que marcha apretando una moneda en la mano para regalársela a sus nietos?, ¿cómo expresarle todo eso a usted?, no, no es posible comunicar todo eso, dijo, y menos en el mismo momento en que ocurre, hay cosas que uno piensa y que nunca se pueden decir, todos, no sólo los escritores, todos vivimos entre pensamientos, usted se irá de aquí sin saber en realidad qué pienso yo esta mañana, cuáles son mil fulguraciones, porque todo son palabras, palabras y palabras exteriores, usted anota las palabras y hace bien, es su oficio, rebusca entre mis gestos a ver cómo puede extraer mi personalidad, quién soy yo, cuáles son mis sentimientos dentro de este despacho lleno de libros en el que usted ve ahí ese gran retrato de una mujer desconocida, y luego estos libros, todos estos libros encuadernados, distinciones, recuerdos de premios, fotografías, el ordenador, las cuartillas, todo este mundo arreglado por Alicia durante veintitrés años y que ha quedado igual que cuando ella me dejó,

 

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parecido a la gran cubierta de una nave enorme, así lo llamaba ella, porque le gustaban estas habitaciones alargadas y diáfanas, ella tiró todos esos tabiques, hubiera tirado todos los tabiques de la casa, le gustaba pasear descalza por esta alfombra y se sentaba ahí, más al fondo de donde está usted, y se distraía viéndome trabajar desde lejos, cogía una revista y se pasaba en silencio largos ratos en el sofá mirándome a hurtadillas, sin interrumpir, lo mismo que si estuviera frente al mar o ante el campo, lo mismo, siempre relajada dijo el escritor, y se quedó un momento ensimismado mirando al fondo, mirando a la periodista cómo escribía, a qué velocidad y qué nerviosamente estaba anotando todo aquello en su cuaderno la joven periodista de pantalones azules y blusa blanca que asentía, sí, asentía nerviosa mientras seguía escribiendo con tensión porque aquella era una entrevista esencial para ella y quería anotarlo todo y que nada se le escapase, tampoco lo del posible Premio Nobel, tampoco lo de los amores del escritor, tampoco lo de sus inclinaciones políticas, aunque todo esto aún no lo había preguntado pero lo tenía ya preparado en su agenda, cuidadosamente ordenado por preguntas y temas, lo que  pasaba era que a ella le estaba distrayendo aquella voz, la voz melodiosa del escritor que iba y venía por la alfombra y que le distraía con su voz de galán, ya le habían advertido, te toparás con un auténtico galán, muchacha, depende de cuándo lo cojas, influye mucho la época del año, en agosto

 

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o septiembre, cuando cree que le van a dar el Premio Nobel él se crece, trae locas a todas las periodistas, a las mujeres no sé qué las da, le sale todo ese poderío de conquistador y de triunfador, toda la fuerza del trabajador tenaz, pero cuando pasa el Nobel en octubre y ve que una vez más no se lo han dado, decae hasta en su aspecto físico, engorda, pierde agilidad, hasta le cambia la voz, se le hace meliflua y débil, pasa todo un invierno escondido y trabajando en otra nueva obra y así de nuevo recomienza el año con la esperanza…, pero ella enseguida había interrumpido, ¿Y si le dan un día el Premio Nobel?, ¿qué pasará si le dan el Premio Nobel?, y nadie había sabido contestarle, pero ella estaba ahora aquí, precisamente en el día posible del Nobel, ella había hecho sus cálculos, jueves o miércoles de octubre era la tradición, habían concedido ya los Nobel de Física, Química y Medicina, quedaba el de Literatura, había mentido, pactado, concertado esta entrevista en exclusiva, estaba con su pequeño magnetofón encendido y el cuaderno encima de sus rodillas, seguía yendo y viniendo la voz del escritor por la alfombra del despacho y al fondo, cerca del balcón, había un teléfono que podía sonar…, pero la voz, aquella voz de él le seguía poniendo muy nerviosa porque toda la entonación y vocalización era tan sugerente que ella ya no estaba atenta al

 

 

figuras-rbnuv- Mark Rothko

 

 

contenido sino a la forma, asentía a la forma y a la música de las palabras que estaban yendo y viniendo por el despacho, era acunada por la voz que traía y llevaba las pronunciaciones y las pausas, había además una respiración honda entre todos aquellos libros encuadernados en negro y rojo, entre la alfombra y el gran retrato iluminado de aquella bella mujer misteriosa, y seguía la voz paseando, ¿y qué me ha dicho ahora?, ¿qué está diciendo de verdad este hombre? se dijo la joven periodista, pero no le dio tiempo a pensar porque seguía cautivada por aquellas inflexiones de las frases que arrastraban a los pensamientos y que ella intentaba seguir tensa e inclinada hacia adelante, las piernas juntas, detrás, continuamente detrás de la belleza de aquellas palabras, nunca en ninguna entrevista le había sucedido el estar tan aturdida y distraída, tan tonta le susurró la script, pero la periodista aún no la oyó, estaba tan ajena a todo que no volvió a escuchar a la script cuando le repitió por detrás, pero querida, ¿quieres arrancar?, te toca hablar a ti, ¡tienes que hablar!, ¡te toca diálogo!, y la secretaria de rodaje detrás de ella estaba ya descomponiéndose en su silla de tijera intentando recordarle la pregunta que el guión le marcaba y que ella debería hacerle ahora al escritor pero que ella no acababa de hacer mientras la script con su gran bloc en las manos se la apuntaba susurrando y los operadores miraban todo aquello asombrados, y detrás de los operadores esperaban los electricistas con sus cables,

 

figuras-yub-Mark Rothko- mil novecientos cuaenta y ocho

 

 

y los técnicos de sonido con sus auriculares, y los iluminadores con los focos, y los carpinteros, y el resto del equipo que rodaba, los decoradores, mecánicos, ayudantes de dirección, las encargadas del vestuario, las maquilladoras, el escenógrafo y quienes ahora giraban la gran grúa en donde estaba moviéndose muy despacio, muy lentamente, sentado en su sillín, el director, el único tranquilo de todos quizá porque estaba aprovechando muy bien este momento de sorpresa que no aparecía en el guión, al director con su visera en la frente le gustaban estas improvisaciones, estaba realizando un lento travelling hacia arriba, había tomado este despacho, y al escritor y a la joven periodista cada uno en un rincón del escenario, al escritor le seguía dejando hablar y pasear, los escritores necesitan desahogarse, se creen divos, se ufanan cuando reciben a una joven periodista, se pavonean yendo y viniendo por entre los libros de los otros y por entre sus propios libros, hay que dejar pasear y hablar a este pobre escritor que cree en los premios, que cree en el Nobel, que desde hace años ha construido su vida, sus entrevistas, sus viajes, sus relaciones pensando en el Nobel, que sueña por las noches con la velada en Estocolmo y que se levanta en sueños a recibir los aplausos, sí, hay que dejarle hablar y que siga fascinando con sus palabras a esta joven periodista de

 

figuras-onnhy-Mark Rothko- mil novecientos sesenta  nueve

 

 

pantalones azules y de blusa blanca se dijo el director en el lento travelling hacia atrás, alejándose ya hacia arriba de este despacho, se alejaban las estanterías de los libros y la alfombra, también se alejaba la voz melodiosa del escritor, su voz de galán, ahora parecía que el escritor se empequeñecía y su voz se debilitaba, eso era lo que el director deseaba mostrar en el final de su película, enseñar la carpintería y el artificio de una vida que giraba en torno a un premio, unas horas cruciales y disimuladas de nerviosismo por si sonaba el teléfono, y cada año igual, ese paseo incesante por el despacho esperando…, y además la sorpresa ahora de esta joven periodista que no hablaba, estaba fascinada por el otro y se había quedado en silencio olvidándose del guión, muda, sentada en el sofá con las piernas juntas y echada hacia delante, y así, así quiero terminar, se dijo el director en su lento travelling hacia atrás, no quiero nada más, porque esta situación inesperada puede ser un final abierto para El Nobel, esta película que me ha llevado tanto tiempo, recuerdos, reflexiones, variaciones, he querido contar la vida de un escritor, un simple quehacer, una vocación rendida, un esfuerzo constante y una ilusión virgen al principio, un querer dedicarse a los demás, interpretar el mundo, incluso intentar mejorarlo, para luego, por avatares de la vida, apartarse poco a poco del camino y obsesionarse con los premios y repetirse, y caer en la imitación de sí mismo, en la charlatanería banal, sí, hay que dejar hablar y pasear a este pobre escritor que es pura vanidad ante el Nobel, puro cálculo, se dijo el director remontando el lento y largo travelling hacia arriba y hacia atrás, quería abarcarlo todo, sí, quiero abarcarlo todo, se repitió el director sentado en lo alto en su sillín de la grúa que lo ascendía y lo alejaba ahora lentamente a la vez en el plató, veía abajo el despacho en donde el escritor seguía paseando y hablando ante la joven periodista que continuaba muda y fascinada en un rincón, veía también,

