CIUDAD EN EL ESPEJO (14)

“Es difícil explicar la historia. En Madrid aquel día la presión, a las ocho de la tarde, llegaría hasta los setecientos un mil milímetros,  una presión que pocos pechos sospechaban, que muchas arterias notarían, que una nube interior haría mover y vacilar el equilibrio de don Pablo Ausin Monteverdi, su madre no descendía del célebre músico, la vida es así, trae y lleva apellidos. Es difícil explicar la historia, porque no sólo se necesitarían mil libros a la vez sino mil ojos leyéndolos simultáneamente, millares de narices aspirando y oliendo, muchas de ellas estornudando a causa de esos vaivenes de humedad  que oscilan entre el cincuenta y cuatro y el setenta y tres por ciento, quién describirá las partículas y los agujeros de humedad, cuántos se han acostumbrado a este aire primaveral de la capital, por dónde viene el aire, hacia dónde va, el sol había salido a las siete horas y cincuenta y nueve minutos de la jornada de aquel martes. Begoña  Azcárate de Miguel, la mujer  del psiquiatra, no lo advirtió, dio una vuelta en su cama y nunca se preocuparía de aquello. Salió el sol de puntillas, rosado entre los tejados y rojizo en los aledaños de los barrios dormidos, y el sol se mantuvo y se paseó por el mundo, y quedó iluminada España hasta las veintiuna hora y veintidós minutos, y luego se marchó. Es difícil escribir la historia porque la luna, ese martes de mayo que contemplamos, salió también, como es lógico en ella, como jamás había fallado en su palabra, y fue la salida de la luna a la una horas y cuarenta y cuatro minutos cuando de su escondite surgió, y se paseó entre verdades y mentiras, en halos de nieblas, en un ser y no ser de deslumbramientos misteriosos, y se pondría la luna ese martes, pero de qué modo se pondría, se acostó tal vez o se esfumó, es que alguien sopló su globo blanquecino o ella misma, puntual más que avergonzada, se retiró en punto, a las diez horas y diez minutos, todo esto no es fácil de comprobar ni de predecir.

 

 

En él área de Madrid, aunque nadie le hacía mucho caso, unas primeras camisas de manga corta por las calles, los inicios de las ropas de primavera, colores vivos y blusas estampadas, algún jersey fino, la moda en fin, se había ya extendido aquella mañana, porque ya habían dado las diez y media, las once, las doce, horas que pasan, se había extendido como estábamos diciendo un ambiente nuboso con ciertas posibilidades de tormenta, especialmente frecuentes en la zona de la sierra, pero de qué sierra se habla, es referencia quizá a la Sierra del Guadarrama o a Somosierra, el triángulo de la provincia madrileña con su pico apuntando hacia Burgos bajaba manso, por su costado derecho rozando la extensión de Guadalajara, y también bajaba más tierno, algo quebradizo y saltarín, por los pueblos del costado izquierdo, dejando a un lado Segovia y Ávila.  Vientos flojos o en calma llegaban hacia el área de Madrid  y soplaban a la cigüeña tanto por Aranjuez como por San Martín de Valdeiglesias,  al pato por Fuentedueña del Tajo y Brunete, al zorro lo mismo entre Chinchón y Alcalá de Henares que en la media y alta montaña, entre Buitrago y Villalba;  vientos flojos eran acariciados por el águila cerca del río Lozoya y del Jarama, el gato montés era perseguido por los vientos hacia la altura de Torrelaguna, al nordeste, y el azor los recibía no lejos de la Pedriza, allí donde seguían caminando, incansables, los pensamientos de Jacinto Vergel transformados en pasos, que ya había dado, sin él quererlo, doscientas dos vueltas al circular pasillo del sanatorio del doctor Jiménez.

 

No puede contarse bien la historia porque a esa misma hora en que el doctor Valdés ya había calmado algo a Luisa Baldomero, por los últimos reductos de la sierra norte de Madrid, allí, hacia el valle de Lozoya, hacia Cercedilla o hacia El Escorial, pinares y robledales extendían su vida y alzaban al aire su sudor, vida enhiesta de los árboles, mientras que por Navalcarnero, Pelayos de la Presa y Cadalso de los Vidrios, es decir, en la punta noroeste que se afilaba hacia extensiones de Toledo y Ávila, se concentraban, casi invisibles para el hombre,  valiosa población de rapaces, así el águila imperial o el buitre negro y leonado, o bien ratoneros y milanos. En Madrid, en el centro mismo de la ciudad, la máxima temperatura iba a llegar ese martes hasta veintiún grados y la mínima bajaría a los nueve, buen clima, aire y aromas de mayo, un frente silencioso tendría que pasar durante esa jornada de oeste a este de la península y cruzaría por su mitad norte; los frentes, excepto los de guerra, y guerra felizmente no había ese día, ese mes, ni ese año en España, extienden sus suavidades sin alambradas ni fronteras, y las precipitaciones y lluvias dejan manar sus aguas dese los cántaros de las nubes, y así ocurriría ese día de mayo en distintas regiones españolas, aunque fueran de muy escasa cuantía en las proximidades del mar Mediterráneo y en cambio mojarán con moderada intensidad, aquí y allá la corteza del norte, por las brumosas tierras de Galicia.”

José Julio Perlado

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(Imagen— – Bosco Sodi -2017)