TORRENTE BALLESTER, 100 AÑOS

«Creo que mi situación puede resumirse así: lo que me falta es oficio – decía Torrente en 1969 – Tanto tiempo sin escribir y la improvisación con que lo hago me conducen a redactar una prosa vulgar. (…) Esto tendría un remedio: escribir todos los días y castigar la prosa. Castigarla buscando en ella una sencillez que no sea vulgar. (…) Creo que éste es hoy el problema; armarse de paciencia y hace como hace Z. : recopiar, y al recopiar, transformar. (…) Tengo que decir que todos estos días, no de una manera constante, pero sí frecuente, he andado pensando cosas de la Saga/Fuga, sin tomar notas, quizá porque todas las ocurrencias fueron nocturnas, o casi nocturnas, cuando no ocurrencias itinerantes. En todo caso, en momentos en que no tenía a mano aparato alguno para recogerlo».

Seis años después, en 1975,- después de haber publicado «Los gozos y las sombras«, «Don Juan» y la «Saga» entre otras muchas obras, le confesaba al magnetofón: «¡Dios mío, pensar que cada vez que me pongo a escribir una novela es como si fuese la primera…! ¡Que no me sirve de nada la experiencia!».

Son las idas y venidas del trabajo y de la inspiración en cualquier escritor y a las que, en el caso de Torrente, alguna vez me he referido en Mi Siglo. Son  hábitos, perezas, aspiraciones, disposiciones y voluntades. Son proyectos,  preocupaciones económicas y familiares,  soliloquios de creador.

Recuerdos que vienen a la memoria cuando Torrente cumpliría hoy los cien años: 13 de junio 1910-2010.

(Imagen.-Torrente Ballester.-fundacioncaixagalicia.com)

¿ QUÉ ES EL AZUL ?

«¿Qué es el azul? – se preguntaba Yves Klein .

«La profundidad se encuentra en el azul.- escribía Kandinsky .- El azul tiene el poderío de un sentido profundo. El azul es el típico color paradisíaco. Proporciona una sensación final de descanso. Cuando está a punto de hundirse en el negro, evoca un dolor que casi no es humano».

«El azul da a los demás colores su vibración», recordaba Cézanne.

«Del azul de la noche al azul del día – decía Pierre Cabanne hablando del Picasso de 1903 -; del azul del cielo al de la calle, los rostros, los ropajes; del azul de París al azul de Barcelona, las variaciones son apreciables: azul-gris, ocre-azul, azul-verde, azur».

Un azul aún no extendido totalmente.


Para llegar luego al intenso azul ultramar, el azul sobre azul en que el ojo se pierde.

«El azul es lo invisible hecho visible. No tiene dimensiones. El azul «está» más allá de las dimensiones de las que participan los demás colores», decía Klein.

(Imágenes.- 1.-Franz Marc.-caballos.-1911.-wikipedia/2.- Franz Marc.-caballos.-1911.-wikipedia/ 3.-Lyonel Feininger.-Stalling Boatd.-museumsyindicate/4.-Picasso.-El guitarrista ciego.- 1903.-Chicago.-Art Institute. Colección Bartlett -picassaweb. google/5.-Yves Klein.-fluctuat.net/6.-Yves Klein.-IKB 79.-1959.-TATE)

LUIS ROSALES EN SU CENTENARIO (2)

«Era poeta y odiaba lo impreciso«, escribió Rilke. Y con este verso, Luis Rosales recibe en el umbral de uno de sus más significativos libros, a ese lector que llama. ¿Cómo no ser impreciso con Rosales? ¿Cómo hablar – sin deshojar nada – con un poeta? Mil Rosales diversos y fundidos miran esa ventana, mil ventanas en una, cientos de atardeceres, tonos, matices…Sentado en lo sencillo – ese sillón, sofá, silencio… -, lo sencillo va entrando pleno de suavidad por la ventana. Lo sencillo es el aire, la luz, todas las luces; lo sencillo es este amanecer atardeciendo anochecido. Y es sencillo el cristal, y la palabra, y esos ojos recostados en vida que Luis Rosales adormece ante el vino del sol. El sol es bien sencillo. Y Rosales. Suave y sencillamente rico.

Ni una palabra más. ¿Cómo hablarle a un poeta? Dámaso Alonso, hace años, dibujó a pluma su retrato: «Luis Rosales: un hombretón cetrino, con unos ojos azules chiquitines, o que detrás de las gafas parecen chiquitines (porque son un poquito miopes). Lo cetrino diríamos que viene del terruño y que se pierde en no sé qué noche morisca de las Alpujarras; lo azul parece que selló o presagió la personalidad del poeta. El cual, con explicable coquetería, gusta de prolongar las dos chispas azules que lleva en la cara, con tejidos azules de su preferencia (corbatas, chaquetas). Es tan violento ese contraste entre lo bazo y lo azul, que casi lo temblaríamos.

¿Quién ha visto sin temblar

un hayedo en un pinar?».

Así escribe Dámaso de él. Pero pronto, al preguntarle yo de qué modo le ha influido Granada en su vida, Rosales me contesta:

«Decía Federico García Lorca una expresión acerca de lo granadino que yo considero sumamente interesante. Decía que «Granada era Castilla la novísima«; esto quiere decir que, de alguna manera, lo granadino es una forma si no «novísima», nueva, y si no nueva, «distinta» a lo castellano, pero en cierto modo ligado a ella. Siempre que se ha hablado en la poesía clásica y en la literatura clásica de lo granadino, se suele recordar un libro, un libro verdaderamente inolvidable, de Soto de Rojas ( 1584/1658), que se llama «Paraíso cerrado para muchos y abierto para pocos«. En este sentido, este libro, que podría ser el más reporesentativo de la lírica clásica granadina, sería como un conjunto de bodegones… como un conjunto de piezas pequeñas…; lo cotidiano, lo humilde, lo pequeño, han sido características sumamente importantes de la lírica granadina en un momento indudablemente de esplendor de ella, que es al que nos estamos refiriendo.

Es lógico que yo algo tendré de castellano «novísimo» y que algo tendré de amor a lo humilde y a las cosas concretas. Desde hace mucho tiempo creo, y lo he dicho – está al frente de uno de mis libros más importantes, Cervantes y la libertad – , un verso de Rilke ( que era un poeta que odiaba lo impreciso). Lo que un poeta odia más es lo impreciso. Por eso hay tan poca relación entre política y poesía».

En esta mañana de febrero en Madrid, en 1977, Rosales sigue diciéndome: «Cuando somos jóvenes nacemos insertados dentro de un mundo poético al cual pertenecemos. Este mundo poético nos da la voz. nos da la orientación y nos da una gama muy amplia de posibilidades dentro de las cuales nosotros tenemos que elegir. Hay momentos en que todo poeta se pregunta: ¿Qué es lo que quiero hacer?, y se pregunta sobre todo: ¿sé hacer lo que estoy haciendo? ¿sé hacer un poema?. Un poema es una cosa muy difícil de hacer -se le ha escapado como un suspiro en broma… un suspiro nacido de un hondo esfuerzo serio – Entonces, cuando yo me hice esa pregunta – que creo que me la hice alrededor de los treinta y un años, es decir allá por el año 41 -, yo hacía una poesía de joven. Al joven le interesa demostrar lo mucho que sabe…,al joven le interesa demostrar su brillantez…, al joven le interesa «enriquecer el estilo», etc (….) Pero los árboles no le dejan a uno ver el bosque… y el bosque no deja ver los árboles. En poesía ocurre lo mismo. Los versos no dejan ver el poema; generalmente lo ocultan. La multiplicidad de elementos que constituyen un poema, a veces dificulta la percepción de su unidad; hay muchas ocasiones en que no vemos la unidad del poema, porque nos quedamos prendidos en muchos de sus elementos constituyentes, y, en ocasiones, accesorios. Yo diría que en toda mi vida todo el despliegue y el desarrollo de esa vocación – que yo he tenido como muy pocas personas la habrán tenido nunca -, esa persecución y consecución de una vocación y de un destino ha consistido en eso: en esclarecerme, cada vez más, en qué consistía la unidad de un poema; es decir, en considerar al poema como un testimonio de mi vida y – desde el punto de vista estilísitico -, como una unidad orgánica que expresara una vida. Creo que de alguna manera yo nunca he podido hacer poesía, sino sobre mis experiencias, las personas que he conocido, las personas que he amado…».