 

figuras-nnb- Mark Rothko- mil novecientos cincuenta

 

 

conforme ampliaba su travelling, los decorados, los focos, los cables, y detrás los mecánicos y los carpinteros, las maquilladoras, el escenógrafo, los técnicos de sonido y de iluminación, la script y los ayudantes de dirección, también abarcaba al director de fotografía, al productor y hasta a algunos curiosos que seguían el rodaje de esta última secuencia, e incluso algo más atrás veía también parte de la pequeña sala de proyección en donde media docena de actrices y de actores, de críticos y de escritores aplaudían ya el final abierto de este film, El Nobel, que estaba haciendo reflexionar a todos y les había hecho repensar el ejercicio de la literatura, su actividad y su vanidad, vanidad de vanidades, se dijo pensativo uno de aquellos escritores que acababan de ver el final de la película, vanidad de vanidades, sí, se repitió aquel veterano escritor levantándose ya de su butaca en las últimas filas mientras estaban pasando aún los carteles de crédito y se encendían las luces de la sala pero él se dispuso a salir deprisa, como huyendo, porque le habían conmocionado mucho aquellas imágenes tan idénticas al relato que él estaba escribiendo estos días, y prefirió salir sin despedirse de nadie, ganar la calle y abrir su paraguas bajo la lluvia para andar rápido y llegar pronto a casa y pensar aún más qué era realidad y qué ficción en todo aquello, y eso se dijo ya en su casa, por la noche, y en el sillón de su despacho, repasando y releyendo el final de aquel relato suyo en el que llevaba trabajando varios días, había intentado resumir en él parte de su vida, aquel espejo evocado, por ejemplo, de la infancia en la tertulia familiar, aquel nombre, Alicia, el nombre amado de su mujer, este retrato iluminado de ella que ahora veía delante en la gran habitación, sí, todo lo había ido escribiendo él en aquel cuaderno en el que había trabajado tanto tiempo, toda la curva de su relato, toda la invención, hasta la invención también de sus paseos ante la joven periodista imaginaria, incluso el rodaje de aquella película, todo, todo había sido auténtica ficción, y quiso dejarlo así cerrando el cuaderno, y se dispuso a colocarlo en la estantería entre sus libros, en la gran biblioteca, al lado del pequeño libro blanco de Dostoyevski al que tanto quería, el Diario de un escritor, pero como todos los años a esta hora sintió un pequeño estremecimiento, sí, porque para mañana estaba anunciado que darían el Nobel y, sí, como todos los años, sintió un pequeño escalofrío al salir y apagar la luz.»

José Julio Perlado : «El Nobel» ( relato inédito) (perteneciente al libro «Caligrafía», de próxima aparición)

 

 

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(Imágenes-  Mark Rothko)

LECCIONES DE ZADIE SMITH

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«¿Qué clase de novela estoy escribiendo? – se pregunta la novelista inglesa Zadie Smith en un ensayo sobre el oficio de escribir -. En un día, las primeras veinte páginas pueden pasar del presente en primera persona al pretérito en tercera persona, al presente en tercera persona, al pretérito en primera persona, y así sucesivamente. Lo cambio varias veces al día (…) En el caso de «Sobre la belleza», me pasé casi dos años reescribiendo las primeras veinte páginas. (…) Cuando finalmente me decidí por un tono, el resto del libro se escribió en cinco meses.» (Todo este tema del «tono» o de la «voz» es esencial para encontrar el secreto de un libro. García Márquez ha confesado que para desembarazarse de la «voz» de «Cien años de soledad» y encontrar la «voz» para «El otoño del

libros.- 466hh.- lectura.-Nueva Yorj.-  Mstislav Dobuzhinsky.- tejados de Nueva York.- 1943.- Ashmolean Museum de la Universidad de Oxford, Reino Unido

patriarca» tardó largo tiempo. Cuando llevaba escritas trescientas páginas suspendió la narración y seis años después reanudó la novela. Trabajó durante seis meses y la volvió a suspender, encontrando sólo el «tono» cuando leyó un libro sobre cacerías de elefantes en África. Y Marguerite Yourcenar cuenta que encontrar el «tono» o la «voz» para las «Memorias de Adriano» le costó años. Una vez hallado – dice- «trabajé en el libro entre Nueva York y Chicago, encerrada en mi camarote. Después, durante todo el día siguiente, continué en el retaurante de una estación de Chicago, donde tuve que esperar a un tren detenido por una tormenta de nieve».) Y si continuamos con Zadie Smith en su

Victor SchragerRananculus, 1999[120199-9]

libro «Cambiar de idea» (Salamandra) nos encontraremos con otra opinión de la novelista inglesa: «Algunos escritores no leen ni una sola palabra de ninguna novela mientras escriben la suya (…) Yo en cambio tengo el escritorio lleno de novelas abiertas. Leo frases para nadar en cierta sensibilidad, para tocar una nota concreta, para fomentar el rigor cuando me pongo demasiado sentimental (…) Pienso en la lectura como en una dieta equilibrada; si las frases resultan demasiado barrocas, excesivas, comed menos de Foster Wallace, tan rico en grasas, por ejemplo, y más de Kafka, tan rico en fibra. Si vuestra estética se ha vuelto tan refinada que no os deja poner una sola mancha negra en el papel blanco, no os preocupéis tanto por lo que diría Nabokov; coged a Dostoievski, santo patrón de la sustancia por encima del estilo.»

Opiniones muy diversas, muy encontradas. Pero lecciones siempre que pueden ayudar.

libros.- 4rt7,. caja de libro.- Lombardía 1465.- The Morgan Library Museum

(Imágenes:- 1.- Zadie Smith.- foto Dominique Nabokov.-thermopus.net/2.-Mstislav Dobuzhinsky– tejados de Nueva York-1943- museo de la Universidad de Oxford.-Reino Unido/3.-Victor Schrager– 1999-cortesía de Edwynn Houk Gallery/4.-caja de libros- Lombardía 1465- The Morgan Library Museum)

ANNA KARENINA

Ana Karenina.-7hu.-Keira Knightlet en el papel de Ana.-foto Laurie Sparham

Respetando todas la opiniones y gustos cinematográficos, he aquí una nueva versión de Anna Karenina con la plasticidad luminosa de Joe Wright. Numerosas y célebres adaptaciones en la pantalla y numerosos y célebres estudios en torno a la novela, a sus sentimientos y a sus personajes. Steiner dedicó un libro entero –  «Tolstoi o Dostoievski» – a comparar lo dramático del segundo con lo epopéyico del primero, y Nabokov consagró varias de sus clases en Cornell al análisis del libro. Para enseñar bien «Anna Karenina» Nabokov hacía primero un dibujo del atuendo que Kitty se habría puesto para ir a patinar. Cronometraba y trazaba mapas de las novelas – y así lo recuerda Boyd en su biografía – en parte por la sorpresa que le deparaba ese ejercicio, en parte para que los libros quedaran grabados en la mente de los alumnos. A la novela de Tolstoi Nabokov le dedicó al principio seis clases que terminaron siendo diez y ocuparon quince en el de narrativa europea. Le interesaban mucho los detalles, como ya recordé aquí al hablar del «bolso de Anna Karenina«. Los dolores del parto que aparecen en el libro, la complejidad de

kinopoisk.rula mente de Tolstoi o la manera de tratar el tiempo en el novelista ruso le provocaban intriga como profesor. Por su parte, Steiner desciende en su estudio a muchas situaciones que pueden contemplarse en esta película. En la escena del teatro, por ejemplo, «la intensa ironía -dice Steiner – viene del decorado; la sociedad condena a Anna precisamente en el lugar donde la sociedad es más frívola, más vanidosa, más sumergida en la ilusión«. Muy probablemente tanto Steiner como Nabokov conocerían las variantes que existen de los borradores de esta novela. Tolstoi, antes de redactar su texto definitivo, hacía que Anna unas veces se llamara Tatiana y otras Anastasia. Pero quizá lo más interesante como aportación del inicio del proceso creador en el gran novelista del XlX sea la nota que la condesa Sofía redacta el 24 de febrero de 1870: «Ayer por la noche, León me ha dicho que él ha entrevisto un tipo de mujer casada, y de gran mundo, que se encontraría perdida. Me ha explicado que su tarea consiste en pintarla únicamente digna de piedad y no culpable y que desde que ese tipo de mujer se ha presentado en su novela, todos los personajes que él había imaginado anteriormente han encontrado su sitio y se han ido agrupando en torno a esta mujer».

