¿Sufren los violines?, es la pregunta que quiere hacerse Alberto Savinio cuando comenta la vida de Antonio Stradivari. Antes evoca unas palabras de Charles Reade en 1874: » cuando un stradivarius rojizo redondea su perfil aterciopelado y el barniz del fondo, degradado por el desgaste, toma la forma de un triángulo impreciso, su efecto de luz y de sombra es a mi entender el summum de la belleza».
Pero la pregunta sigue en pie: ¿ sufren los violines? Savinio anota que » el dolor de los violines inactivos, de los violines «encerrados en vitrinas», de los violines acostados como las condecoraciones del pobre tío coronel sobre un cojín de terciopelo, de los violines encerrados en sus casaquillas rojas, anaranjadas, pardas y con el arco al lado como la espada que se coloca al costado al caballero muerto – el dolor de los violines que ya no sienten el apoyo de un hombro agitado, de un pecho convulso, que no se sienten dominados, acariciados, rozados por los dedos de un Sarasate, que no se sienten recorridos por las melodiosas corrientes de un Bach, de un Mozart, de un Beethoven -, tal vez el dolor de los violines no llega a ser como el de Niobe, pero un proceso semejante de petrificación, o al menos de enfriamiento, sí que debe de pronunciarse en esos pobres.
Para que no «mueran de sonido», que los dignos de los stradivarius los retomen entre el hombro y el mentón».
(Imágenes-1- Edmund C Tarbell- 1890/2-Theo van Rysselberghr -1903 / 3- «Español ll» -Stradivarius- Palacio Real de Madrid)