Diálogos con la cultura«, páginas 143, 147,152)

(A Luis Rosales me he referido de un modo u otro varias veces en Mi Siglo)

(Pequeño homenaje y recuerdo al gran poeta, nacido en Granada el 31 de mayo de 1910, hace ahora cien años)

(Imágenes:-1.-Luis Rosales.-cervantesvirtual/ vista de Granada.-wikipedia/ Luis Rosales con diversos escritores y poetas: entre ellos, Gerardo Diego, Guillermo Díaz Plaja, Carlos Murciano, Jacinto López Gorgé y Ángel García López.-1975.- cervantesvirtual.com)

PARÍS CUBISTA

La luz, el amarillo, el rojo, el azul, las ruedas, los cuadrados, las casas, el naranja, el púrpura, el verde, todo eso mostraban las series de la Torre Eiffel que Robert Delaunay ofrecía, ahora hace un siglo, de la ciudad de París.

Sombras, nubes, un tono de ceniza, volutas plateadas de atmósfera envolvente… La Torre Eiffel continuaba enseñando en el pincel de Delaunay secretos y sorpresas. El arte de descomponer y recomponer la realidad: bidimensionalismo, compenetración de planos, simultaneismo de visión, color local, decía Germain BazinParís siempre sedujo con sus fotografías,  de las que hablé ya en Mi Siglo.  Comenté también en otra ocasión y de otra forma la ciudad y  su paso en el tiempo. Ahora, aquella Torre parisina trazada sobre lienzos entre 1910 y 1912, vuelve a mirar con ojo cubista la gran capital intentando ofrecer la modernidad y vitalidad de un momento, la tensión, la rapidez, la complejidad de una época, tal como deseaba el pintor.

Son volúmenes aplanados, pequeños cubos salpicando la parte superior del lienzo, la ciudad adivinada, el Sena a la izquierda, fugitivo.

Cuando en 1913 Sonia Delaunay se inspira en un motivo de baile para mostrar remolinos de arcos amarillos, naranjas, azules y verdes en diversas abstracciones geométricas, también ofrece de algún modo París al fondo de los contrastes simultáneos, de cuantos movimientos refleja la pintura.

Años antes, en 1902, podía darse uno un paseo por el azul. Era el atardecer de Notre- Dame, siguiendo el pincel de Matisse, acompañando a  personas solitarias.

Pero pronto nos sorprenderían de nuevo los cubos y los planos de la Torre Eiffel en sus distintas versiones. Es siempre la misma Torre pero observada desde infinidad de ventanas, ventanas como ojos, ventanas creadoras, ventanas plásticas.

(Imágenes:-1.-Robert Delaunay.-Torre Eiffel/2.- Delaunay.- Torre Eiffel.-1910/3.-Delaunay.-La ciudad de París.-1912.-flickr/4.-Sonia Delaunay.-Le Bal Bullier.-1913/5.-Matisse.-Notre -Dame en el atardecer.-1902/6.-Delaunay-Torre Eiffel)

RECIBIR UNA CARTA

«Recibir una carta cuando se espera la llegada de una mujer

una carta de mujer

de mujer nacida de poema

abrir la carta como quien despega un deseo

leer la carta como se recita un universo

besar la carta como se busca el color de un poema

plegar la carta en la cartera como se prohija una rima

quemar el sobre de la carta como se viaja al interior de África

archivar la carta con otras cartas como a la enferma con otras enfermas

acordarse de la carta cuando se duda de la selva

olvidarse de la carta como cuando se nos muere una época

y de otra mujer olvidada nos nace el salvador poema».

Gerardo Diego.- «Recibir una carta»

(Imagen:- Pierre Bonnard.– «La carta«.-1906.-National Gallery of Art Whashington)

UN ARTE SONORO

Es en las ciudades donde anidan las tormentas de los ruidos.

Es en los hielos marinos –como dice Chris Watson – donde se oyen las voces del océano congelado.

Son los hombres los que escuchan tensas vibraciones de silencio.

Son los extraños contactos entre tenedores y vajillas los que provocan el temblor.

Son las máquinas pensantes las que siempre nos hablan, según Martin Riches.

Son las máquinas habladoras las que también nos interrogan.

Son las sombras y luces las que nos envuelven.

Son los » bosques desencantados» de esferas y colores los que continuamente nos rodean, tal como los ve Angela Bulloch.

Todo esto es el arte sonoro que se expone estos días en Madrid. Se escuchan – y se hace arte- con sonidos, y al revés: es el arte el que emite sonidos. Igual que atentamente se escuchaban los ruidos de la ciudad de Lisboa, a los que ya me referí una vez en Mi Siglo.

«Es el Arte Sonoro que queda definido en la exposición de La Casa Encendida –  sencillamente, como arte que suena. Es decir, algo que trata de comunicarse tanto en lo auditivo como en lo visual y, por tanto, se desarrolla en el tiempo. Se enmarca dentro de las nuevas prácticas artísticas nacidas a consecuencia de la aparición de tecnologías como el altavoz, el cine, el video, lo digital… En ese sentido puede hablarse de un arte plenamente contemporáneo que puede ir desde la escultura con sonido hasta la ocupación puramente sonora de un espacio.»

La poeta alemana Elisabeth Borchers decía: «Miro en el interior de las estrellas y no encuentro nunca nada, hasta que doy con una palabra en un idioma extraño».

Así sucede igual al escuchar el mundo de las ciudades, el mundo de los objetos.

A muchos artistas les basta solo escuchar.

(Imágenes.- 1-Panorama Island 1995.-Angela Bulloch.-Engholm Gallery/2.-Hielo marino.-Voces de un océano congelado.-Chris Watson.-lacasaencendida/3-«Test Pattern.-motivo geométrico de prueba.-2008.-Ryoji Ikeda.-lacasaencendida/ 4.-des-equilibrio.-Gabriel Castaño.-lacasaencendida/5.-la máquina pensante.-Martin Riches.-lacasaencedida/6.-la máquina habladora.-Martin Riches/7. Talkin Machine 1990-1992.-Martin Riches.- experience- art.de/ 8.-Bosque desencantado.-Angela Bulloch.-lacasaencendida)

UNA CASA, UN LIBRO, LA SOLEDAD

«Carpinteros, cerrajeros, estucadores, albañiles: a veces les oigo discutir de su trabajo, en el bar. Comentan las dificultades con las que tropiezan, se cuentan unos a otros cómo las resuelven. Al tiempo, levantan paredes, ponen puertas, instalan grifos, colocan barandillas. En lo que hace sólo unos meses era un descampado, si pasas ahora descubres que se levanta una casa en la que alguien se asoma a la ventana. y desde cuyo interior llegan voces, o música. Ellos siguen hablando en el bar sobre si han hecho una buena obra o les han obligado a hacer una chapuza. Les envidio esa posibilidad de trabajar juntos, de poder poner a prueba sus habilidades. Lo que dura, lo que no se agrieta, lo que soporta la acción del agua, lo que encaja, la puerta que no cede».

Confiesa todo esto el novelista Rafael Chirbes en Por cuenta propia. Leer y escribir (Anagrama) y añade: «Entre tanto, me veo a mí mismo braceando entre sombras, incapaz de nada, vacío un día tras otro. Echo de menos esas certezas artesanas: tener los avatares del tiempo por testigos.(…) Ya sé que un libro no tiene la solidez de una casa, pero en Moscú quedan pocas casas de las que se construyeron cuando Tolstoi vivía, y de la vieja Alexanderplatz berlinesa qué quedaría de no ser por el libro de Döblin. Me digo que puedo discutir sobre la resistencia de los materiales con los obreros del bar, porque una casa y un libro son expresiones de la sorprendente dureza interior que guarda ese frágil animal humano al que cualquier accidente tumba».