(Imágenes.-Keira Knightley en escenas de «Anna Karenina» de Joe Wright)

MOMENTOS CLAVES EN LA CREACIÓN

«Al volver al trabajo -le escribe Dostoievski a su sobrina Sofia Ivánova -, de repente entendí cuál era el problema y dónde había cometido un error en «Los Demonios«. Asi que, de forma espontánea y como si fuera producto de la inspiración, apareció un nuevo plan en todas sus dimensiones. Había que cambiarlo todo de forma radical. Sin dudarlo un instante, taché todo lo que había escrito y empecé de nuevo por la primera página. El trabajo de un año entero a la basura».

Muchos comentaristas aclaran que Dostoievski sólo tuvo que revisar cuarenta páginas de las doscientas cuarenta que había escrito el año anterior, pero esa revisión era necesaria para trazar ese «nuevo plan«como señala el novelista  -, es decir, dar un giro total a su libro, que  sin duda supuso un momento clave en su creación.

Estas apariciones de relevantes momentos creadores en los artistas se han sucedido a lo largo de la historia. Es muy conocido el recorrido que hace Gabriel García Márquez en su pequeño Opel blanco por la carretera de Acapulco con la intención  de disfrutar de unas vacaciones con su familia. «No llevaba mucho tiempo conduciendo aquel día – relata su biógrafo Gerald Martincuando «de la nada«, la primera frase de una novela se le presentó en su cerebro. (…) La fórmula secreta de la frase se hallaba en el punto de vista y, por encima de todo, en el tono: «Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento..«. García Márquez, como sumido en un trance, se hizo a un lado de la carretera, dio media vuelta con el Opel, y tomó rumbo de nuevo a Ciudad de México«. Hay una versión del propio novelista que señala que nunca llegó a Acapulco y otra, en cambio, en la que confirma que sí llegó, pero que ya» no tuvo un momento de sosiego en la playa» y que volvió a Ciudad de México «el martes«: en cualquier caso, el momento clave en la carretera sucedió.

Hace ya tiempo, en MI SIGLO, recordaba la experiencia de Wagner con su «Lohengrin«:

“Apenas había entrado en mi baño hacia el mediodía – escribe el músico en sus «Memorias» – cuando el deseo de anotar Lohengrin se apoderó violentamente de mí. Incapaz de pasar una hora entera en el agua, salté fuera de mi bañera al cabo de pocos minutos; y tomándome a duras penas el tiempo de vestirme, corrí como un loco a mi cuarto para arrojar sobre el papel lo que me oprimía”.

Son instantes insólitos, únicos, repetidos a lo largo del tiempo.

El escritor francés Georges Duhamel confesaba: «El relato que quiero escribir lo tengo atravesado en mi garganta desde hace un año y me pesa enormemente sobre el pecho. Es tiempo ya de que me libre de él«.

Son impulsos decisivos. Sea para enderezar una obra o para iluminarla definitivamente, son momentos claves en la creación.

(Imágenes:- clickfordetails/ 2.-Jason Taylor.-2007/ 3.-Arman Fernández.-1975)

EL «BLOG» DE DOSTOIEVSKI

«Usted escribe directamente, sin ninguna forma literaria de aparato o ceremonia, como dirigiendo una carta a un amigo – le escribe un lector a Dostoievski siguiendo su «Diario de un escritor» -. Usted escribe lo que piensa y eso es raro, es bueno… Usted se hace visible en sus frases, lo conocemos, por decirlo así, nos relacionamos con usted leyendo el «Diario«. Y además, muy sencillamente y sin la apariencia de ser hombre culto, usted penetra en las cuestiones más profundas, las que son tan dolorosas para cada uno de nosotros, y trata esas cuestiones directa y francamente, sin una huella de afectación o de cultura libresca».

Es lo que podríamos llamar hoy el comentario de un lector a la especie de blog que Dostoievski mantuvo desde 1875 a 1877 titulado «Diario de un escritor«, «cuyas páginas – señala la edición hecha por la Academia de Cienciasdieron expresión a la impresiones de la vida personal del novelista ruso, sus reminiscencias de años anteriores, una relación de sus proyectos literarios y reflexiones sobre todos los temas importantes concernientes a la Rusia de la época que agitaban a DostoievskiConversando con sus lectores, el autor constantemente pasa de un tema a otro, y la transición a cada uno lleva consigo una corriente de reminiscencias y asociaciones… Pero entre toda esta variedad de temas y episodios, distintos entre sí y en constante cambio, el autor dirige su propia mirada y la del lector a las mismas «cuestiones malditas», las que forman el contenido filosófico y artístico, una especie de básico haz, nerviosamente sensitivo, de los pensamientos del autor«.

Del «Diario de un escritor» (Páginas de Espuma) y (Alba hablé ya en alguna ocasión  en Mi Siglo. Concretamente del relato titulado «La centenaria«. Como recuerda Joseph Frank en su monumental biografía de Dostoievski  (Fondo de Cultura) , entre los bocetos que el gran novelista ruso publica en su «Diario» aparecen por vez primera dos obras maestras: «La mansa» y «El sueño de un hombre ridículo«.  Pero lo más interesante quizá de este «Diario» sea descubrir – casi al final del siglo XlX –  esa relación entre autor y lectores, relación que hoy – tanto en  periódicos como en blogs y en redes sociales – se encuentra puesta al día de modo patente.

«Los lectores sentían que en verdad – cuenta Frank – estaban siendo admitidos a la intimidad de uno de sus grandes hombres. Esa constante interrelación entre lo personal y lo público (…) resultó una combinación irresistible, que le dio al «Diario» su incomparable sello literario (…) Aun si no es literariamente un cuaderno de notas, el «Diario» es auténticamente una herramienta de trabajo de un escritor en las tempranas etapas de su creación, de un escritor que busca (y encuentra) la inspiración para su obra mientras, pluma en mano, observa la escena que se desarrolla ante sus ojos e intenta sondear su significado más profundo».

(Imágenes:- 1.-Vasiliev.- iluminaciones en San Petersburgo.-1869.-wikipedia/ 2.-Mijaíl  Nésterov/ 3.-Chica campesina.- Fedor Slavyansky.-década de 1830.-Museo Ruso,.San Petersburgo/ 4.- miniatura en Fedoskino.-wikipedia)

SAN PETERSBURGO Y EL POETA

«Nací y crecí en la otra orilla del Báltico – decía Brodsky en su Discurso de aceptación del Premio Nobel -, o, por así decirlo, en su página opuesta, gris y movida por el viento. A veces, en un día claro, especialmente en otoño, desde alguna playa en Kellomäki, un amigo señalaba el norte, al otro lado de esa gran hoja de agua y me decía: ¿Ves aquella franja azul de tierra? Es Suecia«.

Son los poetas los que rodean a las ciudades. Las rodean con sus versos, las cantan con sus poemas. En el caso de Brodsky – al que más de una vez he aludido en Mi Siglo -, es San Petersburgo con sus imágenes sucesivas las que nos va llevando de Pushkin a Gogol, de Bieli a Dostoievski. Sobre el río Neva descansan imágenes fluidas, teatros, bailarinas, atardeceres, batallas.

Pasan al costado del río los Palacios,

Desciende la nieve,

Llamean los incendios,

Danzan las bailarinas,

Un cuarteto nos eleva a la música,

Estallan asesinatos,

Se preparan alineados los jinetes,

Se extienden los asedios,

Y un fotógrafo mientras tanto lo capta todo. Al menos intenta captar todo San Petersburgo. Bajo su paraguas  -contra el sol y  la lluvia – este fotógrafo en la esquina de la calle recoge las imágenes:

Resuena mientras tanto la sabiduría de Brodsky, las advertencias que nos da el poeta:

«Tengo la cereteza – dice – de que, para alguien familiarizado con la obra de Dickens, matar en nombre de una idea resulta un poco más problemático que para quien no ha leído nunca a Dickens. Y hablo precisamente de leer a Dickens, Sterne, Stendhal, Dostoievski, Flaubert, Balzac, Melville, Proust o Musil; es decir, hablo de literatrura, no de alfabetismo o educación. Una persona cultivada, tras leer algún tratado o folleto político, puede ser sin duda capaz de matar a un semejante y sentir incluso un rapto de convicción. Lenin era un persona culta, Stalin era una persona culta, Hitler también lo era; y Mao Zedong incluso escribía poesía. Sin embargo, el rasgo que todos estos hombres tenían en común consistía en que su lista de sentenciados a muerte era más larga que su lista de lecturas».

(Imágenes:-1.-el río Neva.-por Dubovskoy.-1898.-encspb. ru/ 2.- vista del Neva.-1810.-encspb.ru/ 3.-palacio Anichkov.-por Sadovnikov.-1862.-encspb.ru/4.- San Petersbugo.-acuarela por Bragants 1860-1862.-encspb.ru/5.- fuego en San Petersburgo en mayo 186.-encspb.ru/6.-Anna Paulova en el ballet «La Sílfide».-por serov.-encspb.tu/7.- cuarteto Vielporsky- por Rohrbach.- década 1840.-encspb.ru/ 8.- asesinato de Alejandro ll en marzo 1881.-por Rudneva.-encspb.ru/ 9.- jinetes en el puente Pevchesky.- 9 de enero 1905.-encspb.ru/10.-asedio de Leningrado.-encspb.ru/ 11.-fotógrafo KK Bulla.- 1853-1929.- estatua en la calle Malaya Sadovaya.-encspb.ru)

PROFESOR Y ALUMNO CON RUSIA AL FONDO

«Es la misma literatura rusa– recordaba Angelo Maria Ripellino, al que alguna vez cité en Mi Siglocon sus cumbres tempestuossas, con su continuo apostar sobre las últimas cosas del hombre, con su propensión a mudar el amor en fuego y tormenta, sus despiadadas artiméticas, su repudio de las pequeñas arcadias y su afecto por toda criatura maltratada y temerosa, la que impide que se pierda, al estudiarla, en fríos análisis y ejercicios de bravura sin alma«.

Ahora Rusia vuelve a mí en las palabras de un corresponsal en Moscú, alumno mío hace años y hoy brillante periodista. Es muy satisfactorio oirle hablar de Tolstói con amoroso conocimiento y en abanico de anécdotas y valoraciones amplias. Vive Daniel Utrilla desde hace once años en Rusia y muy probablemente allí se quedará. Rusia le ha atrapado. «El hombre tiene sed de belleza – recordaba Dostoievski y tal vez sea en esto donde se encuentra el más grande misterio de la creación artística, en que la imagen de su belleza que brota de sus manos se convierte inmediatamente en un ídolo incondicionalmente».

Tolstói o Dostoievski, comparaba Steiner.

Tolstói y Dostoievski puede completarse.

Para un profesor, escuchar en el tiempo las capacidades desplegadas de un antiguo alumno amigo aporta siempre una satisfacción honda.

(Imagen: programa «Las Noches Blancas» del 8 del 11 de 2010.- entrevista a Daniel Utrilla (segunda parte)

DIARIO DE UN ESCRITOR

Se ha dicho del «Diario de un escritor» – editado recientemente por «Páginas de  espuma» – que estos artículos y apuntes podrían pertenecer hoy muy bien a un determinado blog, el blog de Dostoievsi. Descienden a los subsuelos o sótanos de los temas y a la vez se remontan a la superficie de la actualidad. El gran novelista ruso devoraba los periódicos, estaba al corriente de todo.»Tengo nostalgia de todo lo cotidiano –decía -, deseo la actualidad«- En la extraordinaria y minuciosa biografía que le dedicó Joseph Frank al autor de «Crimen y castigo«, en el tomo que aborda «Los años milagrosos 1865 -1871» (Fondo de Cultura), se cuenta cómo Dostoievski, en Florencia, tras la terminación de «El idiota«, se refugiaba en la biblioteca Vieusseux para leer a diario los periódicos rusos y seguir al detalle los acontecimientos y choques de opiniones que tenían lugar en su país. Rusia y el mundo le interesaron siempre. «Escribo sobre lo visto, oído y leído», dice el novelista en marzo de 1876, «menos mal que no me he atado con la promesa de escribir sobre todo lo visto, oído y leído«. Ante lo que ha sucedido después en Rusia – han señalado luego los especialistas -, y precisamente por la extrema atención que el escritor dedicó a su época, es normal admitir que él logró predecir los excesos y sufrimientos hacia los cuales se dirigía su país.

Precisamente en marzo de 1876 recoge en el «Diario de un escritor» un relato que, entre tantos otros, conmueve. Lleva por título «La centenaria» y es la historia de Maria Maksímovna, una mujer de ciento cuatro años que atraviesa muy cansada la ciudad llevando una monedita de cinco kopeks en la mano para entregársela a sus bisnietos y que se queda al fin muerta, con la mano en el hombro de  su bisnieto mayor Misha, un niño de seis años, en el momento de darle la moneda.

«Misha – escribe Dostievski -, por más años que viva, nunca olvidará a la viejecita, cómo ha muerto, con la mano en su hombro, y cuando muera él, no quedará persona alguna en todo el mundo que se acuerde, que sepa que había existido mucho tiempo atrás esa viejecita que vivió ciento cuatro años, no se sabe para qué ni cómo. Por otra parte, para qué recordarla: no tiene importancia, de todos modos. De esta misma manera se van al otro mundo millones de personas: viven pasando desapercibidos y mueren desapercibidamente. Tal vez, solamente el  momento mismo de la muerte de estos hombres y mujeres centenarios tiene algo de enternecedor y apaciguante, algo, incluso, importante y conciliador: los cien años hasta ahora afectan al hombre de una manera rara. ¡Que Dios bendiga la vida y la muerte de gente sencilla y buena!«.

«No era una historia – dirá el novelista – sino una impresión del encuentro con una mujer centenaria  (efectivamente, ¿se encuentra uno a menudo con una mujer centenaria, y además tan llena de vida espiritual?)».

Siempre, siempre Dostoievski en el subsuelo de la memoria del alma y también en la superficie de la actualidad.

(Imágenes:-1.-«La procesión», de Illarion Mikhaïlovitch Prianichnikov, 1893, museo ruso de San Petersburgo/ 2.-«La hora del té», de Alexei Voloskov, 1851, museo ruso de San Petersburgo/3.-Semyon Faibisovich.-2oo8.-Regina Gallery.-Moscú.-artnet)

REY DEL RING

«Los pesos pesados – escribe Norman Mailer en «Rey del ring» (Lumen) – jamás tienen tan simple equilibro. Tan pronto llegan a campeones, comienzan a tener vida interior a lo Hemingway y a lo Dostoievski, a lo Tolstoi, Faulkner, Joyce, Melville, Conrad, Lawrence o Proust. El más claro ejemplo es Hemingway. Por querer ser el más grande escritor de la historia de la literatura, sin dejar de ser una inmensa figura de todas las artes corporales que su siglo y su edad le permitieran, se quedó solo, y siempre tuvo conciencia de ello». En Mi Siglo ya hablé de esa gran pieza periodística que Mailer escribió – junto a «Los ejércitos de la noche» -: el movimiento de las palabras en combate con la página, la flexión de las piernas sorteando a la imaginacion, sus puños dirigidos al mentón de los vocablos. Y siempre la observación, la constante obervación de los sentidos que todo reportaje ha de tener y que fue muy valorada en el Nuevo Periodismo. En «Un fuego en la luna» – su seguimiento de la aventura del Apolo Xl en 1969 – Mailer se retrataba en tercera persona: «Él prefería adivinar un suceso – decía – a través de sus sentidos; dado que era tan corto de vista como vanidoso, tendía a olfatear el núcleo de una situación desde cierta distancia. Así su pensamiento permanecía a menudo fuera de contacto en las elaboraciones de su cerebro, durante muchos días en la misma época. Llegado el momento, loado sea el cielo, él parecía haber comprendido el suceso. Ésa era una de las ventajas de usar la nariz, la tecnología todavía no había logrado elaborar una ciencia del olfato».

En «Rey del ring» Muhammad Ali baila sobre la lona y Mailer le sigue con su olfato de palabras: «El sparring – escribe– bombardeaba el estómago de Ali y Ali imprimía lánguido movimiento ondulatorio a su cuerpo, torciendo de vez en cuando el cuello hacia atrás cuando el sparring dirigía un golpe alto a la cara, rebotando de las cuerdas a los puños, de los puños a las cuerdas, como si su torso se hubiera convertido en un formidable guante de boxeo que absorbiera el castigo, con lo que Ali penetró en un más profundo concepto del dolor, como si el dolor dejara de ser dolor cuando se acepta con el corazón en paz».