Sobre la artesanía del escritor al construir y trabajar he hablado varias veces en Mi Siglo. Es la soledad del quehacer personal, la obligada incomunicación y concentracion imprescindibles para crear. Patricia Highsmith, hablando de ese trabajo, anota que para el escritor «la gente puede ser estimulante, desde luego, y una frase dicha al azar, una anécdota o algo parecido puede poner en marcha la imaginación del escritor. Pero en la mayoría de los casos, el plano de las relaciones sociales no es el plano sobre el que vuelan las ideas creativas. Es difícil ser receptivo hacia el propio inconsciente cuando se está en grupo, o incluso con una sola persona, aunque esto último resulta más fácil. Es curioso, pero a veces las personas que nos atraen o de las que estamos enamorados son como una especie de caucho que nos aisla de la chispa de la inspiración (…) Hay algunas personas, a menudo las más inesperadas -sosas, perezosas, mediocres en todos los sentidos -, que por alguna razón inexplicable estimulan la imaginación».

Bendita soledad, permanente compañera del escritor, donde se fragua todo: el cuaderno en el que se escribe, el libro donde vivirá el lector.

En el fondo, su casa.

(Imágenes.-1. Drago Persic– 2007-.-Engholm Galerie– Viena/ 2.-«X NaNa Subroutine».-Constanze Ruhm.-Engholm Galerie.-Viena)

EL TREN, LA VIDA

YA AQUÍ NO HAY NADA

«‑Recuerde el tren.

‑Nos acostamos entumecidos, abrazados al olvido del sueño, y a las siete, a las seis, crepitaron los despertadores de estación en todas las habitaciones y el tren arrancó imprevistamente, soltando el agua de las duchas, refrotando los ojos, calzándose a tientas los zapatos, sorbiendo de pie un resto de café, afeitándose, pintándose los labios, tropezando bruscamente los  silencios mientras las casas pasaban velozmente al otro lado de ventanillas ennegrecidas y los vagones avanzamos o retrasamos los  cuartos atrapando un bolso, cogiendo un pañuelo, empuñando la  cartera del colegio, Ana se abrochó el último botón, Miguel  mordisqueó un trozo de pan, mi madre era una niña y yo era mi  padre: las ruedas estaban ya engrasadas, no nos hablábamos,  sonaron portazos, bajamos corriendo los escalones de la estación  y el tren ya se iba porque cruzaron autobuses y automóviles y no  había tiempo de despedirse, ya que todos sabíamos que nos  volveríamos a ver y la velocidad nos arrolló: la vida de Ana eran  túneles de «metro», yo no sabía dónde estaba ni mi padre ni mi  madre, al abuelo le encajaron en la silla de inválido, Guillermo  cortó las calles para llegar al taller, ningún viajero se  saludaba, mi mujer alisó las colchas de las camas, entró un humo  negro en las habitaciones, se encendió el fogón para calentar  estómagos, Gustavo se sentó en su oficina, pasaron pulsos de  relojes en horas de muñecas, se gritó, se gritó, se gritó, el  señor González telefonea a la señorita Elvira porque era ella  quien le había gritado por no telefonearle al señor López, y a mi  nieta Carmen le dio vueltas el patio interior por la velocidad con que todo giraba. Fue en ese momento cuando Isabel, de pronto,  recibió la tremenda noticia y llamó desencajada a mi madre para decirle que cinco minutos antes, en un cruce, a su hijo ‑es  decir, a mí‑ me habían encontrado muerto bajo las ruedas del  ferrocarril.

Pero no era cierto, doctor, fue una equivocación. Marga  nos contó cómo el tren, en un fulgor de velocidad, había  triturado la fortuna de nuestro tío Eduardo. Entonces salimos  todos al pasillo que da al salón temblando los ojos al saltar los  rieles, y el miedo a la vida tomó forma de máquina y la  locomotora arrastró a Javier. Juan se abrazó a la abuela, pasaron  preguntando si queríamos comer, voló el sombrerito del pequeño  Manuel, yo me agarré a la paciencia de mi madre, un señor ayudó a  extender el mantel, se oyó el timbre de la puerta, al olor se  destapó el vagón y todos comimos inclinados, apresurados,  encarnados, viendo pasar las  canas de mi padre y cómo la nieve  subía hasta las mejillas. Antonio nos miró a todos sin pestañear,  Elsa gritó que se quería emancipar, mi abuelo de un golpe le  desenganchó un vagón, Concha la vio alejarse en silencio, Raúl  preguntó si podía coger más fruta, el casero empezó a picar  los  billetes, se fue la luz, se fue el teléfono,  se marchó la  calefacción, desapareció el gas, Laura le vendió a Carlos el  teléfono y Ángela con los asientos hizo madera para cruzar las  tardes en lumbre de fogatas. Vimos pasar años sobre pueblos  subidos en andenes, de repente nos saludó Agustín militarmente,  sacaron a Cristóbal por la ventanilla para que devolviera, mi  hermana Lidia se marchó al baño arreglándose para la boda, entró  un disgusto en polvo mientras mascábamos los túneles, Gabriel se  hizo abogado en un paso a nivel, Enma se sentó junto a Luis,  Alfonso miró a Eugenia a los ojos y César entrelazó sus dedos con  los de Rosalía. Entonces hubo un tremendo frenazo y toda la  fuerza de Sebastián se incrustó en el dolor de Roberto, mi abuela  se curvó en la mecedora, vinieron los niños de los prados,  tiraron a lo alto sus carteras, mi padre se fue doblando  lentamente, Inés de pronto tuvo un niño, llovieron caramelos de  humo, sudábamos, tiritábamos, teníamos sueño, cruzamos travesaños  en cada Navidad, nos hicimos viejos nos decían los jóvenes, María  se había casado con León, Pedro no encontraba trabajo, Daniel  quiso tirarse de la vida, y de improviso todas las paredes  crujieron, voló el abuelo entre las tablas, a Marcos lo devoró un  agujero, entramos por el hueco de la enfermedad y el vagón de  cola donde mi madre planchaba cayó al patio aplastando tristezas.  Fue en ese momento cuando Jorge saltó de un techo al otro y se  volvió al revés, y asomó la cabeza por la ventanilla y mi hermano  dio un grito y se oyó de pronto el chillido de mi madre hasta el  fondo del comedor cuando le acababan de decir que a su hijo ‑es  decir, a mí‑ casi al cumplir los cuarenta años, en un instante,  me habían encontrado destrozado bajo las ruedas del ferrocarril.