«Muhammad Ali es interesante – le confesaba Mailer a Lawrence Grobel en «Una especie en peligro de extinción» (Belacqua) y también le confiaba la violencia que el autor de «Los ejércitos de la noche« llevaba dentro. Esa violencia alternaba la contundencia con la suavidad de la prosa y así podía escribir que «Ali descansaba en las cuerdas y absorbía puñetazos en la barriga, con leve expresión de desdén, como si los golpes, curiosos golpes, no profundizaran demasiado en su cuerpo, y después de uno o dos minutos, habiendo ofrecido su cuerpo como si fuera el cuero de un tambor en el que un loco batiera un solo, salía violentamente de aquel estado de comunión consigo mismo, y lanzaba una cascada de puñetazos como destellos de luz en el agua». El periodismo seguía golpeando una y otra vez al vientre y a la realidad de la vida » y entonces – continuaba Mailer – fue como si el espíritu de Harlem por fin hablara y viniera en su ayuda, y se aparecieran los fantasmas de los muertos en el Vietnam, y algo le mantuvo en pie ante el triunfal Frazier, el Frazier con los brazos agarrotados por la fatiga, casi fuera de sí, que acababa de propinarle el más potente puñetazo que había lanzado en su vida. Y así discurrieron los últimos segundos de una gran pelea, con Ali todavía en pie, y Frazier vencedor».

Cuando se reeditan ahora célebres fotografías de Muhammad Ali boxeando, releer también memorables reportajes sobre el tema nos conducen a las singulares peleas del periodismo.

(Imágenes:-1.-fotografía del libro sobre Muhammad Ali publicado por Taschen/2.-comic de Superman contra Muhammad Ali.-foto Andrew Henderson.-The New York Times/ 3.-foto del libro publicado por Taschen/4.-Muhammad Ali noqueado en 1966.-elmundo.es)

IMÁGENES Y PALABRAS (3) : LA BELLEZA SALVARÁ AL MUNDO

En torno a la importancia de la belleza es otra de las preguntas que se me formulan en esta entrevista publicada por la Universidad de Montevideo y que estos días estoy resumiendo en Mi Siglo.

Pregunta:  Si, como usted afirma en El ojo y la palabra -me dice el Dr. Alberto Sánchez León -, la imagen de por sí es insuficiente, pero por otro lado parece que es hoy lo que predomina, entonces ¿es posible que sólo desde ella podamos recuperar el logos, esa racionalidad perdida? ¿No es esto, en definitiva, lo que afirma Dostoievski cuando afirma que la belleza salvará el mundo?

Respuesta: Empiezo por la alusión final sobre Dostoievski y su frase: «la belleza salvará al mundo«.

Indudablemente, eso ocurrirá siempre que se sepa contemplar la belleza y siempre que el ojo humano no se distorsione atraído por la fealdad. En estos momentos hay una invasión de fealdad en muchas partes, desde la ocupación «vanguardista» de ciertos museos intentando imponer muchas veces lo detestable como «arte», hasta el descenso escalonado del gusto en imágenes chabacanas de cine o de televisión. Es tan obvio que no hacen falta demasiados comentarios.

Entonces, creo que algo importante es educar al ojo en la belleza, no inclinarlo a  la fealdad. No es bello todo lo que el hombre hace durante el día y durante su vida. No es bella – hablando claramente – una defecación, aunque sea necesaria para la vida. Y sin embargo, defecaciones se han expuesto en los museos… Por tanto, hay que educar al ojo en la belleza. En mi artículo «Necesidad del asombro» hablo de recuperar ese asombro y esa sorpresa que tantos han perdido creyendo que ya lo han visto todo.

En mi caso particular, he de decir que hay imágenes sin palabras – sin necesidad de las palabras, imágenes solas, puras imágenes- que siempre me han asombrado y me han remontado a cuestiones profundas. Por ejemplo, las del mundo submarino. Siempre que veo las extensiones del fondo del mar (en fotografías, pero sobre todo en videos, películas, documentales, etc) «me asombra» esa creación. Precisamente porque está oculta y tan sólo pueden bajar a ella de vez en cuando aquellos seres humanos con escafandras que nos lo filman. Siempre pienso : ¿por qué Dios ha hecho esto que casi nadie ve? ¿Estas gamas de colores casi infinitos en las aletas de los peces, los movimientos rítmicos de las colas con su belleza inaudita, el encanto de las grutas por las que se cuelan toda clase de animales submarinos, el colorido de las hierbas flotantes, ese mundo inacabable?¿Quién ve esa belleza de modo continuo? Nadie. Los peces mismos no la contemplan sino que únicamente la viven, y el hombre en su superficie está ajeno a ella, excepto cuando se la presentan. Si pensamos la cantidad de kilómetros de belleza oculta al ojo del hombre que se extiende bajo los océanos inmensos, entonces nos podemos preguntar por la razón de todo ello, que no es una razón de utilidad (que lo es ), sino que hay algo más: la utilidad de los peces y cuanto ellos generan podría haber sido creada en una sola tonalidad y con una sola forma, ausente de variantes, y la utilidad hubiera permanecido lo mismo. Sin belleza habría permanecido esa  misma utilidad. Entonces, ¿para qué se ha añadido a la utilidad toda esta deslumbrante belleza?

Por tanto, ¿para qué la belleza del mundo submarino?  Confieso que cada vez que la veo – y recalco que sin palabras, aquí no me hacen falta las explicaciones de Cousteau,que, por otro lado, agradezco -, todo ese mundo me lleva a Dios, no me lleva al azar. Habrá gentes que les lleve al azar, y lo respeto. A mí no me lleva al azar. No me imagino al azar como causa de todo ello. (…) Si esto ocurre debajo de nosotros, sin que nadie lo esté viendo en estos momentos, mientras estoy contestando a esta pregunta, ha de haber alguna explicación a tanta belleza. Insisto en que aquí es pura imagen; no hay palabras. No se necesitan palabras. Por tanto, el ojo humano se sumerge en esa belleza casi irrepetible y naturalmente tiende a ella como ante un imán. No creo que ningún ojo humano pueda ver fealdad en ese espectáculo incesante del mundo submarino. (Lo mismo ante la gama de colores de los pájaros, ante las tonalidades del atardecer, etc).

La imagen, pues, sin palabras, también reina en el mundo. La Creación nos presenta diariamente su imagen nunca repetitiva y esa imagen nos ofrece como en un espejo la Creación. Por tanto, cuando digo en «El ojo y la palabra» que la imagen ha de ser completada por la palabra, creo que es cierto. Pero también hay imágenes sin palabras que nos remontan hacia arriba. Se me pregunta si sólo desde la imagen se puede recuperar el logos, la racionalidad perdida. Creo que sí. Siempre que ante la imagen mantenga uno el asombro y, a través de esa imagen, al otro lado de esa imagen, se plantee uno preguntas y busque cada cual su respuesta. Acabo de hacerlo ante la imagen del mundo submarino y podría hacerse con el mundo de la astronomía, por citar alguno más ¿Qué hay detrás de esas bellezas? (…)

Siempre que nos «asombremos» de las maravillas que nos rodean, esa imagen no se quedará encerrada en sí misma sino que nos hará atravesarla para llegar a una pregunta que está detrás. A través de la imagen llegaremos sin duda a esa nueva era de la palabra, a  que nos explique, en la medida en que se puede, el misterio del mundo. ¿Quién ha creado la Belleza? ¿Se ha creado a sí misma y por sí misma? También en «El ojo y la palabra«, incluí la referencia a Rilke: «Entonces, aproxímese a la Naturaleza» y este texto de San Agustín que puede ir unido a la frase de Dostoievski:
«Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar (acabo de hablar del mundo submarino), interroga a la belleza del aire que se dilata y se difunde, interroga a la belleza del cielo…interroga a todas estas realidades. Todas te responden: Ve, nosotras somos bellas. Su belleza es una profesión («confessio»). Estas bellezas sujetas a cambio, ¿quién la ha hecho sino la Suma Belleza («Pulcher»), no sujeto a cambio?».

(Imágenes:- 1.-Georgia O `Keeffe.-1963.-Georgia O `Keeffe Museum.-New York.-artdaily.org/2. Flower.-número 86.- 1997 -foto Amanda Means. -Gallery 339.-Philadelphia.-artnet/3.-Liu Wei.-2007.-ArtChina Gallery.- Hamburg.-artnet/4.-foto Michael Benson.-Telescopio espacial Hubble- The New York Times/5.- Colore e luce Danzante 01.-Mia Delcasino.-photographers gallery.-artnet)

TODO ES LITERATURA

TODO  ES   LITERATURA

«–¿Vienes a comer, hijo? Ya está aquí la comida.

Leocadio Villegas escribía y escribía un cuento apoyado en la mesita del salón, daba toques y retoques incansablemente a una escena y a unos personajes. De reojo vio entrar a su madre levantando la sopera humeante.

–¡Vamos, hijo, vamos, que esto se enfría, deja eso ya!

–¡Es que estoy terminando una cosa, madre –balbuceó–, acabo ahora mismo!

–¡Siempre igual, Leo! Luego sigues. ¡Ahora, a comer! ¡Vamos, venga a comer!

Leocadio Villegas se levantó como pudo y casi sin dejar de escribir alcanzó la mesa. En un borde, mientras le servían, seguía escribiendo y escribiendo. Como siempre, le parecía todo apasionante, aquel comedor, la casa, aquella mesa familiar, aquel mantel de flores. Veía a su lado, sin dejar de escribir, la gruesa muñeca de la mano de su madre y sus dedos gordos y sonrosados que estaban dejando su plato de sopa y se puso a escribir sobre ellos, sobre aquellos dedos, la forma, las uñas rojizas y rotas que tanto habían fregado y lavado, intentaba profundizar algo más en ellos, cuando aquellos dedos desaparecieron en busca de otro plato y sólo quedó en el espacio de su mirada el redondel de la sopa caliente con los fideos como lombrices blancas y los cubiertos a un lado, preparados, los dos cubiertos hermanos sobre el mantel, el tenedor y la cuchara, ¡ah, los cubiertos, el tema de los cubiertos!, se dijo Leocadio mientras escribía y escribía sobre los cubiertos, el lomo curvo y plateado de la cuchara, las púas del tenedor como tridente, él estaba a punto de imaginar viajes en el espacio con tenedores trinchando nubes, con cucharas de cuencos de luna y silenciosas soperas iluminadas, cuando una voz le sobresaltó:

–¿Pero no empiezas a comer, hijo? ¿Pero qué haces? ¿Es que hasta aquí vas a seguir escribiendo?

Sí, escribía, escribía. No puedo, no puedo dejar de escribir. ¿Y esta voz? ¿Y el poderío de la voz de mi madre? Le venían a la pluma todas las voces escuchadas en su infancia, o mejor dicho, la misma voz de su madre en los agudos y en los graves de las habitaciones cerradas, él correteando ante las voces maternas que le perseguían, “¡ven aquí, Leo, abróchate los zapatos! ¡Leo, que te acabes esto, que no pegues a tu hermana, que no te manches!”, sí, ahora Leocadio escribía febril sobre las voces que le perseguían, había apartado el plato de sopa y los cubiertos como motivo literario y perseguía esta vez a las voces como mariposas hincándoles el alfiler de la pluma, ¡aquí! ¡allí!, voces como recuerdos, ¡allí! ¡aquí! las perseguía escribiendo, era un ahogo, una carrera interminable, escribía, ¡sí, por fin escribía!, estaba corriendo mientras escribía describiendo, se había alejado del mantel, de la mesa, de la familia, había abandonado la casa, ¿dónde? ¿dónde estaba ahora?

–Bien, si no quiere comer –escuchó la ronca voz de su padre–, que no coma. Lo único que le gusta es escribir –y atronó indignado dando un puñetazo en la mesa–:¡Pues ya cenará!

No, de verdad que Leocadio no sentía el hambre. Le pasaba siempre durante el acto de escribir. Podía aguantar sin comer y sin dormir a lo largo de horas, Ahora, cuando recogieron el mantel de la mesa y toda la familia pasó a tomar café, él se desplazó hábilmente a otra mesita cercana a la ventana y, como siempre, quedó absorto por cuanto veía, por aquellos dibujos malvas en las tacitas blancas que su madre estaba distribuyendo y que él describía, por aquel aroma del fuerte café y el humo del puro de su padre que él ahora miraba fijamente y al que describía mirándolo y describiéndolo, describiéndolo y mirándolo de hito en hito, sin dejar diluirse las volutas grises en el aire y sin apartar tampoco sus dedos de la página.

“¡He de llegar, he de llegar al Concurso!”, se decía Leocadio conforme seguía escribiendo todo aquello. “¿Es posible llegar a escribirlo todo, llegar a ser escritor total, escribir a la vez sensaciones y emociones, este rictus, por ejemplo, de la cara de mi madre, el resoplido que acaba de soltar mi padre leyendo el periódico, este volumen de los muebles, la luz de la tarde, la memoria y el sueño, todo, todo es posible escribirlo?”. “No, no debo distraerme”, escribió en el papel que sostenía apoyado en sus rodillas, y anotó nervioso que se estaba distrayendo no sabía por qué, que se le estaba yendo el cuento de repente en disgresiones inútiles, sobre todo superfluas, sí, superfluas, se dijo escribiendo. “No, no puedo seguir así”.

Ya habían terminado todos el café y se habían ido de la habitación a sus quehaceres dejándolo solo y Leocadio Villegas tuvo la tentación de escribir en ese momento sobre su soledad, sobre la soledad que le rodeaba, pero pronto se contuvo. Miró de reojo su reloj mientras seguía escribiendo. “He de entregar esto dentro del plazo –escribió–, he de acelerar, cumplir los plazos, porque si no, ¿para qué escribo?”. Escribió una línea sobre el por qué escriben los escritores, sobre las razones de aquel afán, pero se dio cuenta enseguida de que seguía desviándose peligrosamente del centro del cuento y yéndose por vericuetos otra vez superfluos que no le llevaban a ninguna parte. “He de centrarme, mantener la tensión –se dijo finalmente–, adquirir velocidad”.

Quiso hacer un alto brevísimo en su tarea y con los papeles y la pluma en la mano se fue hasta el vestíbulo y, como pudo, se puso una chaqueta y salió rápidamente de la casa. Bajó los escalones de tres en tres, deseando llegar al portal para volver a escribir. Pero ya aquellas escaleras le estaban suscitando temas literarios, escenas policíacas y de misterio, cosas que él había leído y que desearía recrear. ¡Ah, este gran tema de las escaleras y los escalones –se dijo mirándolas de reojo mientras bajaba muy deprisa–, este gran tema tan cerca para escribir sobre ellas, las escaleras de amores y de odios, los crujidos y la levedad de los zapatos volando y bajando velozmente las vueltas del caracol! Hubiera querido escribir conforme descendía, como lo había hecho caminando Eckermann con Goethe mientras los dos paseaban, ¿pero quién era Eckermann para los lectores?, ¿quién era Goethe? ¿alguien los había leído?. “Entonces –se dijo casi sin aliento al llegar al portal–, ¿es que acaso estoy preocupado por los lectores, es que estoy escribiendo para ellos?”. Pero ya el portal también con sus azulejos blancos y rojos y los dibujos de sus maderas le atraían como tema literario y no tuvo más remedio que pararse y escribir sobre ellos apoyando el papel en la pared. Tomó notas allí torpemente, pero notas interesantes, al menos muy interesantes para él, esbozos, apuntes e incluso descripciones de aquellos azulejos que le traían recuerdos de umbrales y hasta de paisajes ya que las asociaciones de las ideas le llegaban ahora muy deprisa, casi febrilmente, y en determinado momento tuvo necesidad de calmarse y de dominarse, porque una voz interior le decía de nuevo: “Te estás alejando otra vez, Leo, del centro del cuento; te estás distrayendo en temas secundarios. No, no puedes continuar así”.

Entonces salió del portal. El tráfico de la ciudad le pareció un inmenso tema literario que él ya no podía abarcar. Como escritor le estaban llamando la atención a la vez los autobuses rojos y los coches trepidantes, los ruidos de las motos y las conversaciones mezcladas, el parpadeo de los semáforos y aquel clima especial del aire urbano en polución. Todo al mismo tiempo se le ofrecía como motivo enorme. “No –se repitió–. He de concentrarme en algo, he de elegir y, sobre todo, he de cumplir el plazo que me he impuesto”, se dijo pensando en el Concurso y enseguida llamó a un taxi. Notó, sin embargo, que aquella llamada y aquel movimiento de su mano en el aire no podía ya describirlos como él hubiera querido porque el taxi se detenía ya, se abría la portezuela y él entraba dando rápidamente la dirección de la estación. Sentado, iba pensando en el pequeño tren que le esperaba pero estaba viendo ahora tantas cosas atrayentes desde su ventanilla, tanta literatura se movía en la calle, que de nuevo no tuvo más remedio que ponerse a escribir en aquellos papeles que sostenía en sus rodillas y a grandes rasgos fue registrando todo cuanto veía.