Y sin embargo, doctor, tuve que desmentirlo. Yo estaba  ocupándome del furgón mortuorio donde iba el abuelo. Esteban daba  sus primeros pasos sin sostenerse, Beatriz me pidió dinero para  el piso, Jerónimo temblaba entre las mantas. Tuve que desmentirlo  a la velocidad que íbamos, Carmelo rozando las copas de los  árboles, Amanda discutiendo con Leopoldo, Marcela con Ester y con  Nieves y yéndose al bar con Lázaro y Raimundo. Silvia salió  entonces para fumar, Salvador se empeñó en bajar su cortinilla,  Diego preguntó que a qué hora llegábamos, Benito había perdido su  billete, a Pilar le daba miedo la máquina. Fue acaso en ese  momento cuando de un fortísimo golpe, todo a la vez se detuvo.  Cándida en la cocina, Eulalia en la terraza, Simón junto a Oscar,  Nicolás con Román, Pascual conmigo: yo miré a mi madre y era mi  padre quien faltaba. Arrancamos con un tirón tremendo y un  resoplido y Venancio fue a vigilar las puertas entreabiertas por  si hubiera caído, entramos bajo un monte, surgimos a la noche:  ahora era la luz, doctor, la luz que nos guiaba y el salvaje  pitido. Sofía abrazó a Rosario, Magdalena a Mercedes, Remedios a  Pastora y una cadena de manos la hicimos de recuerdos, atando los  momentos de mi padre a su sonrisa y las veces que nos había  pegado de pequeños y cómo mi padre a Victor le compró un balón  para su cumpleaños y el balón cayó al agua. Fuimos todos lo  recuerdos atados, de vagón a vagón, buscándole: iba Hilario y  Demetrio y Paula y Domingo y Justo y Araceli y Pepa y Clara y  seguían Eloy y Fernando y Estrella y Caridad y Medardo y Berta  llevando consigo a mi madre y a mí, palpando el aire de los  compartimentos, cruzando a tientas de un vagón a otro, con  cuidado, como de una a otra edad. Brillaban las luces de la vida  en las puntas de pueblos, se nos oía correr como el mar por la  tierra, casi a oscuras, velozmente: pasaron estaciones , casas,  cristales, lluvias, éramos una culebra alargada y rabiosa  transmitiendo electricidad. Entonces vino otra vida iluminada,  encendidas sus ventanillas, estallando en calor sus chimeneas,  todos sentados en el vagón restaurante: Benjamín rozó aquel olor,  Fabio se lo pasó a Bernardo, Cirilo se lo dio a Zacarías,  Primitivo se lo entregó a su madre. Cenamos de pie, tal como  estábamos, sorbiendo el olor de la otra vida que cruzó  fugazmente. Nos disparamos al silencio total, embrujados por lo  desconocido. Había un viento inusitado, los oídos eran ruedas,  intentamos tumbarnos a lo largo de la noche, sollozamos, fuimos  escalofrío. Así Virginia soñó  con Giovanni, Silvestre con  Corinna, Jacinto con Maurice y Lisabetta con Max. Silbó de pronto  Iván en sueños y Evangelos se enamoró  de Ulrica y Kurt le pidió  a Myriam que se casara con Suleyman. El sueño de Nazim entró en  el sueño de Flavia, atravesó todo el soñar de Edward, de Kyra y  de Eva para salir por el sueño de Tomoko. Batían las puertas de  los sueños contra las ventanillas abiertas, Else cubrió a Mirsina  con trozos de periódicos, Rangela miró a la  luna y Ehudi encogió  sus pies. Era la tierra de la noche la que corría como un tren,  tuvimos que apartarnos a un lado para que pasaran las colinas:  cruzaron cordilleras arrastrados en vértigo, pitó fuerte un  volcán, saltó la espuma del océano desbordando las máquinas,  corría la tierra, doctor, corría la vida, Alvaro se quedó  paralítico, Marcial tuvo manchas en la cara, Soledad se separó de  Adrio y Blasa hizo astillas su  vagón mercancías. Consuelo pensó  que era el fin. Pero no, dijo mi madre, aún no era el fin, había  que detener aquellos montes. A Marino se le cayó la memoria,  Elías tuvo que sostener como pudo a Luciano que aguantaba el  terror. Estallaron del techo los recuerdos, se bamboleaba lo  aprendido, Balbina pisó la risa de Lucía, Viruca escupió a la  abuela, Tomasito se metió en la boca el cañón de un túnel y  reventó  la sangre sobre Andrés. Entonces se cruzaron a la vez  todas las chispas de las vías abiertas y se cegaron las  linternas. Ya no se nos veía vivir, y Piedad, Aurora, Delia y  Emiliana agarraron a Jacobo, Isidro, Borja y Raúl para seguir en  vilo, y entre Bartolo, Eloy, Manrique y Arsenio levantaron con  fuerza a mi madre tapándole la boca para que no gritara en el  momento en que alguien lanzó el tremendo chillido anunciándole  que a su hijo ‑es decir, a mí‑ me habían encontrado arrollado  bajo las ruedas del ferrocarril.

Pero ya sabe, doctor, que así no ha sido. Con tablas,  hierros y cristales terminé de pagar el colegio de Justo; a Rocío  le regalé el coche‑cama para su viaje de novios; vendí tuercas y  clavos para tapar facturas. Fui furgón, máquina, vigilé escapes,  eché carbón, revisé techos, me arrastré por raíles tosiéndome los  gases, ajusté, atornillé, limpié manillas. Fui hollín, humo en  polvo. Ahora no, ahora pasa, pasa la vida sobre mí. Traqueteo de  hombres. Planchan este cuerpo los vagones. Vía libre. Helada.  Huelo a flores silvestres. Aplastado en el campo, boca arriba,  nadie me retira de los trenes…

.

‑¿Lo tapamos ya, doctor?

‑¿Qué?

‑¿Le cerramos los ojos?

‑¿A quién?

‑¿Se los cerramos?

‑No. No toquéis nada. Ya aquí no hay nada».

José Julio Perlado: «Ya aquí no hay nada» .- finalista del Premio Narraciones Breves «Antonio Machado».-Fundación de los Ferrocarriles Españoles.-1993.

(Imágenes.- 1.-Alberto Sughi.-artnet/2.-foto Thekda Ehling.-Randall Scott Gallery.-New York.-artnet)

MIGUEL HERNÁNDEZ (4) : YO – LA MADRE MÍA

«Madre: no quieras que me lleven de las costas, abre las ventanas en la noche, de la luna. Mira: ¡vienen por allí los claros del río!… Diles que me dejen aquí, al pie de este hilo, encima de estas sombras de higueras, de sol, tranquilas, concurridas de canónigos a lo viudo, panzudos de arrope, con los cuales se confiesan abejas, rumorosas, largamente. Madre, madre: te amo. Porque te dolí más que una muela cuando me pariste. Porque las veces que tenía ganas de oler, me ponías en cuclillas con un gesto tuyo, sólo sabido por tu ojo de aquel lado. Porque cuando venía el doctor a verme enfermo tomabas, dolorosa, a tu blancura izquierda el pulso…Pero que me dejen…¡Es tan bello el vino con luna, bebido a  medianoche de pechos sobre la sierra con rescoldos del mediodía! ¡Además! si me llevan no sabré que los ciegos no necesitan espejos porque, aunque no están con su imagen, valdría más hacerlos añicos a todos. Madre: que se callen, que se hagan evasivos todos por esos caminos de harina lacteada. Que no ahogen más navajas en mis ríos. Que me dejen, solo en las que cuelgo islas canarias de hierro en lluvia y cristal, aprender el arte de pescar estrellas; aunque nadie sepa que soy lunicultor. Madre: vuelvo grupas a la tierra oscura, de luces sin ventilación. Voy a coger el agua cerrada, no de llave, redonda de las cisternas. Llegaré a sus márgenes defendiéndome como pueda de la luz en filo. Por eso iré antes que cigarras raspen con lijas las horas… Madre, madre…¿me entiendes?».

(…)

Miguel Hérnández: «Yo- la madre mìa«.-(publicado en «El clamor de la verdad«, Orihuela, el 2 de octubre de 1932)

(1910-2010-el año en que se conmemora al poeta)

(Imágenes:-1.- foto Marlene Dumas.-The New York Times/ 2.-Casa Museo Miguel Hernández.-foto Pilar Girona.-Orihueladigital)

DIBUJOS BAJO EL COLCHÓN

Escondidos bajo un colchón para protegerlos, con herramientas apiladas en su mesita de noche, recluido en un espacio compartido en un rincón del pabellón en el De Witt State Hospital en Auburm, California, el artista autodidacta mejicano Martín Ramírez fue trabajando sus dibujos durante quince años y ahora se exponen en Madrid, en el Reina Sofía hasta el 12 de julio. Ramírez, que a veces mostraba sus rollos acabados en la puerta del porche del pabellón, colgándolos de las bisagras, no podía imaginar que un día caminara el mundo entero por los apretados senderos de estas múltiples líneas flexibles componiendo espacios creadores y atisbando rendijas por donde escapar.