–¿Es usted de aquí, de la ciudad? –le preguntó el taxista.

Leocadio asintió con la cabeza sin dejar de escribir porque no esperaba que nadie le hablase mientras él trabajaba y aquel principio de diálogo irrumpía de pronto en su relato de forma tan brusca y a la vez tan sugerente que lo anotó, por tanto, tal y como venía y así fue contestando como pudo a las preguntas del taxista mientras, a la vez, las escribía con rapidez, como escribía también las respuestas, las suyas y las del taxista, porque aquel diálogo –se dijo– estaba dando ahora una enorme frescura al cuento sin apartarlo de su centro, “porque yo creo –escribió– que no, no me está apartando de mi centro, sino que, al revés, está dando a todo esto una gran agilidad inesperada”.

Copió, pues, todo el diálogo detallado entre el taxista y él, ya que le pareció muy interesante, pagó a la puerta de la estación y atravesó deprisa los andenes en busca de su tren. No pudo escribir nada sobre el andén a pesar de que llevaba en la mano la pluma y el papel mientras se abría paso entre la muchedumbre y a pesar de cuantas tentaciones literarias le estaban ofreciendo aquellas altas cristaleras, aquellas bóvedas sonoras de las naves y los modernísimos trenes plateados dispuestos ya para salir. ¡Ah, las estaciones! –se dijo durante un momento alcanzando ya con su pie el estribo del vagón y volviéndose para verlas–, ¡las estaciones nevadas de Tolstoi en “Ana Karenina”, las estaciones de Somerset Maugham, las estaciones de Graham Greene!… Hubiera seguido evocando aquellos andenes que ahora se empezaban a mover suavemente conforme el tren arrancaba, o mejor aún, hubiera querido escribir sobre ellos mientras él se movía ya y se alejaba de pie en la plataforma del vagón, pero no consiguió hacerlo. Le empujaban las gentes hacia un pasillo que enseguida vio también como tema literario, un pasillo misterioso que le recordaba enigmas de Agatha Christie. “Todo es literatura” –se dijo mientras iba buscando su asiento–, sí, todo tiene una gran emoción”. Nada más sentarse en su butaca y cruzar las piernas se quedó subyugado por cuanto le rodeaba. “Todo, todo es literatura –se repitió mirando en derredor–. Pero, ¿cómo voy a poder describir todo esto?”. Sin embargo, por un impulso de su vocación, se inclinó de inmediato sobre el papel y, como había hecho siempre en su vida, se puso a escribir febrilmente. Escribía ahora de aquella velocidad alada en los cristales de las ventanillas, de los rostros de los viajeros, del horizonte de las tierras, de nuevo de la velocidad, otra vez de los ojos y los labios de los que viajaban, del rumor de sus conversaciones, del suave y acompasado traqueteo, y fue precisamente aquel rítmico traqueteo moviendo imperceptiblemente su cuerpo el que le fue transmitiendo poco a poco una somnolencia benefactora y un sueño horizontal, rectilíneo, vertiginoso y a la vez muy plácido que le hizo abandonar suavemente la pluma de sus dedos y recostar la cabeza en el respaldo de su asiento. Soñó entonces que no escribía, que no podía escribir. El tren se lanzaba sin él por caminos desconocidos y él se quedaba viéndolo partir sin poder hacer nada, sin poder registrar su movimiento. Él, que había soñado tantas veces con poder escribirlo todo, ahora no conseguía describir un simple sueño en forma de tren, con sus ventanillas iluminadas y sus viajeros moviéndose. El tren se iba alejando de su realidad e iba haciéndose sueño difuso que Leocadio no podía atrapar, lo onírico se le escapaba burlándose de él. “¡No puedo, no puedo escribir lo que sueño, únicamente puedo soñar!”, se decía angustiado sin lograr despertarse. El tren proseguía la marcha a la misma velocidad que el sueño y así la mantuvo todo el tiempo y sólo se detuvo al final, al abrir Leocadio los ojos y recuperar la pluma entre sus dedos.

Entonces bajó del tren. Tenía ya poco tiempo para entregar su cuento. Sabía dónde estaba reunido el jurado y a qué hora exacta terminaba el plazo. Corrió y corrió por las calles con la pluma y el papel en la mano, sin mirar a los lados para no ser tentado por la literatura. “¡He de llegar!” –se decía sin dejar de correr– “¡he de alcanzarlo!”. Corría y corría en un esfuerzo titánico por dar intensidad a su final, por dar tensión a su relato. Al fin vio la gran casa iluminada donde estaba reunido el jurado, empujó de un golpe la puerta y entró. El jurado repasaba a esa hora los cuentos presentados y lo hacía en una mesa larga y solemne; apenas advirtió la presencia de Leocadio. Leocadio quedó en la puerta subyugado. Le estaba fascinando aquella imagen literaria de la gran habitación, aquella larga mesa repleta de relatos y aquellos hombres deliberando, meditando y sopesando. “¡Ah, los jurados!” –se dijo allí Leocadio completamente paralizado por el espectáculo, contemplando absorto a aquellos hombres –“¡Ah, los grandes jurados de Dostoievski, de Dürrenmatt, de Kafka…!”, suspiró. Se acercó cauteloso a la primera silla que encontró, y antes de que pudiera escapársele aquella estampa literaria que él consideraba única en su vida, se puso a describirla. Escribía, como siempre, febrilmente. Escribía, escribía, escribía.

Mucho tiempo después, cuando ya iba a clausurarse todo e iban a cerrar el edificio, el presidente del jurado se levantó y desde lejos, contemplando al escritor solitario y tenaz, le advirtió en alta voz:

–Vamos a concluir, caballero… Parece que es usted el último que falta… Si tiene la amabilidad de entregarnos…

Pero Leocadio no entregaba, no, no entregaba nunca. Le fascinaba ahora aquella imagen del presidente en pie y aquella voz armoniosa que estaba resonando en la habitación enorme. Él escribía, escribía, escribía…»

José Julio Perlado : «Todo es literatura«- finalista del Premio Narraciones Breves «Antonio Machado».- Fundación de los Ferrocariles Españoles.-2001

(Imágenes.-1.-tadega.net/ 2.-poquoson.K.12.va.us)

PREFIERO

«Prefiero el cine.

Prefiero los gatos.

Prefiero los robles a orillas del río.

Prefiero Dickens a Dostoievski.

Prefiero que me guste la gente a amar a la humanidad.

Prefiero tener en la mano hilo y aguja.

Prefiero el color verde.

Prefiero no afirmar que la razón es la culpable de todo.´

Prefiero las excepciones.

Prefiero salir antes.

Con los médicos prefiero hablar de otra cosa.

Prefiero las viejas ilustraciones.

Prefiero lo ridículo de escribir poemas a lo ridículo de no escribirlos.

En el amor prefiero los aniversarios que se celebran todos los días.

Prefiero a los moralistas que no me prometen nada.

Prefiero la bondad del sabio a la del demasiado crédulo.

Prefiero la tierra vestida de civil.

Prefiero los países conquistados a los conquistadores.

Prefiero tener reservas.

Prefiero el infierno del caos al infierno del orden.

Prefiero los cuentos de Grim a las primeras planas del periódico.

Prefiero las hojas sin flores a la flor sin hojas.

Prefiero los perros con la cola sin cortar.

Prefiero los ojos claros porque los tengo oscuros.

Prefiero los cajones.

Prefiero muchas cosas que aquí no he mencionado a muchas otras que tampoco he dicho.

Prefiero el cero solo al que hace cola en una cifra.

Prefiero el tiempo de los insectos al tiempo de las estrellas.

Prefiero tocar madera.

Prefiero no preguntar cuánto me queda y cuándo.

Prefiero tomar en cuenta incluso la posibilidad de que todo tiene una razón de ser».

Wislawa Szymbroska: «Posibilidades» (1985) (recogido por Umberto Eco en «El vértigo de las listas» (Lumen)

Varias veces he hablado de esta gran poetisa polaca, Premio Nobel, en Mi Siglo. Después de leer la lista de sus preferencias puede uno preguntarse:

¿Qué prefiero yo?

¿Qué prefieres tú?

¿Qué prefiere usted?

(Imagen: Wislawa Szymborska en una lectura de poemas.-wikipedia)

ITINERARIO A LO MARAVILLOSO

RUSIA.-9.-foto de la emperatriz Alexandra Fyodovna con su hija Tatyana.-Taller de Fabergé.-San Petersburgo.-1890Cuando uno contempla a la emperatriz Alexandra Fyódorovna embebida ante su hija Tatyana en esta fotografía de 1890 uno comienza a recorrer, como tantas otras veces, el itinerario a lo maravilloso. Ahora que se conmemora la caída de Muros y el desmantelamiento de dictaduras opresivas, uno atraviesa el tiempo y, felizmente, ya no entra en la URSS sino que penetra en Rusia. En Rusia y en su literatura contada por Angelo Maria Ripellinolo que él llama su «Itinerario a lo maravilloso» (Barral Editores). La Rusia de Pushkin, de Lérmontov, de Chejov, de Blok, de PasternakLa Rusia de los grandes: de Dostoievski y de Tolstoi.

RUSIA.-8.-Coronacion de Nicolás Segundo y Alexandra Fyodovna.-por Laurtis Tuxen.-1895.-Museo Hermitage

Las palabras de Ripellino, profesor de Lengua y Literatura rusa en la Universidad de Roma, defendieron siempre a la Gran Literatura, aquella que el silencio de los muros intentaba apartar y olvidar. «Desconfiado para con las imposiciones ideológicas que acaban por sofocar la fragilidad de la poesía, siempre inerme y extraña ante las torturas del método – decía al inicio de sus grandes ensayos -, me afanaba por volver a hallar, entre la oscuridad de las falsificaciones, el fermento inventivo, las angustias, las dudas incurables, la fértil ambigüedad: en conclusión, los impulsos y sabores de las letras eslavas, con una obstinada – y desesperada – fe en la literatura».

RUSIA.-10.-San Nicolaás el milagroso y la zarina Alexandra.-por A.I.Tsepkov.-1898.-Museo Hermitage

«Haciendo perder el tiempo a la gente – seguía denunciando – con reuniones, debates y boletines, los expertos del sociorrealismo y los acólitos de las sociedades y agencias de intercambio cultural propugnaban entonces el axioma de que las letras eslavas eran, desde siglos, emporios de textos didácticos, empapados de saludable progresismo, calcos y reconstrucciones de la realidad. Se tributaba homenaje a cualquier «sacrílego panzudo», para usar una locución de Alexandr Blok; se aceptaba el silencio y cualquier distorsión sobre los grandes valores destrozados o apagados; y hasta Dostoievski (por no hablar de Pasternak) estaba en el índice; y se detestaban los trucos y la imaginativa; y se juzgaban los textos según su dosis de optimismo».

RUSIA.-11.-icono de nuestra Señora de Bogolyubsk con los santos de Alexander Nesky y maría magdalena.-fábrica Ivan Khlebikov.-Moscú.-1882.-Museo Hermitajge.-

«Pero es la misma literatura rusa, con sus cumbres tempestuosas – seguía Ripellino -, con su continuo apostar sobre las últimas cosas del hombre, con su propensión a mudar el amor en fuego y tormenta, sus despiadadas aritméticas, su repudio de las pequeñas arcadias y su afecto por toda criatura maltratada y temerosa, la que impide que se pierda, al estudiarla, en fríos análisis y ejercicios de bravura sin alma. ¿Cómo puede un crítico no compartir la aversión implacable de las letras rusas por las medias tintas, la trivialidad, el filisteismo?».

Hasta aquí las palabras del profesor italiano.

 Horadan el Muro del Silencio  de la Cultura e, inclinados por el hueco que en él nos abre, podemos ver al fondo cuán largo es el itinerario a lo maravilloso.

(Imágenes:-Alexandra Fyódorovna con su hija Taytana .-foto de 1890.-Taller de Fabergé.- San Petersburgo–Museo de Hermitage/ 2.- la Coronación de Nicolás ll y Alexandra Fyódorovna el 14 de mayo de 1896 en la catedral de la Asunción en el Kremlin de Moscú.-Laurits Tuxen.-1895.-Museo Hermitage/ 3.- Icono de San Nicolás el Milagroso y la zarina Alexandra.-A. I. Tspekov.-1898.-Museo Hermitage/ 4.-Icono de Nuestra Señora de Bogolyubsk con los Santos  Alexander Nevsky y María Magdalena.-Fábrica Iván.-1882.-Khlebnikov.-Moscú.-Museo Hermitage)

ENFERMEDAD Y ARTE

MATISSE.-FRFR.-Interior con violín,.1919.

«Descubrí el color – decía Matisseno en la obra de otros pintores sino en la manera en que se revela la luz en la naturaleza. Me obsesioné con la pintura y ya no pude dejarla«.

En estos días en que Matisse inaugura una exposición en el Museo Thyssen de Madrid que durará hasta el mes de septiembre, sus palabras tras los lienzos nos recuerdan vicisitudes de su vida, salud y enfermedad enlazadas. Enfermo de apendicitis primero y con complicaciones posteriores, Matisse pasó luego a sufrir otra dolencia que le condujo a un cambio profundo del estilo de su pintura: de la invención aguda y radical al estudio sensible de la luz del Sur. «Dejé l`Estaque  – confesó – porque el viento me había hecho contraer una molesta bronquitis. Me trasladé a Niza para curarme, y aquí me he quedado casi toda mi vida».Matisse.-C.-por Henri Cartie-Bresson.-1944.-fotos org

Posteriormente, Matisse demostró que una enfermedad grave puede dejar profundas huellas aun si el paciente se recupera. Cuando andaba por los 70 años, se le desarrolló un cáncer de colon. Aceptó de mala gana la operación que fue practicada por tres de los más célebres cirujanos de Francia. Lograron salvarle la vida pero quedó gravemente enfermo. El que fuera profesor de cirugía y miembro honorario del Colegio Norteamericano de Cirujanos, Philip Sandblom, mantuvo años después una conversación con Matisse mientras éste estaba en cama, con un gato a sus pies, e indicando con una varilla cómo debían pegarse sus grandes recortes en la tela, aquellas aguadas sobre papeles recortados, meclando pintura y lápiz, para vencer los obstáculos de sus limitaciones corporales.  «La enfermedad – dice Sandblom en su libro «Enfermedad y creación» (Fondo de Cultura) – había alterado su actitud ante la vida y hacia el arte. Quería llenar los años de vida que le quedaran con toda la felicidad posible. Durante sus primeros años, a fuerza de mucho esfuerzo y grandes dolores, a menudo había penetrado en nuevos caminos por el arte moderno; ahora deseaba darse el gusto de recorrer esos caminos nuevamente con corazón ligero y sin ningún esfuerzo. Su estado mental se refleja en sus cuadros. En sus últimas obras se adivina un aire feliz de tranquilidad y reposo. El mismo Matisse estaba tan convencido de la benéfica irradiación de sus colores y de su poder curativo que colgó sus cuadros alrededor de las camas de sus amigos enfermos«.

MATISSE.-Retrato de Matisse por André Derain.-1905.-museumsyndicate

 Paul Klee, cenando una noche de junio de 1939 con el marchante Kahnweiler y hablando de su próximo final, cuando ya tiene el brazo afectado por la dolencia y ya no puede sujetar ni su querido violín, ni el pincel y el lápiz, murmura: «Las enfermedades endurecen la pintura…». Unas veces la endurecen y otras – como en el caso de Matisse – la suavizan. Recuerda Sandblom que la influencia de la enfermedad en el individuo creador puede comprobarse de diversas maneras: Pierre Ronsard empezó a hacer versos cuando su sordera le impidió seguir la carrerra diplomática, Vivaldi se dedicó a componer debido a que el asma le impedía decir misa; hasta la técnica puede resultar afectada, como en el caso de Monet, cuando ejecuta sus pinturas estando casi ciego. Otros en cambio utilizan la enfermedad para describirla, como en Charlotte Brontë, Chejov, Dostoievski, Virginia Woolf o Goya.

«Sueño un arte equilibrado, puro, apacible -escribió Matisse -, sin motivo inquietante o turbador, que sea para todo trabajador intelectual, para el hombre de negocios como para el escritor, por ejemplo, un lenitivo, un calmante cerebral, algo semejante a un buen sillón que le descanse de sus fatigas físicas«.

(Imágenes: 1.-Matisse: Interior con funda de violín.-1918-1919.- essyart/2.- Matisse fotografiado por Henri-Cartier -Bresson.- 1944.-/3.-retrato de Matisse por André Derain.- 1905.-museumsyndicate)