Escapaba él a su modo de la enfermedad.»Las palabras lograrán aliviar la mente infeliz y podrán abatir la negra melancolía«, había dicho Horacio. No sólo las palabras, también el arte, también la pintura. Martín Ramírez trabajaba toda clase de materiales para realizar su obra: notas de las enfermeras, hojas de cuadernos, vasos de papel, sábanas de papel para camillas, periódicos, revistas, y luego con ceras aplastadas, lápices de colores y pintura de base acuosa que aplicaba con un palillo -así reza el programa que presenta la exposición -, adhería todo ese material con pegamento casero, que a su vez fabricaba con almidón de patata, masa de pan y su propia saliva. Enfermedad y arte, como he dicho alguna vez en Mi Siglo, se hermanaban en esa tarea y los motivos se multiplicaban.

Como señala Philip Sandblom en «Enfermedad y creación» (Tezontle),» algunos de los enfermos que tienen talento se convierten en verdaderos artistas. Por medio de su obra nos invitan a explorar su mundo interior, fantástico, y totalmente ajeno al nuestro, ya sea deprimente o angustiado. Este «art brut«,» esta visión sin elaborar», ha atraído el interés de psiquiatras e historiadores del arte por igual y hasta, como recuerda Michael Thévoz, se le ha asignado un museo«.

(Imágenes:-Martín Ramírez: 1.- Signature motif.-1954.- Guggenheim Museum.- -The New York Times/2.-Nunca se termina un viaje.-American Folk Museum/3.-Man at Desk.-Colección of Stephanie Smither.-The New York Times/4.-ciervo sentado con rostro abstracto.-1950-1963.-Centro Reina Sofía)

FASCINACIÓN DE «LAS MENINAS»

«Supongamos que alguien quiere copiar pura y simplemente Las Meninasle dijo Picasso a su amigo Sabartés -, llegaría un momento en que si fuese yo quien lo hiciera, me diría: «¿qué pasaría si pusiera este personaje un poco más a la derecha o a la izquierda?». Y trataría de hacerlo a mi manera, sin preocuparme de Velázquez. Esta tentativa me llevaría sin duda a modificar la luz o disponerla de otra forma, puesto que habría cambiado de sitio un elemento. Asi, poco a poco, lograría hacer un cuadro, Las Meninas, que sería detestable para cualquier pintor especializado en copiar y no serían Las Meninas tal como aparecen en el cuadro de Velázquez: serían Las Meninas del que lo hiciera».

Esa tarea de realizar sus propias Meninas la emprende Picasso desde el 17 de agosto al 30 de diciembre de 1957 en su casa de «La Californie«, consagrando cuarenta y cuatro pinturas al tema de Velázquez.

«Velázquez está visible en el cuadro –le explica Picasso hablándole de Las Meninas a Roland Penrosse – cuando en realidad no debería estarlo puesto que le vuelve la espalda a la infanta del primer término que tiene por modelo. Está delante de un gran lienzo en el que parece estar trabajando, pero como se ve solo el reverso del cuadro, no podemos ver lo que pinta. En realidad, está pintando al rey y a la reina de quienes vemos la imagen reflejada en el espejo al fondo de la habitación. Sin embargo, el hecho de que los veamos implica que ese rey y esa reina no miran a Velázquez sino a nosotros. Y las meninas se han agrupado en torno al pintor no para posar, sino para mirar el retrato del rey y la reina, y como éstos, nosotos, espectadores, estamos detrás de ellas».

El 2 de octubre de 1957 Picasso pinta estas Meninas.

Les dio una personalidad propia, transformó el lenguaje de los signos y hasta el flemático perro de Velázquez se convirtió en el perro que hacía poco el fotógrafo David Duncan le había regalado.

Veinticuatro horas después – el 3 de octubre de 1957 Picasso pinta estas otras Meninas.

«La realidad es más que la cosa propiamente dicha – le diría a Penrose, y así lo cuenta éste en la biografía del pintor -.Yo siempre busco la suprarrealidad. La realidad reside en la forma en que ves las cosas. Un loro verde también es una ensalada verde y un loro verde. Aquél que sólo hace de ello un loro reduce su realidad. El pintor que copia un árbol queda ciego ante el árbol real. Yo veo las cosas de otra manera. Una palmera puede convertirse en un caballo. Don Quijote puede incorporarse a Las Meninas«.

Picasso pinta casi cada día unas Meninas distintas. Pinta aparte el grupo de la infanta y sus meninas, el perro y el hombre de la capa, luego la infanta sola. El 6 de septiembre deja Las Meninas por las palomas, el palomar y la vidriera del balcón abierta, el jardín, el mar y el cielo, que son los motivos de su creación. Y el día 14 vuelve otra vez a su serie de Las Meninas con 19 estudios sucesivos que acabará en diciembre.

Es la fascinación por un mismo tema. Las variantes de una fascinación. Siempre han existido fascinaciones y de algunas de ellas hablé ya en Mi Siglo. Pero ahora el Museo del Prado – dentro de ese mundo de las fascinaciones – presenta diversas Meninas.

Las de Picasso:

Las de Goya:

También las de Richard Hamilton:

Y al final siempre vuelve a plantearse la misma pregunta: ¿qué está pintando Velázquez?.

Uno se acerca al misterio de esta pintura y cada pintor se acerca también a ella intentando descubrirla, intentando pintarla, como hiciera Picasso, como hiciera Goya, como hiciera Hamilton, y como hicieran muchos.

(Museo del Prado.-«Las meninas de Richard Hamilton».-hasta el 30 de mayo de 2010)

(Imágenes: 1.- Meninas de Picasso.-17-8-57/ 2.-Las Meninas de Velázquez.-wikipedia/3.-Meninas de Picasso.-2-10.57/4.- Meninas de Picasso.-3-10-57/5.-Meninas de Picasso- 1957.-Barcelona.-Museo Picasso-16- 8-57/ 6.-Meninas de Goya.-preparado a lápiz.-1778.-colección particular/ 7.-Meninas de Richard Hamilton.-1973.-colección del artista)

EL SOL

«A plena luz de sol, sucede el día,

el día sol, el silencioso sello

extendido en los campos del camino.

Yo soy un hombre luz, con tanta rosa,

con tanta claridad destinada

que llegaré a morirme de fulgor.

Y no divido el mundo en dos mitades,

en dos esferas negras o amarillas

sino que lo mantengo a plena luz

como una sola uva de topacio.

Hace tiempo, allá lejos,

puse los pies en un país tan claro

que hasta la noche era fosforescente:

sigo oyendo el rumor de aquella luz,

ámbar redondo es todo el cielo:

el azúcar azul sube del mar».

(…)

Pablo Neruda: «El Sol»

«En las tardes, al ponerse el sol, frente al balcón se desarrollaba un espectáculo diario que yo no me perdía por nada del mundo. Era la puesta de sol con grandiosos hacinamientos de colores, repartos de luz, abanicos inmensos de anaranjado y escarlata».

Pablo Neruda

(Imágenes: últimas fotografías del Sol tomadas estos días por Solar Dynamics Observatory ( SDO) con el nuenvo telescopio de la.-NASA/Goddard/SDO.-Equipo de AFP)

TURQUÍA, PINTORES Y POETAS

AMORES SIEMPRE AMORES

«Una noche olvidé mis manos y mis brazos en la Avenida de Istiklal.

Una noche yo no estaba, el hombre dormía, el niño en el que me desperté una noche dormía con la boca entreabiera,

los sábados dormían.

Maté al hombre.

Cogí la soledad de Ahmet ll

Ocupé mi sitio».

Ilhan Berk: «Amores siempre amores«.-«Mar de Galilea«.-2005.- (traducción Clara Janés y Cagla Söykan) (Ediciones del Oriente y el Mediterráneo)

«Todos los poetas escriben con el sentido primero de las palabras, es decir, con su infancia; con palabras fugitivas, pícaras, ociosas, rebeldes.

Y con la juventud de las palabras viejas…

Esto es la sabiduría de la poesía».

Ilhan Berk

«Los poetas se parecen a las alondras que vuelven con una brizna de hierba en el pico. Pero su nido es el cielo. Viven allá arriba. Cruzando el loco azul del cielo, suavemente dejando en él su carga.

Abajo, lo que se oye de vez en cuando, son estos murmullos. Lo que se oye y lo que queda».

Ilhan Berk

(Destacado poeta turco que acompaña aquí a la exposición de «Obras maestras contemporáneas de Turquía«, presentada en Caixa Forum de Madrid hasta el 30 de mayo)

(Imágenes:- 1.-«En busca de la verdad» .-2005 .-Mustafá Ata.-Banco Central de la República de Turquía y Caixa Forum/ 2.-«Elegía de las últimas voces»- 1992 .-Erol Akyava.-Banco Central de la República y Caixa Forum/ 3.-» Sin título».-1963.-Zeki Fak Izer.-Banco Central de la República de Turquía y Caixa Forum)

MIGUEL HERNÁNDEZ (3): EL PÁJARO ENAMORADO

«En el cañaveral del río que andaba como con zapatos de lana silenciosa por el campo más desamparado de criaturas y árboles, ahí mora, en el nido heredado de sus padres, el pájaro que más hondamente siente en su garganta y en su sangre la influencia de los plenilunios. Las noches de luna como novias pluviales y resplandecientes, se las pasa el pájaro con el pico y la voz desvelados, la lengua cubierta de corazón y el pecho temblándole como una lágrima plumífera. Los dulces peces del río aguzan sus branquias como orejas y escuchan ensimismados y devotos el cántico de amorosas llamas y plumas devuelto al aire por la superficie de resonancia del agua. Se queja el pájaro, se acongojan las cañas sobre las que levanta la monarquía triste de sus acentos; su pico esgrimido contra su pico, como anclado alrededor de su voz, sus alas cejijuntas, sus ojos alicaídos, sus patas empuñando desesperadamente el talle de las cañas. Las demás noches calla y sufre de amor, rabioso, va de un lado de la vía láctea al otro lado, de piedra en piedra, de pena en pena, de soledad en soledad. Necesita la hembra: se la exigen sus venas con el fervor ardiente del sol de agosto, con gritos de vino hirviendo, con herraduras transparentes de enardecidas. Le duelen como golpeadas con grupos de ortigas, el corazón y el sexo, los ojos se le intensifican de deseosos y expectantes. La hembra: la busca bajo los juncos, la requiere desde los aires, la sueña en la atmósfera de polen de palmera masculina de la luna. Y se desangra y fluye su corazón por la lengua y sus venas aumentan y abultan como con el castigo de un látigo cuando imperan los plenilunios.

En la lluvia de alambre de la jaula, a los dos días de ser sorprendido y secuestrado, cuando ya no veía de tanto cantar una noche, ha muerto el pájaro ante los ojos envidiosos del gato de su carcelero. Ni una sola vez ha prorrumpido en trinos dentro del reducido ámbito a la expansión de su vuelo que le marcaron. En los primeros momentos picó exasperado, se batió contra su cárcel; después inclinó la postura de la cabeza y sumergió el pico resignado en el pecho: así ha muerto. Pájaro fiel a su destino de pájaro, negándose a vivir fuera de las oceánicas libertades del cielo y la tierra, que le prometiera dos alas y un pico besable en su soledad de enamorado. Él no podía poner su voz al servicio de una casa, esclava de otra voluntad. Él cantaba, siempre, como cantamos, por enamorado y jamás por oficio. Fue un verdadero pájaro, anarquista de pluma, ruiseñor esquivo y exquisito.

Los canarios y jilgueros domésticos, traidores a su especie, comentan a grandes silbos burlones la muerte del ruiseñor y le llaman tonto».

Miguel Hernández: «El pájaro enamorado«.-Prosas.-(escrito entre 1934 y 1935)

(1910-2010.-el año en que se conmemora al poeta)

(Imágenes:-1,- Bird.- Robin Duttson– .2007.-TAG FineArts.-London.-artnet/ 2.-Abbas Kiarostami.-Meem Gallery.-Dubai.- United Arab Emirates.-artnet)

ENIGMA DE UNA TARDE DE OTOÑO

«Yo hacía muy poco caso de los sueños – cuenta el escritor Alberto Savinio, cuyo verdadero nombre era  Andrea de Chirico, hermano del pintor Giorgio de Chirico -.Y era deliberado. Despreciaba los sueños. Y era a propósito. Quiero decir: más por voluntad mía propia que porque los sueños lo mereciesen. Me protegía contra los sueños. Recelaba de los sueños como de algo que seduce con medios engañosos y demasiado fáciles, que atrae con promesas de profundidad superficial, pero que, en realidad, no es otra cosa que un juego absurdo, carente de todo sentido».

Se celebra este año el centenario del arte «metafísico«, vanguardia artística plena de imágenes oníricas que despertaron particular interés en los pintores surrealistas.

«Todo objeto – había escrito de Chiricotiene dos aspectos: el aspecto común, que es el que generalmente vemos y que todos ven, y el aspecto fantasmal y metafísico, que solo ven raras personas en momentos de clarividencia y meditación metafísica. Una obra de arte tiene que contar algo que no aparece en su forma visible«. Y aquello que de Chirico «vio» – y lo reveló en su pintura Enigma de una tarde de otoño – lo contaba así:

» En una límpida tarde otoñal estaba sentado en un banco en el centro de la plaza de Santa Cruz, en Florencia. Naturalmente, no era la primera vez que veía aquella plaza: pero acababa de salir de una larga y dolorosa enfermedad intestinal, y me hallaba como en un estado de mórbida sensibilidad. Todo el mundo que me rodeaba, incluso el mármol de los edificios y de las fuentes, me parecía convaleciente. En el centro de la plaza se alza una estatua de Dante, vestida con una larga túnica, con sus obras pegadas al cuerpo y la cabeza, coronada de laurel, pensativamente reclinada….El sol otoñal, cálido y fuerte, aclaraba la estatura y la fachada de la iglesia. Tuve entonces la extraña impresión de mirar aquellas cosas por primera vez, y la composición del cuadro se reveló a los ojos de mi mente”.

Eran los sueños, el «aspecto fantasmal» de las cosas, como diría Jung al hablar de su pintura, transposiciones de la realidad análogas a sueños, que surgían como visiones procedentes del inconsciente. Eran ciudades de Italia, torres y objetos situados en una perspectiva como si estuviesen en el vacío, iluminados por una luz fría, inclemente, que procede de un origen invisible. Jung añadía que en la obra de Chirico «el hombre está privado de alma; se convierte en un maniquí sin rostro ( y por tanto, también sin consciencia)». Era también la posibilidad poética de un arte concebido para hacer emerger lo que esconde de enigmática la realidad. Como se recuerda en la gran muestra que acaba de inaugurarse en Roma, en el Palacio de Exposiciones, era la total mirada del pintor sobre la Naturaleza, la idea de la Naturaleza a veces idealizada como en los paisajes mitológicos, o exaltada como aparición poética, o también expresada en alucinaciones urbanas, en geometría de imágenes.

Los sueños iban y venían, pues, sobre la superficie de los cuadros, por encima y en derredor de los maniquíes, de las estatuas y de los trajes vacíos. Las formas inutilizables e inhabitables, muchas veces invadidas de espacios oníricos, trazaban la línea de fuego del sueño que atravesaba también las opiniones de los dos hermanos de Chirico. » Ahora, desde hace algún tiempo – seguía  diciendo Alberto Savinio -, mis sueños se despiertan, asoman la cabeza, resisten la vida despierta, llaman la atención. Se ponen delante y se aprovechan de su mutismo para hacerse los amos en pleno silencio mío. Van tomando forma poco a poco y rodeándome. Mis sueños me vigilan como una guardia de honor. (…) Y yo a mis sueños los espero, los deseo, no puedo prescindir de ellos (…) Los sueños que yo evitaba con tanto cuidado y alejaba de mí con tanta facilidad, ahora se me han vuelto suavemente pegadizos, y se me incrustan «amorosamente» en la memoria«.

«No hay que olvidar que un cuadro -había dicho Giorgio de Chiricodebe ser siempre el reflejo de una sensación profunda y que profundo significa raro y que raro significa no conocido o completamente desconocido«.

( La Natura secondo de Chirico «.-9 abril-11 de julio 2010.-Palazzo delle Esposizioni.-Roma)

(Imágenes:- – Giorgio de Chirico: 1.-Enigma de una tarde de otoño/.-2.-The Disquieting Muses.-1918.-colección privada.-Olga´s Gallery/ 3.-El varticinador.-1914-1915.-Fundación Giorgio de Chirico/.-4.- Le Duo.-1914-15.-Fundación Giorgio de Chirico/ 5.-De  Chirico trabajando en su estudio.-Fundación Giorgio de Chirico/ 5.- De Chirico.-1936-37.- Giorgio de Chirico.-New York 1936-37.-foto Irving Penn.- Fundación Giorgio de Chirico)

TODO ES LITERATURA

TODO  ES   LITERATURA

«–¿Vienes a comer, hijo? Ya está aquí la comida.

Leocadio Villegas escribía y escribía un cuento apoyado en la mesita del salón, daba toques y retoques incansablemente a una escena y a unos personajes. De reojo vio entrar a su madre levantando la sopera humeante.

–¡Vamos, hijo, vamos, que esto se enfría, deja eso ya!

–¡Es que estoy terminando una cosa, madre –balbuceó–, acabo ahora mismo!

–¡Siempre igual, Leo! Luego sigues. ¡Ahora, a comer! ¡Vamos, venga a comer!

Leocadio Villegas se levantó como pudo y casi sin dejar de escribir alcanzó la mesa. En un borde, mientras le servían, seguía escribiendo y escribiendo. Como siempre, le parecía todo apasionante, aquel comedor, la casa, aquella mesa familiar, aquel mantel de flores. Veía a su lado, sin dejar de escribir, la gruesa muñeca de la mano de su madre y sus dedos gordos y sonrosados que estaban dejando su plato de sopa y se puso a escribir sobre ellos, sobre aquellos dedos, la forma, las uñas rojizas y rotas que tanto habían fregado y lavado, intentaba profundizar algo más en ellos, cuando aquellos dedos desaparecieron en busca de otro plato y sólo quedó en el espacio de su mirada el redondel de la sopa caliente con los fideos como lombrices blancas y los cubiertos a un lado, preparados, los dos cubiertos hermanos sobre el mantel, el tenedor y la cuchara, ¡ah, los cubiertos, el tema de los cubiertos!, se dijo Leocadio mientras escribía y escribía sobre los cubiertos, el lomo curvo y plateado de la cuchara, las púas del tenedor como tridente, él estaba a punto de imaginar viajes en el espacio con tenedores trinchando nubes, con cucharas de cuencos de luna y silenciosas soperas iluminadas, cuando una voz le sobresaltó:

–¿Pero no empiezas a comer, hijo? ¿Pero qué haces? ¿Es que hasta aquí vas a seguir escribiendo?

Sí, escribía, escribía. No puedo, no puedo dejar de escribir. ¿Y esta voz? ¿Y el poderío de la voz de mi madre? Le venían a la pluma todas las voces escuchadas en su infancia, o mejor dicho, la misma voz de su madre en los agudos y en los graves de las habitaciones cerradas, él correteando ante las voces maternas que le perseguían, “¡ven aquí, Leo, abróchate los zapatos! ¡Leo, que te acabes esto, que no pegues a tu hermana, que no te manches!”, sí, ahora Leocadio escribía febril sobre las voces que le perseguían, había apartado el plato de sopa y los cubiertos como motivo literario y perseguía esta vez a las voces como mariposas hincándoles el alfiler de la pluma, ¡aquí! ¡allí!, voces como recuerdos, ¡allí! ¡aquí! las perseguía escribiendo, era un ahogo, una carrera interminable, escribía, ¡sí, por fin escribía!, estaba corriendo mientras escribía describiendo, se había alejado del mantel, de la mesa, de la familia, había abandonado la casa, ¿dónde? ¿dónde estaba ahora?

–Bien, si no quiere comer –escuchó la ronca voz de su padre–, que no coma. Lo único que le gusta es escribir –y atronó indignado dando un puñetazo en la mesa–:¡Pues ya cenará!

No, de verdad que Leocadio no sentía el hambre. Le pasaba siempre durante el acto de escribir. Podía aguantar sin comer y sin dormir a lo largo de horas, Ahora, cuando recogieron el mantel de la mesa y toda la familia pasó a tomar café, él se desplazó hábilmente a otra mesita cercana a la ventana y, como siempre, quedó absorto por cuanto veía, por aquellos dibujos malvas en las tacitas blancas que su madre estaba distribuyendo y que él describía, por aquel aroma del fuerte café y el humo del puro de su padre que él ahora miraba fijamente y al que describía mirándolo y describiéndolo, describiéndolo y mirándolo de hito en hito, sin dejar diluirse las volutas grises en el aire y sin apartar tampoco sus dedos de la página.

“¡He de llegar, he de llegar al Concurso!”, se decía Leocadio conforme seguía escribiendo todo aquello. “¿Es posible llegar a escribirlo todo, llegar a ser escritor total, escribir a la vez sensaciones y emociones, este rictus, por ejemplo, de la cara de mi madre, el resoplido que acaba de soltar mi padre leyendo el periódico, este volumen de los muebles, la luz de la tarde, la memoria y el sueño, todo, todo es posible escribirlo?”. “No, no debo distraerme”, escribió en el papel que sostenía apoyado en sus rodillas, y anotó nervioso que se estaba distrayendo no sabía por qué, que se le estaba yendo el cuento de repente en disgresiones inútiles, sobre todo superfluas, sí, superfluas, se dijo escribiendo. “No, no puedo seguir así”.

Ya habían terminado todos el café y se habían ido de la habitación a sus quehaceres dejándolo solo y Leocadio Villegas tuvo la tentación de escribir en ese momento sobre su soledad, sobre la soledad que le rodeaba, pero pronto se contuvo. Miró de reojo su reloj mientras seguía escribiendo. “He de entregar esto dentro del plazo –escribió–, he de acelerar, cumplir los plazos, porque si no, ¿para qué escribo?”. Escribió una línea sobre el por qué escriben los escritores, sobre las razones de aquel afán, pero se dio cuenta enseguida de que seguía desviándose peligrosamente del centro del cuento y yéndose por vericuetos otra vez superfluos que no le llevaban a ninguna parte. “He de centrarme, mantener la tensión –se dijo finalmente–, adquirir velocidad”.

Quiso hacer un alto brevísimo en su tarea y con los papeles y la pluma en la mano se fue hasta el vestíbulo y, como pudo, se puso una chaqueta y salió rápidamente de la casa. Bajó los escalones de tres en tres, deseando llegar al portal para volver a escribir. Pero ya aquellas escaleras le estaban suscitando temas literarios, escenas policíacas y de misterio, cosas que él había leído y que desearía recrear. ¡Ah, este gran tema de las escaleras y los escalones –se dijo mirándolas de reojo mientras bajaba muy deprisa–, este gran tema tan cerca para escribir sobre ellas, las escaleras de amores y de odios, los crujidos y la levedad de los zapatos volando y bajando velozmente las vueltas del caracol! Hubiera querido escribir conforme descendía, como lo había hecho caminando Eckermann con Goethe mientras los dos paseaban, ¿pero quién era Eckermann para los lectores?, ¿quién era Goethe? ¿alguien los había leído?. “Entonces –se dijo casi sin aliento al llegar al portal–, ¿es que acaso estoy preocupado por los lectores, es que estoy escribiendo para ellos?”. Pero ya el portal también con sus azulejos blancos y rojos y los dibujos de sus maderas le atraían como tema literario y no tuvo más remedio que pararse y escribir sobre ellos apoyando el papel en la pared. Tomó notas allí torpemente, pero notas interesantes, al menos muy interesantes para él, esbozos, apuntes e incluso descripciones de aquellos azulejos que le traían recuerdos de umbrales y hasta de paisajes ya que las asociaciones de las ideas le llegaban ahora muy deprisa, casi febrilmente, y en determinado momento tuvo necesidad de calmarse y de dominarse, porque una voz interior le decía de nuevo: “Te estás alejando otra vez, Leo, del centro del cuento; te estás distrayendo en temas secundarios. No, no puedes continuar así”.

Entonces salió del portal. El tráfico de la ciudad le pareció un inmenso tema literario que él ya no podía abarcar. Como escritor le estaban llamando la atención a la vez los autobuses rojos y los coches trepidantes, los ruidos de las motos y las conversaciones mezcladas, el parpadeo de los semáforos y aquel clima especial del aire urbano en polución. Todo al mismo tiempo se le ofrecía como motivo enorme. “No –se repitió–. He de concentrarme en algo, he de elegir y, sobre todo, he de cumplir el plazo que me he impuesto”, se dijo pensando en el Concurso y enseguida llamó a un taxi. Notó, sin embargo, que aquella llamada y aquel movimiento de su mano en el aire no podía ya describirlos como él hubiera querido porque el taxi se detenía ya, se abría la portezuela y él entraba dando rápidamente la dirección de la estación. Sentado, iba pensando en el pequeño tren que le esperaba pero estaba viendo ahora tantas cosas atrayentes desde su ventanilla, tanta literatura se movía en la calle, que de nuevo no tuvo más remedio que ponerse a escribir en aquellos papeles que sostenía en sus rodillas y a grandes rasgos fue registrando todo cuanto veía.

–¿Es usted de aquí, de la ciudad? –le preguntó el taxista.

Leocadio asintió con la cabeza sin dejar de escribir porque no esperaba que nadie le hablase mientras él trabajaba y aquel principio de diálogo irrumpía de pronto en su relato de forma tan brusca y a la vez tan sugerente que lo anotó, por tanto, tal y como venía y así fue contestando como pudo a las preguntas del taxista mientras, a la vez, las escribía con rapidez, como escribía también las respuestas, las suyas y las del taxista, porque aquel diálogo –se dijo– estaba dando ahora una enorme frescura al cuento sin apartarlo de su centro, “porque yo creo –escribió– que no, no me está apartando de mi centro, sino que, al revés, está dando a todo esto una gran agilidad inesperada”.

Copió, pues, todo el diálogo detallado entre el taxista y él, ya que le pareció muy interesante, pagó a la puerta de la estación y atravesó deprisa los andenes en busca de su tren. No pudo escribir nada sobre el andén a pesar de que llevaba en la mano la pluma y el papel mientras se abría paso entre la muchedumbre y a pesar de cuantas tentaciones literarias le estaban ofreciendo aquellas altas cristaleras, aquellas bóvedas sonoras de las naves y los modernísimos trenes plateados dispuestos ya para salir. ¡Ah, las estaciones! –se dijo durante un momento alcanzando ya con su pie el estribo del vagón y volviéndose para verlas–, ¡las estaciones nevadas de Tolstoi en “Ana Karenina”, las estaciones de Somerset Maugham, las estaciones de Graham Greene!… Hubiera seguido evocando aquellos andenes que ahora se empezaban a mover suavemente conforme el tren arrancaba, o mejor aún, hubiera querido escribir sobre ellos mientras él se movía ya y se alejaba de pie en la plataforma del vagón, pero no consiguió hacerlo. Le empujaban las gentes hacia un pasillo que enseguida vio también como tema literario, un pasillo misterioso que le recordaba enigmas de Agatha Christie. “Todo es literatura” –se dijo mientras iba buscando su asiento–, sí, todo tiene una gran emoción”. Nada más sentarse en su butaca y cruzar las piernas se quedó subyugado por cuanto le rodeaba. “Todo, todo es literatura –se repitió mirando en derredor–. Pero, ¿cómo voy a poder describir todo esto?”. Sin embargo, por un impulso de su vocación, se inclinó de inmediato sobre el papel y, como había hecho siempre en su vida, se puso a escribir febrilmente. Escribía ahora de aquella velocidad alada en los cristales de las ventanillas, de los rostros de los viajeros, del horizonte de las tierras, de nuevo de la velocidad, otra vez de los ojos y los labios de los que viajaban, del rumor de sus conversaciones, del suave y acompasado traqueteo, y fue precisamente aquel rítmico traqueteo moviendo imperceptiblemente su cuerpo el que le fue transmitiendo poco a poco una somnolencia benefactora y un sueño horizontal, rectilíneo, vertiginoso y a la vez muy plácido que le hizo abandonar suavemente la pluma de sus dedos y recostar la cabeza en el respaldo de su asiento. Soñó entonces que no escribía, que no podía escribir. El tren se lanzaba sin él por caminos desconocidos y él se quedaba viéndolo partir sin poder hacer nada, sin poder registrar su movimiento. Él, que había soñado tantas veces con poder escribirlo todo, ahora no conseguía describir un simple sueño en forma de tren, con sus ventanillas iluminadas y sus viajeros moviéndose. El tren se iba alejando de su realidad e iba haciéndose sueño difuso que Leocadio no podía atrapar, lo onírico se le escapaba burlándose de él. “¡No puedo, no puedo escribir lo que sueño, únicamente puedo soñar!”, se decía angustiado sin lograr despertarse. El tren proseguía la marcha a la misma velocidad que el sueño y así la mantuvo todo el tiempo y sólo se detuvo al final, al abrir Leocadio los ojos y recuperar la pluma entre sus dedos.

Entonces bajó del tren. Tenía ya poco tiempo para entregar su cuento. Sabía dónde estaba reunido el jurado y a qué hora exacta terminaba el plazo. Corrió y corrió por las calles con la pluma y el papel en la mano, sin mirar a los lados para no ser tentado por la literatura. “¡He de llegar!” –se decía sin dejar de correr– “¡he de alcanzarlo!”. Corría y corría en un esfuerzo titánico por dar intensidad a su final, por dar tensión a su relato. Al fin vio la gran casa iluminada donde estaba reunido el jurado, empujó de un golpe la puerta y entró. El jurado repasaba a esa hora los cuentos presentados y lo hacía en una mesa larga y solemne; apenas advirtió la presencia de Leocadio. Leocadio quedó en la puerta subyugado. Le estaba fascinando aquella imagen literaria de la gran habitación, aquella larga mesa repleta de relatos y aquellos hombres deliberando, meditando y sopesando. “¡Ah, los jurados!” –se dijo allí Leocadio completamente paralizado por el espectáculo, contemplando absorto a aquellos hombres –“¡Ah, los grandes jurados de Dostoievski, de Dürrenmatt, de Kafka…!”, suspiró. Se acercó cauteloso a la primera silla que encontró, y antes de que pudiera escapársele aquella estampa literaria que él consideraba única en su vida, se puso a describirla. Escribía, como siempre, febrilmente. Escribía, escribía, escribía.

Mucho tiempo después, cuando ya iba a clausurarse todo e iban a cerrar el edificio, el presidente del jurado se levantó y desde lejos, contemplando al escritor solitario y tenaz, le advirtió en alta voz:

–Vamos a concluir, caballero… Parece que es usted el último que falta… Si tiene la amabilidad de entregarnos…

Pero Leocadio no entregaba, no, no entregaba nunca. Le fascinaba ahora aquella imagen del presidente en pie y aquella voz armoniosa que estaba resonando en la habitación enorme. Él escribía, escribía, escribía…»

José Julio Perlado : «Todo es literatura«- finalista del Premio Narraciones Breves «Antonio Machado».- Fundación de los Ferrocariles Españoles.-2001

(Imágenes.-1.-tadega.net/ 2.-poquoson.K.12.va.us)